De cómo Spinoza nos legó, hace cuatro siglos -y entendemos que sin saberlo- una epistemología para comprender lo que pasa con el discurso político en las redes sociales.
“Nada de lo que tiene de positivo una idea falsa es suprimido por la presencia de lo verdadero, en cuanto verdadero.”
Cualquier intento por relativizar el valor de la verdad -o de lo verdadero, como más modestamente propone Baruch de Spinoza desde las páginas de su Ética demostrada según el orden geométrico, escrito entre 1666 y 1675- merece, como por una especie de acto reflejo, al menos nuestra sospecha.
En tiempos de la llamada posverdad, esta idea spinoziana de que con la verdad no alcanza, parece poner bajo seria amenaza algunos de los más caros presupuestos de nuestra cultura racional y nuestro principio de realidad, y tiene incluso resonancias morales y éticas
Desconocemos qué oscuras fuerzas nos impulsan a discutir en Facebook. O al menos, lo desconocemos -nos desconocemos- en el preciso momento en que decidimos hacerlo, sabiendo de la futilidad de semejante acto. En fin, lo que caracteriza a cualquier acción compulsiva. En el muro de un amigo -término resignificado por la propia red social, que nos habilita a aplicarlo a personas de cuyas vidas no conocemos más que fragmentos de lo que decide publicar- con el que creía tener cierta afinidad ideológica, crecían los ataques contra “el progresismo”. El progresismo, se decía ahí, cree que la agenda de derechos de género es más importante que la agenda económica, y así estamos.
Quién es ese otro al que debemos señalar, automáticamente, como “enemigo”
El entorno informativo personalizado en el que nos miramos al enfrentar la pantalla conforma un poderoso alter ego al que solemos defender a capa y espada, no sin consecuencias psicológicas y políticas
La intoxicación con mensajes agresivos en Twitter no solamente nos genera la sensación de habitar un mundo amenazante y hostil; no es que el mundo real sea un dechado de libertad, igualdad y fraternidad, desde luego; pero el medioambiente en que se desarrollan las narrativas tuiteras se mueve en un plano representacional por cuya relación con lo real difícilmente pondríamos las manos en el fuego. Alguna relación ha de tener, pero es difícil especificar cuál.
Más que “noticias falsas” que buscan adrede confundir a la población o hacerle creer hechos que no son ciertos, las fake news instalan narrativas
La saga cinematográfica de ciencia ficción The Matrix (que ya cuenta con más de dos décadas desde su estreno y que promete novedades para este año) ha hecho escuela. El eslogan “somos esclavos del sistema”, cual verdad revelada, es hoy hit de una derecha política, económica y mediática que no rechaza a esta sociedad sino al concepto mismo de “sociedad”, que ya es un obstáculo para la libertad irrestricta de los poderes fácticos; y busca eco en las clases medias y en sectores populares consternados y (más) empobrecidos por la pandemia.
La fantasía paranoide de ser dominados por la tecnología como en Blade Runner o Matrix en realidad encubre un problema muy actual, con hondo impacto psíquico y social.
Cuando un modelo de desarrollo tecnológico (o esa especie de entelequia que llamamos “la tecnología”) se presenta como meta o destino de la humanidad, el aura de la racionalidad tecnocientífica se desvanece y deja al desnudo lo más primitivo e inconsciente de las relaciones de dominación.
A mediados de febrero Elon Musk dejó de ser el hombre más rico del mundo. El multimillonario nacido en Sudáfrica en 1971, dueño entre otras empresas de la fábrica de autos eléctricos Tesla, la compañía aeroespacial SpaceX y la vanguardista Neuralink, que en agosto pasado le alegró el encierro al mundo presentando su novedoso prototipo de implante cerebral -con el cual se monitoreó en vivo la actividad neuronal de una cerdita llamada Gertrude-, fue superado en fortuna una vez más por Jeff Bezos, el Señor Amazon, emperador del comercio electrónico.
Los grandes procesos de acumulación primaria en la historia del capitalismo se han basado, en definitiva, en la concesión de un dominio virgen de toda legalidad, de donde poder obtener recursos a destajo, indiscriminadamente
La forma en que las nuevas tecnologías impactan sobre la conducta y la subjetividad no es consecuencia inexorable del progreso técnico, sino que responde a un diseño político y económico. La ciencia ficción nos puso en guardia ante supuestos robots humanoides que se rebelarían contra sus amos; la inteligencia artificial, aunque de modos más sutiles, superó esa fantasía.
Vivimos en una fase histórica en que el capitalismo se ha transformado en un sistema global de vigilancia con poder para manipular a los usuarios y dirigir su conducta
El sueño de una humanidad enteramente mediatizada cobró su experiencia de poder con esta pandemia. Defender la subjetividad no implicará romper las máquinas como los ludditas, pero sí perder el miedo a oponerse a una idea de "progreso" que incluye la degradación del trabajo.
En lo que refiere al sueño -distópico para algunos, quizá deseable para otros- de una humanidad con mínimo contacto y enteramente mediatizada, la pandemia y el aislamiento, más que superar a la ficción, confirmaron ciertos pronósticos, y dieron a quienes abogan por ese futuro una sustantiva experiencia de poder.
La humanidad se sumergió en un encierro hipermediatizado donde todo lo que podía hacerse virtual, se hizo virtual, y el carácter prescindible del cuerpo en la vida social cobró estatus de regla
La cuestión no es nueva, pero cobró notoriedad masiva entre nosotros en marzo de 2019, cuando un encuentro internacional los reunió en la ciudad de Colón, en el extremo noroeste de la provincia de Buenos Aires: sin metáfora ni mediación simbólica que lo relativice, gran cantidad de personas en todo el mundo -adultas, educadas, muchas incluso prestigiosas en sus respectivas profesiones y razonablemente inscriptas en lo que los códigos sociales dan en llamar “una vida normal”- creen que la Tierra es plana y lo sostienen con activa militancia. Se reúnen en congresos, comparten información y correspondencia, conforman un jugoso target para una literatura y un merchandising que hacen al negocio de varios y organizan pruebas públicas de contrastación empírica para “refutar”, en épico alarde de la filosofía del “hágalo usted mismo”, aquello que el conocimiento instituido tiene como una de sus mayores certezas: la esfericidad terrestre.
No fue la NASA quien probó la esfericidad terrestre sino Eratóstenes de Alejandría, quien hace 2.500 años calculó además el tamaño real del planeta
Suele pensarse en las herramientas o utensilios como prolongaciones con las que el cuerpo adquiere dominio del mundo circundante. Con la evolución tecnocientífica, estas “prótesis” ganaron complejidad y poder, hasta el punto en que parecieran volverse contra sus propios creadores. El filme 2001: Odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) sintetiza cabalmente esta visión, remarcando incluso el carácter fálico de la tecnología en ese misterioso objeto -¿técnico o sagrado?- que parece regir los saltos evolutivos de la especie.
Todo lo que se ve en una pantalla es imagen fabricada, aun cuando represente algo que realmente existe u ocurrió, a diferencia del mundo real que el cuerpo habita
Con la lupa sobre los discursos sociales, la industria alimentaria y la epidemiología relacionada con el mal comer, Ser y comer indaga en las razones por las que, en este mundo en el que hay tanta comida como nunca antes en la historia, comer de manera sana se ha vuelto prácticamente un ideal imposible de cumplir. Su autor Marcelo Rodríguez nació en 1971, adquirió desde niño el vicio de la escritura y vive en Buenos Aires. Es Licenciado en Periodismo por la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y publica desde fines del siglo pasado en diarios, revistas y medios digitales sobre temas relacionados con salud, ciencia y tecnología; entre muchos otros, en La Nación (Buenos Aires), La Voz del Interior (Córdoba), la edición en español de The Washington Times y Futuro, el suplemento de ciencia del diario Página/12. También colaboró en Topía. Publicó la novela En la ciudad de Las Artes (Eco Ediciones, 2006) y los ensayos narrativos Historia de la salud. Relatos sobre el cuerpo, la medicina y la enfermedad en Occidente (Capital Intelectual, 2011), e Historia de la inteligencia. Las neuronas, las computadoras y el fin de la sabiduría (Capital Intelectual, 2013).
El autor es un escritor y periodista argentino especializado en temas de ciencia y salud. Colabora habitualmente en el suplemento Futuro de Página/12 y otros medios locales. Escribió Historia de la inteligencia. Las neuronas, las computadoras y el fin de la sabiduría (Capital Intelectual, 2013), Historia de la salud. Relatos sobre el cuerpo, la medicina y la enfermedad en Occidente (Capital Intelectual, 2011) y la novela En la ciudad de Las Artes (Eco Ediciones, 2006). Algunos de sus artículos están recopilados en el blog Malestar Pasajero.
Este libro persigue a través de algunos tramos de la Historia al ambiguo concepto de “salud”, que hoy fluctúa entre la difícil categoría de derecho humano universal y la creciente medicalización de la vida. ¿Qué es lo sano y qué es lo enfermo? A veces es cuestión de vida o muerte y otras no, pero siempre estuvo el poder para terciar en medio de ese territorio ambiguo, ya fuera en el relato bíblico, en las antiguas Grecia y Roma, en el Medioevo, en el origen del Capitalismo industrial o durante la revolución farmacológica del siglo XX.
Carla Delladonna (compiladora), Rocío Uceda (compiladora), Paulina Bais, María Sol Berti, Susana Di Pato, Marta Fernández Boccardo, Romina Gangemi, Maiara García Dalurzo, Bárbara Mariscotti, Agustín Micheletti, María Laura Peretti, Malena Robledo, Georgina Ruso Sierra