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LO EXTERIOR Y LO INTERIOR EN LAS ALUCINACIONES VERBALES

 

Por Héctor Fenoglio

   En este artículo voy a circunscribirme exclusivamente a las alucinaciones verbales —las famosas «voces»—, dejando aparte cualquier otro fenómeno alucinatorio auditivo. En relación a las «voces», además, específicamente voy a tratar de ubicar la oposición, por lo general obvia y evidente, entre lo exterior y lo interior. Abordaré el tema desde la siguiente pregunta: ¿Las «voces» vienen de afuera y se escuchan en el oído o se escuchan directamente adentro de la cabeza?

   Sobre los temas de las psicosis, en las publicaciones psicoanalíticas, últimamente sobreabundan las especulaciones puramente teóricas sin otro referente más allá de los libros de Jacques Lacan. Comienzo por aclarar que, por mi parte, me mantendré en estrecho contacto con en el terreno clínico, aunque haciendo constante referencia a Lacan, específicamente a su Seminario 3 – Las psicosis.

   Este artículo es el segundo de una serie sobre temáticas clínicas relacionadas con las psicosis y cuadros más allá de la neurosis; en los próximos seguiré con las alucinaciones, posteriormente con los delirios, las compulsiones, etc.

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   La psiquiatría tradicionalmente ha respondido que las «voces» de las alucinaciones auditivas se ubican en el espacio exterior y que, por tanto, son escuchadas en el oído; de no ser así, agrega, no estaríamos frente a una alucinación sino ante meras ilusiones subjetivas. Henry Ey por, ejemplo, señala que: «En su única definición posible, de ser una percepción sin objeto, la alucinación se caracteriza por el hecho de que un objeto irreal es percibido y creído como real. Es, por otro lado, la definición misma de Esquirol: “Un hombre que tiene la íntima convicción de una sensación actualmente percibida mientras que no hay al alcance de sus sentidos ningún objeto exterior capaz de excitar esta sensación, se halla en un estado de alucinación. Es un visionario”» [1]

   Ahora bien, Jacques Lacan, en su Seminario 3 - Las Psicosis de 1955-56, hace un brevísimo pero curioso comentario sobre este tema en referencia a Jules Séglas [2] : «Por una especie de proeza al inicio de su carrera [Séglas] hizo notar que las alucinaciones verbales se producían en personas en las que podía percibirse, por signos muy evidentes en algunos casos, y en otros mirándolos con un poco más de atención, que ellos mismos estaban articulando, sabiéndolo o no, o no queriendo saberlo, las palabras que acusaban a las voces de haber pronunciado. Percatarse de que la alucinación auditiva no tenía su fuente en el exterior, fue una pequeña revolución.» [3] .

   ¿Qué importancia tiene saber si las «voces» vienen del exterior o del interior? En un artículo reciente [4] dije que es difícil imaginar una posición terapéutica más inútil y extraviada que aquella en la que el profesional intenta convencer al paciente de que las “voces” que escucha no son parte de la realidad, cuando para el enfermo está claro desde el primer momento que las «voces» nunca fueron parte de la realidad compartida, sino que pertenecen a otro tipo de realidad (sobrenatural, divina, etc) a la que el común de los mortales no puede acceder. Ahora bien, el dato que confunde a los profesionales y les lleva a pensar que el alucinado cree que las «voces» son parte de la realidad compartida, es el hecho de suponer que las «voces» están ubicadas en el espacio exterior y que, por tanto, deber ser escuchadas en el oído, cosa que no ocurre inevitablemente en los cuadros psicóticos como es fácil de comprobar. No es inhabitual, entonces, comprobar que muchos profesionales, impotentes ante el hecho de que a pesar de todos los cuidados el enfermo continúe escuchando «voces», cometan la desesperación de tratar de convencerlo de que las «voces» que escucha no vienen del exterior. Para estos profesionales realmente debe ser una “pequeña revolución” el enterarse por boca del propio enfermo de que las «voces» en realidad nunca vinieron del exterior sino que, por lo contrario, siempre fueron escuchadas “adentro de la cabeza”. Bastaba, por supuesto, conque le hubiesen preguntado sobre el particular para ahorrarse unos cuantos años de confusión e ignorancia, y la mayoría de las veces ni siquiera eso: alcanzaba con haber escuchado lo que espontáneamente el enfermo les decía. Pero ya sabemos lo difícil que nos resulta escuchar.

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   Jules Séglas [5] nunca dejó de compartir la opinión general de que las alucinaciones psicosensoriales auditivas se ubican en el espacio exterior; pero a la vez también dejó claramente establecido que hay otro tipo de fenómenos alucinatorios, a los que llamó pseudoalucinaciones verbales, que comparten todas las características de las primeras salvo una: que no se ubican en el “espacio exterior” sino que se experimentan directamente en el espacio interior.

   Dice así: «Tienen la precisión sensorial de la alucinación, el detalle, la perfección del cuadro, al igual que la espontaneidad, la estabilidad, la incoercibilidad. Aparecen por sí solas, automáticamente, sin la participación activa y consciente del enfermo, quien se queda, hemos dicho, receptivo y pasivo. Una vez constituídas, el enfermo no puede modificarlas ni variarlas a su antojo, debe resignarse a sufrirlas a pesar de su inoportunidad; cualquiera fuera su deseo, éste no puede desembarazarse de las mismas. En una palabra, son independientes de la acción de su voluntad.   

   [Pero] «No crean, para el sujeto, la apariencia de un objeto exterior. Según dirían los alemanes, éstas se quedan en el espacio representativo interior subjetivo. De este modo, les falta la nota característica de la alucinación: están desprovistas de la exterioridad espacial…» [6] .

   Tenemos, entonces, dos tipos de fenómenos. Por un lado las alucinaciones psicosensoriales, en las que las “voces” son ubicadas en el espacio exterior y se escuchan en el oído; y por otro lado las pseudoalucinaciones verbales, en las que las “voces” se escuchan directamente adentro de la cabeza y se las conoce como voces interiores. Pero Seglás se apresura en aclarar que «por más interiores que sean estas voces, son mucho más claras que sus propias respuestas, [la persona] no las puede hacer callar, se dirigen al alucinado en segunda persona, y no sabe de antemano lo que le van a decir» [7] .

   Llegado a este punto quiero señalar dos cuestiones de importancia.

   La primera es que Séglas, muy pertinentemente, denominó “verbal” a estos fenómenos para darles su especificidad en oposición al carácter “auditivo” de las alucinaciones clásicas; en ambos casos estamos ante “voces”, pero mientras que las de carácter “verbal” se escuchan dentro de la cabeza y son voces interiores, las clásicas tienen carácter auditivo, puesto que se escuchan en el oído y son espacialmente exteriores. Por eso es que a las primeras, como ya dije, las llamó pseudoalucinaciones verbales, y a las segundas las siguió llamando alucinaciones psicosensoriales auditivas.

   La segunda cuestión es que las pseudoalucinaciones verbales no son, como se podría pensar, una rareza clínica; por el contrario, más que ser la excepción por lo general son la regla en la mayoría de los cuadros crónicos. Dice Séglas: «La alucinación psíquica, en particular bajo la forma de pseudoalucinación verbal, es un fenómeno de una frecuencia muy grande, principalmente en las formas crónicas de la alienación mental: a tal punto que en un caso así hay que pensar en ella más que en la verdadera alucinación auditiva» [8] , y acto seguido aclara que no por eso debemos considerarlas en sí mismas un índice de cronicidad fatal. Son las más comunes, también, en los delirios paranoides: «Las pseudoalucinaciones traen consigo ideas particulares, de influencia directa, es decir, sin intermediación sensorial. El enfermo habla de posesión, de hechizo, de espiritismo, de telepatía, de magnetismo, de sugestión; todas éstas expresiones que traducen la idea de una influencia sobre sus pensamientos, su voluntad, de una suerte de influencia donde encontramos los caracteres de espontaneidad, incoercibilidad que hemos reconocido en las pseudoalucinaciones verbales y en el sentimiento de automatismo, de dominación que los acompaña». [9]

   Ahora bien, las pseudoalucinaciones verbales no fueron un descubrimiento de Séglas; hay que recordar que fue Baillarger [10] quien bastante tiempo antes ya había despejado y descripto este tipo de alucinaciones cuya característica diferencial consistía precisamente en no ser espacialmente exteriores, a las que genéricamente había denominado alucinaciones psíquicas (donde incluía, además de las auditivas, a las visuales, cenestésicas, etc.) para diferenciarlas, por contraposición, de las alucinaciones psicosensoriales, las que, por el contrario, sí tenían la característica de la exterioridad espacial. Lo que Séglas aporta, en relación a lo establecido por Baillarger, son algunas precisiones que se refieren especialmente a las alucinaciones psíquicas verbales (denominación utilizada por Lacan en el fragmento citado en este artículo), a las que termina llamando pseudoalucionaciones verbales.

   El aporte verdaderaderamente nuevo de Séglas, en cambio, fue haber aislado y descripto por primera vez otro tipo de alucinaciones diferentes a las ya señaladas, a las que denominó alucinaciones verbales motrices o kinestésicas. Estas alucinaciones «consisten en la percepción patológica de palabras, ya no bajo la forma sensorial, auditiva o visual de palabras oídas o leídas, sino bajo la forma kinestésica, de palabras articuladas». «Uno de mis enfermos, dice Séglas, que tenía alucinaciones de este tipo, las llamaba voces labiales y las describía de la siguiente manera: “Es un verbo subjetivo que habla en usted, independientemente de usted mismo… comprendemos lo que dice la voz labial sólo por el movimiento de los labios y sin articular nada, ni en voz alta ni en voz baja”» [11] . Este nuevo tipo de alucinaciones también tienen la característica de ser “verbales”, es decir, de no ser “auditivas”, y a diferencia de las pseudoalucinaciones verbales, a las kinestésicas o motrices Séglas sí las considera como “verdaderas” alucinaciones. 

    En síntesis, de acuerdo a la reseñado hasta ahora tenemos, entonces, tres tipos de fenómenos: a) las alucinaciones clásicas, llamadas psicosensoriales, son las “voces” que se escuchan en el oído, “auditivas”, y espacialmente ubicadas en el exterior; b) las pseudoalucinaciones verbales (Séglas), también llamadas alucinaciones psíquicas (Baillarger), son las voces interiores, no auditivas sino de carácter “verbal”; c) y por último las alucinaciones verbales kinestésicas o psicomotrices (Séglas), llamadas voces labiales, también “verbales”. 

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   Si bien Lacan en el Seminario 3-Las psicosis reconoce que el aporte de Séglas —las alucinaciones verbales psicomotrices— permitió «percatarse de que la alucinación auditiva no tenía su fuente en el exterior», no dice absolutamente nada, en cambio, sobre las pseudoalucinaciones verbales, las que con mucha mayor fuerza y razón deberían haber obligado a «percatarse de que la alucinación auditiva no tenía su fuente en el exterior», por la sencilla razón de que en éstas nunca estuvo en duda su lugar de procedencia: desde un principio se las conoció como voces interiores. Curiosamente, además, a la tan clara y sugerente expresión «voces interiores» Lacan ni siquiera la menciona.

   A continuación de lo citado Lacan agrega: «Hablando estrictamente, ¿hay alucinaciones psíquicas verbales? ¿No son siempre, más o menos, alucinaciones psicomotrices? ¿[Puede] el fenómeno de la palabra, tanto en sus formas patológicas como en su forma normal, ser disociado del hecho, empero sensible, de que cuando el sujeto habla, se escucha a sí mismo?...Un comentario tan sencillo domina todo el problema de la alucinación psicomotriz llamada verbal, y es quizá debido a su excesiva evidencia que pasó a un segundo plano en el análisis de estos fenómenos» [12] .  Lo que bajo la forma de pregunta Lacan parece afirmar aquí, es que las voces interiores en realidad no son más que la escucha de la propia articulación silenciosa (voces labiales) por parte del sujeto alucinado. De las palabras de Lacan citadas podemos extraer que: a) en las pseudoalucinaciones verbales el sujeto articula aquello que acusa a las voces de hablarle; b) la fuente de la alucinación, entonces, no está afuera, sino en la propia articulación.

   Lacan, insisto, no dice absolutamente nada del hecho de que tanto en las pseudoalucinaciones verbales como en las alucinaciones psicomotrices verbales las voces que se escuchan son claramente voces interiores, en cambio en lo que sí insiste es en que tanto en una como en la otra lo decisivo es que las voces son escuchadas, —y esto por la sencilla razón, según parece decir, de que cuando uno habla al mismo tiempo se escucha, puesto que en todos estos casos el enfermo, según él, en realidad primero articula lo que después dice escuchar.

   Pero los hechos no ocurren de esa manera: en las voces labiales los pacientes mueven los labios (articulan) pero no pronuncian palabra alguna, ni por lo alto ni por lo bajo, por lo que dificilmente podrían escuchar acústicamente su propia voz con el oído (a lo sumo podrían escucharse en silencio “adentro de su cabeza”); y en las voces interiores los pacientes no sólo no pronuncian sonoramente absolutamente ninguna palabra, sino que además ni siquiera mueven los labios (aunque pueden articular mentalmente). En definitiva: el único hecho en común entre ambas alucinaciones es que en las dos se escuchan voces interiores sin que se verifique fenómeno de audición acústica alguno. Finalmente, del hecho de que «la alucinación auditiva no tiene su fuente en el exterior» ¿debemos entender que para Lacan la tiene en el interior?; y de ser así ¿qué debemos entender por interior: específicamente la articulación verbal del propio sujeto alucinado o debemos hacer eje en su posición de escucha? 

   Ahora bien: no tiene nada de extraño que se escuchen «voces» sin que nadie hable, incluyendo, por supuesto, al mismo que escucha; basta con aclarar que la palabra «voces» es utilizada indistintamente para designar voces tanto interiores como exteriorizadas en el espacio: esto quiere decir que en realidad no implican más que el carácter verbal del fenómeno y en absoluto afirman una dimensión acústica. Con la palabra «escuchar» ocurre algo parecido; «escuchar», en el sentido corriente refiere al fenómeno de audición sonora, pero no necesaria ni únicamente a eso, puede también referirse, por ejemplo, a escuchar la voz de la conciencia, experiencia en la que para todos queda claro que no hay recepción sonora alguna. En lo que respecta a las alucinaciones, sea que la palabra escuchada quede en el interior o se exteriorice, sea auditiva o sea labial, siempre se emplea la misma palabra “escuchar” para referirse a hechos en los que, como es obvio, no existe ni puede existir ningún fenómeno de audición sonora.

   Pero lo que debe aclararse de manera definitiva es que “escuchar”, aun en el caso de una persona que nos habla en voz alta, nunca es un mero acto físico ni reducible a la simple recepción de la onda sonora emitida por un aparato fonador (propio o ajeno), como tampoco es equivalente a una simple “percepción” del estímulo acústico. Incluso cuando escuchamos cualquier otra cosa diferente a una palabra, ni siquiera allí escuchamos meros sonidos o “ruidos”, sino que siempre escuchamos el viento entre la hojas, el rugir de la motocicleta, el llanto del bebé. Tan categórico es el hecho de que escuchar jamás puede ser equivalente a la audición de un estímulo acústico, que hasta podemos escuchar el silencio de la noche.     

— 4 —

   Ya señalé que las pseudoalucinaciones verbales (las voces interiores) no son, en absoluto, una rareza clínica; por el contrario, más que ser la excepción por lo general son la regla en la mayoría de los cuadros crónicos. Es momento, entonces, de dar un paso más y preguntarse si en realidad las cosas no suceden exactamente al revés, es decir, si no son las voces interiores (las pseudoalucinaciones verbales) las que en verdad son la regla en la mayoría de los cuadros psicóticos, y si, por el contrario, las verdaderas excepciones en la psicosis no son las alucinaciones psicosensoriales —las que, en cambio, parecen ser típicas en las alucinaciones agudas producidas por enfermedades orgánicas, intoxicaciones, etc., como en los cuadros demenciales. Tomemos el caso Schreber, muchas veces presentado como paradigmático en el tema de alucinaciones, el que además tiene la ventaja de ser un testimonio escrito al alcance de todos, y hagamos la siguiente pregunta: ¿las voces que escuchaba Schreber eran “exteriores” o eran “interiores”? Para pensar este asunto citaré un extenso fragmento de su libro Memorias de un neurópata:  

   «Capítulo V. Lenguaje de los nervios (voces interiores)». [13]

   «Además del habla humana ordinaria, hay también una especie de lenguaje de nervios del cual, por regla general, el hombre normal no es consciente. La mejor manera de formarse una idea al respecto es, a mi entender, recordar los procedimientos con los que el hombre trata de grabar en su memoria ciertas palabras en un orden dado, así por ejemplo el niño que estudia de memoria un poema que habrá de recitar en la escuela, o el esclesiástico que aprende el sermón que habrá de pronunciar en la Iglesia. Estas palabras son entonces recitadas en silencio (exactamente como una oración mental a la cual los feligreses son inducidos desde el púlpito), o sea que el hombre incita a sus nervios a inducir frecuencias vibratorias que corresponden respectivamente al empleo de las palabras en cuestión. Los órganos específicos de la palabra (labios, lengua, dientes, etc.) no intervienen, o si lo hacen, es de una manera mecánica.

   «Naturalmente, la puesta en funcionamiento de este lenguaje de nervios, en condiciones normales (conforme al orden del universo) no depende de la voluntad del ser humano cuyos propios nervios están comprometidos; ningún ser humano como tal puede obligar a su prójimo a utilizar este lenguaje de nervios [14] . En cambio, en mi caso, mis nervios llegan a ser movilizados desde el exterior, continuamente y sin reposo…

   «Esta ingerencia se manifestó relativamente pronto bajo forma de coacción al juego continuo del pensamiento: el término proviene de las voces interiores mismas;…consiste en forzar a alguien a pensar sin reposo».

   La pregunta acerca de la exterioridad o interioridad de las alucinaciones se presenta de igual manera, y hasta con la misma forma, en las alucinaciones visuales: ¿las llamadas “visiones” vienen de afuera y se perciben con los ojos, o las imágenes se ven directamente “adentro de la cabeza”? Aunque dije que en este artículo me iba a circunscribir exclusivamente a las alucinaciones verbales, citaré sin embargo nuevamente a Schreber para mostrar cómo él se refiere a sus “visiones”; lo hago con el único objetivo de disponer de otro fenómeno “perceptual” diferente para comparar con las “voces” en esta cuestión de la exterioridad-interioridad:

   «Las estesias auditivas (voces, alucinaciones auditivas) en mí son casi tan poderosas como las estesias visuales (alucinaciones visuales). Con los ojos de mi espíritu, veo venir a los rayos portadores de las voces y que a la vez trasportan el veneno de cadáver que van a descargar sobre mi cuerpo; los veo venir, telas de arañas largas y estiradas, desde los puntos más diversos del horizonte, puntos alejados más allá de toda medida, y convergen en mi cabeza. Cuando mantengo los ojos cerrados, ya sea a causa de un milagro o porque los he cerrado deliberadamente, los rayos sólo resultan visible ante los ojos de mi espíritu; es decir, se reflejan en mi sistema nervioso interno según las configuraciones que acabo de describir, como largos hilos distendidos serpenteando hacia mi cabeza. Percibo el fenómeno de la misma manera cuando estoy con los ojos abiertos, cuando veo verdaderamente venir a esos hilos desde un punto del horizonte…» [15] .

   “Voces interiores”, “ojos del espíritu”: ante semejante testimonio se hace muy difícil, sino imposible, concluir categóricamente que Schreber ubicaba las voces en un espacio exterior o que las escuchaba en el oído; o que a sus “visiones” las veía con los ojos y las ubicaba en el espacio exterior.

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   Nuestro sentido común no sólo establece una estrecha solidaridad entre los términos realidad—exterior—objetivo, sino que llega a plantear la identidad misma entre ellos; a esta serie le opone, en espejo, otra serie constituída por irreal [ilusión]—interior—subjetivo. Pero como para cualquiera resulta innegable que la alucinación no es ni puede ser reducida a una mera ilusión subjetiva, el sentido común concluye que, por lo tanto, también debe ser exterior y objetiva. Hay que agregar, además, una nota por demás importante: la realidad, para el sentido común, además de ser homogénea, continua y constante, siempre es una y única. [16]

    En relación a los fenómenos alucinatorios y delirantes, el sentido común psicoanalítico se atrinchera en la conocida expresión de Freud que dice «lo interiormente reprimido retorna desde el exterior» [17] —dicho en referencia al segundo momento de la psicosis, entendido como un intento de cura o de restitución del mundo derrumbado. A las palabras «retorna del exterior» el sentido común no las puede entender de ninguna otra manera que no sea un retorno espacialmente exterior en sentido habitual [18] . Sin embargo no hay nada en los escritos freudianos que permita sostener esta interpretación: en «La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis», por ejemplo, Freud aclarara que «En la psicosis, la elaboración modificadora de la realidad [no se dirige al mundo real, sino que] recae sobre las cristalizaciones psíquicas de la relación mantenida hasta entonces con ella; esto es, sobre las huellas mnémicas, las representaciones y los juicios tomados hasta entonces de ella y que la representaban en la vida anímica». De esto no puede desprenderso sino una sola conclusión: cuando Freud dice «retorna desde el exterior» de ninguna manera está hablando de exterioridad espacial en el sentido habitual, sino que habla de la exterioridad espacial en el sentido de la realidad psíquica, es decir, «de las huellas mnémicas, las representaciones y los juicios…que la representan en la vida anímicas». Aunque en la neurosis lo reprimido no retorna del exterior sino «del interior», también en este caso debe hacerse la siguiente y fundamental aclaración: «interior» de ninguna manera se refiere allí a alguna interioridad inefable o alguna otra cosa por el estilo, sino nuevamente a «las huellas mnémicas, las representaciones y los juicios…que la representan en la vida anímicas». De lo que en uno y en otro caso estamos hablando, entonces, no es directamente de un realidad instintiva o pulsional por un lado, o de una realidad “objetiva” o “material” por el otro: sino única y exclusivamente estamos hablamos de una realidad psíquica, es decir, de sus respectivos representantes psíquicos.

   Nunca está de más aclarar que el hombre no puede acceder ni experimentar directamente la realidad física “externa” como tampoco la realidad corporal “interna”; ambas, para poder ser experimentadas, deben ser primeramente registradas o inscriptas en la realidad psíquica, en cuyo seno recién después se establece la dicotomía entre interno—externo. Es común que personas autotituladas materialistas se sientan obligadas a cuestionar este posicionamiento de Freud pusto que, dicen, niega la primacia y la anterioridad de la realidad del mundo exterior objetivo material por sobre el mundo de las ideas. Esta crítica en realidad no hace más que expresar el punto de vista del materialismo más grosero y burdo, el que sólo alcanza a concebir como “materia” la realidad usualmente llamada fisicoquímica, desconociendo las formas más desarrolladas y sublimes de materialidad, como la del lenguaje, por ejemplo. [19]

   La realidad psíquica, entonces, es la única realidad estrictamente humana, y ella no es, en sentido habitual, ni externa ni interna, sino que es previa a tal separación. Cuando en la neurosis hablamos del retorno de lo reprimido, está claro que tanto el representante reprimido como su retorno sintomático comparten un mismo espacio y tipo de realidad que llamamos simbólico: tanto lo reprimido como su retorno están hechos con la misma pasta; y es utilizando la misma pasta como psicoanalíticamente también podemos liberar lo reprimido.

   Ahora bien, las «voces» alucinadas, como vimos, pueden ubicarse tanto en el espacio exterior como en el interior, pero jamás son confundidas por el enfermo con las voces que escucha en la realidad compartida: el alucinado siempre tiene en claro que se trata de otro tipo de realidad, pero le resulta imposible llegar a integrarlas y hacer con ambas una sola realidad; en otras palabras: no parecen estar hechas con la misma pasta. Es sabido que Lacan apunta este a este retorno, diferente al que se produce en la neurosis, con su fórmula “Lo rechazado en lo simbólico retorna en lo real”, pero esta fórmula más que aclarar despierta más y más interrogantes:  ¿lo rechazado en lo simbólico debe entenderse que está por fuera de la realidad psíquica freudiana?, ¿o puede haber una realidad psíquica por fuera de lo simbólico? Pero esto será el tema del próximo número.

[1] Ey, Henry, “Evolución de las ideas sobre las alucinaciones. Posición actual del problema (1932)”, en Alucinar y Delirar II, Juan Carlos Stagnaro, compilador, Ed.Polemos, Bs As, p.87.

[2] Louis Jules Séglas (1856-1939), importante psiquiatra francés.

[3] Lacan, Jacques, Seminario 3 – Las psicosis, Ed. Paidos, p. 39.

[4] Fenoglio, Héctor, “Creencia y realidad en las alucinaciones”, Revista Topía Nº 38, agosto-octubre 2003, Buenos Aires.

[5] Séglas, Jules, “Alucinaciones psíquicas y pseudoalucinaciones verbales” (1914), en Alucinar y Delirar, tomo II, selección de Juan Carlos Stagnaro, editorial Polemos, Buenos Aires 1998).

[6] Idem 5, p.56.

[7] Idem 5, p.65.

[8] Idem 5, p.74.

[9] Idem 5, p.70.

[10] Cf. Henry Ey, “Evolución de las ideas sobre las alucinaciones. Posición actual del problema (1932)”, en Alucinar y Delirar II, Juan Carlos Stagnaro, compilador, Ed.Polemos, Bs As, p.87.

[11] Idem 5, p.56.

[12] Idem 3, pag. 40.

[13] Schreber, Daniel Paul, Memorias de un neurópata, Ed. Petrel, Bs As, p.63-64

[14] «Nota 25» [en el mismo texto de Schreber]: «El hipnotismo tal vez sea una excepción, y siendo un profano en psiquiatría, estoy demasiado poco informado para permitirme un juicio acerca de su esencia.»
[15] Idem 10, pag. 302
[16] Esta forma del sentido común parece venir a confirmar la idea kantiana de que el tiempo y el espacio son realmente intuiciones a-priori o condición de posibilidad de toda experiencia; y también a la dicotomía cartesiana entre res extensa y res cogitans; pero por el simple hecho de que se trata de nuestro sentido común, todo se vuelve sospechoso.  

[17] La frase entera es: «No es, por tanto, exacto decir que la sensación interiormente reprimida es proyectada al exterior, pues ahora vemos más bien que lo interiormente reprimido retorna desde el exterior» Freud, Sigmund, Observaciones psicoanalíticas  sobre una caso de paranoia (Caso Schreber), Biblioteca Nueva, Madrid, p, 1522-23. 

[18] Es muy frecuente también el mismo malentendido con la conocida fórmula lacaniana «Lo rechazado en lo simbólico retorna en lo real», tomando como equivalentes “real” y “realidad exterior”. 

[19] Este materialismo grosero no tiene nada en común con el materialismo dialéctico, ni siquiera el nombre, puesto que dialéctico no es una mera especificación de género dentro de una misma especie, sino una alteración radical del sentido mismo de la palabra materia. Al respecto, nunca viene mal  volver a leer la Introducción a la Logica de Hegel o el primer capítulo de El Capital de Carlos Marx.  
 
Articulo publicado en
Noviembre / 2003

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