Hasta hace no mucho tiempo, las escuelas secundarias parecían haberse transformado en instituciones en desuso, devaluadas, y parecía haber pocos adolescentes que les reconocieran algún valor simbólico a lo que allí sucedía y se transmitía. Adolescentes, muchos de ellos, con dificultades para opinar, elegir, decidir, y sobre todo confrontar. Algunos evitaban la escuela, y recurrían a las pantallas como forma alternativa de acceder al conocimiento, encerrados en sus casas.
Lo que sucede en varias escuelas hace eco con un fenómeno que atraviesa a toda la sociedad: rápidamente se tilda de abuso sexual a situaciones que no lo son
No pasaron más que unos pocos años para que algo de este fenómeno hubiera empezado a sacudirse. Las escuelas secundarias, sobre todo las públicas, como espacios de encuentro entre adolescentes, se han transformado hoy en escenarios de debates calientes, muy confrontativos y profundos que también se van asomando en otros sectores de la sociedad. Para dar un ejemplo, en una escuela pública los estudiantes organizan un taller para varones sobre “Nuevas Masculinidades”. Concurren varias decenas de adolescentes. A la segunda reunión se triplica el número de los participantes.
¿Qué es lo que se debate y visibiliza allí? Las relaciones de poder tal cual están instituidas entre los géneros, o sea, los modelos del varón dominador y la mujer sometida, cómo se han internalizado en la subjetividad de chicas y chicos. Las luchas feministas contra el patriarcado y contra los efectos devastadores de éste en las subjetividades se han instalado muy promisoriamente sobre todo en esta franja etárea. Todo esto en el marco de una continuidad y profundización de luchas feministas y GLTBI que en los últimos años se expresaron en la calle por la ley de identidad de género, de matrimonio igualitario, de legalización del aborto, de educación sexual integral, y que tienen su particular influencia en cómo se van configurando hoy las identidades adolescentes.
Algunas reflexiones en relación a esto: si bien el centro de los debates está allí, sabemos que no hay desigualdad entre los géneros que no ponga a la vista también las relaciones de poder entre las clases sociales (lucha de clases dirían Marx y Engels), ya que es el capitalismo mundializado el que necesita como insumo mayor la desigualdad naturalizada para perpetuarse y lograr que funcione como invisible social. Es el modelo de sociedad que instituye las mayores relaciones de dominio y sometimiento.
Mi perspectiva es la de una psicóloga clínica que trabaja en un hospital y en el consultorio con adolescentes de escuelas secundarias de la Ciudad de Buenos Aires, y que participa en reuniones mensuales interdisciplinarias e intersectoriales entre equipos que trabajan con adolescentes desde Salud, Educación y Desarrollo Social.2
En los últimos dos años las adolescentes han comenzado a problematizar el modo en que se producen los intercambios entre chicos y chicas dentro y fuera de la escuela. Los modos de la seducción, los juegos de la sexualidad, las diferencias entre seducción y violencia. El cuestionamiento de los binarismos (femenino/masculino; heterosexual/homosexual); las preguntas por las identidades y sexualidades: flexibilidad y movilidad que podría dar como resultado una identidad fluctuante; maternidades, paternidades adolescentes e interrupciones de embarazos; las formas que toma la violencia sexual y las formas de la violencia de género.
Las adolescentes se agrupan constituyendo organizaciones de chicas que tienen como objetivo empoderarse para nombrar y sancionar conductas patriarcales de los varones pares. Ganar espacio en el universo simbólico. Son ellas las que llegan primero para otorgar sentido a lo que sucede; “marcan la cancha”. Expresión que da cuenta de haber soportado un padecimiento profundo por haber quedado durante generaciones en un lugar de subordinación.
Los varones que ejercen algún gesto de insistencia o algún tipo de presión para imponer sus condiciones con las chicas pueden quedar señalados como “abusadores”, y no podrán ingresar, ni a las fiestas, ni a las columnas de las marchas, ni a otros espacios colectivos que a partir de ese momento estarán bajo el derecho de admisión de ellas. Los varones señalados quedarán “escrachados” en una lista negra que circulará por las redes sociales. Deberán aceptar que fueron abusadores y pedir disculpas; pero tanto si lo aceptan como si no lo aceptan ya que no se consideran tales, serán sancionados siendo separados de la participación colectiva. Prácticas que nos abren a preguntarnos cuánto habrá en esto último de reproducción de un sistema desigualador y cuánto de transformación.
Cuando nos preguntamos por qué crece el abuso sexual en nuestra sociedad (ya que no se trata de que sólo está más visible), por qué crecen los femicidios y por qué hay cada vez más adolescentes que llegan a la consulta habiendo tenido conductas sexuales abusivas3 con niñas o niños de su propia familia o vecinos, no podemos dejar de pensar en la relación de todo esto con los modos de “hacerse hombre” en nuestra cultura patriarcal. Y cuando en estos adolescentes los soportes amorosos y narcisísticos fallaron, muchas veces hay una búsqueda de ser reconocido por otros varones a través de tener conductas extremas de dominio sobre alguien considerado más débil: una mujer, un niño, niña o adolescente menor.
Con respecto a las mujeres, para que estas violencias se hayan sostenido y perpetuado a lo largo de tanto tiempo, hizo falta provocar que se sintieran inferiores para no cuestionar las vulneraciones que padecían, naturalizándolas.
Juan Carlos Volnovich4 trabaja sobre el proceso de construcción de identidad, de devenir varón. Plantea que así como el cuerpo de la niña es para la madre una continuación de ella misma, “ser como la madre”, en el caso del varón se trata de hacer un movimiento de alejamiento temprano de la madre, en un proceso paulatino de “hacerse varón”. En los varones se trataría, de acuerdo a lo que sería para Volnovich el rol tradicional, de construir su identidad de género y su sexualidad de un modo afín con la violencia y con una expectativa de dominio ligado a una vocación de poder. La necesidad de los varones de ser fuertes, independientes, duros y activos en el modelo tradicional de nuestra cultura está en relación a la necesidad de convalidar su masculinidad, confirmando que el primer deber de todo hombre es no ser mujer, y para ello es imprescindible alejarse lo más posible de su madre. Pero a la vez esto implica no infantilizarse, por lo cual el niño y adolescente suelen necesitar sentirse muy fuertes para luchar contra el temor a la pasividad.
Hoy, con las transformaciones que describimos, tanto chicos como chicas coinciden en la necesidad de que los varones se vayan “deconstruyendo”, para desarmar sus roles tradicionales de género. Pero no debemos olvidar que también las chicas se constituyeron bajo esos mismos modelos de dominio que podrían tornarse, como si fuera dar vuelta un guante, en formas denuncistas y hostigadoras que no lograrían más que reproducir las formas tradicionales. Seguiría habiendo dos únicos lugares posibles: dominar y someterse.
Constituye todo un desafío interesante transformar ese binarismo tanto en las subjetividades de los chicos como en la de las chicas, ya que todos y todas se construyeron en el patriarcado. ¿Pero cómo?
Con respecto a las mujeres, para que estas violencias se hayan sostenido y perpetuado a lo largo de tanto tiempo, hizo falta provocar que se sintieran inferiores para no cuestionar las vulneraciones que padecían, naturalizándolas
También es importante no dejar afuera los modos de ejercicio del poder en las propias instituciones que los alojan, las escuelas, en las cuales conviven formas de ejercicio de autoridad docente con modalidades muy autoritarias y abusivas, que empiezan a ser desnaturalizados hoy por los y las adolescentes.
En las denuncias que se realizan en las escuelas secundarias dirigidas a varones adolescentes que han tenido en el pasado una conducta leída hoy como un ejercicio de poder sobre una chica, característica del rol masculino de género tradicional, se los nombra como “abusadores”, confundiendo esa categoría que es exclusiva para la intromisión de la sexualidad genital adulta en el cuerpo y en el psiquismo de un niño, niña o adolescente, provocando un traumatismo.
El abuso sexual es la convocatoria a un/a niño/a por parte de un adulto/a, a participar en actividades sexuales que no puede comprender, para las que no está preparado su psiquismo por su nivel de constitución, y a las cuales no puede otorgar su consentimiento desde una posición de sujeto; y que viola la ley y los tabúes sociales.
Cuando la convocatoria es a un/a adolescente, por más que éste/a ya haya atravesado la pubertad y pueda comprender de otro modo la intencionalidad genital del abusador, constituye un abuso a partir de que casi siempre la relación de poder no permite que ese/a adolescente pueda negarse o protegerse, y a partir de que proviene generalmente de alguien de quien se esperan cuidados y no ataques. Hay una relación de dependencia que tienen los adolescentes respecto de los adultos en los ámbitos en que esto se produce: la escuela, la familia, la iglesia, etc.
En las situaciones que se plantean entre pares no hay tal intromisión de sexualidad adulta. Es importante revisar los modos del consentimiento en el acceso al placer a partir de los nuevos sentidos construidos desde el feminismo, pero se trata de algo diferente.
Lo que sucede en varias escuelas hace eco con un fenómeno que atraviesa a toda la sociedad: rápidamente se tilda de abuso sexual a situaciones que no lo son. Un padre de jardín de infantes puede denunciar como abusador a un niño de 4 años que tuvo un juego sexual con su hijo de la misma edad, y hay un juez que toma la denuncia y abre una causa.
Voy a relatar dos situaciones actuales.
Una joven de 21 años denuncia por una red social, con nombre y apellido, a un novio que tuvo a los 15 años en la misma división de la secundaria, habiendo sido aquélla la primera relación para los dos, porque le revisaba el celular, y porque a veces la obligaba a tener relaciones sexuales. Al enterarse el joven le responde que es cierto. Él le revisaba el celular y, cuando ella no quería tener relaciones sexuales y él tenía muchas ganas, la intentaba convencer. La joven expresa que él es un abusador. Él le propone tomar un café para conversar sobre todo esto y ella no le responde y lo bloquea en el celular.
Las chicas se constituyeron bajo esos mismos modelos de dominio que podrían tornarse, como si fuera dar vuelta un guante, en formas denuncistas y hostigadoras que no lograrían más que reproducir las formas tradicionales
Un adolescente de 17 años es cuestionado por una compañera de escuela de su misma edad dado que dos años atrás, cuando tuvieron una pasajera relación, él le giraba reiteradamente la cabeza para intentar besarla mientras ella ejercía una resistencia. Él fue “escrachado” como abusador y se le prohíbe participar de varias actividades grupales. Entre las adolescentes se lo señala cuando está en la escuela, le ordenan retirarse de su participación en la “toma”, le mandan sugerencias acerca de que no vaya a ninguna fiesta ya que no podrá ingresar, y en las redes sociales circula su nombre como abusador. Las autoridades de la escuela conocen lo que sucede pero no intervienen.
En los tiempos en que dichas conductas hoy denunciadas sucedieron, los juegos de la seducción circulaban por carriles que mostraban la necesidad de que hubiera cierta oposición y transgresión. La resistencia exacerbaba el deseo, a tal punto que muchas veces si una chica tenía una conducta opositora con un chico era una señal de que ese era su elegido. Juegos de oposición y de intensificación del deseo al insinuar pero no dar. Juegos de acercarse primero y luego alejarse para ir de a poco experienciando esto tan importante en la adolescencia que es el encuentro con la mirada deseante del otro u otra, como forma de ir inscribiendo psíquicamente la genitalidad, después de que la pubertad hubiera irrumpido.5 El cuerpo, con sus cambios hormonales, produce modificaciones bruscas que deberán ser inscriptas psíquicamente para que ese o esa adolescente pueda apropiarse de su genitalidad y disfrutarla con placer.
En ese intercambio con el otro o la otra se producirán juegos de seducción que irán posibilitando la apropiación psíquica paulatina de la genitalidad para cada uno.
Si consideramos los aportes de Donald Winnicott, podríamos referirnos al valor de la agresión en su sentido de espontáneo, en una buena fusión con lo erótico. La experiencia de agresión es importante para que el bebé, y luego también el adolescente, se sientan reales y vivos.
“El uso del impulso, el gesto impulsivo, se convierte en agresivo, en el sentido de espontáneo, cuando el bebé encuentra un objeto externo, y no sólo un objeto que lo satisfaga en el sentido de la satisfacción pulsional.” “…los impulsos agresivos no dan ninguna experiencia satisfactoria a menos que exista oposición. La oposición debe surgir del medio ambiente, del no-yo…”6
Existir y sentirse real sigue siendo un trabajo esencial para chicas y chicos adolescentes. En los juegos de seducción tienen un lugar central las conductas de oposición.
Existir y sentirse real sigue siendo un trabajo esencial para chicas y chicos adolescentes. En los juegos de seducción tienen un lugar central las conductas de oposición
“En tiempos de denuncias en redes sociales por acoso y abuso sexual, cuando se definen como expresiones de violencia de género situaciones que antes no se reconocían como tales, los códigos de seducción están en proceso de transformación. Los cambios los imponen ellas. Entre el desconcierto, el temor a los escraches y la toma de conciencia por conductas machistas que ahora son reprobadas, hay varones que están dando pasos para atrás y buscan fórmulas para el “levante” acordes a la ola feminista. La insistencia se puso en cuestión y se escriben nuevas formas sobre el consentimiento. ¿Hay que preguntar para dar un beso? ¿Se pierde espontaneidad?… Seducir pero sin machismo. Ese es el desafío.”7
Cabría preguntarse: esta importante necesidad de desarmar modalidades de un poder hegemónico que durante muchos años ejercieron los varones para colocar a la mujer en un lugar subsumido, ¿qué otras nuevas modalidades habilitará para los juegos amorosos y de seducción sin que se pierda la necesidad de la oposición?
¿Esta promisoria ola de probar nuevas modalidades vinculares entre los géneros dará la posibilidad de que las chicas adolescentes, sabiendo que no están solas, apoyándose en este colectivo feminista que hoy encabeza transformaciones, puedan intentar poner un freno a las situaciones en las que de verdad se trata de un abuso o acoso sexual por parte de un varón adulto que se empodera en la convicción del dominio que siente tener sobre alguien que supone más débil?
Notas
1. Nombre dado en Argentina, Uruguay, Paraguay, España y Venezuela a un tipo de manifestación en la que un grupo de activistas se dirige al domicilio donde se reconozca a alguien que se quiera denunciar. (Wikipedia)
2. Estas reuniones fueron una iniciativa de las Lic. Paula Novoa y Paula Kirchmar, psicólogas coordinadoras de la Defensoría de Palermo, con las áreas programáticas y servicios de adolescencia de hospitales de la zona, los equipos de orientación escolar de las escuelas secundarias, el programa de alumnos padres y madres, los programas de Desarrollo Social del GCBA, etc., para pensar intervenciones más efectivas con los adolescentes.
3. No nombramos a los varones adolescentes como abusadores sino que decimos que “tienen conductas” sexuales abusivas. No es lo mismo que decir que “son” abusadores. En la adolescencia, momento de constitución psíquica y de construcción de identidad, nombrar como abusador, podría incidir en que termine siéndolo. Habrá que trabajar psicoterapéuticamente con esos adolescentes para que se hagan responsables de sus actos, y para que esas conductas no se repitan.
4. Volnovich, Juan Carlos, Ir de putas. Reflexiones acerca de los clientes de la prostitución, Ed. Topía, Buenos Aires, 2006.
5. Philippe Gutton, en Lo Puberal, al hablar de estos trabajos psíquicos, menciona sobre todo dos fuentes para esta escritura psíquica de la pulsión: 1) las percepciones que tiene cada uno respecto de lo que proviene de sus propias sensaciones corporales, y 2) la mirada deseante del otro u otra.
6. Winnicott Donald W. (1950-1955), “La agresión en relación con el desarrollo emocional”, en Escritos de pediatría y psicoanálisis (1958), Paidós, Buenos Aires, 1999.
7. Carbajal, Mariana, “Cómo seducir sin machismos”, Diario Página 12, Domingo 2 de setiembre de 2018.