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Lo obsceno como exceso

 
El miedo de las mellizas Laguardia* Editorial Revista Topía Noviembre/2016

La ciudad, debido a la gran concentración de sus habitantes, muestra espacialmente lo que se inscribe en la subjetividad de quienes la habitan. En la ciudad actual prevalece lo privado sobre lo público y el individualismo utilitario sobre el trato solidario.

Muchas noticias que aparecen en los medios de comunicación muestran el malestar que atraviesa la actualidad de nuestra cultura. Algunas son ejemplos paradigmáticos de una subjetividad construida en el individualismo de una sociedad que ha generado nuevos tabúes. Entre ellos la vejez y la muerte.

La productividad y la belleza como valor de cambio forman parte de una sociedad donde la imagen personal tiene que responder a los cánones que definen la juventud. La muerte se debe ocultar para negar que somos seres finitos. Si bien la búsqueda de la felicidad privada atraviesa de diferentes maneras el conjunto de la sociedad, como veremos a continuación en algunos sectores se manifiesta con mayor evidencia.

Algo de lo que venimos afirmando intuían las mellizas Laguardia.

Lo importante son las expensas comunes

En enero de hace unos años apareció una noticia en el diario: “Dos mujeres murieron en agosto y las descubrieron ayer”**. Es necesario que reconstruyamos los hechos tal como fueron apareciendo durante tres días sucesivos.

La pulsión de muerte es uno de los conceptos centrales de la teoría y la práctica analítica. Ésta forma parte tanto en el plano singular como colectivo de un aspecto fundamental para entender la subjetividad

En un clásico edificio del barrio Recoleta vivían las mellizas Laguardia de 73 años. Una de ellas era soltera y la otra separada sin hijos. Su vida estaba rodeada de gran hermetismo. A pesar de los años que vivían en el edificio, ya que eran las más antiguas, hablaban muy poco con sus vecinos. Apenas saludaban cuando salían todas las mañanas para asistir a la primera misa de la Iglesia Las Esclavas. Solían ir regularmente al supermercado a hacer las compras y pedían que se las llevaran. Los repartidores comentan que el trato era muy formal. Un vecino dice: “Vivían encerradas. Parecía que vivían con miedo. No hablaban con nadie. No sabemos si tenían familiares. Sólo nos saludábamos para desearnos buen día”. Dos comerciantes recuerdan que las vieron en alguna oportunidad, pero nunca hablaban con ellas. Las mellizas Laguardia eran muy reservadas. Tan reservadas que desde los primeros días de agosto no salieron más de su departamento. Cinco meses después, una denuncia a la policía permite descubrir que estaban muertas desde esa fecha como consecuencia de sofocación por monóxido de carbono. En el departamento todo estaba en orden. Las ventanas cerradas y una de ellas llevaba puesto un pullover. Lo que llamó la atención es que los cadáveres estaban momificados.

A esta altura del relato la pregunta que se impone es ¿Porqué tuvo que pasar este tiempo para que alguien hiciera la denuncia? Y, lo más importante, ¿cómo toleraban los vecinos el olor de los cuerpos que invadía el edificio?

En la actualidad el Yo, como un momento de elaboración de un nosotros, ha trocado, en grandes sectores de la población, en un Yo que se construye en la soledad y el aislamiento

Un electricista que hace reparaciones en el edificio manifiesta que “hace cuatro meses subí para hacer un arreglo en el piso más arriba y el mal olor ya se sentía en el ascensor. La portera me invitó a bajar para ver si lo sentía en la puerta, pero le dije que ya era suficiente lo que sentía”. Y continua: “la portera quería hacer la denuncia, pero al parecer la administración no quería salir como responsable”. La encargada del edificio que trabaja hace veinte años medio turno dice: “Eran un poco cerradas y no se daban mucho con la gente. A mi no me saludaban”. Sin embargo, a fines de agosto se acerco a la Iglesia para preguntar si habían ido a misa porque hacía tiempo que no las veía. También desde la Iglesia fueron dos veces al edificio a preguntar por ellas. En el momento que descubren los cadáveres, el encargado suplente sostuvo que pensó entrar en el departamento con la ayuda de un cerrajero por que “no se aguantaba más el olor”. Y agregó: “que la encargada titular del edificio tocaba el timbre, pero nadie respondía. Con el pasar de los meses se acumulaban sobres y cartas. También me comentaba del mal olor que sentía.”

El tema del olor llevó a que se realizara una reunión de consorcio en el mes de noviembre. Y aquí lo insólito. Los vecinos tomaron una resolución: prefirieron iniciar una acción civil para recuperar el pago atrasado de las expensas, que denunciar la desaparición de las mellizas Laguardia. ¡La carta con la demanda se la deslizaron debajo de la puerta del departamento! Ante esta situación, el administrador del consorcio comenta con los periodistas: “Eran unas señoras muy grandes y retraídas. Una vez pidieron si podían ir al departamento a cobrarles las expensas y cuando llegaron les pasan la plata por debajo de la puerta… Cuando no pagaron, pensamos que algo pasaba porque ellas siempre eran puntuales y en agosto no habían pagado”. Ante la evidencia de que la reunión de consorcio se había realizado tres meses después de la muerte de las mellizas Laguardia se excusa: “Lo que pasa dentro de cada departamento es cuestión de cada uno. Yo sólo soy responsable de los espacios comunes”. Es decir, lo único importante para el consorcio era que pagaran las expensas…aunque estuvieran muertas.

El juego del Yo-Yo

Como venimos señalando, la pulsión de muerte es uno de los conceptos centrales de la teoría y la práctica analítica. Ésta forma parte tanto en el plano singular como colectivo de un aspecto fundamental para entender la subjetividad.

La cultura genera un espacio-soporte libidinal, imaginario, afectivo y simbólico que permite el anudamiento de los representantes de la pulsión de vida, del Eros con que establecen barreras y límites a las tendencias mortíferas de la pulsión de muerte. Sin embargo, en la actualidad del capitalismo tardío los procesos de subjetivación adoptan la forma de la desintrincación pulsional. El triunfo de la pulsión de muerte ha llevado a profundas transformaciones sociales que tocan los fundamentos de la civilización generando síntomas en los que predomina la negatividad.

Un análisis del relato que describimos anteriormente pone en evidencia crudamente la ruptura del lazo social que encontramos en nuestra cultura (La palabra “crueldad” deriva del latín crudus que significa “crudo”, “no digerido”, “indigesto”). En la actualidad el Yo, como un momento de elaboración de un nosotros, ha trocado en grandes sectores de la población en un yo que se construye en la soledad y el aislamiento. La hegemonía del capitalismo mundializado ha instalado la cultura del individualismo donde las relaciones entre los sujetos quedan reducidas a relaciones entre mercancías. De esta manera los ciudadanos se transforman en consumidores y la sociedad en la economía de mercado, donde el ser depende de las mercancías que cada uno puede comprar. Su consecuencia es la ruptura del lazo social, ya que los sujetos son intercambiables como mercancías donde el valor de uso se agota en el simple valor de cambio.

Esta cultura del mal-estar anuncia una entropía, cuya realidad se hace evidente en esta región del planeta, en los múltiples conflictos que existen en el tejido social y ecológico, donde el desarrollo de la sociedad se hace en nombre de una eficiencia y un crecimiento económico que se intenta realizar, pero que solamente beneficia a diferentes sectores del poder.

Esta situación genera una angustia social en la cual la incertidumbre ubica al sujeto en un no saber; en cambio, la certidumbre de un supuesto saber, en el que algo peligroso va a suceder, es objetivado en diferentes miedos donde el vivir en comunidad se transforma en un peligro para su propia seguridad. Por ello aparecen choques inevitables, como luchas de legitimación personal en las que una diferencia insalvable con el otro se convierte en un desafío al valor del propio yo. La relación yo-otro es reemplazada por lo que metaforizando podría denominarse el juego del yo-yo, donde el sujeto mide el mundo como un espejo de su propio yo, en el que se encuentra atado a un hilo -diferente al de Ariadna- cuyo carretel realiza un movimiento repetitivo que lo encierra en una relación especular. Aquí, el otro se transforma en alguien persecutorio o, directamente no existe; se lo ignora.

La visibilidad de lo obsceno

Como decíamos en el apartado anterior, la ausencia de las mellizas Laguardia en la reunión de consorcio estaba representada por la deuda de sus expensas. Para ello era necesario negar el olor de sus cuerpos que hacía evidente su muerte. ¿De que manera podemos explicar esta circunstancia paradigmática? Una palabra puede acercarnos a entender este exceso: lo obsceno.

La relación yo-otro es reemplazada por lo que metaforizando podría denominarse el juego del yo-yo, donde el sujeto mide el mundo como un espejo de su propio yo

Como trabajamos en otro texto una de las etimologías de la palabra “obsceno” proviene del latín coenun que significa “porquería”, “basura”, “excremento”. También viene de ob (hacia) y scenus (escena) que significa fuera de escena. Es decir, aquello que no puede ser mostrado. Es el telón que mantiene la representación dentro de las convenciones de cada época que se oculta, que debe ser mantenido fuera de la vista.

Viñeta Haroldo Meyer

(Viñeta Haroldo Meyer)

Ahora bien, ¿Qué debe ocultar lo obsceno? No se trata de una simple cuestión de buen gusto estético, de cortesía, de que es moralmente bueno o malo. Estas cuestiones difieren según las culturas dominantes, entre las distintas comunidades dentro de las mismas culturas y entre los sujetos de esas mismas comunidades. Históricamente la obscenidad estaba ligada a la sexualidad, en especial al cuerpo desnudo, que no es en sí mismo obsceno, pero el poder que sostenía la cultura lo volvía algo que debía ser ocultado. En la actualidad -como decimos al inicio- las relaciones humanas se miden como mercancías y sus actividades se anuncian como un buen o mal negocio. De esta manera la sexualidad pasa a ser un objeto de consumo transformándose en una sexualidad evanescente fácil de ser intercambiada en el mercado de las relaciones sociales. Esta situación ha llevado a que lo obsceno ya no se encuentre con la desnudez del cuerpo, sino con la muerte. Se ha desplazado del sexo al cadáver. Sin embargo, el horror de la muerte no esta ligado tanto al aniquilamiento del ser, sino a la putrefacción que entrega las carnes muertas a la fermentación general de la vida. Es decir, lo obsceno vela algo de lo siniestro (unheimlich) que se relaciona con lo familiar (heimlich) que habita en nuestra subjetividad: la finitud que vivencia el sujeto en los primeros momentos de la vida.

Lo obsceno ya no se encuentra con la desnudez del cuerpo, sino con la muerte. Se ha desplazado del sexo al cadáver

En este sentido lo obsceno que muestra la muerte en su vertiente repugnante ocupa la zona impensable de nuestra desaparición. Lo obsceno describe la presencia de un exceso que exhibe algo monstruoso; es lo que se encuentra en lo abyecto de un cuerpo que se pudre (La palabra “monstruo” proviene del latín monstrum que significa aquello que no se puede ocultar). Es Lacan quien ejemplifica esta situación al comentar la novela de Edgar Alan Poe La historia del señor Valdemar. El personaje del relato sigue vivo durante seis meses por medio de la hipnosis. Cuando lo despiertan, su cuerpo se descompone rápidamente y se transforma en algo brutal, imposible de ser mirado. Esto es lo que el sujeto necesita ocultar.

Para Baudrillard la obscenidad comienza cuando no hay escena. Cuando todo se hace transparente y visible, cuando todo queda sometido a la cruda luz de la información y los medios de comunicación. Esto es lo que les ocurrió a los vecinos de las mellizas Laguardia. Negaron su muerte, pero como el señor Valdemar, cuando a la luz de la información salieron de la hipnosis, lo obsceno se hizo más visible que lo visible ante la vuelta de lo reprimido representado por el olor de los cadáveres que semana a semana invadía el edificio. Lo intolerable de su presencia llevaba a que se debía transitar por los pasillos como si no existiera. En todo caso no era de incumbencia del consorcio como manifiesta su administrador: “Lo que pasa dentro del departamento es cuestión de cada uno. Yo sólo soy responsable de los espacios comunes”. La insistencia de los encargados del edificio y del electricista, ante la evidencia de la muerte, tienen que ser sistemáticamente negados, pues los “espacios comunes” interesan solamente como expensas comunes. En este sentido cuando un periodista le pregunta a un vecino: “¿Cómo es que nadie sintió el olor en el edificio?” su respuesta es contundente: “El problema es que no nos conocemos con nuestros vecinos”. Si el otro no existe, tampoco puede existir la muerte: sólo es un valor de cambio. Su resultado es sacar de escena lo que resulta repugnante, tratar de evitarlo. Aunque lo obsceno está allí para velar lo que se reprime ya que al erradicar la muerte, ésta aparece por otro lado de una manera más cruda, más brutal.

Dos primas se presentaron para reclamar los cuerpos; la agencia DyN informa que hacía por lo menos dos años que no veían a sus tías. Un mes después, fuentes judiciales determinaron que la muerte fue debido a una pérdida del calefón. También se presentaron ante la Justicia para reclamar la herencia una de las primas y el marido de una de las hermanas; la pareja estaba separada desde hacía doce años, pero nunca habían hecho el divorcio. La sucesión de los bienes pasó al fuero civil donde se determinará quienes serán los herederos. Quizás, si reciben la herencia se pondrán al día con las expensas que debían las mellizas Laguardia.

Notas

*Este texto es una ampliación de “Cuando la muerte se transforma en obscena: la historia de las mellizas Laguardia.” Revista digital la Tecla Ñ, marzo de 2012.

**Los artículos periodísticos aparecieron en los diarios La Nación y Clarín del 14 de enero de 2012.

Bibliografía

Baudrillard, Jean, Contraseñas, Anagrama, Barcelona, 2002.

Bauman Zygmunt y Dessel, Gustavo, El retorno del péndulo. Sobre psicoanálisis y el futuro del mundo líquido, FCE, Buenos Aires, 2014.

Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, Topía, Buenos Aires, 2014.

Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos, Topía, Buenos Aires, 1999.

Actualidad de “El fetichismo de la mercancía”, Enrique Carpintero (compilador), Carlos Marx, Eduardo Grüner, Pablo Rieznik, Miguel Kohan, Oscar Sotolano y Cristián Sucksdorf, Topía, Buenos Aires, 2013.

Maier, Corinne, Lo obsceno, Nueva Visión, Buenos Aires, 2005.

Freud, Sigmund, “Inhibición, síntoma y angustia”, Amorrortu, O.C., tomo XX, Buenos Aires, 1979.

Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 32 conferencia: Angustia y vida pulsional”, Amorrortu, O.C., tomo XXII, Buenos Aires, 1979.

“Más allá del principio de placer”, Amorrortu, O.C., tomo XVIII, Buenos Aires, 1979.

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Articulo publicado en
Noviembre / 2016

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