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Psicoanálisis: encierro en los consultorios y fracturas en las instituciones

 
24 de marzo de 2022. A 46 años del último golpe cívico-militar. 30.000 desaparecidos- Fue un genocidio

La memoria y el olvido en nuestra sociedad no pueden analizarse sin tener en cuenta el terror impuesto por la dictadura cívico-militar de 1976 a través de los campos de concentración y exterminio para instalar un proyecto político, económico y social. Muy pocos países en el mundo utilizaron esta metodología represiva. En estas instituciones totales se encerraba a los detenidos para iniciar un proceso de destrucción de su condición humana en la lógica característica de los campos de concentración-exterminio. Es decir, se los transformaba en una cosa, un número para luego eliminarlos. Aún hoy se los sigue denominando con el eufemismo de Centro de Detención Clandestinos. Esto ha llevado que sectores del poder impulsen un negacionismo del genocidio a través de lo que ellos denominan “memoria completa”. Es decir, una memoria que a través de “la teoría de los dos demonios” niega la responsabilidad de un Estado cívico-militar que organizó y planificó el asesinato de miles de personas a través de más de 340 campos de concentración y exterminio.

Esta historia continúa atravesando el tejido social. Cuerpos, historias, actores, prácticas, esperanzas, ideas fueron desaparecidas. Por ello sigue siendo necesario echar luz sobre ellas. Otra vez. Porque los efectos siguen vigentes

Por ello, a continuación, transcribimos un fragmento del capítulo V del Tomo II de Las Huellas de la Memoria. Psicoanálisis y Salud Mental en la Argentina de los ’60 y ’70 de Enrique Carpintero y Alejandro Vainer, editorial Topía, Buenos Aires 2018 (segunda edición, ampliada), donde se relata lo sucedido con los psicoanalistas comprometidos políticamente durante la última dictadura militar.

Psicoanálisis: encierro en los consultorios y fracturas en las instituciones

Los psicoanalistas y sus instituciones fueron atravesados por la dictadura como el resto de la sociedad. Es así como durante este período se produjeron varios hechos. Por un lado, un crecimiento de la cantidad de psicoanalistas que trabajaban en el consultorio privado. Por otro, las fracturas en las instituciones y creaciones de otras nuevas.

Pero también tenemos que destacar que algunos psicoanalistas estuvieron resistiendo en un exilio, interno o externo. Muchos de ellos fuera de las instituciones o bien en una situación minoritaria dentro de las mismas. Mantuvieron una actitud crítica frente a la dictadura realizando lo que estuviera a su alcance. Muchas veces se soslayan estas actitudes no diferenciando aquellos que ejercen la práctica del psicoanálisis, de sus instituciones. Fueron épocas en el país donde el silencio se transformó en una constante individual, social e institucional. Pero no debemos confundir el silencio producido por el terror, cuya sensación es la imposibilidad de enfrentar al poder, con el silencio de la complicidad.

Los tres grupos que describimos hacia mediados de la década -la APA, los lacanianos y los de Plataforma y Documento y sus sucesores - tuvieron distintas perspectivas de acuerdo a sus posiciones previas. Ya no hubo jardines y los senderos se bifurcaron para siempre.

(…)

Muchos de los psicoanalistas de Plataforma y Documento tuvieron que exiliarse del país a lo largo de estos años.[1] Las partidas habían comenzado con las amenazas de la “Triple A”. Pero ni bien empezó la dictadura la desaparición de un psicoanalista marcó que los terrores no eran infundados.

Rodolfo Walsh escribió sobre el tema en un largo texto sobre la situación en la Argentina, que circuló por embajadas y redacciones de noticias. En el apartado “Profesionales, artistas, sindicalistas, políticos” reproducía la desaparición de un psicoanalista que había pertenecido al grupo Documento del siguiente modo: “en marzo de 1976, inmediatamente después del golpe de estado, un comando castrense secuestró de su consultorio al psicoanalista Francisco Bellagamba, luego de reducir y maniatar a un grupo de pacientes que atendía en ese momento. Ese día se inauguró otra modalidad que luego se tornó habitual en los procedimientos clandestinos: los secuestradores arrancaron las cortinas del consultorio del psicoanalista y dentro de ellas envolvieron su máquina de escribir, su aparato reproductor de discos, el televisor, la vajilla y otros objetos de valor que se llevaron con rumbo desconocido. Similar fue la irrupción de los militares en la casa del escritor Haroldo Conti, becario Guggenheim y premio Casa de las Américas, de quien nada volvió a saberse.”[2]

Esta situación de terror hizo que algunos analistas que estaban comprometidos políticamente se exiliaran y difundieran sus ideas psicoanalíticas en distintos lugares como Brasil, España, México, Italia, Venezuela, entre otros lugares, que describiremos a continuación.[3]

Armando Bauleo se había ido con Mimi Langer a México a fines de 1974. En marzo del ‘76 volvió al país pero a los seis meses decidió a irse nuevamente. Estuvo en México, Madrid y finalmente en Italia, donde desarrolló sus enseñanzas, tomando contacto con Franco Basaglia.[4]

En esos pocos meses de su regreso a la Argentina escribió un texto con Eduardo Pavlovsky, “Psicoterapia en situaciones excepcionales” y fue presentado ese mismo año en un Congreso en Milán.[5] En el mismo comparaban la situación argentina con la de la Alemania nazi. Esto los llevaba a afirmar que no podía existir neutralidad en esos momentos: “en las situaciones de pánico grupal, el terapeuta se desempeña como buen continente de las angustias terroríficas del grupo cuando tienen un proyecto político, o está ligado a una organización política. Por una ausencia de información del contexto socio-político, puede tomar niveles imaginarios, al servicio de la negación, frente a una situación real de peligro para el paciente.”[6] Los autores sostenían que la caracterización de la situación política permitía discriminar la fantasía de la realidad. Y que los terapeutas no se curaban de los pánicos sociales con su análisis, sino con la posibilidad de ubicación frente a lo social. De lo contrario podían caer en la contraidentificación o confusión con temores de los pacientes, o con los represores -echando a los pacientes militantes de sus tratamientos-. Mencionaban la dificultad de los trabajos en grupos por estos temores, marca de toda la época.

Eduardo Pavlovsky se quedó un tiempo más en el país y relataba sus vivencias de esos tiempos: “había un clima de terror porque se comentaba cotidianamente quiénes habían desaparecido. Se había interiorizado el terror como obvio. Era natural en la forma de los relatos, donde uno participaba como podía. Si alguien se muere uno habla. Pero otra cosa era que se muriera alguien un día, otro al otro, y así sucesivamente. Había una elaboración del duelo muy particular, no por negación. Nosotros pertenecemos a un sector muy golpeado; y acá siempre se habla de la dictadura como si hubiera un aparato represor, un aparato reprimido, pero en medio de una complicidad civil espantosa, porque si no, no hubiera existido la dictadura. Pero no sólo había un terror muy grande, sino que también había algo de lo que amplificaron en la película de Roberto Begnini La vida es bella: mucho humor, una risa que no era maníaca ni persecutoria, sino de las cosas que además pasaban en Buenos Aires: lo que había de vida, lo que se podía rescatar de vida sin que signifique un riesgo. Esto me llevó a un error en el diagnóstico de situación. Pensaba que no me iban a venir a buscar. Y estrené mi obra de teatro Telarañas. Me llamaron diciéndome que la parara y yo les contesté que no la paraba, ‘párenla ustedes’. En el ‘78 pensé que ya había zafado.”[7]

A Pavlovsky lo fueron a buscar un día mientras atendía a un grupo terapéutico. Le dijeron que venían los “gasistas”, tomando “prestada” una escena de su obra en la cual los paramilitares iban a buscar a los personajes disfrazados de “gasistas”. Antes de que entraran, saltó hacia el balcón y de allí a la casa de al lado. Les dijo a los vecinos que le estaban robando y luego fue directamente a la Comisaría denunciando él mismo el hecho. Lo vieron como a un médico víctima de un asalto. Enviaron policías a su domicilio. Mientras tanto, se quedó con el Comisario e hizo un llamado a su hermano fingiendo que estaba hablando con Raúl Alfonsín, a quien no conocía, dándole el nombre del Comisario. Cuando la policía y el grupo paramilitar volvieron juntos a la Comisaría le preguntaron si era judío. Pavlovsky respondió que no. Lo dejaron ir. Al salir caminando se encontró con su hermano en la esquina. Había entendido su mensaje cifrado. Encontró su casa destrozada y le habían robado sus documentos, pero no habían dañado ni a su mujer ni a sus hijos. Vivió unas semanas mudándose de un lugar al otro. Sus compañeros de militancia política le posibilitaron llegar a Montevideo. De allí fue a España. Pavlovsky recordaba: “Yo tuve un exilio de lujo, porque era conocido como terapeuta en Madrid, había ido incluso en el ‘77 a hacer laboratorio, era conocido por el grupo de Antonio y Nicolás Caparrós. Y estaba con mi amigo Hernán Kesselman.”

Hernán Kesselman también había tenido que exiliarse en mayo de 1976 en Madrid, donde formó la Escuela Pichon Rivière de Psicología Social y cofundó la revista Clínica y análisis grupal. Junto con Kesselman prosiguieron sus investigaciones y actividades en psicoanálisis, psicodrama y grupos. Publicaron varios libros Las escenas temidas del coordinador de grupos (1977), Espacios y Creatividad (1980) y Clínica Grupal 2 (1980), además de artículos en revistas y realizar actividades docentes. [8]

En España también se exiliaron Valentín Barenblit, Luis María Esmerado y Mery Schwartz, entre otros.

En Madrid, Pavlovsky y Kesselman comenzaron una polémica pública con el lacanismo dentro del psicoanálisis, que se continuó en el regreso a la Argentina. El 9 de diciembre de 1979 se realizó un Coloquio sobre Psicología Dinámica Grupal, con la participación de Juan Campos Avillar, Nicolás Caparrós, Hernán Kesselman, Eduardo Pavlovsky, Pacho O’Donnell, Francisco Peñarrubia y Pablo Población. El debate fue monopolizado por la discusión entre Pavlovsky/ Kesselman y O’Donnell. El tema era lo ideológico en psicoanálisis y grupos. O’Donnell ya había virado sus posiciones teóricas hacia un lacanismo apolítico. En la discusión estaba muy lejos de las ideas revolucionarias de su libro. Se alejó más con el tiempo, al ser funcionario público del radicalismo en los ‘80 y del menemismo en los ‘90. Pero en psicoanálisis propuso una tendencia que desarrolló luego en Buenos Aires, al volver: el Psicoanálisis Freudiano Grupal, que después se convirtió en el Análisis Freudiano en grupo. A pesar de que los integrantes españoles del debate intentaban volver al tema de los grupos, los tres argentinos acapararon la discusión sobre la ideología del lacanismo que abarcaba no solamente la Argentina. Para O’Donnell era un avance, para Pavlovsky y Kesselman era una nueva hegemonía al estilo de lo que había sido el kleinismo de la APA.[9] Esta fue la primera polémica pública acerca del lacanismo y la dictadura, que luego se dio en nuestro país.

Eduardo Pavlovsky volvió a la Argentina a principios de los ‘80. En 1983 comenzó a editarse la serie de Lo Grupal. En su primer número Pavlovsky ponía al descubierto una de estas polémicas en el prólogo de su primer volumen. “... El ‘fascismo’ de estos años se encargó de borrar de las universidades esos textos cuestionadores (Cuestionamos 1 y 2). Un purismo cientificista y ahistórico invadió la enseñanza del Psicoanálisis en estos años. Un neutralismo vergonzante anuló la posibilidad transformadora y revolucionaria que el psicoanálisis tiene. Se lo aquietó en discusiones bizantinas. Se lo complicó más que nunca. Se lo adormiló en su función de cuestionamiento social. Se lo aristocratizó. Se lo ‘derechizó’. Se lo ‘lacanizó’... después de la diáspora que sufrimos algunos de los psicoanalistas argentinos en estos años es más que un episodio fortuito... (esta) es nuestra manera de reanudar el diálogo en Buenos Aires con la gente joven. Hablando de grupos, unas veces. Hablando de Instituciones, otras. Para nosotros hablando de Psicoanálisis, siempre. Pero desde aquel psicoanálisis que asumió Plataforma cuando produjo la ruptura con la APA. Un psicoanálisis que cree, en última instancia, en la existencia de un inconsciente social e histórico.”[10]

Varios psicoanalistas argentinos se instalaron en distintas ciudades de Brasil.

Emilio Rodrigué se había ido un tiempo antes del inicio de la dictadura. Se instaló con Martha Berlín en Bahía. Comenzaron a formar psicoanalistas con diversas técnicas de trabajo. Publicaron juntos una versión íntima de la historia reciente que abarcaba desde su participación en la marcha a Ezeiza a raíz del regreso de Perón a la Argentina, hasta su partida. El libro se llamó El Antiyoyó y se publicó en España.[11] Paralelamente publicó El paciente de las 50.000 horas[12], texto donde mostraba su cambio de psicoanalista ortodoxo al empleo de nuevos dispositivos de trabajo con el uso de Laboratorios, dramatizaciones y otras técnicas en la formación de terapeutas en Bahía.[13] También se exiliaron allí Bernardino Horne, -quien fue el primer AE de América Latina- y Raúl Courel, -quien formaba parte del Centro de Estudios Psicoanalítico de Tucumán-.

Gregorio Baremblitt se exilió en Río de Janeiro donde fundó junto a Osvaldo Saidón y psicoanalistas brasileros en 1978 el Instituto Brasilero de Psicoanálisis, grupos e instituciones (IBRAPSI). Sus ideas comenzaron a acercarse a la propuesta del esquizoanálisis de Deleuze y Guattari. En ese sentido organizó allí, en 1981, un congreso al cual asistieron Félix Guattari, Robert Castel y Franco Basaglia para discutir la problemática de las instituciones de Salud Mental. Baremblitt fue promotor de las ideas de Deleuze y Guattari en Brasil, donde se quedó definitivamente. Saidón retornó a la Argentina al final de la dictadura.

También en Río de Janeiro, Jorge Volnovich fue cofundador de la Sociedade Brasilera de Estudio e pesquisa da infança, que desarrolló el psicoanálisis con niños en Hospitales y con chicos de la calle, retomando conceptualizaciones de Maud Mannoni.

Por otro lado, en San Pablo, los psicoanalistas Guillermo Bigliani, Lea Nuss de Bigliani, Mario Fuks, Lucía Barbero, entre otros, participaron en la difusión del psicoanálisis en el Instituto Sedes Sapientae, una institución de orientación católica ligada a la Teología de la Liberación.

También Fernando Ulloa tuvo que irse a Bahía durante un tiempo por cuestiones de seguridad. Sin embargo, la mayor parte de sus tareas las realizó antes y después en la Argentina. Desde había un tiempo había comenzado a trabajar en el campo de los Derechos Humanos, que desarrollaría a lo largo de los años. Desde que presidió la FAP Capital había comenzado a trabajar con peritaje de torturados, a pedido de la gremial de los Abogados. Fue el comienzo de su actividad con víctimas del Terrorismo de Estado y sus familiares, tema que se extendió a lo largo de todo ese período. “Para mí fue importante no desmentir en todo este quehacer una perspectiva psicoanalítica, en cuanto preparación para la acción clínica, atento a la posibilidad de implementar una actitud pertinente en cuanto a idoneidad, en situaciones muchas veces atravesadas por el horror, pero también por el esfuerzo en establecer la verdad.”[14] Al volver de su exilio, antes de terminar la dictadura, comenzó a trabajar en el Movimiento Solidario de Salud Mental y luego en peritajes y supervisiones, sobre todo en relación a Abuelas de Plaza de Mayo.[15] Ulloa junto con un grupo de psicoanalistas no institucionalizados, se agruparon en el “Foro Psicoanalítico de Buenos Aires” en esa época.[16]

Juan Carlos Volnovich y Silvia Werthein se quedaron hasta fines de 1976, momento en que partieron para Cuba. Volnovich recordaba cómo fue la decisión: “Yo estaba totalmente decidido a quedarme acá pase lo que pase. En realidad, deberíamos habernos ido mucho antes de lo que nos fuimos. Mi intención de permanecer aquí se inscribía sobre el fantasma de la Guerra Civil Española. Temía que me pasara lo que le había pasado a los republicanos que se exiliaron y que, cuarenta años después, no habían podido regresar. Todo el mundo se iba o desaparecía. Era una cosa espantosa, se desmantelaban proyectos, como la Cátedra de Psicología Médica de la UBA. Yo mantenía una disociación ‘loca’: al mismo tiempo que estaba metido en política funcionaba como un analista. Luego del golpe nos mudamos, cambiamos a los chicos de escuela. Ellos sabían que no podían decir donde vivían, que no debían preguntar el nombre de la calle. Yo cambiaba de consultorio permanentemente. A la vez atendía hijos de militantes en las plazas sin saber el verdadero apellido del chico.”[17] Finalmente partieron al entender como una advertencia un llamado del hermano de Silvia, que vivía en Cuba. Fueron los gestores de los desarrollos del psicoanálisis en Cuba y también trabajaron, junto a Marie Langer y otros exiliados en México, en tareas de Salud Mental durante la Revolución Sandinista en Nicaragua. Regresaron al país en 1984.

México fue uno de los lugares que tuvo más psicoanalistas exiliados que desarrollaron allí diferentes actividades. Por un lado, tal como en España, por el idioma. Pero también porque era un país con una tradición de recibir a los exiliados políticos, desde la Guerra Civil Española. Se exiliaron unos 40, entre psicoanalistas, psiquiatras y psicólogos. La Asociación Psicoanalítica de México tenía 70 miembros entonces, con lo cual se puede considerar que la influencia de los argentinos fue muy importante.[18]

Marie Langer, que estaba en México desde 1974, ayudó a muchos exiliados en la inserción en un nuevo país. Además de su trabajo en Nicaragua, también enseñaba en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y dictaba el “Seminario de los lunes”, que fue un punto de encuentro de varios psicoanalistas exiliados.

Entre los que se exiliaron en México se puede mencionar a Carlos Shenquerman, Silvia Bleichmar y Marta Sánchez, quienes fundaron la revista Trabajo del Psicoanálisis; y a Fanny Blanck-Cereijido que se incluyó en la Asociación Mexicana de Psicoanálisis. Más adelante llegaron Norberto Bleichmar y Celia Leiberman de Bleichmar, fundadores de una institución de psicoterapia psicoanalítica.

Diego y Gilou García Reinoso se fueron a fines de febrero de 1976. Venían pensando hace tiempo la partida. Gilou recordaba cómo se fueron “por muchas razones. Lo que me decidió fue que estaba en un grupo con un paciente y tuve una intuición de que era alguien de los ‘servicios’. Me dije que no era mi paciente. Ahí pensé que me tenía que ir, porque o bien tenía razón -y me tenía que ir -, o bien estaba delirando -y también me tenía que ir-. De todos modos tardaron cuatro meses en darnos el pasaporte.”[19]. Eligieron México. Vivieron unos días en lo de Mimi Langer para luego instalarse en una casa propia y continuaron con sus actividades: Gilou retomó sus tareas que había dejado, en la Cátedra de Medicina del Trabajo de la UBA, en actividades en la Secretaría de Trabajo en México, junto con Laura Bonaparte, entre otros. Diego continuó como psicoanalista de niños, enseñando y supervisando. Colaboró con la fundación del postgrado de Psicología en la Universidad de Querétaro en 1980. Gilou recordaba que “el exilio fue grato con todo lo doloroso que era. Ya no estaba con esa sensación de ‘te toca, no te toca’. Teníamos trabajo. El psicoanálisis se abrió mucho con la llegada de los argentinos a México.” Volvieron a la Argentina en 1981.

Algunos psicoanalistas se quedaron en el país en un exilio interno. A pesar de las actitudes de las instituciones psicoanalíticas, es necesario destacar a aquellos que por fuera o por dentro de estas instituciones resistieron de diferentes maneras, tal como vimos anteriormente: apoyando a las Madres de Plaza de Mayo, sosteniendo la actividad en diferentes organizaciones profesionales, oponiéndose a la Guerra de las Malvinas y manteniendo su perspectiva ideológica y política.

La vuelta de la democracia llevó a nuevos desafíos.

Buenos Aires 2018

 

 

Notas

 

[1] De Plataforma se exiliaron Armando Bauleo (Italia), Fanny Barenblit de Salzberg (Barcelona, España), Gregorio Barenblit (Río de Janeiro, Brasil), Carlos G. Bigliani y Lea Nuss de Bigliani (San Pablo, Brasil), Luis María Esmerado y Andrés Gallegos (Barcelona, España), Diego García Reinoso y Gilou Royer de García Reinoso (México), Hernán Kesselman (Madrid, España), Marie Langer y Miguel Matrajt (México), Eduardo Pavlovsky (Madrid, España), Emilio Rodrigué (Bahía, Brasil) y Juan Carlos Volnovich (La Habana, Cuba). Se quedaron en el país Guido Narváez, José Rafael Paz y Manuel Braslavsky (que falleció antes del advenimiento de la democracia).

De Documento Hugo Bellagamba está desaparecido. Se fueron del país Hugo Bleichmar y Emilce Dío de Bleichmar (Caracas primero y España después), Ignacio Maldonado (México), Fanny Elman de Schutt (Madrid, España), Jaime P. Schutt (Brasil), Horacio Scornik (México) y Fernando Ulloa (Brasil). Se quedaron Diana Etinger de Álvarez, Marcos Bernard, Santiago Dubcovsky, Carlos Kaplan, Raquel Kielmanowicz, Julio Marotta, Aldo Melillo, Lea Rivelis de Paz, Aída Dora Romanos, Jorge Rovatti, Leopoldo Salvarezza, Gilberto Simoes y Raquel Kozicki de Simoes.

[2] Walsh, Rodolfo, “Historia de la guerra sucia en la Argentina”, en Verbitsky, Horacio, Rodolfo Walsh y la prensa clandestina, op. cit.

[3] Llamativamente ni Francia ni Inglaterra fueron los lugares elegidos por psicoanalistas argentinos a pesar de ser los sitios de sus autores de referencia.

[4] También allí se exiliaron María Elena Petrelli y Roberto Pico, provenientes del Centro de Estudios Psicoanalítico de Rosario.

[5] Bauleo, Armando y Pavlovsky, Eduardo, “Psicoterapia en situaciones excepcionales”, en Bauleo, Armando, Contrainstitución y Grupos, Editorial Fundamentos, Madrid, 1977.

[6] Bauleo, Armando y Pavlovsky, Eduardo, op. cit., pág. 113.

[7] Entrevista de los autores con Eduardo Pavlovsky, marzo 1999.

[8] Kesselman, Hernán, Pavlovsky, Eduardo y Friedlewsky, Luis, Las escenas temidas del coordinador de grupos, Editorial Fundamentos, Madrid, 1977; Kesselman, Hernán, Pavlovsky, Eduardo y Friedlewsky, Luis, Clínica Grupal II, Ediciones Búsqueda, Bs. As., 1980; Kesselman, Hernán y Pavlovsky, Eduardo, Espacios y Creatividad, Búsqueda, Bs. As., 1980.

[9] Campos Avilliar, Juan; Caparrós, Nicolás; Kesselman, Hernán; Pavlovsky, Eduardo; O’ Donnell, Pacho; Peñarrubia, Francisco; Población, Pablo; Psicología Dinámica Grupal, Editorial Fundamentos, Madrid, 1980.

[10] Pavlovsky, Eduardo, “Prólogo”, en Lo Grupal, Ediciones Búsqueda, Buenos Aires, 1983.

[11] Rodrigué, Emilio y Berlín, Marta, El Antiyoyó, Editorial Fundamentos, Madrid, 1977.

[12] Rodrigué, Emilio, El paciente de las 50.000 horas, Editorial Fundamentos, Madrid, 1977.

[13] Luego Rodrigué publicará una serie de textos de tono autobiográfico en la línea de El Antiyoyó, como La lección de Ondina. Manual (psicoanalítico) de sabiduría, Editorial Fundamentos, Madrid, 1980.

[14] Ulloa, Fernando, Novela Clínica Psicoanalítica, Historial de una práctica, Editorial Paidós, 1995, pág. 130.

[15] Para ver los trabajos del equipo, consultar Movimiento Solidario de Salud Mental, Terrorismo de Estado. Efectos psicológicos en los niños, Editorial Paidós, Bs. As., 1987. En el texto figuran trabajos sobre los efectos del Terrorismo de Estado en general y luego en particular sobre los niños.

[16] En la década del ‘90 se instituyeron en el “Foro Psicoanalítico Asociación Libre”, conformado por Emiliano Galende, Luis Hornstein, Julio Marotta, Aldo Melillo, Gervasio Paz, Dora Romanos, Gilberto Simoes, Fernando Ulloa.

[17] Entrevista de los autores con Juan Carlos Volnovich, junio 1998.

[18] Blank-Cereijido, Fanny, “Del exilio. Psicoanalistas rioplatenses en México”, México, 2001.

[19] Entrevista de los autores con Gilou García Reinoso, julio 1998.

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Articulo publicado en
Marzo / 2022

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