¡Buenas noticias! Llega de visita mi amigo suizo. Le sugiero a Pedro1 que, para aprovechar los días que tiene previsto pasar en Buenos Aires, se procure un teléfono celular: resulta más conveniente comprarse un teléfono celular (bien barato) y activarlo aquí que ampliar el roaming del teléfono que habitualmente usa en Zürich (las llamadas locales que hace en Buenos Aires pasan por Suiza). Y allí va: al negocio de la operadora multinacional de telefonía celular. Frente al mostrador, en el preciso momento en que enciende por primera vez el celular, entran cinco mensajes. Me mira asombrado porque nadie (ni el mismo, aun) sabe el número de su teléfono. Los lee y son cinco mensajes ofreciéndole escorts, señoritas que hacen masajes, servicios sexuales de todo tipo (uno de esos mensajes…en alemán). Pedro cambia su mirada de asombro por un gesto cómplice: me guiña un ojo como dándose por enterado -creyendo entender- que es una broma que le tenía preparada; que era yo el gestor de esos mensajes. De ahí en más, durante los diez días que pasó en Buenos Aires, las ofertas sexuales se multiplicaron, los mensajes invadieron su celular y fue destinatario de un verdadero bombardeo de publicidades.
Años atrás en una conferencia acerca de la subjetividad de los varones que di en el Seminario Psicoanalítico de Zürich expuse algo que ya había planteado en Ir de Putas2. Aludí, entonces, a mis propios escotomas como psicoanalista; puntos ciegos que me habían impedido reconocer en mis pacientes varones -es decir, en la mayoría de mis pacientes-, su condición de “clientes” de la prostitución. Planteé que no había reparado en eso más allá de lo que un analista que no estuviera familiarizado con las cuestiones de género hubiera tomado en cuenta y sostuve que, tal era el grado de naturalidad de esa práctica, tal la inscripción dentro del rubro “usos y costumbres” que, guiado por la mejor intención de eludir cualquier interpretación que tuviera alguna cercanía con un intento de adoctrinamiento ideológico, de pacatería o de reprimenda moral, acepté un pacto de silencio implícito. Algo así como que “de eso no se habla” porque hablar de eso, hablar en serio, profundizar en el sentido inconsciente, en el significado singular de esa práctica, equivalía a la herejía de romper uno de los acuerdos más entrañables que los hombres podamos mantener entre nosotros. Equivalía a transgredir el código de honor que me une a los varones y suponía desafiar lo sagrado y consagrado. En aquella oportunidad hice referencia, también, a lo extendido que estaba el consumo de la prostitución a nivel mundial.
Mis colegas suizos me escucharon con mucha atención y respeto, pero entendieron que esa era una problemática típica de culturas subordinadas y que ellos, en la clínica, no veían ese tipo de pacientes. En Zürich no pasaban esas cosas, los pacientes no hablaban de eso y los psicoanalistas que estaban allí presentes suponían que era una práctica extinguida.3
No todos pensaban lo mismo. A la salida de aquella reunión algunos de los participantes me llevaron a la Avenida Sihlquai, junto al río Sihl, para mostrarme la “zona roja” de Zürich ocupada por una significativa cantidad de prostitutas y de los doblemente “clientes” de la prostitución y de los analistas; la Avenida Sihlquai que, por la noche, funcionaba como “zona roja” y, durante el día, como zona residencial y de negocios de la ciudad más próspera del mundo; las calles del epicentro del depósito del oro del mundo transitadas por prostitutas. Toda una metáfora territorial de sexo y dinero.4
El 14 de Febrero de 2008 Temeka Rachelle Lewis recibió una llamada telefónica de Kristen.
-¿Cómo va todo? ¿Qué tal te fue en la cita? ¿Qué tal el encuentro? Preguntó Temeka.
-Bien. ¡Muy bien! Respondió Kristen
-¿Cuánto le cobraste?
- 4.300 dólares. Me encantó el tipo y no hubo problemas
-Mirá vos: por lo que yo tenía entendido ese tipo (el cliente 9) solía pedir cosas raras y peligrosas
-¡Bueno! Vos sabés que yo tengo maneras de lidiar con eso. Yo solo le dije ¡oíme pibe! ¡Vos querés sexo! ¡Vas a tener sexo!
El diálogo ha sido extraído de la declaración presentada en la Corte Federal de New York. El “cliente 9”, el que tenía fama de pedir “cosas raras y peligrosas” era el Gobernador Eliot Spitzer del Estado de New York.
Y, digo bien, era el Gobernador del Estado de New York porque a raíz del escándalo producido, se vio obligado a dimitir el 12 de Marzo de 2008 a los 49 años. Antes de ser Gobernador por el Partido Demócrata, Eliot Spitzer, graduado en la Universidad de Harvard y con postgrados en Princeton, hizo una brillante gestión como Fiscal General de New York; había liderado una política protectora de los obreros y los pequeños inversores persiguiendo a los altos ejecutivos y a los brokers que no cumplían con la ley; intentó erradicar la corrupción, el fraude y los abusos cometidos por los altos mandos del mercado financiero y bursátil, al punto tal que llegó a ser conocido como “El sheriff de Wall Street”. Pero toda su carrera política se desmoronó a partir del escándalo producido cuando salieron a la luz las relaciones sexuales que mantenía con prostitutas de lujo. Su dimisión en Marzo de 2008 anticipó la bancarrota de Lehman Brothers producida el 15 de septiembre de 2008; bancarrota que marcó el hundimiento mundial del sistema financiero. En realidad el dato que le costó la pérdida de su puesto no fue tanto por su afición a las prostitutas, sino por participar en una red de trata de personas y organizar el pago bancario por los servicios recibidos en forma semejante a las operaciones de blanqueo del narcotráfico.
Los mensajes en el celular de Pedro; la “zona roja” de Zúrich convertida en Garajes del Sexo; la caída de Eliot Spitzer, vienen a confirmar la existencia de la prostitución, su grado de penetración en la malla social pero, por sobre todo, pone en evidencia la presencia contundente, la fuerza y el poderío de la industria del sexo. En la sociedad de mercado, en esta etapa gris de la historia, determinada por el capitalismo tardío, ha florecido la industria del sexo que incluye, como no podría ser de otra manera, servicios sexuales de todo tipo, intercambios directos entre compradores y vendedores, intercambios indirectos, trabajadores de las más diversas especialidades, profesionales del marketing, gerentes de negocios, organizaciones que a veces toman la forma de agencias, otras de clubes, cuando no de redes sociales, mafias con jerarquías muy bien delimitadas, especialistas en informática, economistas, dispositivos bancarios, programadores de productos digitales, directores de cine, artistas “porno”… y muchos más. En los últimos años esta industria del sexo no solo se ha visto impulsada por los efectos de la globalización capitalista, sino que recibió un espaldarazo definitivo con la inclusión de las nuevas tecnologías que contribuyeron a darle un perfil singular y cambiante al negocio.5 Es probable, como lo sugieren varias investigaciones antropológicas y sociológicas6, que la prostitución callejera (al menos en las grandes urbes) le esté dejando el lugar a los servicios de “delivery” y a la sexualidad de pantalla; es probable que Internet haya cambiado el paisaje proporcionando servicios, información y contactos que facilitan la prostitución fácil y rápida puertas adentro.
Cabe alguna duda qué el número del teléfono celular de Pedro salió de una base de datos prolijamente estructurada, como para ubicarlo en un segmento de público, potencial “cliente” de servicios sexuales. Detrás de esos mensajes están los genios del marketing, programadores de computación, gerentes de empresas, y no me refiero a los “clientes” de la prostitución, sino al ejército de profesionales, y empleados, administradores y gerentes que, además de las prostitutas, viven de una industria que transita por el cambiante espacio que delimita lo ilegal de lo legal. De modo tal que al poderío económico de la esplendorosa industria del sexo habría que agregarle la enorme cantidad de organismos no gubernamentales, instituciones de la iglesia y del estado que, con la mejor intención de hacerle frente al aspecto ilegal de la cuestión, se han constituido para promulgar leyes, capacitar especialistas y sostener un ejército de expertos en la materia.
Así, las leyes contra la trata, inevitables e ineludibles como son, son también insuficientes en la medida que poco o nada contribuyan a cambiar las figuras tradicionales de la sexualidad que transitan por el imaginario social. La Ley contra la trata7, muy especialmente, corre el riesgo de legitimar la prostitución “libre” y “consentida” al tiempo que penaliza la prostitución forzada. La Ley contra la trata corre el riesgo de fabricar la impunidad de la prostitución con la penalización de la trata. Porque es el sistema reglamentarista el que triunfa cuando se configura la trata como actividad punible separada del trabajo del sexo “con dignidad”. Esta posición postula que la prostitución es un servicio social necesario, proporcionado por mujeres que se “especializan” en esa práctica; mujeres que tienen un oficio y que, como tal, están integradas a la sociedad mediante el pago de impuestos, la realización de trámites administrativos y la adopción de medidas de higiene que garantizan su aptitud física y mental para llevar adelante el trabajo que “eligieron”. Todo, al servicio de ocultar y negar la violencia que soportan las mujeres en situación de prostitución.
La Coalición contra el Tráfico de Mujeres considera que el sistema reglamentarista -cargado de buenas intenciones- no ha hecho sino reforzar los prejuicios que tienden a naturalizar la prostitución considerándola inevitable y hasta deseable cuando respeta determinadas reglas y se ejerce bajo control, de modo tal que la violencia extrema y la discriminación que soportan las mujeres queda relegada y sólo se replantea en aquellos casos en que se presenta como subproducto de la trata. De modo tal que la prostitución sólo pasaría a ser inaceptable -y, por lo tanto, punible- cuando las mujeres fueran trasladadas trasponiendo las fronteras de sus países de origen.
Según la Coalición contra el Tráfico de Mujeres, el tráfico de mujeres y de niños no debería separarse de la prostitución ya que es, en sí misma, una forma de prostitución. Y, en la práctica, en su gran mayoría, las mujeres y los niños que son víctimas de la trata tienen como destino final estar al servicio de las redes que administran la prostitución; redes que, dicho sea de paso, son las mismas que controlan el turismo sexual, la “industria” de solicitud de novias por correo, etc. Así entendida -la trata como medio para un fin: la prostitución- queda claro que aquellos países donde la prostitución está reglamentada -vale decir, aceptada socialmente- el tráfico y el turismo sexual son estimulados y alentados simplemente porque el fin justifica los medios. Trata y prostitución van de consuno, la trata con fin sexual dentro de las fronteras nacionales forma un todo y está absolutamente consustanciada con la trata internacional; de modo tal que los clientes de los países desarrollados viajan (turismo sexual) y utilizan como prostíbulos a los países periféricos. Y cuando esos clientes permanecen en su lugar de origen, se sirven de mujeres inmigrantes extranjeras que por lo general provienen de países subdesarrollados.
En efecto: es imposible hacer caso omiso ante la evidencia de que el tráfico internacional de mujeres, de niñas y de niños, desde los países periféricos de Asia, de Europa Oriental, del África y de Centroamérica está directamente relacionado con la existencia de burdeles legalizados que operan en los países de Europa donde la prostitución está reglamentada (Holanda, Alemania) y que es muy difícil deslindar la trata internacional de la que ocurre dentro de las fronteras nacionales. Por ejemplo, las redes que reclutan niñas de la Provincia de Misiones, después “trabajan” como prostitutas en Córdoba y en Buenos Aires. Es muy difícil deslindar la trata internacional de la que ocurre dentro de las fronteras nacionales y, muy especialmente evaluar el “avance civilizatorio” que significa “Vaca Muerta” en la Provincia de Neuquén8 donde está previsto una multitud de varones potencialmente consumidores de prostitución y, por lo tanto, también están previstos los dispositivos para darles servicios.
Antes decía que en la sociedad de mercado, en esta etapa gris de la historia, determinada por el capitalismo tardío, ha florecido la industria del sexo que incluye, como no podría ser de otra manera, servicios sexuales de todo tipo, y un modelo muy particular de sujeto: sujeto que circula por la vida como esquiador sobre el agua; que se desplaza a toda velocidad; que roza la superficie sin dejar marca; esquiador con traje de neoprene para que las salpicaduras resbalen; esquiador que si se detiene, cae.
En esta era del capitalismo tardío ya no se trata de producir a toda velocidad, ya no se trata de vivir a toda prisa, sino de destruir deprisa. Antídoto de las pasiones, nuestra producción ya no se define por la rápida instalación de mercancías, sino por el consumo y la velocidad para destruir y descartar mercancías. (Dicho sea de paso: también “mercancías humanas”). Porque en esta era del capitalismo tardío la supervivencia se juega en la posibilidad de subirse al tren del consumo...y de la velocidad de consumo. El consumo tiende a ser considerado como una de las principales religiones laicas, en función de su omnipresencia en la vida cotidiana de los seres humanos y como factor de socialización, desde que neutraliza el peligro siempre presente de la exclusión, la marginación, el abandono y la muerte. El consumo, pero por sobre todo el dominio de la velocidad de consumo, se ha convertido en un arma muy poderosa para la producción de ilusiones aunque sea muy débil para la producción de sentido.9
La ideología que supone que el desarrollo de la ciencia y la tecnología están al servicio del mayor confort de hombres y mujeres en las ciudades modernas; la ideología que supone que ese confort, equivale a preservarse de la muerte y del deterioro que el transcurrir de la vida produce en el cuerpo, puede funcionar, en tanto reprima su reverso fantasmático: el goce producido por la destrucción y la autodestrucción. El progreso, el desarrollo de la ciencia y de la técnica, tienden a liberarnos de las restricciones que la naturaleza nos impone pero, al mismo tiempo, corren el riesgo de reducir nuestra expansión a la nada. La ciencia y la técnica producen distancias cada vez menores; esa distancia que nuestros cuerpos, nuestros movimientos, necesitan para ejercer su libertad; ese espacio para desplazarnos, que la velocidad anula. Y en el final, la velocidad al extremo, supone la abolición del espacio y la evaporación de las pasiones.10
Las ideologías reaccionarias nos han acostumbrado a considerar la distancia como una “tiranía” y a alentar una ilusión: la hiperconexión, la proximidad, como signo de progreso. La separación entre los individuos, percibida hasta ahora como un gesto de aspereza, como una relación que se interrumpe, debería volver a pensarse y, si acaso, inscribirse como un indicio positivo. A la significación amorosa de la atracción inmediata y de la seducción recíproca al instante, le sucedería tal vez, la significación positiva del rechazo o, al menos, de la lentitud extrema del tacto y del contacto entre los cuerpos, entre los lugares del cuerpo. Con el acostumbramiento a la hipnosis de las altas velocidades, con la omnipresencia instantánea de los diversos lugares del cuerpo territorial y humano, la simple proximidad de un contacto tiende a abolir las pasiones. “Esa duración sin duración, ese lapso, ese rapto, ese instante de un instante que se anula, esa velocidad infinita que se contrae en una especie de detención o de prisa absolutas, ésa es una necesidad con la cual ya no se trapacea: explica que uno se sienta siempre retrasado, y que por lo tanto, a la vez, se ceda siempre a la precipitación, en el deseo de hospitalidad o en el deseo como hospitalidad. En el corazón de una hospitalidad que siempre deja que desear.”11
La velocidad del encuentro puede llevarnos a confundir el contacto con el impacto. La ausencia de preliminares en el paso fronterizo, la brutalidad del desembarco de un pasajero en el aeropuerto, encuentra su analogía con el rendez-vous de las parejas. Las reglas de cortesía, el simulacro de recibimiento, los rituales amorosos, la hospitalidad primitiva, son reemplazados por el contacto franco, la penetración directa, el intercambio sin vueltas.
Nuestra vida en el universo de la velocidad, nuestra condición de personajes de la ciudad de tránsito, turistas que viajamos hacia ninguna parte, nos instala en un mundo infantil donde parecería ser que todo deseo puede ser satisfecho de inmediato haciendo bueno el tema de Sumo: “No sé lo que quiero, pero lo quiero ya”. Entonces, nuestra vida se reduce a protagonizar un viaje pleno de encuentros sexuales casuales. Las relaciones amorosas tienden a ser superficiales y pasajeras, con poca tendencia a transformarse en verdaderos vínculos. Al abolir la pérdida por la sustitución, faltan la nostalgia y el anhelo del reencuentro. La memoria se evapora, el duelo no existe. Pasiones debilitadas auguran que nada extraordinario suceda en ese tiempo donde todo sucede. Los supuestos encuentros, pierden su calidad de acontecimientos anulando la capacidad de producir un desajuste en la estructura cíclica. La diacronía expuesta a las continuas variaciones de lo mismo, se convierte en una sincronía de lo sucesivo. Llegamos así, a transitar por la cultura de lo efímero renovable, que descarta el pasado y hace caso omiso del futuro. De modo tal que al desplazarnos en el tiempo a toda velocidad, no somos protagonistas de una transgresión que libera el deseo constreñido por la ley.
Si de alguna libertad se trata, es la de oponer el accidente a la banalidad del sin-sentido, entendiendo accidente en su acepción topológica: lo que altera la uniformidad. “Contratiempo organizador” le dirá Derrida.
Habitamos un tiempo que la velocidad contrae. Así, la insatisfacción por el espacio reducido a pura velocidad, la frustración por el movimiento condenado a la pura aceleración, está en la base de la intimidad evaporada. De ahí que el aumento de la agresividad se convierta en una constante, ya que existe un lazo de causalidad indisoluble entre la hipervelocidad y la hiperviolencia. Por eso, nada nos impide considerar la exageración de los estímulos, el reemplazo de las novedades, la oferta de alternativas exóticas, extravagantes, como vanos intentos de lidiar con la indiferencia, que está en la base de una pasividad en la acción y una anestesia en la percepción.
Notas
[1]1.Volnovich; Juan Carlos, “Acerca de Pedro Grosz” en Grosz Pedro, “Horribles Miedos en el Tratamiento Psicoanalítico. Una niña testigo de tortura: un caso de ceguera psicosomática”, Revista Topia N° 22, Buenos Aires, Marzo 1998, p. 11, disponible en www.topia.com.ar.
2. Volnovich, Juan Carlos, Ir de Putas. Reflexiones acerca de los clientes de la prostitución, Topia Editorial, Buenos Aires, 2006.
3. El Seminario Psicoanalítico de Zürich es la única institución que perduró y aun hoy en día mantiene vivos los principios del Grupo Plataforma Internacional.
4. Ya entonces, estaba en ciernes lo que se plasmó poco después: la inauguración de los garajes del sexo situados en la periferia de la ciudad, con el objetivo de eliminar la prostitución callejera en el centro y “proteger” a las prostitutas. Los “sexbox” tienen la apariencia de garajes y se han instalado en una zona industrial que esta señalizada con un paraguas rojo. Los clientes, que sólo pueden acceder en coche y solos, estacionan y contratan los servicios entre las siete de la tarde y las cinco de la mañana. Tras entrar en el lugar, los clientes pueden negociar con unas 30 o 40 prostitutas prestaciones y tarifas, para pasar posteriormente a uno de los nueve garajes o a uno de los dos cubículos más pequeños que se han instalado para los clientes que prefieran salir de su vehículo. Estas once cabinas, con un aspecto similar a los lavaderos de coches, están equipadas con duchas y sanitarios y, también, con un botón de alarma para en el caso de que la prostituta se sienta amenazada. Las prostitutas, que deben ser mayores de 18 años y solicitar una autorización especial del ayuntamiento, cuentan con un pabellón donde pueden descansar, ducharse o recibir asistencia de forma permanente de un ginecólogo o psicólogo. La policía municipal vigila para garantizar que no haya altercados y controla a los clientes agresivos. Sin embargo, con la finalidad de preservar la intimidad y la discreción de los clientes, no hay vigilancia por vídeo ni presencia policial permanente, sólo controles esporádicos. Esta es una iniciativa que tiende a poner en práctica la Ley sobre la Prostitución, ratificada en referéndum por la ciudadanía de Zúrich en marzo de 2012. El gobierno local ha invertido unos 1,7 millones de euros en la construcción de las instalaciones y deberá gastar más de 500.000 euros anuales en su mantenimiento y funcionamiento.
5. El Protocolo de las Naciones Unidas para Prevenir, Reprimir y Sancionar la Trata de Personas, Especialmente Mujeres y Niños (más conocido como Protocolo contra la trata de personas) fue adoptado en Palermo Italia en el 2000, y es un acuerdo internacional adjunto a la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional. Las Naciones Unidas consideran que solo la trata mueve 32.000.000 dólares por año.
6. Monto, Martin, “Prostitutes Customers: Motives and Misconceptions”; Witzer, Ronald, “Overview of sex Industry”; Shlosser, Eric, The Business of Pornography; U.S. News and World Report. 2006.
7. Ley 26842. Trata De Personas. Código Penal ‐ Código Procesal Penal. Trata de personas y asistencia a sus víctimas. Prevención y sanción. Sancionada el 19/12/2012;promulgada el 26/12/2012; publicada el 27/12/2012.
8. La delegación en Neuquén de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar) considera que la prostitución es un trabajo sexual y que por lo tanto debe ser regulada por el Estado a través de la Secretaría de Trabajo. Para llevar adelante lo que consideran una ampliación de derechos, presentarán en la Legislatura un proyecto de ley denominado “Trabajadoras sexuales autónomas”. El objetivo es que las prostitutas mayores de edad que desarrollen su tarea de forma voluntaria y autónoma en casas o locales puedan contar con un horario de trabajo, una obra social y aportes jubilatorios a través de la figura del monotributo.
9. Kessler, Gabriel, Controversias sobre la desigualdad, Fondo de Cultura Económica, Bs.As, 2014.
10. Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, Topia Editorial, Bs As, 2014.
11. Derrida, J; Dufourmantelle, A, La hospitalidad, E. De la flor, Buenos Aires, 2000.