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Presentaciones de Bitacoras de un psicoanalista

Cavern Club: Eduardo Müller | Carlos Guzzetti

Escuela Argentina de Psicoterapia para Gradados: Marilú Pelento | Nora Rabinovich

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LA VIDA DE UN VIAJANTE
Eduardo Muller
Psicoanalista y Crítico de libros

Cuando un libro tiene una introducción más larga que sus capítulos, algo ahí hay que leer. Es parte de la extensión del psicoanálisis leer los modos de extensión de los distintos productos psicoanalíticos.

Una introducción que se extiende, algo da a leer más allá de lo que esa introducción diga.

En principio diría que esta introducción del libro de Oscar introduce una disculpa. Merecida. En dos sentidos. Digo que este libro merece un pedido de disculpas, y merece ser disculpado.

¿Por qué merece un pedido de disculpas?

Porque en rigor, es un libro no escrito.

¿Qué quiere decir que es un libro no escrito?

Que no está escrito como libro. No es como las novelas de Oscar, que fueron escritas desde el comienzo como libro de novela. En esa época, uno se encontraba con Oscar y Oscar decía: “¿sabés?, estoy escribiendo una novela”.

En este caso se trata más de un libro editado, adaptado, armado. De una inteligente recopilación de textos que, la mayoría, tuvieron en su origen un fin distinto al de un libro. Cuando estaba escribiendo en su origen algunos de estos artículos, no decía estoy escribiendo un libro. Decía que estaba escribiendo un artículo. Por eso en la introducción se ataja, en parte infructuosamente. Primero introduce en la propia introducción al índice. Le habla al lector del índice, y se lo lee. Como justificándose. Inmediatamente utiliza el recurso que usaba a veces Freud al escribir, que es imaginar una objeción del lector y responderla.

Dice Oscar freudianamente: “Ante ese despliegue de títulos heterogéneos será legítimo que el lector tema encontrarse con un popurrí de cuestiones sin ilación, un rejunte de textos escritos para ocasiones diversas. Temor para nada descabellado- me ahorraré acá cualquier chiste vulgar acerca de la cabellera del autor- temor para nada descabellado, entonces dice Oscar. Más aún,- continúa atajándose-, ha sido mi propio temor a lo largo de la escritura y armado de este libro”.

Oscar nos confiesa su temor, pero le contesta al lector, me contesta a mí, lector, desde esa introducción lo que yo estoy diciendo en esta presentación.

Y entonces luego de un implícito pedido de disculpa por el libro no escrito, como libro, merece y consigue la disculpa por haber editado, armado, y sólo en ese sentido escrito, un libro de psicoanálisis.

En ese sentido yo diría que este es un libro más leído que escrito. Es un libro de las lecturas de Oscar ¿Cuales? Las que practica con sus propios textos, años después. Este libro es el producto de lo que leyó de lo que escribió. Son sus viejos artículos atravesados por una lectura actual. Es muy interesante ser testigo de cómo se lee un analista. Es como espiar un diario íntimo, o espiar las notas de un autoanálisis. Es un libro que nos habla de la diferencia, del paso del tiempo, de la autocrítica, pero también de la obstinación, de las certezas que no cambiaron, de los sinuosos itinerarios del interés y del entusiasmo, de temas que han cambiado algo para no cambiar casi nada. Y de temas que han cambiado tanto que no se reconoce casi de dónde vienen.

Desde otro punto de vista, este libro más que un monólogo es un diálogo. De dos Oscares. En cada capítulo del libro Oscar habla con el autor del viejo artículo. De manera implícita o explícita. En una desesperada nota al pie del primer capítulo, se acerca al agujero del libro por donde el lector espía y le dice: “El artículo fue escrito en tiempo presente. Ergo, ese tiempo presente corresponde al año 1989. Siempre será así a lo largo del texto. Cuando desee referirme a un presente que remite al de la fecha de edición de este libro, lo haré explícito, sin que ello signifique olvidar aquel presente. Así será en todos los artículos siguientes en que esta dificultad (la coexistencia de tiempos presentes diversos) se manifieste. No ignoro que este hecho podrá por momentos provocar cierta perplejidad - proyecta Oscar en el lector la propia-, pero me ha parecido un recurso narrativo interesante para dar cuenta de la temporalidad atemporal del inconsciente”. Estoy absolutamente de acuerdo con el uso de ese ingenioso recurso, y en contra de su fundamentación. Esa temporalidad no es la atemporal del inconsciente, es la temporalidad de la literatura. Los tiempos propios de una narración como ésta. En la que dos narradores se hablan, cada uno desde su presente El psicoanalista en este punto le debería dar lugar al escritor.

Todos estos artículos, entonces, dibujan una reflexión personal desde su recorrido personal a la manera de un viaje. Constituye realmente un libro de viajes. El del viaje de Oscar por el psicoanálisis. Como decía Ricardo Piglia, “sólo se puede contar un crimen o un viaje. ¿Qué otra cosa se puede contar?”. Bueno, por suerte este no es el relato de un crimen. Es el relato de un viaje. Por eso el libro se llama “Bitácora de un psicoanalista”. Y no “la lupa de un psicoanalista”.

Cada artículo fue una etapa de ese viaje. Y lo que Oscar hace es justamente eso, contarnos el viaje y mostrarnos los lugares por donde pasó. Una bitácora es por definición el libro en que se apunta el rumbo, velocidad, maniobras y demás accidentes de la navegación.

Por eso le pone como título a su introducción: El psicoanálisis como praxis odiseica. Y ya sabemos que la odisea es el paradigma de todo viaje. Del viaje como arte de la aventura. Del viaje como aventura. Entonces también se trata de un libro de aventuras. Pero más allá del viaje de Odiseo, llamado también Ulises, que es un viaje de aventuras con un puerto en Itaca esperando el regreso, y una paciente Penélope que no perdió la paciencia. El viaje que cuenta Oscar no tiene puerto de regreso. La aventura sólo conduce a nuevos puertos.

Por eso Oscar toma el uso de lo odiseico como postura epistemológica, y define a la práctica psicoanalítica como viaje, como una sucesión de aventuras. Como destino que se hace y como destino que se cuenta, como destino que se hace al contarlo.

Un destino no predestinado, dice Oscar. Se ubica cómodo en la tensión que hay en el psicoanálisis entre determinación y azar, entre lo predecible y lo aleatorio, y ahí usa esa bella expresión: un destino no predestinado.

Entre la ciencia y el arte, habla de un arte con legítimas pretensiones de cientificidad. También podría decir una ciencia con legítimas pretensiones artísticas. Popper mismo le daría permiso.

Pero lo que reúne ciencia y arte es el propio trabajo. De eso escribe Oscar. Del trabajo de psicoanalista. De la historia de él como laburante del psicoanálisis. De su trabajo, entonces, de viajante del psicoanálisis. Este libro cuenta entonces , la vida de un viajante .

Pero tal vez debería pensarse en distintos tipos de viajes. Uno es el del recorrido personal de un analista a lo largo de los años, de sus propias transferencias, de sus lecturas, de su escritura.

También podría pensarse a cada tratamiento como un viaje de dos que convienen en aventurarse en esa incierta travesía. Viajes que no siempre llegan a buen puerto, que muchas veces alguien se baja antes del barco, o se toma el buque.

También una sesión puede considerarse un pequeño viaje. El sillón y el diván como lugares de una cabina de un vehículo que parte a la deriva. Asociar es andar con la palabra a la deriva. La escucha es flotar por varias aguas simultáneamente.

Pensemos que Freud asociaba la asociación libre a lo que se mira en un viaje en tren. Más allá del miedo de Freud a los trenes.

Muchos de los artículos-capítulos de Oscar se refieren a la interpretación.

¿Podría definirse a la interpretación como un viaje al otro?

Un viaje al otro, con el otro.

Si Freud hablaba de comunicación de inconsciente a inconsciente, por qué no pensar en que esa comunicación tiene sus medios, sus medios de comunicación. Y la interpretación puede ser considerada como un vehículo privilegiado del viaje al otro, con el otro.

Cuando se piensa que muchas veces el efecto de una interpretación, puede ser la irrupción sorpresiva de recuerdos infantiles, podríamos traducir eso como un viaje al pasado. Una interpretación que abre un camino, un atajo hacia una experiencia infantil.

Ni hablar de una construcción, como una invitación de viaje al pasado del otro.

El relato de un sueño tiene también la forma del relato de un viaje. Hasta en el sentido de un viaje alucinatorio. Que viaje, men.

Estaba yo en un lugar que era y no era el consultorio. Esos relatos son distintos a cualquier otro. Cuentan viajes.

Y hay también un placer de viajar. Placeres varios.

Quién no atesora en su clínica el placer compartido con un paciente de asistir con sorpresa a un descubrimiento. El placer de haber llegado a un nuevo lugar. Pero también el placer de la camaradería de dos compañeros de viaje que contemplan juntos el producto de un trabajo común.

Que nadie se equivoque, no se trata de un viaje de turismo por los exóticos paisajes del inconsciente. No. Se trata de un auténtico viaje de aventuras. Llamo aventura a vivir una experiencia en la que no se puede anticipar el final. Y llamo placer de la aventura al placer de esa ignorancia, de esa incertidumbre que constituye a la propia aventura.

La bitácora de un psicoanalista es un libro de viajes, no por el espacio sino en el tiempo. Un viaje de ida y vuelta al pasado.

No se si recuerdan el cuento de Ray Bradbury "El sonido del trueno". Trata de una empresa que organiza safaris a la prehistoria. Para cazadores que quieran ir a cazar dinosaurios. Se les advierte a los viajeros que no deben tocar nada que está fuera de un sendero aislado. La mínima alteración, propagada a lo largo de millones de años, puede producir cambios impredecibles en el futuro. Y eso es lo que pasa: uno de los viajeros pisa una mariposa y, al regresar a su tiempo, encuentra el mundo cambiado, con un presidente distinto. Como si volviera a la Argentina y se encontrara con Lopez Murphi de presidente.

Oscar Sotolano va más allá de Bradbury. En el safari a su propia pre-historia mata además de a algún dinosaurio a varias mariposas. No teme alterar lo que visita. Al contrario, viaja para ver qué puede cambiar. Se desvía de la seguridad del sendero sin riesgos. Pisa el barro del pasado. Y, haciéndose responsable de tamaña aventura, cambia su pasado, su presente, y como va a demostrar su seguro próximo libro, cambió también su futuro.

Carlos Guzzetti
Psicoanalista

Resulta para mí una alegría y un honor estar hoy presentando el libro de Oscar. Es una alegría como lo es todo encuentro con un amigo verdadero y un honor porque la invitación significa un reconocimiento de la pertinencia de mis comentarios a su producción. Claro está que la de Oscar no es una invitación inadvertida. Le consta, muchas veces lo ha comprobado, que sus textos me resultan especialmente atractivos y sustanciosos, si bien no le he ahorrado unas pocas observaciones críticas en algunas oportunidades.

Mantenemos con Oscar una amistad de las más antiguas. Más de cuarenta años de compartir circunstancias de una extraordinaria importancia formativa, tanto en lo intelectual como en lo humano. Nos han unido en todo este tiempo momentos de alegrías y de tristezas, una auténtica fraternidad que compensa nuestra condición de hijos únicos.

Recuerdo siempre un diálogo de hace varias décadas. Por circunstancias de la vida, a pesar de que tenemos la misma edad (hoy, y por pocas semanas, le llevo un año y un poco más de cabello), comencé mis estudios de psicología cuando él ya los había concluido. En ese entonces sentía que nos separaba un abismo de conocimientos y recurría en ocasiones a su ayuda pidiéndole bibliografía y consejos. Una vez me dijo que seguramente pronto podríamos trabajar juntos. Lo que entonces me pareció un gesto de generosidad de su parte, luego, con los años, se convirtió en una realidad tangible. Es así que compartimos en distintos momentos actividades y conversaciones muy diversas, personales, clínicas y teóricas, durante las cuales aprendimos mucho. Esta singular ocasión en la que recibimos su primer libro de psicoanálisis es, para mí, una de ellas, muy especial por cierto.

Por eso mi presentación no puede eludir un carácter de intimidad y comunión de pensamiento y sentimientos. Lo que también hace que mi lectura del libro esté sesgada por innumerables referencias compartidas y que el placer que siempre me brinda la lectura de su obra esté en buena medida determinado por esa familiaridad con el estilo, las ideas y los guiños culturales que provienen, muchos de ellos, de un fondo común, mucho más profundo que el que corresponde a la mera pertenencia a una misma generación. El cine, la música, la literatura y el arte que atraviesan los textos de Oscar forman parte de ese fondo, sobre el cual se recortan las singularidades y los gustos de cada uno. Ni qué hablar de las utopías que nos impulsaron en nuestros años mozos y de las discusiones apasionadas de entonces.

Estas breves observaciones pretenden situar el lugar de enunciación implicada desde el cual formulo estos comentarios.

Desde mi punto de vista presentar un libro constituye un acto ritual festivo de hospitalidad para con los nuevos significantes que pone en circulación. Si se quiere es todo lo contrario de una interpretación, un debate o una síntesis de su contenido. Se trata más bien de alojarlo, de modo tal que cada uno de los que lo lea pueda producir ese trabajo en su diálogo con el texto. Y, por supuesto, de intentar generar en Uds. el deseo de leerlo y, por supuesto, de comprarlo.

El recorrido del libro es el viaje de un Ulises con brújula –entre paréntesis, de haber sido así, ¿hubiese vuelto a Itaca?-. Quiero aclarar que la mayor parte de los artículos ya los conocía, al menos en su versión primera. Pero su ordenamiento abre una perspectiva nueva, logra algo que es difícil: reunir en un derrotero fluido la multiplicidad de cuestiones que a lo largo de muchos años de trabajo se ha ido formulando según las preocupaciones de cada momento.

Se me aparece así el libro como tensado por el hilo rojo que identificaba los cabos en los navíos de la armada real británica en tiempos de los corsarios heroicos. Se reconoce en él la marca de una pregunta persistente, a la que se aproxima “haciendo bordes” como se dice en la jerga náutica, buscando los vientos más propicios para progresar en la deriva.

Y a mi entender el Norte del libro es la pregunta por la transmisión del psicoanálisis. A ella Oscar responde no con una carta náutica minuciosamente estudiada, que pretenda transcribir para las generaciones futuras, sino con un cuaderno de bitácora, un testimonio de los obstáculos, corrientes y vientos adversos que ha encontrado en su camino, escritura que es siempre a posteriori.

El título de por sí es un hallazgo. Desde el habitáculo que resguarda la brújula escribe las peripecias de su viaje, del propio, con sus marcas personales, implicado fuertemente en lo que dice, sin pretensión alguna de universalidad ni de admonición. Así transmite su psicoanálisis, el que ejerce y el que padece. Es el texto de un psicoanalista, no, como muchas veces la petulancia reinante en nuestro medio pretende, de el psicoanalista, el que debe ser. La virtud principal es a mi juicio el dar testimonio de su propio recorrido, más o menos alejado de las posturas canónicas, más o menos apegado a posiciones doctrinarias.

Estoy convencido de una verdad de Perogrullo: el psicoanálisis es lo que hacemos los psicoanalistas, por lo tanto una praxis en construcción permanente, con un desarrollo desigual y combinado, producto de la diversidad de condiciones en las que ejercemos nuestro trabajo cotidiano. El libro muestra cabalmente lo que Oscar hace en su sillón –nunca del todo cómodo- y en su escritorio –siempre demasiado ocupado con libros y papeles-.

Por cierto el último capítulo está dedicado a examinar el problema de la transmisión de manera explícita. No obstante desde las primeras páginas Oscar nos cuenta sus “encuentros” en la clínica, con el fracaso de una bella interpretación, con la contratransferencia, con el afecto, con la solicitación somática. E insiste en teorizarlos. Su preocupación continua por una aproximación metapsicológica se combina en el relato con el cuestionamiento sistemático de sus experiencias. Las exposiciones clínicas son en sí mismas un cabal ejercicio de “¿autoanálisis?”. Oscar, como Winnicott, agradece a sus pacientes todo lo que le han enseñado.

Presenciamos en el texto la cohabitación problemática de la investigación con la cura. Una cura, además, advertida de la paradoja en la que navega, siempre entre el determinismo y el azar. Su artículo sobre la prevención lleva esta cuestión al terreno de las prácticas sociales de los analistas, como el hospital o la intervención en catástrofes.

Una definición insiste a lo largo de todas las páginas: el psicoanálisis es un “arte con vocación legítima de cientificidad”. Ciencia odiseica, hecha de música –recordemos aquí el capítulo sobre la prosodia y el afecto- y matemática, tal vez de una matemática inspirada en el sonido de la flauta de Pan.

Este es el rasgo más freudiano del libro. El último artículo de Oscar que leí (no sé si ya se publicó), a propósito de los 100 años de la publicación de Tres Ensayos, era un “encuentro” con el espectro de Freud en el living de su casa. El estupor inicial deja paso a un clima de respeto mutuo, lo que da lugar a un extenso diálogo sobre la validez de los conceptos freudianos en tiempos de la comunicación instantánea y el terror.

Es la escena que subtiende el libro. Un diálogo con Freud y muchos otros, sin temor al eclecticismo, porque está sostenido fuertemente en un método. Es freudiano, no porque no se aparta del texto del Maestro, sino porque sigue su ejemplo de método riguroso, de amplitud argumentativa y de enorme curiosidad intelectual. Las referencias de Oscar son amplias y revelan la magnitud de su biblioteca. Me consta además que cada vez que toma un autor lo exprime al máximo. Y eso se nota en la soltura con la que se refiere a ellos, haciendo uso de los conceptos sin veneración.

Me pareció encontrar el centro de gravedad de este recorrido en el capítulo sobre la sublimación , en el cual las consignas libertarias de los estudiantes franceses del 68 lo llevan a una reflexión sobre la condición del escritor. Pliegue, entonces, sobre sí mismo. El propio texto piensa las condiciones de su escritura, hecha con las tripas, preñada de erotismo.

El libro habla de psicoanálisis, en algunos pasajes enseña, siempre interrogando los conceptos. Pero el valor referencial no es el único. Tiene sobre todo un valor performativo, en su escritura misma hace psicoanálisis y además invita a acompañarlo en eso. Es en este sentido que afirmo que transmite psicoanálisis. Digámoslo simplemente, dan ganas de leerlo, volver atrás para recordar un argumento o un detalle y de inmediato seguir avanzando hasta la última página. Como sucede con Conan Doyle o, mejor dicho, con Pepe Carvalho –a propósito uno de los autores que Oscar exprimió-.

Y quiero detenerme en esto un momento. La literatura psicoanalítica disponible en Buenos Aires es, afortunadamente, inmensa. Ya su solo número resulta desalentador respecto de las posibilidades de abarcarla. Ni qué hablar de la enorme contribución a ese desaliento que aportan las producciones en serie, tan abundantes en nuestro medio. El tedio es, lamentablemente, un sentimiento bastante habitual entre los psicoanalistas. A ello contribuye por un lado la falta de ideas, proveniente de lecturas talmúdicas sólo de los textos canónicos y sus referencias artísticas, filosóficas, literarias, es decir, un horizonte cultural muy acotado. Por otro lado ( last but not least ), a los estilos literarios, la falta de talento para la narración. Quiero decir que son muy pocos los libros que da gusto leer –lo que por cierto es una cuestión de gustos-

El de Oscar es, a mi gusto, entonces, uno de los dos mejores libros de psicoanálisis argentino que leí últimamente. Y me voy a permitir explicar por qué. Con “Bitácora...” me sucedió que lo leí sin el resaltador en la mano. De hecho no hice ninguna anotación ni subrayado. En un principio esto me inquietó (¿no estaré descuidando algo fundamental para la presentación?), pero luego me di cuenta que lo había leído como a una novela, sin preocuparme por atrapar ningún saber. Las novelas sedimentan un saber en cada uno, en eso creo que radica su valor sublimatorio –y literario también-. Si en cambio se proponen enseñarlo, resultan en el mejor de los casos tediosas. Por otra parte, ¿no fue el propio Freud quien sugirió sutilmente leer a Dora como una novela con claves?

Además del estilo narrativo seductor, el libro es denso, rico en ensayos teóricos y en desarrollos conceptuales rigurosos. Es de esos que tienen que estar a mano en la biblioteca, para consultarlo frecuentemente.

Leí las cuatro novelas de Oscar con el mismo suspense que “Bitácora...”. Tanto en el discurrir lúdico por sus metáforas y referencias, como en el rigor del artificio narrativo está presente el novelista y eso produce por sí mismo un efecto de transmisión.

En algunas oportunidades mis hijos, de pequeños, me han preguntado qué hace un psicoanalista. Nunca me resultó fácil explicárselos, pero con el tiempo fueron enterándose. El libro de Oscar es una excelente narración de lo que hace un psicoanalista, por cierto no comprensible para niños pequeños, pero capaz de convocar la niñez de autor y lector. Para jugar juntos, con el humor ácido de su estilo, a pensar lo que hacemos.

Marilu Pelento

Quiero agradecer a Oscar el poder estar hoy aquí con ustedes festejando el nacimiento de este excelente texto.

“Bitácora de un psicoanalista” es un título realmente hermoso, elegido evidentemente por un escritor, pero también pensado por un psicoanalista que sabe de travesías, de saltos,de marchas,de impasses. Que mira su cuaderno de ruta sin desconocer que una tormenta o un viento demasiado fuerte lo puede obligar a modificar el camino.O lo llevó a tomar un camino errado.

Es un título para un texto rigurosamente psicoanalítico, escrito por alguien que tiene incorporado en sus huesos—como alguna vez dijo Winnicott-- la teoría y la práctica psicoanalítica. Es un libro de estudio, serio, escrito enteramente en clave metapsicológica. De un autor implicado,comprometido, pensante.

Cubre en sus 15 capítulos y en su excelente prólogo un ancho espectro de temas,de problemas y de problemáticas. Y estos términos no son sinónimos. Cuando me refiero a los temas me refiero a los tópicos exquisitamente elegidos por él, por ser poco trabajados o insuficientemente trabajados como: los afectos, la complacencia somática, la prevención, el diálogo entre colegas, las intervenciones, la identidad etc etc. Refiriéndome a este último tema me parece sumamente importante, que se haya ocupado de un concepto no establecido desde el punto de vista metapsicológico en nuestra disciplina En el Proyecto por primera vez aparece este término bajo la denominación de “estados de identidad”. Allí Freud los define como “estados cuantitativamente determinados de partículas materiales distinguibles a fín de hacerlos evidentes e incontestables”. Comienza dándole un lugar desde el punto de vista económico pero no llega a transformarse en un término teórico en el cuerpo de la obra de Freud. Hace más de 30 años en un congreso interdisciplinario del que formaban parte antropólogos y analistas,Green,, de un modo tajante, declaró que el concepto de identidad no tenía ningún lugar en nuestra disciplina. Tiempo después Kaes vuelve a otorgarle un espacio diferenciando dos dimensiones del concepto de identidad:el que proviene de “autos”como ser sí mismo y el que proviene de “idem” ser igual que otro. Oscar vuelve a iluminar este concepto otorgándole no solo un lugar en nuestro vocabulario sino también señalando que camino lleva a su construcción. El análisis de Alejandro ese adolescente que no sabía no “quien era” sino “que era” lo lleva a interrogarse-- dado que el bebé nace como objeto –sobre la clase de objeto que habría sido para el otro.

Pero también estos textos se refieren a una gama amplia de problemas, aquellos que se le presentaron en su práctica, aquellos que le resultaron particularmente enigmáticos. Algunos de estos son problemas de “siempre” pero iluminados con una luz nueva. Como el caso de María,la joven con una neurosis a predominio histérico,que presentaba como síntoma “no poder tragar pastillas”,lo que lo llevó a interrogarse por un concepto descuidado por muchos de nosotros,como el de “complacencia somática”. Término usado habitualmente como modo de expresión o como referencia a lo constitucional asimilado a una fuente indirecta pulsional o como referencia a la neurosis actual. Oscar siguiendo las vicisitudes del análisis de María, vicisitudes que atravesaron la transferencia y su historia llega a la conclusión que se trata de un trozo,desligado, no transcripto del autoerotismo de la joven.

En otra situación clínica, la sorpresa y la curiosidad que le despertó una cuestión paradojal, que la misma interpretación que se mostró eficaz para disolver un síntoma haya resultado en fracaso terapéutico por abandonar el paciente el tratamiento, lo llevó a prestar una particular atención a las distintas corrientes psíquicas y al timing interpretativo. Advirtió que la misma interpretación había movilizado dos corrientes simultáneamente: una que hizo que el síntoma cediera, otra que dio lugar a fantasmas mágicos-terroríficos de inusitada fuerza que lo empujaron a dejar su tratamiento.

El encuentro con la contratransferencia en el análisis de dos pacientes lo llevó, en otro de sus capítulos, a bucear en la experiencia y el concepto de contratransferencia y a preguntarse si se trata sólo de problemas no resueltos del analista o si se pueden pesquizar distintas dimensiones como después veremos.

También Oscar reflexiona acerca de todos los malentendidos que trajo el pasaje del paradigma de la mirada al de la escucha,como si la aparición de este último hubiera clausurado totalmente al primero con la pérdida consiguiente para nuestra práctica.

Son muchos los problemas y las preguntas que Oscar deja en circulación para ayudarnos a pensar. Entre otras cómo trabajar los sueños,cómo evitar los peligros de fetichizarlos o quitarles importancia. Como advertir que a veces es prioritario crear las condiciones para que el sujeto pueda soñar. ¿Ayuda pensarlos como propone el autor como incluídos en la asociación libre del paciente? ¿Qué función tienen las intervenciones? ¿Cuándo una interpretación se puede transformar en fetiche? ¿Cómo es la evolución del término sublimación en la obra de Freud? cuando decimos que se sublima la pulsión ¿qué es lo que se sublima? ¿la pulsión como dimensión económica,como representación,como fantasmática conflictiva, alguna pulsión en particular?

Otra consideración importante es la que realiza con respecto al escritor literario: señala la entrada del aparato psíquico del escritor en una especie de latencia con sus momentos de oscilación entre irrupción de la pulsión y momentos de ensimismamiento También hace hincapié frente a un trabajo logrado en la instauración de un espacio narcisista que no deje de lado cierta tolerancia al posible fracaso

Frente a circunstancias difíciles y catastróficas vividas en nuestro país- con caída progresiva de los referentes fundamentales que hacen a la subjetivación social- como la ley,el trabajo,el dinero,la seguridad se pregunta¿Cómo se registra lo catastrófico social?¿Cómo se registra en lo subjetivo individual la caída de los referentes fundamentales de los espacios de confianza? ¿qué función puede cumplir el espacio analítico en esos momentos?

El modo de profundizar fenómenos que encontró en su práctica seguramente le permitieron construir experiencias. En este punto deseo abrir un paréntesis para recordar que el término “experiencia”ganó en estos últimos años y merced al trabajo realizado por diferentes autores—Kertézs,Benjamín,Agamben,Melich etc-- un prestigio que hasta hace poco no tenía. Se lo consideraba un conocimiento inferior por carecer de universalidad. Pero justamente en esta época de incertidumbre, de lo provisorio, de lo fugaz se la reivindicó. Por eso cuando señalo que le permitió hacer experiencia me refiero a un hecho importante,al hecho de que en esta época en la que tanto nos cuesta hacer experiencia de los hechos que vivimos, diferentes situaciones clínicas con distintos pacientes dejaron en él marcas subjetivantes verdaderamente importantes

Pero también incluye el autor en su texto problemáticas diversas. Este es un término especialmente querido por mí e iluminador, en la medida en que no solo contiene la noción de problemas,sino,como decía Althusser la posición tomada frente a los problemas. Y Oscar toma posición frente a una serie de cuestiones: no deja irse a un paciente sin preguntarse que lo llevó a tomar tal determinación si la interpretación fue correcta y un síntoma se resolvíó; tampoco se apodera del paciente si este necesita irse. Se interna en un problema tan espinoso como la escucha entre analistas. Trata de entender porqué la descalificación ocupa el lugar que debería ocupar el interés o el debate. Afirma que sería necesario no negarnos a intervenir cuando alguien fuera del consultorio-maestro,médico,juez—nos pide que intervengamos. También disiente con la idea que afirma que el diálogo analítico es igual al diálogo común recordándonos que Freud señaló que “por lo menos en un aspecto es” diferente. También se posiciona con respecto a los fenómenos contratransferenciales. Señala la inconveniencia de reducir la contratransferencia solo a aspectos no elaborados del analista. Interviene para señalar la necesidad de incluir el concepto de identidad en nuestra disciplina. También afirma que es importante no fetichizar los sueños ni quitarles valor.

Del mismo modo señala que es importante no minimizar el lugar que tienen en nuestra práctica las intervenciones definiéndolas como mallas o como tejido adonde se apoyan las interpretaciones.

Llama la atención la lectura extremadamente cuidadosa que realiza de Freud y de otros autores. En este sentido es notable el tercer capítulo en el que se dedica a la problemática del afecto. La afirmación de que algunos conceptos freudianos “nos dejaron con dificultades con respecto al afecto” la formula, después de realizar un rastreo puntilloso de cada una de las líneas teóricas desarrolladas por Freud. Asi se refiere a la primera línea teórica de naturaleza económica constituída a partir de la diferenciación entre la representación y la carga de afecto. A una segunda línea teórica construida por Freud en la que predomina el aspecto tópico, quedando el afecto articulado con la huella mnémica y por último a ese tercer tiempo conmovedor-en esto acuerdo con el autor- en el que Freud reconoce que el aspecto cualitativo del afecto aún se le escapa. Pero también Oscar toma posición en ese debate que desde Freud da que pensar: existen afectos inconscientes? Se que en este mismo lugar Oscar presentó esta pequeña joya de trabajo en el cual introdujo un nuevo concepto: el de afectema presentando la hipótesis de que se reprimen junto con la representación las cargas tonales afectivas lo que ayuda a deslindar tres campos diferentes: el quantum de afecto que se suprime,el de los afectos conscientes y los indicios de afectos,indicios que provienen de los afectemas. En este sentido fue iluminador el relato sin matices pero trasuntando orgullo de Isaac,ese hombre que había perdido a su mujer y a su hijo. Relato que quizás lo llevó más profundamente a asignarle verdadera importancia a los elementos prosódicos que acompañan a los enunciados del paciente y a nuestras intervenciones e interpretaciones

Así como revisa cuidadosamente conceptos freudianos presta también atención a otros autores. Sin caer en eclecticismo al tomar ideas de otros autores va poniendo en evidencia que para él las teorías son como señaló Foucault, instrumentos de trabajo,herramientas para dilucidar problemas. Así por ejemplo en el segundo capítulo destinado a entender su encuentro con fenómenos contratransferenciales con rigurosidad y soltura va delineando los distintos elementos que la pueden constituir: aspectos no resueltos del propio analista,o “efectos del modo en que el analista es pulsado,excitado por el decir del paciente,abrochándose sus significantes en su preconsciente” o efectos de la identificación proyectiva patológica en el inconsciente del analista.

Del mismo modo también incluye conceptos provenientes de otra ciencia—como la ciencia de la comunicación—Pero su modo de introducirse en estos otros campos revela como entiende los aportes interdisciplinarios y cuales son los pasos que sigue: parte ante todo de una pregunta que la propia disciplina parece no poder responder, luego va en búsqueda de otra ciencia para ver que respuesta da, para, en último lugar, trabajar esas ideas con los instrumentos propios de nuestra disciplina. Camino que nos enseñó Freud pero que no siempre seguimos. Más bien solemos producir una suerte de fuga hacia otra disciplina a veces tentados,como señaló Althusser por la “hospitalidad devoradora”de éstas.

Otro punto en el que toma posición se desprende de la elección de algunas palabras especialmente estimadas por él: una de ellas es la palabra tensión,término que implica salirse de toda consideración binaria. Una de las tensiones que atraviesa todo el libro es la que se instala entre determinismo y azar. En su introducción nos dice “mi preocupación ,y en este sentido será la de este libro es ir planteando las líneas de tensión entre un campo determinista que hace de la predicción uno de sus elementos insoslayables y otro que halla en la singularidad aleatoria del sujeto humano toda la potencia de un destino siempre preso de una temporalidad retroactiva…” Justamente en el capítulo XIII pone en acto esta tensión entre determinismo y azar y esto lo lleva a señalar que los analistas podemos pronosticar tendencias pero no sucesos Otra palabra que introduce, traduce una particular postura epistemológica: me refiero al término Odiseico que toma en préstamo de Murray Gell-Mann.Este término abre el juego para reinvindicar los dos modos de acercarse al conocimiento científico:a través de una lógica desapasionada o a través de la pasión.

Es un libro personal en el que Oscar con generosidad nos permite seguir el derrotero de sus preocupaciones. Pero también es un libro ético: nos invita a comprometernos,a no utilizar como coartada nuestra abstinencia cuando nos piden alguna orientación. A no renunciar a nuestra posición de analistas cuando un paciente se presenta en un hospital,a tratar de entender su demanda,sus transferencias imaginarias,aquello que lo mueve a consultar en ese momento y no en otro.

También a reconocer y darle valor a la diversidad de operaciones que llevamos a cabo en nuestra práctica, a ponderar adecuadamente nuestro tono, gestos, palabras y silencios.

Es un libro que nos transforma,que nos hace volver a nuestra tarea de otro modo: enriquecidos,más confiados,con menos omnipotencia y con mayores deseos de pensar.

Deseo terminar leyendo una pequeña nota de un autor que pienso que Oscar conoce y estima: George Steiner.

Este dice “ En literatura,en música,en artes plásticas,en la argumentación filosófica,un clásico es una forma significante que nos lee a nosotros más de lo que nosotros lo leemos”.

Creo que esta propiedad está contenida en este libro. Muchas gracias.

Nora Rabinovich
Psicoanalista

 

Cuando me invitaron a comentar el libro que hoy nos presenta Oscar Sotolano, recordé una conversación que habíamos tenido. El editor de Oscar le había señalado que los libros de psicoanálisis hoy, se venden escasamente.

El comentario me produjo inquietud ¿qué sucede con nuestros colegas? Me pregunté ¿Piensan que en psicoanálisis está todo dicho? O peor todavía que el fin del psicoanálisis se acerca, título de una nota de la revista Noticias del mes de agosto donde conocidos colegas afirman que el psicoanálisis ha muerto, confirmando lo que se sostiene en un libro que alcanzó notoriedad en los medios últimamente.

Ciertamente ha muerto el psicoanálisis que implica la repetición mecánica de sus paradigmas, de esa muerte son solo responsables justamente aquellos que lo han dado por muerto.

Oscar Sotolano no es uno de ellos, leyendo su libro: “Bitácora de un psicoanalista” recuperé el optimismo. El autor aprovecha sus avatares en el consultorio para seguirse preguntando y preguntándonos sobre los fundamentos del psicoanálisis, hace trabajar los conceptos.

El lector se identifica con la propuesta porque comparte necesariamente sus inquietudes.

En el texto encontramos el saludable ejercicio de volver una y otra vez sobre los propios pasos, cuestión que como analistas no deberíamos olvidar si nos pretendemos herederos de la enseñanza freudiana.

Oscar parte del fenómeno clínico, se deja sorprender por él y con el afán de un explorador, soporta el interrogante, recorre autores, conjetura y todo esto coloreado por una prosa atractiva.

El libro reúne trabajos presentados en distintos ámbitos institucionales tales como jornadas y variadas publicaciones psicoanalíticas, a lo largo de los años de la práctica de su autor, cuestión a la que su título remite metafóricamente y cuestión también que le permite preguntarse si afirmaría en el presente, aquello que sostenía en aquel otro presente en que el trabajo fue escrito.

Desde la introducción, podemos identificarnos con la propuesta del autor, de adjetivar la práctica del psicoanálisis como odiséica , término que toma de Murray Gell-Man, ya que desde su óptica, la postura epistemológica que el psicoanálisis transita, le permite comparar su práctica con un viaje, una sucesión de aventuras.

Es valorable su empeño por tratar de precisar el lugar del psicoanálisis dentro del campo de las ciencias pretendiendo respetar su singularidad sin forzamientos. Singularidad que está justamente emparentada con la intuición, la sorpresa o el azar, cuestiones que desde el prejuicio pudieran pensarse excluyentes del marco centífico, a pesar de que hasta en las ciencias duras, son múltiples los hechos fortuitos que permitieron el arribo a principios fundantes.

Los títulos de los capítulos son elocuentes; algunos como “Cuando una interpretación correcta deviene fracaso” y “Mi encuentro con la contratransferencia” que señalan el encuentro con el tropiezo, con lo que no resulta y que interroga. Como lo señala el autor en relación a una singular situación clínica que lo involucra también muy singularmente: “no es lo enigmático de una frase dicha por otro, sino el enigma encarnado en nosotros en una situación que nos deja sino necesariamente perplejos, por lo menos extrañados”.

De esta forma se refiere a la contratransferencia, pero también nos informa acerca de su método: del extrañamiento que se transforma en pregunta, al desarrollo conceptual.

En el capítulo: “La interpretación ¿fetiche o instrumento?” se pone de manifiesto su afán por la precisión conceptual que lo lleva a argumentar con originalidad, sin repetir el dogma.

En “Hacia una recuperación de la problemática del afecto. Un lugar para la prosodia en la teoría y en la clínica psicoanalíticas”, alerta sobre la dicotomía que plantea falsa entre el “yo siento” y el “yo escucho” que se desprende de lecturas, a mi entender, abusivas de las teorías en psicoanálisis.

El autor, conceptualiza el matiz melódico de lo que se dice, bautizándolo con el término “afectema” dando un nuevo peso y valor al problema del afecto en psicoanálisis. Reserva a este último el sentido de manifestación del cuerpo biológico, mientras que para afectema el de inscripción psíquica del cuerpo significado por la historia simbólica.

Este desarrollo parte de una medulosa discusión con los textos freudianos, proponiendo finalmente pensar la interpretación misma como no ajena al tono, dice: “¿No podríamos pensar que en nuestro tono se anudan muchas veces los puntos ciegos mas recalcitrantes, los aspectos más egosintónicos y mas caracteriales?

Cuestiones que comparto y que me parecen insoslayables a la hora de pensar la clínica.

En un pie de página, que data del tiempo de la edición del texto, el autor cuestiona el uso del término “afectema” porque lo considera producto del formalismo estructuralista con el que se identificaba en los tiempos en que escribió el artículo. Esta modalidad de sostener un diálogo consigo mismo a través del tiempo, nos permite como lectores el ejercicio de una libertad de cuestionamiento que sólo exige como contraparte argumentos tan precisos como los del autor.

A través de estos comentarios, mi propósito es entusiasmar a ustedes potenciales lectores a ser efectivos lectores de un texto que me parece muestra de una modalidad: la de ir haciendo psicoanálisis, justamente expresado en el gerundio.

Por último quiero decir que cada trabajo que incluye el libro, pareciera un intento elaborativo, intento de ligadura de lo que por ser enigmático, se comporta casi como traumático.

El psicoanálisis, sus temas, sus interrogantes, convocan a Oscar Sotolano a modelizar desde la historia, la filosofía, las cosas de todos los días, a embarcarse en un viaje sin garantías aceptando el desafío. Un viaje cuya bitácora da cuenta de las dificultades del camino.