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Augusto Pérez Lindo

 Presentacion El Cine como Texto

Estoy orgulloso de poder presentar aquí este libro de María José Rossi, intitulado “El cine como texto” que indaga sobre las interpretaciones posibles del arte cinematográfico.

Es el fruto de una larga reflexión y estudio sobre el cine y los medios de comunicación audiovisual que la llevó a bibliotecas de Argentina, Europa y Estados Unidos. Es también uno de los resultados de un proyecto de investigación que hemos co-dirigido en la Universidad de Buenos Aires sobre el cine y la filosofía.

Mi satisfacción tiene que ver también con la trayectoria de María José, que ya ostenta dos posgrados (el doctorado en Filosofía de la Universidad de Turín y la Maestría en Educación Superior de la Universidad de Palermo), que es profesora de la Universidad de Buenos Aires y miembro del comité académico del Doctorado en Filosofía de la Universidad del Nordeste. Su trayectoria intelectual y académica me parece admirable. Sobre todo por el esfuerzo y la autodisciplina que le ha exigido realizar sus objetivos.

Hay una tercera razón para justificar mi orgullo: es la consistencia de su manera de pensar, su formación filosófica entretejida con intereses por la ética, la estética, los medios de comunicación y la cultura. María José es una intelectual de nuestro tiempo que se ha tomado muchas lecturas y observaciones para interpretar algunos aspectos de la cultura contemporánea.

En este caso se trata de interpretar al cine como un texto. Para quien no está en el tema esto puede parecer una trivialidad. Se entenderá mejor la naturaleza del problema pensamos que ya en el Antiguo Testamento encontramos un conflicto entre la cultura de la imagen y la cultura de la palabra. Con relación a los temas de la religión estaba prohibido recurrir a imágenes para presentar a Dios o para expresar principios teológicos. Para los profetas de Israel, como para algunos del Islam, las imágenes las crea el diablo. Lo único seguro es la palabra revelada o en todo caso el silencio para designar a Dios.

Para la Filosofía Griega lo inteligible se expresa a través de conceptos y desconfiaban del uso de las palabras que aquel entonces dominaban sobre todos los sofistas. Sócrates fue ajusticiado por afirmar que casi todo lo que se decía en la vía pública eran puros cuentos, o sea, mitos.

La Iglesia Católica estableció una relación teórica especial con los filósofos griegos favoreciendo el concepto contra las imágenes, pero mantuvo el respeto judaico por la palabra revelada. De modo que la teología católica desarrolló argumentaciones filosóficas para justificar sus principios y técnicas de interpretación para mantener la fidelidad del mensaje bíblico.

La importancia de estas diferentes preferencias simbólicas por la palabra, el concepto o la imagen se puede apreciar por el hecho de que la ruptura entre la Iglesia Bizantina y la Iglesia Romana tuvo que ver con dos o tres palabras del Credo y sobre todo con el culto a los íconos que habían creado los cristianos griegos.

La intangibilidad de la palabra sagrada cuya interpretación dependía exclusivamente de la Iglesia Católica se vió transformada con el principio de la lectura subjetiva de la Biblia que estableció Lucero con la Reforma Protestante. Este acontecimiento marcó un hito en la cultura y en la historia pues introdujo
lo que ahora nos parece propio de la cultura contemporánea: la pluralidad de interpretaciones, la pluralidad de verdades.

Ahora vivimos en una cultura donde predominan las imágenes, pero también las informaciones de múltiples fuentes, la variedad de discursos y de opiniones. La imagen se abrió camino con la fotografía y luego con el cine. La televisión e Internet constituyen etapas más recientes.

Al principio todos creyeron que se trataba de una innovación importante pero superficial. Las imágenes fascinaban pero no parecían modificar las reglas culturales. Las innovaciones tecnológicas llevan décadas antes de que se manifiesten sus efectos profundos. Todavía hoy no terminamos de procesar los impactos del cine, la televisión y la computadora. Un lingüista, Mc Luhan, fue el profeta de la nueva cultura emergente al señalar que los medios no eran solamente eso sino que eran portadoras de una nueva civilización, o en todo caso, el fin de la civilización de la palabra escrita que había generalizado la imprenta de Guttenberg.

En tono apocalíptico Giovani Sartori escribió hace menos de una década un pequeño ensayo intitulado “Homo videns” para sostener que marchamos hacia una involución del “homo sapiens” que surgió para utilizar sistemáticamente los conceptos y las palabras, para dar lugar a un hombre común determinado por las imágenes mentales o sociales que imponen los medios de comunicación de masas. En realidad, este vaticinio ya había sido previsto por Goebbels, el Ministro de Propaganda del Nazismo, cuando quiso organizar el control ideológico de las poblaciones mediante un impresionante despliegue iconográfico que marcaba las adhesiones y las sumisiones de los individuos a través de símbolos cuyas violaciones significaban la muerte.

Desentrañar la trama de los mensajes parecía propio de una disciplina que nace hace unos cincuenta años, la semiología. Los médicos ya conocían esta técnica pues forma parte del currículo profesional que los habilita para comprender los estados de un paciente a través de síntomas sin necesidad de conocer los relatos del interesado.

Ahora bien, la cuestión es saber si la imagen habla por sí misma o si su interpretación depende de nuestros códigos linguísticos. La lectura de las películas cinematográficas parecía crear una cierta autonomía de la imagen que el espectador puede apreciar o interpretar de acuerdo a las sugerencias que surgen de los mismos íconos. Pero el problema es que todo símbolo, en una cultura dada, depende de imaginarios y discursos que ya están presentes y que permiten decodificar lo que estamos viendo. No hay imágenes sin discursos. Entre otras cosas porque cuando venimos al mundo, cuando los humanos comienzan a humanizarse, necesitamos palabras para saber quienes somos y donde estamos situados. Sin palabras no podemos ni pensar, la imagen pura nos puede remitir a fenómenos naturales pero no nos permite asumirnos como individuos humanos.

El fondo de la cuestión que trata este libro de María José Rossi es saber si debe prevalecer la interpretación del cine a partir de la propia dinámica de la imagen o si necesitamos recurrir a una hermeneútica filosófica que nos permita no solo reconocer la semántica de las palabras sino también el significado de una secuencia fílmica.

Hay quienes prefieren la semiología o la lingüística para descifrar el significado del cine. El punto de vista de María José Rossi es que necesitamos, además, una hermeneútica para interpretar a fondo lo que quiere decirnos una película. Por eso habla de la lectura del cine como texto.

Puede parecer insignificante esta distinción o esta preferencia. Yo estimo que es fundamental porque la cultura de la imagen no alcanza por sí misma para comprender sus alcances. En la actualidad, por ejemplo, existe un debate intenso entre muchos especialistas de informática, en torno a la cuestión de saber si alcanza con la formación de un ingeniero o especialista en sistemas para interpretar la cultura de la información. Y la respuesta es que como fenómeno cultural, no meramente tecnológico, la informática precisa de otras herramientas, como la hermeneútica filosófica, para comprender todos sus alcances.

En este sentido el trabajo de María José no solo se inscribe en los estudios culturales y filosóficos sino también en el marco de un proceso más general donde se están creando nuevas teorías del campo de las ciencias cognitivas. Las neurociencias, la psicología cognitiva, los estudios de inteligencia artificial, entre otros, están tratando de saber como opera la mente humana frente a hechos, palabras e imágenes, que rol cumplen las emociones en la formación de la inteligencia.

Esperemos que este aporte de María José pueda prolongarse en el sentido indicado abriendo más posibilidades para comprender cómo estamos combinando la cultura de la imagen con la cultura del pensamiento. De eso depende en parte el sentido de la civilización emergente. Gracias, María José por abrirnos una nueva ventana para comprender la cultura de la imagen cinematográfica.

Augusto Pérez Lindo