La guerra…siempre la guerra. Tal vez la producción de León Rozitchner ha sido solo eso: una respuesta al desafío de la guerra. Y es la guerra el hilo conductor de su trayectoria intelectual; hilo que al mismo tiempo dispara y amarra sus reflexiones. Pero como la guerra supone la tentación de tomar partido: para el lado bueno o con el bando de los malos, solo quién ve en la oscuridad sabe donde está su lugar. Así, L. R. se nos aparece como animal selvático que ruge y conduce en la oscuridad, produciendo textos que son luminosos porque alumbran en los momentos más tenebrosos de la historia. Nos permiten ver allí donde miramos, oír donde escuchamos, sentir donde solo razonamos.
Desde el marxismo siempre criticado y que nunca abandonó, L.R. ha venido confrontando con la derecha norteamericana, con la burguesía judía, con los marxistas althuserianos, con la izquierda peronista, con los socialdemócratas, con los comunistas de Partido. De cada uno de estos encuentros ha surgido un texto definitivo para la comprensión de la guerra.
L. R. ha sido interpelado por las guerras y ha sabido interpelar a las guerras. Las guerras lo invitaron a una reflexión filosófica sobre el proceso de imposiciones ideológicas que obturan, y de rupturas que, a fuerza de deseo, abren el camino individual a lo social.
“La psicología individual es, al mismo tiempo y desde un principio, psicología social”, decía Freud. Para ilustrarlo, L. R. nos ofrece su intimidad y sus interrogantes. Nos convoca a un viaje por el laberinto de su propio ser que no es nada más ni nada menos que un tránsito por la Historia, a favor de la Historia. Sus textos nos invitan a acompañarlo a través de los vericuetos de su inserción guiados por una sola certeza: es el deseo revolucionario, es la toma de conciencia, “al mismo tiempo y desde un principio” individual y social, quien aporta la luz que la guerra ciega.
1.- La historia del siglo XX latinoamericano fue regida por la Revolución Cubana. Y, más que por el triunfo de la Revolución (1959), por Playa Girón (1961), la derrota militar del aparato militar y político norteamericano en suelo cubano. Recubriendo una guerra fratricida…una guerra imperial. A medida que iban cayendo prisioneros, los mercenarios de las brigadas invasoras, preparados y equipados militarmente por la C.I.A., fueron llevados ante las cámaras de televisión para dialogar con un grupo de periodistas y de funcionarios del Gobierno Revolucionario. El testimonio de esa confrontación, cuatro voluminosos tomos, sirvió para que L.R. pudiera visualizar como las concepciones morales de la burguesía eran confrontadas por la ética revolucionaria. Sirvió, también, para que naciera un filósofo latinoamericano a la luz del análisis de situaciones vivenciales y actuales, tomando distancia con la filosofía académica dedicada a ocultar, detrás de sus reflexiones acerca de lo absoluto, la intención política de servir al sistema.
L.R. tomó esos testimonios como material “en bruto” para su investigación. Por esos cuatro tomos circula como catequista, como en reactualizada tarea evangelizadora que la España católica desplegó durante la conquista de América, el cura que integra la expedición invasora reivindicando su misión: “Yo odio la guerra”, dice el sacerdote. “Yo solo he colaborado espiritualmente”. Y, al final, en Paya Girón, todos eran cocineros. Cocineros, odaliscas a las que sorpresivamente se les había caído el velo. “Yo vine aquí, completamente engañado” dice el asesino. Los prisioneros que habían sido capturados durante la invasión, como por arte de magia se habían convertido en cocineros y estaban allí para ayudar. Solo para ayudar. Y es, entonces, que L.R. se revela como el gran filósofo que es: cuando descubre que en cada “cocinero”, en cada sacerdote, en cada terrateniente, en cada asesino o represor, vive encarnado un filósofo fiel a su clase. Entonces surge, junto a la Miseria de la Filosofía, Moral Burguesa y Revolución (1).
2.-“¿Cómo reunir en una sola unidad, no contradictoria, la común verdad de mi ser argentino con la de ser judío? (2)” , se pregunta L.R. ¿Es posible pensar que ser judío, y reconocerse como tal, es compatible con ser coherentemente de izquierda?
Otra guerra, una guerra lejana que lo involucra, el conflicto árabe israelí de 1967, desafía al filósofo. L.R. recoge la apuesta y con la “Guerra de los siete días” instala el problema allí donde el dilema parecía triunfar. Judío-argentino. Judío-israelí. Judío-burgués. Judío-izquierdista. A lo largo de sus reflexiones se hace evidente que la lucha, para un judío, no pasa solamente por la defensa de su ser judío, así, a secas y en abstracto. La judeidad de cada uno está referida a la materialidad del origen, a la determinación histórica, al proyecto conservador o revolucionario que lo define. “El otro judaísmo, ese internacional, ese metafísico, el de la tierra prometida, el de la tierra orada, ese ya no existe más”.
Se trata, ahora, de arriesgarse en el universo inexplorado de una nueva manera de asumir el judío argentino de izquierda, que es. Que está. Es una propuesta audaz y riesgosa. Asumir, que “está aquí o allí, para bien o para mal”. Y el autor, se juega: “tanto aquí como allí el judaísmo es para mí, como mínimo, la existencia de ese índice de inhumanidad de lo humano, ya que quién es judío solamente lo es en la medida en que se hace cargo de su índice esencial, que lo mantiene vivo: de lo contrario, no. Ya no es más solo el judaísmo el que me une a los hombres: es la radicalización de la negación asumida, ahora referida al proceso histórico de la liberación, ya vencida la separación ante lo imaginario y lo real. Es la profundidad y el riesgo, la decisión de mantener viva la presencia de la muerte y la desaparición sufrida no sólo por sí mismo, no para su propio campo, sino para todos los otros a quiénes un mismo sentimiento de humanidad, de hombre posible, nos une. Solamente así encontraré en Israel, en quienes pugnan por definirla de un lado y no del otro del proceso, a mis hermanos. Los otros, los que los niegan y los explotan, los que aún siendo judíos se unen a los humilladores del mundo, a sus opresores, ¿qué tienen en verdad de común conmigo, a pesar de ser judíos?”
Ser judío da las razones que nos permiten no renunciar a la izquierda ni tampoco al judaísmo, pero cierra con un interrogante que solo sus próximos textos responden. “¿Qué extraña inversión se produjo en las entrañas de ese pueblo humillado, perseguido, asesinado, como para humillar, perseguir y asesinar a quienes reclaman lo mismo que los judíos antes habían reclamado para sí mismos? ¿Qué extraña victoria póstuma del nazismo, que extraña destrucción inseminó la barbarie nazi en el espíritu judío?”
3.-La guerra lejana, allí en el medio oriente. La guerra próxima, en la Argentina. Toda guerra ajena es, un poco, la propia guerra. Pero esta, es bien argentina. El auge de masas de finales del 60 instala un enfrentamiento que es, también, un enfrentamiento armado. La lucha armada contra un régimen de opresión. Acaso “¿es posible escribir sin pudor otra cosa que no sea sobre la tortura, el asesinato, la humillación y el despojo cuando el orden de la realidad en que vivimos se asienta en ellos?”
Con, o sin pudor, L.R. produce el texto más contundente escrito en español sobre Freud y los límites del individualismo burgués (3) .
Freud y Marx, cada uno desde su singularidad, construyen ciencias que dan conciencia. Ambos descubren, detrás de una realidad aparente, la materialidad y los procesos invisibles que son motor de la historia y de la ubicación actual del sujeto. Freud, en los psicológico y Marx, en lo histórico-social, vuelven comprensible el pasado y el presente del hombre. Ambos contribuyen a hacerlo un poco más dueño de su destino.
L.R. toma a Freud y a Marx para buscar el límite. Pero no cualquier límite: solo aquel que hace obstáculo para que la práctica teórica devenga en actividad política. Límite como trampa que impide y traba desde lo más íntimo, más allá de su declamado intento, el cambio individual y social. El texto de L.R. es antológico porque afirma a Freud como irremplazable para el marxismo y la política cuando muestra como las verdades que Marx analizó en las estructuras “objetivas” del sistema de producción, se inscriben en la subjetividad más profunda.
Guiado por el interrogante freudiano que nos invita a pensar acerca de los recursos que despliega la cultura para coartar la agresión que le es antagónica, el autor nos conduce, a través de la génesis de la culpa, hacia ese dispositivo siniestro montado en el seno de la personalidad individual que reduce nuestras posibilidades de rebeldía frente al sufrimiento y las carencias. Queda así deconstruido el sentimiento de culpabilidad como método princeps al servicio del sistema. También, la necesidad de castigo por haber cometido la “herejía” de rebelarnos frente a un régimen represor. Genial anticipo de La cosa y la cruz, Freud y los límites del individualismo burgués concluye con tres títulos: “Carnaval o revolución”, “El caudillo y la masa revolucionaria” y “La experiencia colectiva no puede ser predicada”. Todos aluden de una u otra manera, más directamente o en forma elíptica, a lo que será su próximo libro: Perón: entre la sangre y el tiempo. Lo inconsciente y la política (4) . El único donde la guerra está teorizada a partir de una genealogía que cuenta a Maquiavelo, Spinoza, von Clausewitz…y a Freud y a Marx, por supuesto.
4.-“¡Perón o muerte! Valga la redundancia” Tal, la ironía de una época que desenmascaraba la excesiva lealtad de la Juventud Peronista al líder que nos enviaba al sacrificio. Freud... y Perón... son dos textos mellizos. Freud... fue escrito por un autor inmerso en la realidad bélica de la que daba cuenta. Perón... fue escrito en la distancia geográfica, contemporáneo al desastre de la “contraofensiva” montonera. Perón... es la aplicación a “un caso”. En Freud... el “caso” bien podría haber sido el Ché, cuyo análisis aparece apenas insinuado en Freud…
Perón..., es el Freud... más von Clausewitz. No obstante, a pesar de su semejanza, Freud... es un texto tan definitivo e imprescindible como contingente es Perón...
“¿Es posible pensar que ser judío, y reconocerse como tal, es compatible con ser coherentemente de izquierda?” se preguntaba L.R. en Ser judío y, para eso, aportaba las claves que nos permitían salir de la cavilación dilemática. Ahora, en Perón..., la cosa cambia. ¿Es posible pensar que ser peronista, y reconocerse como tal, es compatible con ser coherentemente de izquierda? No, dice el autor. Si algunos peronistas de izquierda se diferenciaban de la clase obrera defendiendo su independencia con respecto al líder; si ese sometimiento de las masas al caudillo basada en la identificación idealizada uno a uno, no había sido compartida, pues entonces se hace evidente el problema: eso quiere decir que uno no estaba incluido entre los trabajadores. “Yo era diferente a los trabajadores.” “Ellos sí vivían y aceptaban la humillación y la dependencia presentes en la relación con el conductor: había gozo en el sometimiento pródigo. Justamente es eso mismo lo que tratamos de decir: yo también, en tanto peronista de izquierda, al aceptar como normal que la clase obrera sí lo hiciera, aunque yo no, me hacía entonces igual a él y diferente a ella. Validaba con mi actitud la necesidad de la dominación sobre los ¨humildes¨ trabajadores, y mi propia exclusión. Solo yo, clandestino y marginal, pese a mi declamado amor por los obreros, me identificaba con el dominador. ¿Cómo ver luego en tanto semejantes a los trabajadores sin excluir lo que en mí mismo había de Perón? Ese fue el drama.” (5)
¿Cómo fue posible que la izquierda hubiera tomado a Perón como modelo y jefe de un proyecto revolucionario? Para el autor, la respuesta --no toda la respuesta pero gran parte de la misma-- pasa por los efectos de la infiltración althuseriana del marxismo que excluía la fuente de sentido de la dialéctica individual: un marxismo sin sujeto.
5.-Decía que la guerra supone la tentación de tomar partido: para el lado bueno o con el bando de los malos. Solo quién ve en la oscuridad sabe donde está su lugar. La Guerra de las Malvinas fue letal para miles de muchachos, un duro golpe para la Nación y un verdadero shock para los intelectuales de izquierda. Como perteneciente al grupo de países No Alineados, Cuba apoyó las acciones de los militares argentinos contra Gran Bretaña y el Grupo de Discusión Socialista (Aricó, Kaminsky, Nudelman, Pasternak, Tula, Birgin, de Ipola, García Canclini, Nun, Portantiero, Stefani, Sinay y otros) produjo en México un Manifiesto que tomó partido por mantener la “recuperada” soberanía argentina sobre las islas con una lógica de “izquierda” que, cabalgando sobre la política más reaccionaria, disparó la redacción de este libro (6) cuando la guerra aun no había concluido. No fue fácil, en ese momento, enfrentar la eufórica ceguera de los que montados en la certeza de las causas justas, convalidaban la “recuperación” de las islas a sabiendas de que eso significaba el triunfo de los militares y la consagración de su prepotencia impune.
Vana ilusión de los militares: así como entraban, soberbios e infatuados, en las casas de los “subversivos” sin que ninguna resistencia se les opusiera, así se apoderaron de las islas pensando que se quedarían con ellas sin que el imperio reaccionara. Solo que en la escalada interna exterminaron a 30.000 argentinos y no mataron a ningún súbdito inglés al ocupar las islas.
Tragedia del terror anticipada en Perón, la “guerra ¨limpia¨ que sucede a la ¨guerra sucia¨ es un claro indicio de la profunda derrota popular que incluye, desde ya, la pérdida de la soberanía y la diezmada reflexión en el campo de izquierda donde el autor brilla. Si Perón lee a von Clausewitz al revés, esto es, si Perón sustituye el enemigo exterior por el interior (las clases populares), si Perón pasa de la guerra imposible sin política, a la mera política interior sin guerra, política encubierta y negada por la violencia, la Junta Militar que gobernó la Argentina “necesitaba” una guerra ¨limpia¨ externa para blanquear la evidencia de una guerra ¨sucia¨ interna. “¿Qué pasó con la izquierda que no pudo dejar de pensar con las mismas categorías de los militares que se propusieron su exterminio, y en parte lo lograron?” ¿Por qué los sectores más esclarecidos de la izquierda se creyeron, al igual que los militares, el “cuento” Yankee de que se llegaría a la “paz con retención de las islas”, islas que rápidamente habría que volver a entregar a la Alianza del Atlántico Sur?
Nuevamente, los límites subjetivos impuestos por el terror y la culpa, decidiendo la inscripción histórica.
6.- Un mundo sin guerras. Con la caída del Muro de Berlín, un espejismo de armonía basado en un “nuevo orden mundial” parecía alejar el fantasma de la guerra. No era el fin de la Historia como pretendía Fukuyama pero abría, sí, la posibilidad de instalarnos en un mundo menos desgarrado. Poco duró la ilusión de la Gran Guerra (1914-1918), la definitiva, la que acabaría con todas las guerras. Rápidamente pasó a ser solo la Primera Guerra Mundial para cederle el paso a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) que, a su vez, abrió el camino a la más mundial de las guerras: la Guerra Fría que se calentaba en Corea, en Vietnam. Tal vez, del desenlace de la Guerra Fría podía esperarse un mundo unipolar: el reino de la paz, si es que fuera posible una tal “paz” dentro del capitalismo. Pero, no. Duró poco la ilusión. Las nuevas alianzas, los conflictos entre estados, dejaron lugar a un modelo original de enfrentamientos que hicieron de la guerra el recurso privilegiado para dirimir sus diferencias. Y la “limpieza étnica”, el “genocidio”, empezaron a circular con asombrosa frecuencia. Fue así que cantaron presente las consecuencias del Choque de Civilizaciones descriptas por Huntington (7); y hasta el Imperio de Hardt y Negri contribuyó…para que las concepciones marxistas acerca de la lucha de clases quedaran cuestionadas y para que triunfara la subjetividad imaginaria característica del capitalismo —subjetividad sin faltas; subjetividad sin diferencias; “subjetividad clausurada bajo la forma de un múltiple sistema universal de equivalencias abstractas” —que el multiculturalismo encarna. En efecto: el multiculturalismo intentó vanamente reemplazar a la categoría “lucha de clases” al tiempo que pretendía –y, pretende-- instalarse como totalidad articulada del capitalismo. Y ese intento es vano por que aun no ha sido posible eludir la evidencia marxista de que hay algo en la realidad del capitalismo que “no cierra”; algo que pone en evidencia una falla en el sistema de equivalencias universales; algo que ha dado en llamarse plus valía.
¿Y, al interior?
Casi guiado por ese interrogante fundamental que Einstein le hizo a Freud “¿Qué podría hacerse para evitar a los hombres el destino de la guerra?” L.R. se introduce en las propias contradicciones de la tradición judeo-cristiana de occidente. Con la Cosa y la Cruz avanza en la iniciativa de procesar “una deuda no saldada: la que el cristianismo contrajo con la persecución y el genocidio de los judíos.” Los crímenes cometidos en nombre del amor, dice L.R., no se redimen, ni el arrepentimiento los alcanza. Para transitar ese camino, va una vez más en búsqueda de la inscripción subjetiva del sentimiento de culpa y es allí donde nos revela una culpa judía y una culpa cristiana. Si la culpa judía es el resultado de un combate, la respuesta mortífera ante la amenaza de castración del padre para evitar el incesto del hijo con la madre; si culpa es la que siente el hijo por haber asesinado al padre para quedarse con ella, la culpa cristiana, en cambio, es sólo un pacto formal que el hijo refrenda sin violencia con el padre para quedarse incluido en la madre, desconociendo la impotente amenaza paterna.
En La Cosa y la Cruz L.R. nos dice que en la ficción de un Occidente globalizado se desliza una unidad monolítica que no es tal. La Cosa y la Cruz es una profunda reflexión sobre la escisión intrínseca de Occidente: judía por un lado, cristiana por el otro. Por eso, san Agustín. Porque marca el punto de inflexión donde la religión comienza a preparar en el seno de la subjetividad, las condiciones que garantizan la aceptación del capitalismo: el sometimiento, la convalidación consiguiente y la contribución de cada una y de cada uno a la perpetuación de un orden injusto y desigual. Sin la religión, nos dice L.R. no hubiera sido posible el capitalismo. Cuando triunfan: triunfan juntos.
Decía antes que desde el marxismo siempre criticado y que nunca abandona, L.R. ha venido confrontando con la derecha norteamericana, con la burguesía judía, con los marxistas althuserianos, con la izquierda peronista, con los socialdemócratas, con los comunistas de Partido. En La Cosa y la Cruz L.R. confronta con los teóricos marxistas que contribuyeron al triunfo de la revolución socialista y de los estados socialistas. L.R. adjudica a una insuficiente crítica al papel de la religión –al hecho de haberla tomado solo como una perturbación secundaria, como “hecho de conciencia”-- el fracaso del proyecto socialista que protagonizó el siglo XX. Porque la acción política de la Revolución dejó, sin tocar, aquello que la religión organizó en lo más profundo de la subjetividad.
Si bien, de cada una de las confrontaciones teóricas y políticas ha surgido un texto filosófico definitivo para la comprensión de la guerra, la obra de L.R. no es un todo acabado. Como podría caracterizarla Umberto Eco, es una obra abierta a múltiples lecturas y abierta, también, a ser continuada por quienes recibimos esa enseñanza fundamental.
[1] Rozitchner, L: Moral Burguesa y Revolución. Procyón. Bs. As. 1963.
[2] Rozitchner, L: Ser Judío. Ed. de la Flor. Bs. As. 1963.
[3] Rozitchner, L: Freud y los límites del individualismo burgués. Siglo XXI. Bs.As. 1972.
[4] Rozitchner, L: Perón: entre la sangre y el tiempo. Lo inconsciente y la política. Centro Editor de América Latina. Bs.As. 1985
[5] Rozitchner, L: Perón: entre la sangre y el tiempo. Centro Editor de América Latina. Bs.As. 1985. Pag.188-9.
[6] Rozitchner, L: Las Malvinas: de la guerra “sucia” a la guerra “limpia”. Centro Editor de América Latina. Bs.As. 1985