María José Rossi | Topía

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María José Rossi

 Presentación del libro “El cine como texto”.

Quiero agradecer en primer lugar a los miembros del jurado que han distinguido este texto, y especialmente a los directores de la editorial Topía, a Enrique y a Alejandro, que al hacer este llamado a concurso asumen el riesgo de que autores no consagrados puedan ganarlo.
En mi caso atribuyo todos los méritos a Jeremías, no sólo porque cuidó muy bien de preservar la identidad de aquella que hoy se presenta como autora, sino porque además no es simplemente un seudónimo: Jeremías es realmente quien escribió este trabajo.
¿Por qué digo esto? No porque quiera evadirme de la responsabilidad de todo lo que digo aquí, sino porque lo cierto es que no he dejado de experimentar un cierto sentimiento de extrañeza frente a este producto hecho y terminado; como si, de alguna manera, me estuviera anticipando a lo que inevitablemente es el destino de todo libro: no pertenecer enteramente a su autor. Esto significa que a partir de ahora el libro va a echar a rodar y se lo van a apropiar aquellos que lo vayan a leer. Y este es, afortunadamente, una de las tantas venturosas posibilidades que corren los textos una vez que se emancipan de la potestad de sus autores.
Pero volvamos a Jeremías y por qué digo que escribió este libro.
Si alguien se toma el trabajo de leerlo desde el principio hasta el final, verá que Jeremías aparece dos veces: en la contratapa y en el apéndice, cuando hago el análisis de la película de Greenaway ‘Escrito en el cuerpo’. Pues bien: Jeremías es uno de los personajes de ese film maravilloso, y tiene la particularidad de ser un políglota. Pues bien, al igual que Jeremías, que habla muchas lenguas, este es un texto escrito desde muchos lenguajes: el de la filosofía, el del cine, el de la semiótica. Lo cual quiere decir que representa un riesgo, sobre todo para los editores, porque constituye un texto limítrofe; en una palabra, un texto que no se ubica con precisión ni aquí ni allí. O sea que, volviendo al principio, los editores han asumido un doble riesgo: el de una autoría ignota y el de un texto limítrofe.
Pero sobre todo, para aclararlo bien, este libro es un libro acerca de la hermenéutica y del cine. Muchos de ustedes saben que quien me inició en el mundo de la hermenéutica fue Gianni Vattimo, con quien estudié en la Universidad de Turín, allá por los años 1998-2001. Al mismo tiempo, también por esos años, con mis compañeros y compañeras de cátedra del Ciclo Básico y con la dirección de Augusto Pérez Lindo, iniciamos una investigación sobre medios audiovisuales, más precisamente, acerca de cómo integrar el cine a la enseñanza de la filosofía. Fue ahí cuando empecé a unir la hermenéutica, que es el arte de la interpretación de textos, y el cine. Y lo que siempre me pregunté es por qué la hermenéutica, que es muy antigua y que ha ofrecido reglas de interpretación muy adecuadas y precisas, no ha tenido para nada en cuenta al cine. Pues bien, este libro intenta responder esa pregunta, y la responde, sucintamente, de este modo: la filosofía ha manifestado (casi) siempre reservas muy grandes hacia la imagen; esa desconfianza comienza a larvarse en la tradición platónica y se refuerza enormemente con el protestantismo, que exacerba la desconfianza hacia las imágenes, como si ellas pudiesen ser ocasión de desvío de las realidades esenciales, invisibles e inteligibles. Es por ello que la hermenéutica privilegió al texto, en especial al texto escrito, cuya idealidad garantizaría un acceso directo a esas realidades. Por eso, sólo cuando se supera definitivamente esta desconfianza visceral hacia la imagen es posible construir una hermenéutica del film. Y lo va a ser a partir de la consideración de la imagen cinematográfica como texto; es decir que un film puede ser objeto de la hermenéutica porque es también, como otros, un texto.
Y un texto es precisamente eso: una construcción en la que participan el autor, el lector, el contexto. Un film es un texto porque no es la realidad. Pese a que nos presenta imágenes ‘de la realidad’, no puede ser confundido con ella: es artificio, convención, un constructo narrativo constituido a partir de cierto lenguaje y que además, para seguir siendo texto, debe ser prolongado por la palabra. Comentar un texto es reescribirlo; comentar un film, analizarlo, poder reflexionar, es hacer que siga hablando y poder construir sentido. Voy a emplear aquí deliberadamente una palabra que está hoy un poco devaluada: la palabra sentido. Hacer hermenéutica de un film es poder construir significados, es poder construir sentido. El sentido no se halla allí en la realidad: se hace, se construye, es un trabajo, no adviene solo.
Y lo que digo es que vale la pena internarse en esos textos y construir sentido. ¿Por qué?
La filosofía, tanto como la literatura y el cine, tienen una virtud: la de crear otros mundos posibles. Esos mundos son mundos alternativos, llenos de sus propias vivencias y sus reglas, con sus protagonistas. Es posible entonces, para el que lee, para el que mira, desentenderse del sí mismo, despegarse del propio mundo y vivir otra experiencia posible. Pero esa vivencia no es la de la evasión. No se experimenta otro mundo para olvidarse de este; no se transita otra realidad ni se recorren otros caminos para desentenderse de éste, el que llamamos ‘mundo real’. Esa es en todo caso la versión desestimante del arte, el que lo hace un mero adorno para la vida, una cosa superflua, y por ende, una estrategia de evasión.
Al contrario, el hecho de proporcionar otros mundos nos reconcilia con éste (el que llamamos ‘mundo real’) en la medida en que nos hace más flexibles, más propensos a aceptar otras alternativas, a aceptar su relativismo esencial. El arte, el cine, la literatura ejercita el poder de comprensión. Y la comprensión consiste en poder habitar otros mundos, consiste en poder ponerse en otro lugar, en el lugar del otro, en el lugar de la alteridad. Hace poco leí algo muy pertinente para esto que estoy tratando de expresar en palabras de un escritor británico, Ian McEwan (Nación Cultura, 13,5,07, p.3) que decía que “el núcleo moral de la novela es poder habitar otras mentes. Eso es lo que las novelas parece hacer muy bien y también aquello de lo que la moral se ocupa: entender que las personas son tan verdaderas para sí mismas como lo es uno para sí mismo, hacerle al prójimo lo que uno se hace a sí mismo…Es parte del desarrollo hasta lograr plena conciencia. Las personas psicóticas o autistas no pueden leer la mente ajena. Pueden ser aterradoramente lógicas pero carecen de compromiso emocional. Todos ocupamos algún grado de la escala que se exitende entre la fría persecución de nuestros intereses personales y la devastadora conciencia de lo que piensan los demás”.
Pues bien, la hermenéutica profundiza ese intento por adentrarse en esos mundos que nos hacen más fácil vivir en nuestro mundo; que nos permiten hacer menos difícil congeniar con otros mundos reales y que nos torna menos indiferente a los otros, menos emocionalmente descomprometidos. Y es la imaginación la que lo posibilita, y es la hermenéutica, con sus reglas, la que lo perfecciona y facilita. Este es entonces un libro sobre la hermenéutica, la filosofía y el cine, un intento por reconocer los diferentes estratos de sentido de un texto cinematográfico y de encontrar entonces, en ese mismo mundo alternativo, muchos otros pliegues, muchas otras cadencias, que sólo una mirada ejercitada en la comprensión paciente puede encontrar. Los invito entonces a recorrer esos mundos y a componer este texto, que como todos los que construyen el autor y el lector, es un texto inconcluso.

María José Rossi