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El Inconsciente es nuestra América*

 

Cuando Freud llegó a los EE.UU invitado por la Clark University en septiembre de 1909, avistó la costa de New York, Estatua de la Libertad incluida, cuando desde la cubierta del “George Washington” profirió ante Jung y Ferenczi su “no saben que les traemos la peste”, mal podía anticipar que el espacio que anhelaba conquistar lo esperaba con el antídoto. La escena, puro mito, vale como punto de partida para lo que fue la difusión ampliada del psicoanálisis en el norte “revuelto y brutal”; un psicoanálisis adaptacionista, “neutral” y “apolítico”.

Cuando Lacan llegó a los EE.UU. invitado por la John Hopkins University el 21 de octubre de 1966, ante un público hostil y lleno de prejuicios se vio impulsado a seducir al auditorio explicando su concepción del inconsciente como algo que trabaja, algo que piensa todo el tiempo y que eso que piensa queda sustraído a la conciencia, no se le ocurrió nada mejor que “Era temprano esa mañana cuando preparaba este pequeño discurso para ustedes. Por la ventana podía ver Baltimore y era un instante muy interesante, todavía no había despuntado el día. Un letrero de neón me indicaba a cada minuto el cambio de hora; naturalmente había una fuerte circulación y consideré que todo lo que podía ver, excepto algunos árboles lejanos, era el resultado de pensamientos, de pensamientos activamente pensantes… La mejor imagen para resumir el inconsciente es Baltimore al amanecer.”2

 

Como una guarnición militar en la ciudad conquistada

El psicoanálisis, desde Freud en adelante, se ha visto interpelado por los mismos interrogantes. Interrogantes que insisten y que, casi siempre, arriban al mismo destino: el porqué de la servidumbre voluntaria3; el porqué del amor al verdugo4.

¿Cuáles son las trampas tendidas en el seno de la propia subjetividad que nos llevan a convalidar aun sin querer un sistema opresor injusto y desigual?

¿Cuál es y cómo funciona esa dialéctica siniestra instalada dentro de nosotros mismos que nos impide rebelarnos contra quienes nos despojan de los bienes materiales, de los bienes simbólicos y de la vida misma?

¿Por qué los que menos tienen son los que tienen menos posibilidades de oponerse a un sistema que los excluye o los explota y, además, no los reconoce?

¿Por qué aquellos que nada tienen que perder, más que sus cadenas, son los más sumisos y obedientes al proyecto de exterminio?

Si los varones sufrimos de mala consciencia reprimida por el dominio y la explotación que ejercemos sobre las mujeres ¿cómo se explica que las mujeres no sólo no se rebelen contra ese sistema de oprobio, sino que, más aun, a cargo de la crianza y la educación de las niñas y de los niños, asuman el mandato y cumplan muy bien con la misión de reproducir los peores valores del patriarcado?

Frente a estos interrogantes, Freud ensaya una respuesta. Sucede “algo sumamente curioso que nunca habríamos sospechado y que, sin embargo, es muy natural. La agresión es introyectada, internalizada, devuelta al lugar de donde procede: es dirigida contra el yo, incorporándose a una parte de este que, en calidad de superyó moral”, se opone a la parte restante y, asumiendo la función de “conciencia, despliega frente al yo la misma dura agresividad que el yo, de buen grado, habría satisfecho en individuos extraños.”5

“…despliega frente al yo la misma dura agresividad que el yo, de buen grado, habría satisfecho en individuos extraños”…bien pudiera entenderse, entonces, como: cuanto mayor el odio frente a quienes nos humillan y nos agreden, tanto mayor será la agresividad contra uno mismo.

Así es que Freud, guiado por el interrogante que lo invita a pensar acerca de los recursos que despliega la cultura para coartar la agresión que le es antagónica, arriba al sentimiento de culpabilidad6, ese dispositivo siniestro montado en el seno de la personalidad individual que reduce nuestras posibilidades de rebeldía frente al sufrimiento y las carencias. De modo tal que el sentimiento de culpabilidad se postula como método princeps al servicio de la perpetuación del sistema. El sentimiento de culpabilidad inconsciente, claro está… y la necesidad de castigo.

“El sentimiento de culpabilidad (dice Freud) se manifiesta como necesidad de castigo. Por consiguiente, la cultura domina la peligrosa inclinación agresiva del individuo, debilitándolo, desarmándolo y haciéndolo vigilar por una instancia alojada en su interior, como una guarnición militar en la ciudad conquistada.”7

 

El capitalismo no es un sistema eterno: tiene principio y tiene fin. El inconsciente no tiene historia

Cuando Colón descubrió América...… cuando Colón descubrió América... no descubrió América porque América estaba habitada, desde hacía muchos siglos, ya, por casi 100 millones de personas que hablaban más de 100 lenguas diferentes.

Entonces, podría decir: cuando los primeros hombres blancos llegaron a estas tierras… cuando los europeos se encontraron con los indios… y tampoco va, porque en 1492 ni existía Europa -y, por lo tanto, no existían los europeos- ni tampoco existían los blancos y los indios. Europa no existía porque fue América la que inventó a Europa y no fue, como quieren hacernos creer, Europa la que civilizó a América. América inventó a Europa no solo en el vulgar sentido que enuncia como los metales preciosos y las riquezas extraídas de América permitieron la acumulación originaria del capital, ni siquiera porque recién cuando se incorpora América puede hablarse de un mercado mundial… América inventó a Europa porque América fundó lo nuevo, el espíritu de la modernidad como orientación hacia el futuro. Antes de la llegada de las carabelas a estas costas no existía Europa, ni España, ni Portugal. Lo que hoy se conoce como España y Portugal eran, por entonces, una multitud de comunidades, un conglomerado heterogéneo de feudos medievales. No obstante, algunos de esos feudos, apenas reinos, disponían, sí, de una precaria tecnología que les permitía construir carabelas, pero no existía, ni un sistema financiero, ni una empresa naviera capaz de sostenerlas.

Cuando los europeos llegaron a estas costas no existía Europa y tampoco existían los blancos y los indios. Quiero decir: no existía el concepto de “raza”. Esas categorías étnicas “blanco”, “indio”, “negro”… categorías que unificaron civilizaciones internamente muy diversas (y que, insisto, hasta la llegada de los “europeos” a América no existían) acabaron convirtiéndose en la matriz cultural del sistema mundial.8 De modo tal que la instalación de la categoría de raza fue el hecho decisivo: resultó ser el más perfecto instrumento de dominación social inventado en los últimos 500 años.

Con la maniobra de establecer las diferencias de razas se abrió el camino a convalidar las desigualdades y de ahí nomás, en un viaje sin escalas, a la jerarquización que supone la inferioridad de una de las partes. Con la maniobra de racializar a los pueblos en función de las diferencias biológicas no solo se puso en marcha un fenomenal aparato de discriminación negativo basado en el fenotipo de las personas, sino que se habilitó el racismo epistémico en el sentido que el patrimonio de las razas subordinadas, sus valores, sus producciones, sus sistemas de creencias, quedaron desacreditados e inferiorizados.

En el inicio fue la invención de la raza y la invención de la raza permitió establecer una jerarquía colonial que otorgaba a los blancos -más tarde llamados “europeos”- el control y el aprovechamiento del trabajo de las otras razas. Sobre el cimiento de la raza y de la racialización se apoyó la explotación del trabajo y el patrón colonial que fundó y organizó el camino del capitalismo que ha llegado triunfante hasta nuestros días. El capitalismo… con su ideario hegemónico: la modernización vista como un valor; lo evolucionado y lo desarrollado como aspiración irrenunciable; las metas de la ciencia; el progreso de la economía...… el paradigma occidental del crecimiento sin límites a partir de la razón instrumental y tecnocrática.

América inventó a Europa9, y fundó el capitalismo mundial a partir de la colonialidad que solo pudo darse con la espada y con la cruz.10 Pero la espada y la cruz de nada hubieran servido si antes no hubiera operado el concepto de raza y el racismo. Y después, en el siglo XIX, cuando América se independizó de las metrópolis europeas, cuando aparecieron nuestras patrias, no hicieron otra cosa que reemplazar a la colonia conservando el ideario colonial; antes que deshacer la colonialidad,11 los estados nacionales reprodujeron y reforzaron el patrón colonial para garantizar la explotación del trabajo, claro está, pero también para preservar la colonialidad del saber. Antes que deshacer la colonialidad, los estados nacionales postularon e idealizaron el “crisol de razas americano”.12

Dije antes que la instalación de la categoría de raza fue el hecho decisivo: resultó ser el más perfecto instrumento de dominación social inventado en los últimos 500 años. Pero la instalación de la categoría raza incluyó, inevitablemente, su par agregado: el eurocentrismo del orden mundial. Porque, desde el inicio de la colonización y la conquista, desde el mismo comienzo, los futuros europeos asociaron el trabajo no pagado, el trabajo esclavo, con las razas dominadas, las razas inferiores. La inferioridad racial de los colonizados implicaba que no eran dignos de recibir un salario como forma de pago. Así, la racialización de la mano de obra -la reducción de las poblaciones no blancas al trabajo servil o esclavo-, esa jerarquía colonial, contribuyó generosamente a la construcción de un mundo centrado en Europa. El trabajo asalariado como acuerdo entre capitalistas y clase obrera masculina de origen europeo (blancos) pudo darse solo a costa de los trabajadores no asalariados (“negros”, “indios”). Pero hay algo más; ese pacto de caballeros que salvó a los hombres blancos pobres de caer en la esclavitud los liberó del trabajo doméstico… y ese trabajo doméstico cayó inexorablemente sobre los esclavos y las mujeres. La subordinación de las mujeres fue el precio que los varones colonizados pusieron para poder conservar cierto control sobre sus sociedades.13 Para eso fue necesario domesticar a las mujeres en las metrópolis y luego sobreexplotar a las mujeres de las colonias.14 En Europa la caza de brujas que se puso en marcha a partir del siglo XV y la Santa Inquisición Católica aportaron sin límites a esa “causa”. Las violaciones masivas de las mujeres indígenas, la esclavitud y la servidumbre letal… esa “domesticación” practicada en las colonias permanece hoy en día y se expresa como femicidios, tráfico y prostitución de mujeres pobres, maquilización feminizada. En los actuales centros capitalistas el menor salario a las “razas inferiores” por igual trabajo que el de los blancos es residuo apenas atenuado de ese racismo colonial. En las “democracias capitalistas” actuales, solo a partir del carácter racista del pacto, las mujeres blancas metropolitanas han podido beneficiarse arrancándole una cuota económica y política al poder de los hombres blancos mediante el privilegio heterosexual que aporta el matrimonio y usufructuando de la inferioridad de derechos civiles de las “negras” y las “indias”. El avance de los proyectos emancipatorios de las mujeres blancas ha dependido de la sobreexplotación de las mujeres “negras”, “latinas” e “indígenas” dentro de sus países y, también, de las mujeres de la periferia; esa explotación se extiende, hoy en día, a las mujeres migrantes en el contexto de la economía global.

De ahí que la transitada sentencia de Marx: “Toda la historia (escrita) de la humanidad hasta el presente ha sido la historia de la lucha de clases”, muestra sus límites. En la América nuestra conviven formas de trabajo y de explotación muy distintas que desbordan el concepto de “lucha de clases”; formas productivas basadas en la democracia directa, en la solidaridad comunitaria y la reciprocidad; es una América habitada por comunidades indígenas, campesinas, palenqueras, grupos humanos que reinventan en el margen no incluido, formas disruptivas del orden dominante.

El “buen vivir”, por ejemplo, surge de una categoría nativa tomada del mundo andino relacionada con formaciones sociales y económicas comunitarias y colectivistas en la que el valor de uso se impone sobre el valor de cambio; en las que las relaciones entre las personas prevalece sobre las relación con los bienes y la propiedad privada; en las que las fiestas rituales y ciertas normas de sociabilidad funcionan como escudo protector frente a la marea colonial capitalista. Estas economías y formaciones societarias no son el resultado de postulados abstractos producidos por teóricos europeos marxistas o lo que fuera; son el resultado de prácticas históricas de los pueblos indígenas contra los que atentaron la dominación colonial, las nociones de progreso y el desarrollo impuestos por la estrategia eurocéntrica.

La sentencia de Marx: “Toda la historia (escrita) de la humanidad hasta el presente ha sido la historia de la lucha de clases” y la afirmación de Jameson: “la lucha de clases es el inconsciente político de la historia”,15 no alcanzan para incluir esta otra lógica de la Historia.

La lucha de clases produce síntomas sociales y acontecimientos históricos. El inconsciente produce síntomas individuales, lapsus, olvidos. La colonialidad también produce: produce capitalismo y subjetividades que le son funcionales. Son fábricas invisibles que se hacen evidentes a través de su producción.

 

Colonialidad del método

No les será difícil -a quienes me hayan seguido hasta aquí- comprobar que la intención presente en el inicio fue la de acercar dos términos para que cabalguen juntos: por un lado, el proceso de conquista y colonización que el racismo y el eurocentrismo habilitaron; por el otro, la cita freudiana: “la cultura domina la peligrosa inclinación agresiva del individuo debilitando a este, desarmándolo y haciéndolo vigilar por una instancia alojada en su interior, como una guarnición militar en la ciudad conquistada”, cita que da cuenta de mi propio eurocentrismo y de la colonización individual. Esto supone que nos vemos atravesados por la colonialidad del poder, por la colonialidad del saber, por la colonialidad del género pero, también, que producimos y reproducimos subjetividades colonizadas.

Antes dije que cuando Freud se interrogó acerca de los recursos que despliega la cultura para coartar la agresión que le es antagónica, arribó al sentimiento de culpabilidad. Ese sentimiento de culpabilidad es el método prínceps de dominio cultural ... pero hay algo más aun …ese dominio se extiende hasta el mismísimo método científico. El método científico destinado a la deconstrucción del sentimiento de culpabilidad -europeizado por donde se lo mire- también reconoce su dominio y la interdicción que le impone al conocimiento. El sentimiento de culpabilidad como método de dominio cultural determinará la limitación del método científico si este no transforma previamente el dominio que la cultura represiva ejerce en el yo acotado y sumiso del hombre o de la mujer de ciencia. Solo la superación del dominio que ejerce sobre nosotros el sentimiento de culpabilidad -que siempre será incompleto- permitirá adquirir un método adecuado para su comprensión. De lo contrario, el método de conocimiento estará también él, desde su fundamento -conciencia culpable- al servicio del método cultural represivo, encubriendo su sentido y compartiendo su finalidad.16

 

Notas

* 1. José Martí aludió a “nuestra” América para diferenciarla de la otra, la de “ellos”. No obstante, cuando aludo a nuestra América no lo hago en el sentido de una América única, mestiza, “crisol de razas”.

2. Lacan, Jacques, Of Structure as an Inmixing of an Otherness Prerequisite to Any Subject Whatever. John Hopkins University, Baltimore, 1966. Las dos formulas propuestas por Lacan -el inconsciente es Baltimore al amanecer y el inconsciente es la política- son gemelas: coinciden en el tiempo y en el seminario: La lógica del fantasma. Remito, también, a un bello texto de Eric Laurent: Ciudades psicoanalíticas.

3. La Boétie, Étienne de, Discours de la servitude volontaire ou le Contr’un, 1548.

4. Legendre, Pierre, El amor del censor, Anagrama, Buenos Aires, 1979.

5. Freud, S. (1929), “El malestar en la cultura”, en Obras Completas.

6. A partir de la figura de un sujeto inconsciente que, a la mejor manera de Lacan, se articula en los tres registros -Imaginario, Real y Simbólico- Bonazzi afirma que “el perno de estos tres registros es la Shuldigsein -la culpa-. No la culpa histórica judeocristiana, sino su condición ontológico-existencial: la culpa como estructura extensa de la existencia.” Bonazzi, Matteo, El lugar político del inconsciente contemporáneo, Grama, Buenos Aires, 2015.

7. Freud, S, op. cit.

8. Puede ser que el concepto de “raza” como base de la colonialidad del poder introducido por Anibal Quijano tienda a invisibilizar, con pretensiones totalitarias, el análisis interseccional de raza, género, clase, etc., pero aun así es muy posible que el trabajo libre asalariado como forma principal del capitalismo no hubiera podido desarrollarse sin las colonias. Sin los esclavos africanos y sin la servidumbre de los indios no habría capitalismo.

9. Es Aníbal Quijano (“Raza”, “etnia” y “nación” en Mariátegui: cuestiones abiertas. José Carlos Mariátegui y Europa: la otra cara del descubrimiento, Lima Editora Amauta. 1993), quién desafiando la historia oficial, insiste en que América inventó a Europa. Y lo hace para reafirmar que América es el Nuevo Mundo, que la emergencia de América como realidad material no es periférica sino central, que América es la columna que vertebró el sistema capitalista mundial y eso quiere decir que América no se incorporó a una ya existente economía mundial capitalista, sino que la fundó; que América no es el punto de apoyo excéntrico que sirvió para la construcción de un centro; que antes que continente subalterno, América es la columna protagónica del Sistema Mundo.

10. Carpentier, Alejo: El arpa y la sombra. En El arpa y la sombra Alejo Carpentier narra el temor de Colón: encontrar la cruz en América. Colón se dice en un soliloquio que de encontrar la cruz “no tendrías más remedio que izar nuevamente las velas, orzar de regreso e irte al carajo con Niña, Pinta, Santa María y todo, a morirte de vergüenza a los pies de las Altas Torres.” “Si Mateo y Marcos y Lucas y Juan me aguardan en la playa cercana, estoy jodido.”

11. La colonialidad no se refiere solamente a la clasificación racial. En Aníbal Quijano es un fenómeno abarcador que da cuenta del control del sexo, de la subjetividad, del trabajo, etc.

12. Los grandes pensadores de la América Latina -guiados por la convicción de que “la unión hace la fuerza” y fuerza era lo que se necesitaba para enfrentar el poder colonialista de España y Portugal primero y la amenazante expansión imperialista que ya los Estados Unidos anunciaban- Simón Bolívar y José Martí convocaron sin reparo alguno a la igualación, haciendo caso omiso de su matriz colonial y racista. Simón Bolívar, el Libertador de América, en lo que se conoce como la Carta de Jamaica, expresa el deseo de que las repúblicas mantengan la conformación política otorgada por la administración colonial española. Bolívar quería, más aun, soñaba con  una América uniformada e igualada. “Ya que los pueblos de América tienen un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, deberían, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse;…” Es decir: una América total bajo una misma y única lengua, conservando las mismas costumbres, subordinada a una misma y única religión, con un mismo y único gobierno. Pero, ¿qué lengua?, ¿qué costumbres?, ¿qué religión?, ¿qué gobierno?

En México, José María Mora propuso en los comienzos del siglo XIX un sistema educativo para toda la población mexicana que tuviera el español como única lengua y, más aun, que por Ley nacional se declarara que en México son todos mexicanos y que “ya no existen los indios”. Se hace necesario recordar que, por aquel entonces, 1830, más de la mitad de la población de México eran “indios” que no hablaban español.

13. El pacto entre varones colonizados y varones colonizadores es lo que explica la indiferencia hacia el sufrimiento de las mujeres de los países periféricos por parte de los varones, incluso de los varones progresistas y de “izquierda” que guardan silencio frente a las violencias que soportan las mujeres o que encubren, bajo el concepto de clase social, la “violencia de género”.

14. María Lugones, se apoya en el trabajo de Oyéronké Oyewúmi, feminista nigeriana, y de Paula Allen Gunn, feminista indígena de los EE.UU. para probar, a diferencia de Quijano, que el concepto de género (y hasta el de sexualización) eran inexistentes antes de la colonización (al menos en las sociedades Yorubas). Ella afirma que tanto el proceso de racializar como el de generizar se dieron simultáneamente en el operativo del sometimiento. María Lugones: Colonialidad y Género, en Yuderkys Espinosa Miñoso; Diana Gómez Correal y Karina Ochoa Muñiz, Tejiendo de otro modo: Feminismos, Epistemología y apuestas poscoloniales en Abya Yala, Editorial Universidad del Cauca, 2014.

15. Jameson, Fredric, 1981, The Political Unconcious: Narrative as Socially Symbolic Act (Trad. esp.: Documentos de cultura, documentos de barbarie, Madrid, Visor, 1989).

16. Rozitchner, León, Freud y los límites del individualismo burgués, Editorial Biblioteca Mariano Moreno, Buenos Aires, 2014.

 

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Articulo publicado en
Agosto / 2015

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