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Un apunte sobre Spinoza y el arte

 

La curiosidad sobre el vínculo efectivo que Spinoza mantuvo con la cultura de la imagen y el arte de su tiempo -y en particular con los dos más grandes pintores holandeses del siglo XVII: Rembrandt y Vermeer- no cuenta con demasiados documentos que la satisfagan y parece condenada a la sola conjetura. Y a una indagación a partir de datos tangenciales.

La investigación de Svletana Alters -entre otras- releva la centralidad del placer de las imágenes en la cultura holandesa del siglo XVII y el impacto en la sensibilidad visual por obra de la reciente tecnología óptica. Los artistas holandeses presentan su pintura como descripción de la realidad visible más que como imitación de acciones humanas -que era lo propio de la pintura italiana-; es descriptiva, no narrativa. En Holanda, la cultura visual y la circulación de imágenes era fundamental para la vida en sociedad y para la autoconciencia de la sociedad, de igual manera que fue en el teatro donde la Inglaterra isabelina se representó más completamente a sí misma. En las ciudades holandesas, dice Alters, las imágenes proliferan por doquier: libros, tapices, manteles, muros, azulejos… Y se representa todo, desde flores e insectos hasta nativos del Brasil.i Seguramente la filosofía spinozista de la imaginación no se halla desvinculada de ese clima cultural de intensa producción visual en el arte y en la vida común, como no lo estuvo tampoco de la revolución científica y el estallido de la óptica.

Los pintores holandeses del Seicento no sometían su trabajo a un canon de belleza, sino que orientaban su interés a objetos simples de la vida cotidiana, que revelaban una ubicua eternidad. En tanto la más alta forma de conocimiento, a su vez, la ciencia intuitiva spinozista prescinde igualmente de abstracciones y toma por objetos las cosas singulares -produce así un desmantelamiento de las jerarquías que halla su formulación más plena en la definición 6 de E II: “Por realidad entiendo lo mismo que por perfección”.

Rembrandt vivió en el barrio judío de Ámsterdam durante casi 30 años (entre 1631 y 1660), a pocos metros de la casa paterna de Spinoza. Tuvo trato con su maestro Menasseh ben Israel, de quien hizo efectivamente un retrato y cuyo libro Piedra gloriosa de la estatua de Nabucodonosor ilustró con cuatro grabados en 1635. No obstante, aunque la probabilidad de un vínculo entre el filósofo y el artista es alta, no existe ninguna prueba documental de que se hubieran conocido.ii

Como la filosofía intuitiva de las cosas singulares en Spinoza, tampoco la pintura de Vermeer no se aleja de los objetos cotidianos y comunes. En una reciente conjetura -o “hipótesis borgiana”, como la llama su autor-, Jean-Clet Martiniii sugiere una sociedad entre el filósofo de Ámsterdam y el pintor de Delft (que habían nacido en el mismo año, 1632), a partir de una indagación de la noción de conatus en tanto vis nativa, “fuerza naciente que irrumpe desde el interior de cada individuo” -y por consiguiente antipódica del principio de inercia, conforme el cual nada tiene fuerza propia y todo sucede por comunicación y transmisión.iv

La vinculación entre Spinoza y Vermeer podría haberse producido por mediación del llamado “padre de la microbiología”, Anton van Leeuwenhaek -como el pintor, también natural de Delft. Ningún documento testimonia que Spinoza hubiera tenido una relación con él; no obstante, el autor colige el vínculo por el hecho de que Van Leeuwenhaek construyó más de cuatrocientos microscopios y difícilmente pudo haber ignorado para ello el trabajo del más célebre pulidor de lentes de Holanda, que en la vida citadina y comercial, sólo secundariamente era conocido como filósofo. Por tanto, concluye Martin, “Van Leeuwenhaek descubre los glóbulos rojos gracias a un microscopio cuyas lentillas había recibido de Spinoza.”v Y consiguientemente aventura que la provisión de lentes para la cámara oscura con la que presumiblemente trabajaba Vermeer -“una especie de visión del tercer género de conocimiento”- pudo provenir del taller spinozista.

La “hipótesis borgiana” arroja pues tres sospechas: 1) El astrónomo (pintura cuyo título original había sido El filósofo) no es otro que Spinoza; 2) Las lentes de la camera obscura con la que trabajaba Vermeer habrían sido fabricadas por Spinoza, y el intermediario entre ambos no era otro que Van Leeuwenhaek; 3) El perdido Tratado del arco iris habría tenido que ver con la pintura de Vermeer: en tanto Spinoza habría proporcionado a Vermeer su conocimiento acerca de la óptica, el pintor y su trabajo pudieron suministrar al filósofo la materia para el estudio, hoy perdido, cuyo título era Tratado sobre el arco iris.vi

Además de ejercer el “arte” de pulir lentes como modo de ganarse el sustento, Spinoza dibujaba y en su juventud hizo teatro en el taller de su maestro Van den Enden (quien conforme la ratio studiorum jesuítica recurría al teatro pedagógico, en este caso como método de enseñanza de la lengua latina): muy probablemente en los años 1657-1658, el joven Baruch actuó en las Troades de Séneca; en el Philedonius del propio Van den Enden; en Andria y Eunnuchus de Terencio.vii De hecho, fue en la puerta del teatro -según transmite Pierre Bayleviii- (quizá tras haber concurrido a la representación de una obra) donde Spinoza, aún antes de haber escrito nada, pudo haber muerto apuñalado (“atacado a traición por un judío”), de no haber sido por la protección de su capa. Quizá no sea tampoco irrelevante que entre 1642 y 1652 -unos años antes de su vínculo con Spinoza-, Van den Enden haya abierto una galería de arte-librería llamada In de Konstwinkel (“En la tienda de arte”), donde comerciaba cuadros, estatuas, objetos raros, láminas, además de libros e impresiones.ix Fue tras quebrar con su negocio de arte que Van den Enden estableció en su casa sobre el Singel -uno de los principales canales del centro de Ámsterdam-, la escuela de latín donde frecuentaban jóvenes provenientes de familias liberales que se negaban a educar a sus hijos en las escuelas públicas, fuertemente controladas por el calvinismo ortodoxo.

Desde entonces Spinoza tenía un vínculo estrecho con el mundo del arte. El teatro de Ámsterdam había sido fundado por el Dr. Johannes Bouwmeester, médico, latinista y filósofo con quien el autor de la Ética mantuvo una amistad epistolar y personal. Junto a Lodewijk Meyer y otros conocidos de Spinoza -como Antonides van den Goes, con quien había sido condiscípulo en la escuela de Van den Enden-, Bouwmeester fundó en 1669 la academia de estudios teatrales Nil Volentibus Arduum, donde no es imposible que Spinoza concurriera en algunas ocasiones. En ese año aún en Voorburg, el filósofo alquilaba un cuarto en la casa del pintor Daniel Tydeman, con quien pudo haber tomado clases de dibujo y bajo cuya guía pudo haber trabajado en el cuaderno que años más tarde Hendryck van der Spyck -también pintor, del que nos ha llegado un retrato de Spinoza (acaso el único de todos los que existen tomado del natural), y dueño de la última casa donde el filósofo se alojó en La Haya- le mostró a Colerus con el presunto autorretrato vestido como Masaniello.x

Vloedenburg, barrio judío de Ámsterdam (hoy Watrelooplein)

Pulir, representar, dibujar, pensar, leer, jugar ajedrezxi, escribir, activar comunidades y amistades… ¿La vida de Spinoza fue una forma de vida spinozista? ¿Qué es una vida spinozista? Vida activa; vida del deseo que no es tanto impulso de autoconservación o perseverancia inercial como deseo de vivir, transindividual, abierto a la experiencia; producción adecuada de ideas, de vínculos y de objetos que no se determinan por su resultado sino por la plenitud inmanente a la vita activa. Una vida sin museo, una vida sin obra -desobrada, a condición de que el prefijo negativo afecte al sustantivo, no al verbo. Spinozista sería el adjetivo con el que designar una vida más allá de la belleza, más allá del bien, más allá del gusto y más allá del juicio; pura inmanencia que se sustrae a la distinción -y a la existencia misma- del “artista” y la “obra”. El arte como forma de vida spinozista no equivale a una “vida de artista”; más bien abre a una práctica de la impropiedad y de la impersonalidad que libera del posesivo (“mi obra”)xii, tanto como del culto de sí, y lleva el nombre de ética.

¿Qué es, entonces, una manera spinozista de vivir? Seguramente no un modo de vida “filosófico”, especulativo, sustraído, ni un “cuidado de sí”, sino acaso un arte de producir encuentros -con seres, ideas, obras de arte, libros, cosas- que generen o prolonguen una potencia intelectual-amorosa de inventar comunidades abiertas, comunidades inconfesables, comunidades de resistencia, comunidades revolucionarias, comunidades irrecíprocas, microcomunidades invisibles... Generación de afectos comunes y nociones comunes capaces de prosperar por acumulación hacia lo que aún no conocemos, y de resistencia a lo que envilece, entristece y bloquea. Acaso un arte de la enmienda (“emmendatio” es la palabra que usaban los artesanos tipógrafos cuando debían corregir un error sin dañar la página, una intervención delicada y precisa sobre una materia frágil que acoge un sentido en construcción); acaso una tarea de detección de todo lo que no forma parte de lo que, hacia el final de Las ciudades invisibles, Calvino llamaba “el infierno de los vivos”. O simplemente un deseo abierto a la experiencia, atento y agradecido a lo que hay y no se resigna a lo que se impone.

 

Notas

i Svletana Alters, El arte de describir. El arte holandés del XVII, Ampersand, Buenos Aires, 2016.

ii Cfr. Steven Nadler, Spinoza, Acento, Madrid, 2004, p. 117.

iii Jean-Clet Martin, Bréviaire de l’éternité. Vermeer et Spinoza, Éditions Léo Scheer, Paris, 2011.

iv Ibid., p. 19.

v Ibid., p. 58.

vi Ibid., p. 60.

vii Ver Omero Proietti, Philedonius 1657. Spinoza, Van den Enden e I classici latini, Università di Macerata, 2010.

viii Pierre Bayle, “Diccionario histórico y crítico. Spinoza”, en Escritos sobre Spinoza y el spinozismo, edición y traducción de Pedro Lomba, Trotta, Madrid, 2010, p. 36.

ix Que se trataba no sólo de una tienda de comercio de libros sino sobre todo de una galería de arte es corroborado por el inventario de objetos y piezas realizado con motivo de la liquidación en 1652, conservado en el Archivo de Ámsterdam (cfr. K. O. Meninsma, Spinoza et son cercle, Vrin Paris, 2006, p. 136).

x Jean Colerus, “Breve, pero fidedigna biografía de Benedictus de Spinoza, redactada a partir de documentos auténticos y de testimonios orales de personas que aún viven, por J. C., predicador alemán de la comunidad luterana de La Haya”, en Atilano Domínguez (comp.), Biografías de Spinoza, Alianza, Madrid, 1995, p. 110.

xi Según consta en el registro realizado por el notario para proceder a la subasta destinada a pagar los gastos del entierro, entre los objetos hallados en su habitación el día de su muerte -además de una mesita de roble, otra mesita de roble de tres patas, dos mesitas de abeto cuadradas con un cajón, una caja de color, una librería de roble con cinco anaqueles y un cofre viejo-, hay uno casi inadvertido y precioso: “un juego de ajedrez en una bolsa” (Freudenthal 164/69). Imaginar a Spinoza ajedrecista evoca una (otra) vida muy distante en el espacio y el tiempo -pero no en la experiencia del arte como ética-; símbolo del paso misterioso de Marcel Duchamp por Buenos Aires, el ajedrez ocupa el tiempo de esos días de 1918 y 1919 de los que casi nada se sabe.

xii En el Prefacio a la edición de las Opera posthuma de 1677, Jarig Jelles transmite la indicación de borramiento de firma por Spinoza -que la reticencia de sus iniciales solo cumple a medias. Pero no se trata como lucubra Jelles de modestia ni de humildad, sino de necesidad filosófica estricta contenida en una vida en la inmanencia. “Tanto en la portada como en otros lugares el nombre de nuestro escritor solo es impreso con las iniciales por la sencilla razón de que, poco antes de morir, él mismo expresó el deseo de que no se pusiera su nombre a la Ética, que se disponía a imprimir. Aunque no dio explicación alguna, en nuestra opinión, el único motivo de tal decisión es que no quiso que su doctrina fuera designada con su propio nombre, ya que en el capítulo 23 del Apéndice a la cuarta parte de su Ética afirma que quienes desean ayudar a otros con sus consejos y acciones a disfrutar juntos del sumo bien, no intentarán que su doctrina reciba de ellos su nombre...” (Atilano Domínguez (comp.), Biografías de Spinoza, op. cit., p. 48).

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Articulo publicado en
Abril / 2023

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