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Notas acerca de la discriminación

 
Del pecado original a nuevas y originales maneras de re-presentarse el pecado

Entiendo aquí, re-presentar, una repetición, un “otra vez” tal cosa, en este caso el pecado. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Una repetición que es, al mismo tiempo de lo mismo pero… diferente, que es como debe entenderse la repetición en psicoanálisis, contra toda ilusión de copia. Es el acto lo que denuncia que se trata de una repetición al mismo tiempo que de otra temporalidad: por ejemplo, la trasferencia negativa será la actuación de un acontecimiento pasado de la relación del sujeto con alguna de sus figuras de autoridad tempranas. Y así, otros ejemplos: los sueños complicados con toda clase de imágenes serían el acto propio de una experiencia temprana con la sexualidad cargada de inquietudes sin respuestas y plena de confusiones. Platón y Nietzche, a su modo: para el primero todo conocimiento es reconocimiento, para el segundo el eterno retorno habla de una perpetuidad de lo originario.

Es Kierkegaard que, en su concepto de “eternidad del instante del origen” aplicado al pecado, quien se apartará de las nociones platónicas del conocimiento como reconocimiento y nietzscheanas del eterno retorno. Para este pensador la prohibición de la divinidad al hombre de que “coma los frutos de un determinado árbol” es una experiencia existencial que daría al hombre el derecho a elegir con libertad. El enfrentamiento del hombre con la posibilidad sería la marca propia de la naturaleza humana que se repetirá en cada ser humano que nazca. Es lo que hace eterno el instante del origen, su perpetuación desde esa primera “experiencia” inaugura el hoy de cada uno de los nacientes.

Es a partir de Kierkegaard que entonces la que él llamará “enfermedad mortal” (subsecuente texto al de La Angustia) será el pecado que sufrirá todo hombre por haberse perdido de Dios perdiéndose de sí mismo en tanto que su vida está en relación con ese Dios que lo ha creado. Se trata del pecado definitivo que, a semejanza de lo original representa una transgresión a un mandato divino al tiempo que carece de todo sacramento que como el de bautismo con respecto del pecado original capaz de perdonarlo.1

Se trata de una situación en la que lo excepcional, el pecado, sería permanente, duradero, en relación con “la eternidad del instante en el origen”, siendo su presentación la desesperación y, por esta vía, agobio del yo.

Comparemos esto con la cita que, en el prólogo de su encíclica LAUDATO SI, el Pontífice de Roma hace de su antecesor no muerto Benedicto XVI, para sustentar sus ideas, las de Francisco I, acerca de la etiología del malestar en los ambientes naturales y sociales:

El Papa Benedicto nos propuso reconocer que el ambiente natural está lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable. También el ambiente social tiene sus heridas. Pero todas ellas se deben en el fondo al mismo mal, es decir, a la idea de que no existen verdades indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad humana no tiene límites (las negritas son nuestras). Se olvida que “el hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza”. Con paternal preocupación, nos invitó a tomar conciencia de que la creación se ve perjudicada “donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el conjunto es simplemente una propiedad nuestra y el consumo es sólo para nosotros mismos. El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo nos vemos a nosotros mismos”.2

Giorgio Agamben toma de Walter Benjamin la idea de que el capitalismo no solamente es una religión, sino la más feroz de las religiones pues no conoce expiación alguna. Considera que el laicismo no ha podido trascender conceptos teológicos cuya secularización no logra resignificarlos sino, por el contrario, repiten lo que está en su origen, como una especie de eternidad del mismo, en el sentido kiergaardiano. Agamben nos va a ilustrar de qué modo ciertos conceptos, como el de fe, que siempre creímos de inocultable naturaleza teológica no lo son.

“Piensa en la palabra ‘fe’, generalmente reservada a la esfera religiosa. El término griego que le corresponde en los Evangelios espistis. Un historiador de las religiones que trataba de comprender el significado de esta palabra, daba un día un paseo en una calle de Atenas. De pronto vio escrito en un cartel: ‘Trapeza tes pisteos’. Se aproximó y se dio cuenta de que se trataba de un banco: trapeza tes pisteos quiere decir ‘banco de crédito’. Fue una iluminación.”3

Y si los hombres y las mujeres estamos igualados por el pecado original y llamados a obedecer el pensamiento único que los dos últimos pontífices proclaman como el monopolio de lo verdadero, no podemos dejar de pensar que no existe nada más democrático que el dinero, esa mercancía que en forma de billete expresa que el respectivo banco de la república pagará al portador la cantidad que el billete especifica: es decir, se trata de un acto de fe, cuya iglesia es el Banco y sus funcionarios privados y en el aparato del estado sus sacerdotes.

Su fascinación por el estudio de los orígenes, lleva a Agamben a considerar aquella fuerza que estando en el origen continúa actuando en el presente: como la infancia en el adulto, para el psicoanálisis o la continuación de la radiación iónica desatada a partir del Big Bang para la astrofísica. Lo concluyente es que no puede hablarse de un origen del homo sapiens como un momento en el cual terminaría la hominización y surgiría la cultura, sino que en esa relación animal/hombre siempre se está realizando, nunca deja de ocurrir, haciendo que la dialéctica humano/inhumano se mantenga activa, algo que jamás cesa de producirse.

Con Max Planck aprendimos que no vivimos en un universo de una sola vía, sino en un verdadero “multiverso”. Las consecuencias de esta aseveración tendrán que ser en el estatuto de verdad que introducirá la ciencia a partir de la física cuántica: ya no se tratará del descubrimiento de aquella verdad que estaría oculta en la realidad, sino de intentar formas diferentes de construcción de esa realidad. Al existir numerosas maneras de pensar el mundo, podemos quedar en condiciones para afrontar formas más o menos útiles de resolver los problemas que se nos plantean.4

Como lo sintetizaba Rashevsky en 1954: “Hace medio siglo los científicos solían evaluar sus teorías y nociones teóricas preguntando: ¿Es esta teoría o noción teórica verdadera o falsa? Desde los tiempos de Henri Poincaré se entiende que tal criterio no es el apropiado. En la actualidad no nos preguntamos si un concepto dado es verdadero o falso. Preguntamos: ¿Es conveniente o inconveniente, es útil o no?”5

Para la ciencia, pues, la verdad única es imposible y lo atinente a lo verdadero/falso queda suplantado por lo conveniente/inconveniente. Comparar un hecho, un descubrimiento determinado con una verdad única y absoluta es producir conclusiones completamente erróneas y oscuras acerca de la realidad. Así el físico crea su universo, no es un descubridor del mismo, optando por lo dinámico y lo constructivo de una realidad en lugar de precisar un absoluto de la misma, por supuesto, de escaso interés para la ciencia.6

La palabra discriminación cuenta, en nuestra lengua, con una historia muy particular, parece que por influencia anglosajona. El DRAE (2012) la trae con dos acepciones:

(Del lat. discrimināre).

1. tr. Seleccionar excluyendo.

2. tr. Dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc.

En un comienzo se trataba de un término que aludía a una capacidad intelectiva que poco a poco fue reemplazada por “marginación”, es decir, la segunda acepción que destaca el DRAE. La primera acepción se mantuvo, exclusiva, hasta 1992 y fue en la edición de 1970 que se agregó la segunda.

Dejó de ser pues acto selectivo propio del discernimiento intelectual acerca del análisis de cualquier temática u objeto, para convertirse en sinónimo de marginación, de acción injusta contra alguien…

Que el lenguaje es proclive a recibir toda clase de influencias de la realidad histórica no nos cabe la menor duda, pero estamos ante el hecho de la extrapolación de las consecuencias derivadas de la física cuántica al terreno del lenguaje, de tal modo que si cada físico crea su respectivo universo, suponemos posible crear nuevas realidades a partir de nuevas formas de nominar las cosas.

Raza negra” contestó un residente de psiquiatría a la pregunta sobre la identidad de su paciente a lo que uno de nuestros profesores no demoró en rebatir: “raza es una sola, le dijo, la raza humana, los nombres de los que componen la raza humana constituyen la diversidad dentro de lo Uno. Y entienda la última palabra con mayúscula.”

Entonces finalizaban los maravillosos años ‘70 y estábamos al tanto: se discrimina desde el lenguaje, decíamos, así que esa refutación profesoral nos puso directamente en la senda de lo políticamente correcto… Los pacientes seguirían siendo tratados “como negros”, “como indios” o “como blancos”, como pobres o como ricos, como crónicos o agudos… en fin, la palabra etnia vendría a auxiliarnos, de ahí en adelante, reemplazando la palabra raza: “Etnia negra”, diríamos, antes de que adviniera otro reemplazo: afro por negro. Y así, nos suponíamos contribuyendo a crear una nueva realidad.

La velocidad de la preocupación por el lenguaje, hay que decirlo, cursó de modo inversamente proporcional al crecimiento de las acciones revolucionarias destinadas a conseguir un cambio radical en la estructura social dominante y de la que asegurábamos nos avasallaba junto con el resto. Mientras más pulíamos el texto y más nos preocupábamos por el buen decir, más velozmente se derrumbaban todos los modos de organización política revolucionaria que habían logrado cierta hegemonía por lo menos en los medios universitarios, sindicales y campesinos. Y mientras conseguíamos hablar mejor, con el derrumbe del socialismo real en la Unión Soviética, el capitalismo perdió toda noción de vergüenza y procedió a imponernos la formación social que hoy impera y nos avasalla.

Esa correspondencia inversamente proporcional no insinúa ninguna relación causa/efecto, como una ligera lectura podría sugerir. Lo que lamentábamos como derrota lo expiábamos como lenguaje, aferrados desesperadamente a la idea de que la realidad se inventa. En eso nos demoramos, en darnos cuenta de que, en efecto, así fue, pero por el lado de la intelectualidad funcional al neoliberalismo, capaz de hacer etología, mientras se imponía el capitalismo salvaje. Pronto surgieron entre nosotros, los administradores del descontento con el fracaso revolucionario, hombres y mujeres que tomaron las armas para devolver, en espejo, a sus enemigos, peores acciones de las que estos pudieron haber cometido hasta entonces. Como hilo invisible, la lumpenización de la vida financiera, industrial, comercial y de servicios, ralentizada por el narcotráfico y sus cabezas visibles e invisibles, consiguió entronizar en el centro de la estrategia y de la táctica, su valor supremo: vence quien demuestre ser capaz de lo peor.

El más dañino, el capaz de menos vergüenza, el más impiadoso, el más codicioso, el más capaz de aparentar honradez y prestigio, el más sanguinario, el más poderoso, el mejor relacionado con los agentes del poder…

Un estado convertido en oficina administrativa de los vencedores no podía menos que avalar el surgimiento de aquellos modos de intercambio comercial, habitualmente predominantes en los bajos fondos. Ya Napoleón Bonaparte había iniciado un camino que pronto se extendería a otras esferas, al formar la primera Policía con los más poderosos asaltantes de diligencias de los caminos de Francia, puestos a escoger entre el fusilamiento si se negaban o la gloria y el honor si aceptaban la conversión. Esta vez el asunto no fue tan explícito: era necesario salvar a las fuerzas institucionales del oprobio y de las denuncias por violar los derechos humanos, pero, al mismo tiempo, le era indispensable no dejar de ejercer formas de disuasión tanto o más salvajes que las de sus enemigos, para lo cual, el gangsterismo prestó toda su colaboración, pro-capitalista, conservadora y católica, sin dar lugar a duda alguna.

Dotada de un lenguaje cientifista y romántico propio del aggiornamento franciscano posrenacentista, la encíclica LAUDATO SI, de Francisco I, al sostenerse sobre el diagnóstico formulado por su antecesor no fallecido Benedicto XVI, proclama como objeto a liquidar aquello que hace herida en el ambiente natural y social: la ausencia de Dios y, con ella, “a la idea de que no existen verdades indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad humana no tiene límites.”

Reemplazada por banqueros y laicos de oficina y de academia encargados de administrar la nueva vieja fe de los ciudadanos con la banca, el discurso papal fabrica la idea de que el derroche que amenaza con la conservación de “nuestra hermana, la casa en la que todos vivimos”, debe ser combatido mediante el restablecimiento de verdades indiscutibles que guíen nuestras vidas, una de ellas la de que debemos someternos a aquella instancia que está por encima de nuestra espiritualidad, nuestra voluntad y nuestra naturaleza que no es otra cosa que el “eterno instante del origen”, el pecado original, ese que ha sido capaz de mimetizarse de tantas maneras.

Porque es a lo que anunciábamos ir con el título que concedimos a estas notas. Una característica del pecado original es que resulta inevitable. Nos antecede por lo menos en siete mil generaciones que es lo que va del presente a la aparición de los primeros homo sapiens.

Así mismo resulta inevitable haber nacido, por ejemplo, en Colombia y tener que explicar a un funcionario fundamentalista cristiano de la aduana norteamericana que no hay modo posible de “corregir” eso que él considera indicio de personalidad sociopática y con respecto de lo cual el ciudadano “nada tuvo que ver”, como “nada tuvo que ver” cualquiera de nosotros con el pecado original.

Como resulta inevitable haber nacido con una carga conducente a conseguir dos metros de estatura en un medio que, a manera de sugerencia inteligente te aconseja cortar tus piernas para homologarte con la estatura de los demás, para lo cual solo te queda afirmar que ello no solamente es imposible, sino que fastidiará tus manos pues al ponerte de pie ellas quedarán rozando el piso por el que caminarás.

No pertenecer a la comunidad blanca, rica y protestante del primer mundo, te hará objeto de discriminación sin que el “acusado” haya tenido responsabilidad alguna por haber nacido en un medio mestizo, pobre y de otra religión.

Tiene razón Agamben, pero nos atreveremos a decirlo en nuestros propios términos. Todas las guerras actuales no son otra cosa que cruzadas, inclusive la guerra psicológica que, a nombre de defender el medio ambiente, nos avisa que su cometido será el restablecimiento de una verdad única e indiscutible como forma de salvarnos del despeñadero ecológico actual.

Santiago de Cali, junio de 2015

 

Notas

1. http://www.ataun.net/BIBLIOTECAGRATUITA/Cl%C3%A1sicos%20en%20Espa%C3%B1o...

2. http://w2.vatican.va/content/dam/francesco/pdf/encyclicals/documents/pap...

3.http://artilleriainmanente.blogspot.com/2015/01/giorgio-agamben-el-pensa...

4. Cfr.: William James, “The Pluralistic Universe”, Longrans Green, N.Y., 1909 y Ernst Cassirer, “The Philosophy of Symbolic Forms”, Yale University Press, New Haven, 1955.

5. N. Rashevsky, “The validation of Scientific Theories”, Frank P. G., Beacon, Boston, 1954.

6. Cfr. H. Margenan, “Metaphysical elements in Physics”, en: Review of Modern Physics, Vol.3, julio 1941.

 

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Articulo publicado en
Agosto / 2015

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