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Cronología y contexto de la pandemia en Francia

 

Vivo y trabajo en una ciudad de 80.000 habitantes en el interior de Francia. Es una zona bastante rica. Me parece necesario precisarlo porque las situaciones de pandemia han sido diversas en función de los países, pero también en función de los lugares… urbanos o rurales, ciudades grandes o pequeñas, regiones más o menos privilegiadas económicamente.

La pandemia nos lega una herramienta de trabajo (la atención virtual) que ciertamente no es neutra, que tiene sus límites, peligros y dificultades. Pero que también nos ofrece la posibilidad de acceder a lugares, personas o situaciones inaccesibles de otro modo

El primer impacto fue muy grande y muy desorganizador en un país acostumbrado a que “las cosas funcionen”. La mayoría de las actividades son previstas, previsibles y respetadas, tanto en el ámbito institucional como privado. El anuncio de la pandemia y de la primera cuarentena, que duró aproximadamente dos meses a partir del 18 de marzo de 2020, fue traumatizante en un contexto bastante estable. Requirió adaptaciones rápidas, poder pensar situaciones de manera casi instantánea, sobre todo en el ámbito de la salud, y todo ello fue muy poco habitual, tanto para la sociedad francesa como para su sistema de salud. Para darles una idea de la dimensión de la transformación bastan pocas cifras: ¡de 40.000 consultas médicas virtuales en febrero de 2020 se pasó a 4.500.000 en abril del mismo año!

Este desafío tuvo un efecto bastante positivo, ya que “desrigidizó” un modo de trabajar y de vivir bastante cómodo y poco habituado a cuestionarse. Abrió posibilidades de crecimiento individual, social e institucional en una sociedad en la que los psiquismos presentan formas bastante rígidas y el vínculo con la tecnología es bastante distante y de crecimiento más lento que en otros países.2

Lo percibí muy claramente en los tratamientos individuales (pacientes que comenzaron a elaborar las posibilidades de flexibilización de su propio pensamiento y de sus posiciones subjetivas). También se hizo presente una creatividad y una capacidad de reorganización sorprendentes en la clínica psiquiátrica privada donde trabajo, y hasta donde pude entrever también en las instancias con las que estuvimos en relación para la gestión de la crisis (ministerio de salud, hospitales públicos y agencia regional de salud (ARS).

Creo que fue importante también acompañar a les pacientes de hospital de día, que a diferencia de les internades, quedaron confinades en sus casas. A menudo lugares de vida muy pequeños, y vidas cotidianas que se sostenían gracias al hospital de día, que fue obligado a cerrar. Las sesiones virtuales fueron importantes en esta configuración precisa para evaluar las condiciones psíquicas y de vida cotidianamente, y lanzar la alerta cuando una internación se revelaba necesaria (lo cual, como sospecharán, fue bastante frecuente).

Temáticas emergentes en las terapias en curso

Situado el contexto, las temáticas que vi aparecer, ya en el plano de las terapias en curso, fueron del siguiente orden:

- El sentimiento de intrusión introducido por las sesiones virtuales. Fantasías respecto del no respeto de la confidencialidad (¿desde dónde atiende mi terapeuta? ¿Quién o qué hay fuera de cámara?). Es decir, ¿hay garantía de confidencialidad?

- Los beneficios secundarios de la virtualidad tras el desconfinamiento (una cierta desorganización del encuadre y las sesiones virtuales argumentando el confort de no desplazarse, legitimado por la flexibilidad obligada impuesta por la pandemia y sus anulaciones de sesiones de todo borde).

- Ciertos casos de rechazo de la herramienta virtual por la imposibilidad de “verse”, en las patologías en las que el narcisismo y por ende la imagen de sí son frágiles. También casos de enorme resistencia inicial y de sorpresa de animarse a experimentar y poder tolerar verse. A veces momentos intermedios en los que fue necesario cubrir la imagen propia con un Post-it colocado sobre la pantalla.

- Ciertos casos de levantamiento de la represión y de un trabajo que se dinamiza, porque en ellos particularmente la virtualidad operó permitiendo una mayor libertad de palabra.

- En cuanto al contenido específico de las sesiones, la temática general que la pandemia desplegó y que funcionó como telón de fondo de cada tratamiento fue la cuestión de la diferencia entre dolor (ineludible, inherente a las situaciones) y sufrimiento (agregado, opcional) y entre aquello sobre lo que tenemos control/agencia y lo que no. La sorpresa de descubrir la diferencia entre tener control y tener agencia fue casi generalizada, e impregnó la miríada de decisiones que cada quien tuvo que tomar (¿vacunarse? ¿vacunar a sus hijes? ¿aceptar la presencialidad? ¿aceptar trabajar a distancia? ¿cómo organizar tiempos y espacios en cada hogar? ¿Cómo jerarquizar las necesidades de cada miembro de la familia? Por supuesto estas temáticas se articularon también de manera diferente en cada historia.

- Un capítulo aparte lo constituyeron los efectos específicos del confinamiento sobre las mujeres. Escuché a muchas describir la triple jornada (laboral, doméstica y educativa). También constaté lo que escuchamos en todos los análisis sociológicos: el aumento de las violencias de género y dirigidas hacia les niñes. Señalo la concordancia entre lo que escuchamos en (algunos) medios y lo que constaté en el consultorio, y me parece importante ser conscientes del impacto mayor de la pandemia sobre la vida y la calidad de vida de las mujeres.

Cuando recapitulo estos puntos, me doy cuenta de que me impactó, sobre todo, escuchar una y otra vez la elaboración de la diferencia entre agencia y control y entre dolor y sufrimiento. Seguramente (transferencia obliga) son las temáticas que aparecieron o que pude escuchar porque me estaban atravesando a mí también, en ese territorio híbrido personal/profesional que tan bien conocemos quienes hacemos este trabajo.

Actualmente en mi práctica cotidiana la atención virtual es marginal, y la vuelta a la presencialidad es casi total. Atiendo virtualmente de manera puntual a pacientes que se mudaron lejos o para quienes es necesario el mantenimiento de las sesiones durante sus vacaciones o desplazamientos

Confinamiento y sesiones virtuales

Las sesiones virtuales fueron vividas a menudo como un “mal menor”, sentimiento compartido por la totalidad de les pacientes que atiendo (internades, en hospital de día y en consultorio privado).

Entre sesiones virtuales e interrupción del tratamiento, la casi totalidad de les pacientes prefirió las sesiones virtuales, sin dejar de señalar que les resultaban dificultosas y menos productivas. Aparecieron términos como distancia, frialdad, falta de contacto, sensación de desconexión… ya sea durante la cuarentena como respecto de la presencialidad con barbijo. Estas cuestiones que se articularon evidentemente de manera singular para cada quién.

Presencialidad con barbijo

La presencialidad con barbijo fue vivida también con dificultad y como un mal menor. Los términos fueron muy similares a los usados para hablar de las sesiones virtuales, y el barbijo fue identificado como un elemento productor de distancia y confusión vincular. Tenían quejas en cuanto a no ver nuestros gestos, nuestra eventual sonrisa. Yo también sentí el efecto de la privación de esa microsemiología del rostro que estaba antes a mi disposición, incluso durante las sesiones virtuales. Con les pacientes con dificultades para articular, frecuente entre las personas que atiendo, me hizo falta una energía extra para entender sus palabras.

Transformaciones del encuadre

Un caso inverosímil me advirtió sobre la necesidad de pensar muy cuidadosamente el encuadre, pero también de aceptar elementos incontrolables. Un psiquiatra, confinado en la clínica donde trabajamos tanto él como yo, propuso a una paciente, menor de edad e internada, una sesión virtual con su padre y su madre. La paciente aceptó una sesión exclusivamente con el padre, ya que la relación con la madre era en ese momento preciso muy conflictiva. La sesión comienza y en determinado momento se produjo un movimiento de computadora inverosímil (un “acto fallido virtual”, podríamos arriesgar…) que revela la presencia de la madre fuera de cámara en la habitación donde estaba, oficialmente, sólo el padre. Les dejo imaginar el sentimiento de intrusión, furia y traición de la adolescente, para quien fue difícil hasta saber contra quién estaba dirigida esa rabia. ¿Contra el psiquiatra, contra el padre, contra la madre, contra lo incontrolable, contra la tecnología? ¿Contra todo sin discriminación? Este caso nos muestra simultáneamente la necesidad de tener muy pensado el encuadre virtual que proponemos y, a su vez, de aceptar aquello que se nos escapa. Y por supuesto de retrabajarlo cuando es necesario, como aquí se impuso.

Acepté la situación de transformación ineludible del encuadre con dudas clínicas sobre el sentido de lo que estaba proponiendo, con dificultades técnicas que fui resolviendo bastante rápidamente, y con una sensación de impotencia, ya que la clínica donde trabajo declaró a les psicologues “trabajadores no esenciales”3 y nos confinó, pese a mi pedido repetido de trabajar presencialmente, asumiendo conscientemente los riesgos y aportando mi presencia reclamada por colegas y pacientes. Fue una dolorosa y extraña experiencia atender desde mi dormitorio (único espacio confidencial disponible) a pacientes… internades. Acepté porque necesitaba sentirme activa y parte del esfuerzo colectivo de pensamiento y sostén frente a tanta incertidumbre, aislamiento y angustias de todo tipo que se dispararon. Y creo que fue la decisión correcta: sabemos hace mucho que el encuadre es modificable. Nada de lo que se presentó fue imposible de acoger o insoluble, en cada caso fuimos encontrando la forma adecuada para ese tratamiento en particular, y acogiendo los malestares, dudas y cambios necesarios. Planteé algunos límites en cuanto a estos cambios en mi práctica en particular, porque los sentí como necesarios e infranqueables4: decidí no aceptar atender personas que no hubiese visto al menos una vez presencialmente. Mi intuición era que la virtualidad, la dificultad de la bidimensionalidad, podía sostenerse solamente si había existido un momento previo de un “compartir encarnado”, de un estar de las corporalidades en un espacio común. La segunda regla consistió en la proposición de un “desnudamiento de cara” mutuo para les pacientes que recibí durante la fase de presencialidad con barbijo. Ese momento, que duró segundos en cada caso, fue muy apreciado, comentado y esencial para la construcción de una confianza.

Bion diría, oso imaginar, que fueron cambios imaginados para minimizar los elementos beta susceptibles de contaminar/transformar una escena clínica tan particular e inquietante.

La pandemia nos lega una herramienta de trabajo (la atención virtual) que ciertamente no es neutra, que tiene sus límites, peligros y dificultades. Pero que también nos ofrece la posibilidad de acceder a lugares, personas o situaciones inaccesibles de otro modo. Se trata de un dispositivo pensado, experimentado y apreciado. La responsabilidad de su evaluación a mediano y largo plazo es uno de los tantos desafíos que el presente nos propone, tanto individual como colectivamente.

Actualmente en mi práctica cotidiana la atención virtual es marginal, y la vuelta a la presencialidad es casi total. Atiendo virtualmente de manera puntual a pacientes que se mudaron lejos o para quienes es necesario el mantenimiento de las sesiones durante sus vacaciones o desplazamientos. También a un señor mayor con una patología respiratoria que se ha agravado y le impide salir de su casa. Acepto asimismo puntualmente atender a distancia por cuestiones de confort, de organización del día, de síntomas gripales o de covid.

El confinamiento permitió incorporar la herramienta virtual como posible en situaciones en las que tal vez antes se hubiese impuesto una anulación de una sesión puntual o una interrupción del tratamiento, pero la transformación de mi práctica cotidiana es realmente menor. Y es también el caso de les colegas con los que trabajo y converso.

Analizarse en pandemia significó también un desgarro del velo de la fragilidad de nuestra condición humana y de la cercanía de la muerte. Este desgarro operó también en la membrana que separa lo consciente de lo inconsciente. Esto nos había ocurrido, a través de la historia, individualmente en momentos únicos como son el nacimiento de un/a hije, un accidente grave, la muerte de un ser querido, o a veces el sólo hecho de entrar en análisis. La diferencia esta vez radicó en el hecho de vivirlo simultáneamente, cada ser sobre esta tierra sin excepción. Creo que es muy pronto para evaluar los efectos de esta travesía colectiva. Solo puedo constatar el enorme impacto que tuvo, como si estuviésemos todavía procesándolo, buscando las palabras para contarlo, como lo estoy haciendo yo ahora gracias a vuestra lectura. ◼

Luciana Volco
Psicóloga clínica y Psicoanalista
Ex residente del hospital Borda. Trabaja en la Clínica Psiquiátrica de Saumery en Huisseau sur Cosson y en consultorio en la ciudad de Blois, en el valle del Loire, Francia.
lucianavolco [at] wanadoo.fr

Notas

2 Seguramente resabios del duelo del abandono del “minitel”, una especie de proto internet, orgullo nacional, que los franceses debieron resignarse a abandonar cuando el uso de internet empezó a ser masivo y mundial.

3 A diferencia de les colegas psiquiatras y enfermeres.

4 Les colegas con les que conversé acerca de esta regla no la compartieron ni la consideraron necesaria. Pero Freud ya nos había explicado que las herramientas de la transferencia deben adaptarse a la mano de cada analista...

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Articulo publicado en
Abril / 2023

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