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Madre no hay una sola

 

En el año 1991 se publicó el libro Adopción y silencios1, pudiéndose leer en su presentación “…aquello de lo cual no se habla, lo omitido y silenciado; aquello que se torna invisible pretendiendo que no ocupe un lugar en las preocupaciones o decisiones, aquello que quizás sea temido o deseado por adoptantes, adoptivos y por algunos que trabajamos con ellos, ha sido el hilo conductor de esta publicación”.

Silencios y vacíos retornan como una constante histórica en los procesos adoptivos.

Desde el Equipo de Vinculaciones y Adopción de un hospital público de la Ciudad de Buenos Aires hemos decidido no sólo nombrar, sino poner en escena a aquél sujeto vaciado y silenciado: las madres de los niños que serán adoptados.2 Sin embargo, no se trata de cualquier puesta en escena: lejos de una mirada moral respecto del ejercicio de la función materna, nuestra propuesta es escucharlas en el punto donde se dicen imposibilitadas, para no insistir ni empujar en nombre del “deber ser”, allí donde no hay un margen para habitar esa función.

El dispositivo que inventamos apunta a producir como efecto la restitución de la infancia; instalando o recuperando lugares en acto: lugar de niño, de adulto, de la palabra, del juego, de cuidado, de afecto y de confianza

No se trata de producir ortopedias maternantes3 -mecanismos institucionales de disuasión de abandono bajo la lógica de dar lo que se tiene-, ofertando suplencias que van desde el subsidio económico al cuidado intrainstitucional. Pero tampoco se trata de expulsar a ese otro materno por haber dejado en evidencia lo fallido de la función.

La deconstrucción devino el ejercicio obligado para poner en cuestión los axiomas del orden social establecido que determinan nuestra práctica; el primero a derribar: “madre hay una sola”. Entonces: ¿Qué es, a fin de cuentas, una madre? ¿Cuál es la función intrínseca al ejercicio de la maternidad? El lugar de la madre biológica y la capacidad de sostén y cuidado; ¿deben necesariamente confluir a la hora de maternar a un niño? Ser madre, constituirse como tal ¿es un mandato social que se impone a un sujeto o implica una construcción subjetiva sostenida y basada en el deseo? ¿Cuál y qué es el deseo materno?

Es así como advertimos que debíamos poner en cuestión la institución materna; maquinaria que moldea nuestra subjetividad y, por lo tanto, nuestras posibilidades vinculares, afectivas, emotivas, nuestra particular forma de amar y existir.

Optamos por hacer entrar en nuestro dispositivo clínico aquello que socialmente es expulsado y cuestionado porque no responde al funcionamiento esperable, bajo la premisa de “reconocer al Otro en su alteridad y darle la bienvenida.”4

Las “madres de origen”, “las reales”, “las genitoras”, dejaron de ser un texto narrativo sin nombre ni cara, una edulcorada historia que relatar, y comenzaron a sentarse en nuestro espacio de trabajo a tratar de decir qué lugar ocupa cada uno de sus hijos, si han contado con lazos sociales significativos en los que apoyarse, y a narrarse como hijas, madres, parejas, hermanas.

Nos encontramos con relatos agujereados, sin temporalidad, como si de repente un tsunami existencial las hubiera arrasado, dejando tras su paso un vacío de palabras para reconstruirse y resituarse en la historia de sus vidas. Sin otros en quien poder sostenerse; o con otros, que muchas veces, las han maltratado, desoído, y hasta incluso empujado a desempeñarse en lugares que jamás han podido construir. No obstante, en muchas oportunidades, se produce un decir en el cual surgen palabras de amor, el deseo de ver a sus hijos, de abrazarlos y la necesidad de trasmitirles que su mamá existe y que pueden contar con ella, aunque ella, por momentos, no pueda contarse.

Del otro lado los niños; muchos de ellos aún recibiendo la visita de sus madres en los hogares donde se encuentran alojados, permitiéndose decir que las quieren, que las extrañan y que quisieran que su mamá “se ponga bien para estar con ellos”.

Decidimos dar lugar a la palabra de los chicos que piden por sus madres porque en ese pedido encontramos la marca amorosa de lo materno, y porque además suponemos que en ella es posible reconstruir los trazos de la lengua materna que le permiten a un sujeto historizarse.

Esta es la complejidad con la que nos encontramos a diario en nuestro trabajo y que atraviesa a las instituciones judiciales, de derechos y sobre todo a la familia: apostar a la existencia de más de una madre en la trama vincular de un niño.

La inclusión de la madre biológica en los procesos adoptivos, conjuntamente con los adoptantes y el niño, constituye un nuevo desafío

¿Qué decir entonces del niño y de su proceso subjetivo en juego? ¿Cómo operar con estos niños donde la fantasía del desamparo ha tomado consistencia? ¿Cómo transmitir una historia con agujeros por los cuales algo de su infancia se ha diluido?

¿Cómo pensar el trabajo psíquico de desasimiento de las figuras parentales tempranas para dar lugar a nuevos vínculos filiatorios?

La posibilidad de acompañar la transmisión de una historia que incluya lo que sus primeros otros no han podido, permite tenderle una mano amiga a ese niño para que, en el mejor de los casos, pueda poner en juego la huella del desamparo, teniendo en cuenta que la pregunta por el lugar que se ocupa en el deseo del Otro es insoslayable.

El dispositivo que inventamos apunta a producir como efecto la restitución de la infancia; instalando o recuperando lugares en acto: lugar de niño, de adulto, de la palabra, del juego, de cuidado, de afecto y de confianza. En suma, instalar un entramado simbólico para habilitar nuevos vínculos, dando lugar a la disposición adoptiva así como a la re-vinculación con esos otros que tempranamente han caído.

Actualmente “triángulos adoptivos” se configuran en el horizonte de sentencias judiciales que, por el momento, no salen del papel. La inclusión de la madre biológica en los procesos adoptivos, conjuntamente con los adoptantes y el niño, constituye un nuevo desafío. Las madres de origen muchas veces desisten por cansancio, pobreza o simplemente precariedad simbólica. Por otro lado, la representación de familia tradicional obstaculiza y cuestiona las nuevas configuraciones familiares.

Por lo pronto, anotamos en las historias clínicas de los niños los datos que encontramos para ubicar a esa madre que ellos dicen querer y extrañar. Intentamos armar con ellas un lazo posible del cual puedan tomarse. Mientras tanto, trabajamos con los niños que esperan en los hogares y con aquellos que quieren maternarlos por adopción. Porque un niño necesita ser cuidado, jugar, ir a la escuela y, sobre todo, que le den la posibilidad de existir para un deseo que no sea anónimo.

Notas

1. Giberti, Eva ;Chavanneau De Gore, Silvia (1991), Adopción y Silencios, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1991.

2. Como aclaración mencionamos que en nuestro equipo también se trabaja con padres, pero no desarrollaremos las particularidades del vínculo paterno filial en esta nota.

3. Alfano, Adriana (2004), “Sobre la interpretación del lazo filiatorio en las instituciones” en Psicoanálisis y el Hospital Nº 25, Buenos Aires, Ediciones del Seminario 2004.

4. Byung-Chul Han (2017), La expulsión de lo distinto, Barcelona, Herder, 2017.

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Articulo publicado en
Noviembre / 2018

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