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Quiebras y quiebres de la ley

 

El jugador repite de manera compulsiva su fracaso
indefinido al querer simbolizar el fort-perdido
para asegurarse el da-recuperado.
Rene Tostain “El Jugador”

En las últimas décadas, algunos psicoanalistas en Argentina, nos hemos encontrado en la difícil tarea de dar cuenta de los efectos en la subjetividad del trauma provocado por políticas de Estado, tanto del Estado Terrorista como del Estado en democracia en sus faltas y en sus fallas de la ley.
Ciertos acontecimientos históricos nos interpelan de manera dramática acerca de la relación que establecen los sujetos con la realidad, esa perturbadora tensión existente entre realidad material y realidad histórica. Resulta ser de un desgarro inevitable, más aún cuando se trata de una historia que golpea con su más extrema ferocidad. Es allí donde podemos encontrar ese punto de cruce donde se articula la posibilidad de estructura con las condiciones de existencia que ciertos acontecimientos de la historia imponen.
Lo público y lo privado, cada uno con su propia legalidad se van articulando entre sí, pero ¿qué sucede cuando lo público asume un carácter desbastador que penetra e inocula lo íntimo, el espacio psíquico, de manera tal que impide cualquier posibilidad elaborativa? Hay casos que se convierten tristemente en paradigmáticos para pensar esta problemática. Roberto es uno de ellos, él nos habla de los efectos arrasadores que puede plantear este complejo entrecruzamiento.
La lógica dominante de la modernidad capitalista es la de un progresivo sometimiento de la racionalidad sustancial (M. Weber), racionalidad de los valores y principios éticos a la racionalidad instrumental, la del mero cálculo de una relación de eficacia entre medios y fines. Aunque el dinero no sea el único vehículo de esta lógica, sin embargo, éste puede llegar a alterar de manera radical la relación del sujeto con sus propios valores y la experiencia subjetiva en la que pueda reconocerse. El extrañamiento, la alienación del sujeto respecto de los productos de su propia existencia, es el elemento constitutivo de la subjetividad dominada por la modernidad. Quizá sea tan sólo una deliberada y provocativa exageración la de Adorno cuando dice que el gran paradigma de la razón instrumental de nuestro siglo es Auschwitz, esa máquina de extraordinaria eficacia que muestra la cara oscura y siniestra de la lógica de la pura producción, de la producción planificada y calculada de la muerte ¿No sería posible encontrar esa cara oscura y siniestra también en la lógica de la producción planificada y calculada de la vida?
Roberto se presenta sólo como un “jugador compulsivo” diciendo que en el año 2002 tuvo “una pérdida”. Su relato se despliega alrededor de las vicisitudes que lo llevaron a apostar en el juego una suma importante de dinero y cómo la perdió. Hacia el final de la primera entrevista agrega “sentía que tenía que tomarme una revancha, que necesitaba recuperar lo perdido, por eso jugué”. Me pregunté qué era lo perdido que buscaba recuperar.
En el año 2001 había cobrado la reparación económica que otorga el Estado a los familiares de desaparecidos. En el año 1976 habían desaparecido su madre, su hermano y su cuñada embarazada de pocos meses. Desde el Estado que había hecho desaparecer a sus familiares, se instrumenta la política de reparación económica. Ese mismo Estado que en la década de los ’90 terminó abandonando su rol como garante de derechos, quebrando el contrato social entre los ciudadanos y las instituciones, es el mismo que termina de derrumbarse en diciembre del 2001. El dinero con el cual el Estado buscaba reparar sus acciones terroristas era pagado con bonos del propio Estado; como consecuencia del default y la posterior y abrupta devaluación, termina de “desaparecer” lo poco que le quedaba. Trágica metáfora que pone de manifiesto la ineficacia de toda reparación cuando no va acompañada de un acto jurídico que la legitime, más aún cuando sabemos que la ley jurídica es la que le da soporte a la ley simbólica, fundadora de subjetividad.
Roberto tiene 57 años, proviene de una familia de clase media, dice, “mi madre era un ama de casa típica, nuestra vida transcurría en la cocina de la casa, mamá se la pasaba cocinando mientras los hombres de la familia jugaban al póker, me gustaba verlos, me gustaba el olor a los cigarros que fumaban, el ruido de las fichas, el clima que se armaba. Mi padre era el comodín, él entraba, sólo, si faltaba alguno, él era muy introvertido casi no hablaba. Esto ocurrió hasta mis 13 años que mi padre quiebra por primera vez. Mi madre me daba todo el tiempo de comer, llegué a pesar 100kg. a los 13 años. Me llevaron al médico y me daba anfetaminas pero yo los engañaba y comía a escondidas. Mi hermano era el depresivo y yo actuaba, era deportista, me rateaba en el colegio, hasta me hice monaguillo para que me dejen jugar en el equipo de fútbol del barrio. Ingresé al colegio secundario, mi mejor amigo me invita a un balneario donde por primera vez entré a un casino y tuve la mala suerte de ganar, entonces al otro día volvimos y perdimos todo, le quedé debiendo plata a mi amigo y tuve que vender mi guitarra para devolvérsela. A los 17 años mi padre vuelve a quebrar, en casa todo era un desastre y salí a trabajar para ayudar, entonces mi padre dice ‘ya vuelvo’ y no apareció por 6 meses, mientras tanto caían los embargos. El era como un desaparecido, no sabíamos nada de él. Salí a buscarlo y lo encontré en Montevideo (el mismo lugar que Roberto elige cuando él “desaparece” por un mes, como resultado también de una quiebra) y lo convencí de que vuelva. Mi hermano era como un desaparecido como mi padre, se tiraba en la cama y lloraba, mientras yo hacía de todo. Cuando me caso, el juego no estaba presente pero sí acciones compulsivas, iba siempre al frente, no tenía más remedio. Ese año mi padre muere de un infarto en mis brazos. A los pocos meses desaparecen mi madre, mi hermano y mi cuñada. El juego reaparece con los negocios y con la búsqueda de mis familiares, era el único sobreviviente y en las puertas que tocaba me extorsionaban para darme información que siempre resultaba falsa.”
En el año 2002 y como un modo de “recuperar lo perdido”, vuelve a jugar. No sólo no recupera lo perdido sino que pierde todo, roba dinero de una cuenta a la que tenía acceso para volver a jugar y una vez más buscando recuperar lo perdido, vuelve a perder y hace un intento de suicidio. Viaja al exterior intentado iniciar una vida nueva, trabajar y alejarse del tendal que había dejado. Debe regresar, sin trabajo y sin dinero, vuelve a robar, esta vez a un familiar...
¿Cuál sería la lógica en la que se inscriben esta serie de acting, juego, robos, intentos de suicidio? Freud designa al acting ligado a la compulsión a la repetición, la repetición en acto de aquello imposible de ser rememorado. El acting sería un modo de llamado que atestigua un desfallecimiento del decir, representa por lo tanto, una verdad inasimilable, una forma de ligadura acerca de algo que se constituye en insoportable. La serie de acting de “corrupción de la suerte” (R.Caillois) que produce Roberto, se presenta como un intento de renunciar al “tener” para lograr algún acceso al “ser”. Busca en las leyes del juego la ley que le permitirá la transgresión a modo de “coacción a la repetición”1, ese imposible de encadenar en el orden significante y que se relaciona con las inconsistencias de la Ley.
Recordemos que Roberto fue víctima de múltiples robos. Fueron robos de una cualidad particular. En el año 1976 el Estado Terrorista le roba y asesina a su familia. En esos años con la búsqueda de sus familiares, miembros de distintas fuerzas lo estafan ofreciendo información a cambio de dinero, la información nunca llegó. En 1984-85 con los juicios a las Juntas Militares, el Estado intenta restablecer algo en relación a Ley pero en 1987 con las leyes de impunidad (Obediencia Debida y Punto Final), nuevamente le roban, esta vez su derecho a la verdad y la justicia. Finalmente en el año 2001 el Estado intenta un nuevo acto reparatorio otorgándole la Reparación Económica para familiares de desaparecidos (Ley 24411) que nunca terminó de cobrar como resultado del default. Hablamos de ese Estado que debe actuar como garante de que el contrato entre ciudadanos e instituciones se cumpla, de un lugar de tercero, de instancia supra, del lugar de la Ley y no de la transgresión. Como consecuencia de las diferentes formas de estafa de la que fue víctima por parte del Estado, Roberto produce un pasaje al acto, un salto al vacío en el que termina quedando excluido/rechazado de toda escena. De la búsqueda de sus familiares pasa a la búsqueda de castigo en un movimiento que no interroga sino que actúa, sin ningún tipo de ligadura con la historia que lo constituye en ese lugar, ofreciendo su síntoma de modo sacrificial.
La historia de Roberto es efecto de quiebres y quiebras de la Ley del Padre, tanto del lado de la función paterna, como del lado del Estado, en su carácter real y a la vez de sostén simbólico. Realiza un movimiento metonímico en busca de inscribirse en una línea de filiación a partir de la cual acepta la reparación económica en tanto ésta se convierte vía metáfora en la perdida: “Si la tengo la puedo perder y de esta manera puedo seguir buscando...” El dinero o lo que éste representa aparece como ilusión a través de la cual recuperaba algo de lo realmente perdido pero, en este caso, para siempre. Si es cierto que no existe equivalencia entre la vida y la muerte, será por eso que la reparación económica no alcanza en el sentido del desagravio al intentar reparar con un valor finito una pérdida infinita. Pareciera que se trata más de un consuelo que de una reparación.
¿Es lo mismo reparación económica que herencia, si lo pensamos como resto, como lo que queda de aquellos que hoy no están? Pensamos la herencia como aquello irrenunciable que actúa como soporte simbólico y que afilia al sujeto en un linaje que nombra y lo nombra, permitiéndole apropiarse de un origen y una historia. Sabemos que en el caso de Roberto, como en otras treinta mil historias, este acto implica –también- apropiarse de su carácter siniestro. Para esquivar lo siniestro convierte la reparación económica en “plata quemada”. Lo que pone de manifiesto la falsedad del “acto reparatorio”. Quizá aquí radique la dificultad de cerrar este duelo; sólo sobre los fundamentos de una verdadera reparación, es decir, ética y jurídica por parte del Estado, esto hubiese sido posible. Derrida2 señala que la herencia no sólo hay que aceptarla “... sino reactivarla de otro modo mantenerla en vida. No escogerla (porque lo que caracteriza a la herencia es ante todo que no se elige, es ella la que nos elige violentamente), sino escoger conservarla en vida”.
En el caso de la reparación económica surge una paradojal insistencia de la filiación que, al mismo tiempo que efectúa un don, coacciona un destino de repetición, como si en esa tensión interna habitara una “pasión de ignorancia” que no cesa de no inscribirse, por la ausencia de Ley.

 

Graciela Guilis
Psicoanalista
guilis [at] fibertel.com.ar

 

Notas
1 Gerez Ambertin, Marta: “Fallas de la ley y coacción de repetición”: Ya en las cartas a Fliess -vid. Carta 71. 15/10/1897- Freud introduce el término coacción vinculado al de “compulsión de destino”. Le da, así, desde el principio de su obra, un cariz de algo obligatorio que presiona. Por eso preferimos el término coacción al de compulsión, pues coacción marca esa fuerza violenta y aparentemente externa a la subjetividad desde la cual el sujeto se siente “ajeno” a eso atroz que se instala en el núcleo más íntimo de su vida psíquica para acicatearlo y gobernarlo, más allá de sí.
2 Derrida J. Y Rudinesco E.: “Y mañana qué...” Ed.Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2003.

 

Articulo publicado en
Agosto / 2004

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