A partir del título “alegría, valentía, inteligencia”, vamos a referirnos a un concepto desarrollado por Fernando Ulloa: el síndrome de padecimiento.
Partiendo del Malestar en la cultura freudiano, Ulloa se detiene a analizar lo que sucede cuando el malestar deviene cultura, lo que llama “el malestar hecho cultura”.
Designa con esto un efecto general de mortificación, de apagamiento que identifica a un verdadero síndrome cuyo conjunto de síntomas puede agruparse en tres grandes signos:
La mortificación no es un hecho aislado que puede afectar a un individuo azarosamente. Se trata, para Ulloa, de “una verdadera producción cultural, que cada vez parece involucrar a sectores sociales más amplios.” (Ulloa, 2011a: p. 212)
Existe toda una “cultura de la mortificación” que es solidaria de un modo de funcionamiento del sujeto, las instituciones, la vida política, y la sociedad en su conjunto. El efecto más general de este síndrome, además de los propios signos señalados, es:
Frente a un sistema de producción cultural de mortificación donde el malestar mismo se transforma en un hecho cultural, Ulloa señala dos respuestas o dos actitudes polares que el sujeto puede asumir: “…dos polos que distinguí en el síndrome ya descrito: por un lado, la resignación que padece; por otro la resistencia apasionada […] en un polo la resignación que conduce al padecimiento; en el otro polo, la resistencia al sufrimiento que implica una lucha no ajena a la pasión.” (Ulloa, 2011b: p. 149-151)
El síndrome de padecimiento así definido asume el valor de un verdadero cuadro clínico que se cuenta entre nuestras categorías psicopatológicas de actualidad, y que Ulloa articula con las neurosis actuales freudianas.
La neurosis clásica o neurosis de defensa se define según Freud como el resultado de un conflicto psíquico entre el yo y el ello, por intermediación de la realidad y el superyó.
La neurosis actual no supone necesariamente ni siempre un conflicto psíquico que se remonta a marcas psíquicas del pasado del sujeto y entonces podría plantearse como una tensión actual, presente, entre el cuerpo y la realidad, o el mundo, tensión que Freud llama a veces una “perturbación”, una “falla”, una “inadecuación” en la descarga o el metabolismo sexual o vital del sujeto.
El cuadro que construye Ulloa surge de un diálogo transversal por el cual comunican múltiples tradiciones provenientes de la filosofía y el psicoanálisis, que vale la pena explorar.
Las referencias filosóficas modernas que más se destacan sobre el par alegría-tristeza provienen de B. de Spinoza y F. Nietzsche. Para Spinoza la alegría significa un amento de la potencia y la tristeza una disminución de la potencia. Con el término “potencia” se refiere a la potencia de actuar y a la potencia de sentir. La alegría equivale a una situación donde se maximiza la capacidad que alguien tiene de actuar y de sentir, en todos los registros en que interviene la acción y la sensibilidad humana. A la inversa, la tristeza equivale a una situación de mínima capacidad de sentir y actuar (Spinoza, 1677; Deleuze, 1980). Existen entonces buenos encuentros para el sujeto, son aquellos que aumentan su potencia y por lo tanto lo alegran, y malos encuentros, aquellos que la disminuyen y por lo tanto lo entristecen.
En la filosofía de Nietzsche el término “potencia” reaparece con el nombre de “fuerza”. Distingue las fuerzas activas –asociadas a la alegría– de las fuerzas reactivas –asociadas a la tristeza–. Las fuerzas reactivas suponen al sujeto dominado por fuerzas que le son exteriores –maneras de pensar, maneras de sentir, maneras de desear– y las fuerzas activas suponen al sujeto dominado por fuerzas de las cuales él es autor –una manera de pensar, de sentir y de desear que identifica como propia. De manera metafórica asocia la alegría a lo ligero, la danza, el juego, el arte, la inocencia, y la tristeza a lo pesado, lo fijo, la culpa y el resentimiento (Nietzsche, 1883; Deleuze, 1967).
En la tradición psicoanalítica sobre el tema existe una analista que sin duda marcó no sólo a Ulloa sino a toda una generación, Melanie Klein. Bajo los nombres de “envidia” y “gratitud” reaparecen en su obra estos conceptos (Klein, 1957). La envidia para Klein está asociada a un circuito marcado por un mal encuentro, configurado por la vivencia de dolor, con el objeto hostil. La gratitud en cambio se asocia a un buen encuentro, configurado por la vivencia de satisfacción, con el objeto placentero (Klein, 1936). Ambas vivencias, irreductiblemente constitutivas del sujeto, señaladas ya por Freud en el Proyecto de psicología para neurólogos, marcan al sujeto en sentido de sus potencialidades y maneras de tristeza y alegría, configurando los factores singulares, personales o subjetivos de aquel encuentro posterior que será potencialmente triste o alegre. Dicho de otra manera, ambas vivencias configuran las marcas potenciales de lo que al sujeto azarosamente y singularmente lo volverá triste o alegre.
En la obra de Lacan se destaca una referencia que articula tristeza y cobardía: la tristeza es una cobardía moral (Lacan, 1977). Se trata de una definición de la tristeza, donde aparece una forma de cobardía específica calificada de moral. Así como antes pusimos en articulación la alegría con las fuerzas activas y el aumento de la potencia, la tristeza con las fuerzas reactivas y la disminución de la potencia, tal vez podamos extraer de la obra de Lacan una articulación específica entre la alegría y la ética, y la tristeza y la moral. Siendo entonces la tristeza un indicador de alguna forma de moral en juego, y la alegría un indicador de la actitud ética del sujeto frente al deseo, el propio y el de las instituciones que son su ambiente –dado que el deseo es el deseo del Otro.
En el escrito Sobre la iniciación del tratamiento (1913) Freud se refiere a los costos del tratamiento psicoanalítico, señalando que en la vida de alguien es aún mucho más costoso la enfermedad y la estupidez. Es decir que la neurosis y la estupidez resultan para el sujeto algo mucho más costoso que los honorarios del analista, tensión que aparece con frecuencia en los llamados de los pacientes para una consulta, cuando preguntan preocupados por el costo del tratamiento. Vale aquí entender la preocupación por el costo en el doble sentido de una neurosis de defensa y de una neurosis actual, porque en muchos casos se trata de una economía libidinal y en otros muchos también de una economía monetaria no directamente ligada a la economía libidinal del paciente. Aún así, en términos de proporciones la neurosis y la estupidez siguen siendo algo mucho más costoso para la vida que los costos de un análisis, y podemos incluir aquí no sólo el costo monetario sino el costo de trabajo que el análisis supone para el paciente.
En la obra de Lacan existe un término que retoma el concepto de estupidez que es el de debilidad mental. La debilidad mental es aquella que por estructura funciona en el sujeto como un efecto del registro imaginario, propio del yo, como una función de desconocimiento, y como una pasión de ignorancia (Lacan, 1953-1954, 1974-1975).
En la obra de Winnicott existe otro término donde de alguna manera reaparece el concepto de inteligencia, y es lo que Winnicott llama creatividad. Define en Realidad y juego dos grandes actitudes que el sujeto tiene frente a la realidad: una actitud de acatamiento, donde el sujeto se acomoda al ambiente, y una actitud de creatividad, donde el sujeto apuesta a una transformación, a un juego entre su singularidad y el mundo (Winnicott, 1971).
El filósofo francés G. Deleuze, también retomando las referencias de Spinoza y Nietzsche, estableció una relación entre la resistencia y la estupidez: hay que resistir a la estupidez humana (Deleuze, 1988). Para Nietzsche lo humano es algo esencialmente triste y reactivo, de allí la necesidad nietzscheana de pensar en un super-hombre, y la necesidad de Deleuze de pensar en un devenir-animal, en el sentido de algo no-humano, pero tampoco divino. Como quiera que sea, se trata de una situación, de una necesidad estructural de resistir ante eso que se presenta en el hombre como demasiado humano. Vivir es resistir y resistir es hacer algo con la estupidez humana, como tal esencial de lo humano.
Cabe aclarar que la alegría, la valentía y la inteligencia, o la tristeza, la cobardía y la estupidez no son atributos o rasgos de personas o sujetos, sino más bien de lazos, grupos, colectivos o instituciones. Quiere decir esto que nadie esta alegre solo, nadie es valiente solo, ni inteligente solo. A la inversa sucede lo mismo: nadie está triste solo, nadie es cobarde solo, ni estúpido solo. Es decir que en ningún caso se tratan de efectos o fenómenos individuales sino más bien entre el sujeto y el otro, a la vez con mayúscula y con minúscula, en sentido lacaniano.
Para esto es ilustrativo recordar las tres tareas imposibles señaladas por Freud: gobernar es imposible, educar es imposible, analizar es imposible. A lo cual podemos añadir una cuarta: investigar es imposible (Azaretto y Ros, 2015). Queda claro que en ninguna de estas situaciones el sujeto está solo. El acto de gobernar supone una estructura social, humana e institucional muy compleja que involucra millones de actores sociales e individuales. El acto de educar supone en su forma más imaginaria al profesor y al alumno, pero además a todo un sistema educativo. El acto de investigar supone por definición a un equipo, llamado de investigación (Ynoub, 2014), pero además a un discurso científico y a un conjunto complejo de instituciones que enmarcan la actividad científica. El acto de analizar supone al sujeto y al analista, pero además supone a la neurosis, la locura y el psicoanálisis como discursos e instituciones humanas (Lewkowicz, 2004).
Estos tres pares de características con los que Ulloa define el síndrome de padecimiento, en una tensión entre la resignación y la resistencia, definen el lazo que se configura en los cuatro actos señalados.
El acto de gobernar, entre el gobierno y los ciudadanos, el acto de educar, entre el profesor y el alumno, el acto de investigar, entre los conocimientos ya instituidos y los nuevos problemas, el acto de analizar entre el analista y el paciente...
En cada uno de ellos ese lazo instituido puede ser algo más o menos alegre o triste, valiente o cobarde, inteligente o estúpido. Y en ese sentido adquiere en formas muy variables diferentes valores de resignación y resistencia, en términos de gobernabilidad, educación, investigación y salud mental o subjetiva.
Bibliografía
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