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Doble discurso, “doblepensar” y desmentida

 

“El Partido os decía que negaseis la evidencia de vuestros ojos y oídos.

Ésta era su orden esencial”.

George Orwell, 1948

 

Podríamos recurrir a la vieja metáfora del extranjero y su mirada ecuánime, para atribuirle la impresión de que en nuestro país se asiste a una ominosa celebración del doble discurso. Pero esta versión de la metáfora adolece de, al menos, dos falencias de representación.

La primera es que, sea cual fuere el país de origen del forastero de marras, no podemos garantizar que las cosas estén mejor por allí; pues, si como parece, el doble discurso se ha universalizado, se nos torna dificultoso calibrar el nivel de doble discurso de nuestro informante.

La segunda consiste en que para hacer referencia a una mirada “panorámica” y “objetiva”, como dicen los positivistas, no necesitamos ningún extranjero de ningún país indefinido; según se dice, de este tipo de miradas se encargan los eufemísticamente llamados intelectuales.

Despidamos al gringo agradeciéndole su conato de colaboración y veamos este asunto del doble discurso.

La expresión, haciéndole honor a su sentido literal, está lejos de una significación unívoca. Si descartamos aquí, y conviene hacerlo, a esas normas de urbanidad que indican qué, cuándo, dónde y cómo se debe decir (y que incluso regulan en qué ocasiones se debe recurrir a la mentira piadosa), nos vamos a encontrar con dos grandes categorías de doble discurso.

Una de ellas es la del discurso ligado a la mentira y a la hipocresía común y silvestre. Más allá de la gran cantidad de variantes que presenta esta categoría, tanto en el ámbito social como en el político, hay un denominador común: quien emite este doble discurso, lo hace en forma conciente y con intención de engañar a otro o a otros.

En el lenguaje popular la palabra discurso suele asociarse, irónicamente, a la idea de engaño. Pero esta asociación no es patrimonio exclusivo del habla cotidiana. Puede pensarse con todo derecho que el doble discurso, en tanto engaño, integra un lote que también incluye al símbolo, al lenguaje y a la cultura. No en vano Umberto Eco define a la semiótica como la disciplina que se ocupa de todo aquello que sirve para mentir.

Pero nuestro verdadero interés se dirige a la segunda categoría de doble discurso, cuyo carácter distintivo radica en que el “doblediscursante” no se sabe tal. Se trata, por decirlo de algún modo, de un doble discurso inconsciente.

Para facilitar una identificación del referente de este doble discurso inconsciente nos remitiremos a un esténcil que unos meses atrás apareció pintado en algunas paredes de San Telmo y Monserrat. En él se mencionaba a una figura de la política nacional acompañada de la siguiente leyenda: “X no miente, delira”. Claro que, como todo ejemplo, tiene limitaciones. No es el tema del delirio, tan enlazado a la locura, el que nos ocupa aquí. Nuestro tema es el concepto de desmentida (esa especie de locura de los cuerdos), por eso y para adecuarla a nuestros intereses, deberíamos corregir la leyenda del esténcil: “X no miente, desmiente”.

El de desmentida es un concepto freudiano, pero hay otra noción proveniente de la literatura, que nos será de gran utilidad para pensar la desmentida, sobre todo en lo atinente al discurso político. Nos estamos refiriendo al “doblepensar”, una idea que desarrolla George Orwell en su novela 1984.

En este artículo me propongo delimitar estas ideas (la de doblepensar y el concepto de desmentida) y corroborar lo que planteo como una estrecha semejanza entre ambas. En el transcurso de este itinerario tendré oportunidad de sugerir (ya que no de desarrollar) la incidencia de la desmentida en el funcionamiento psíquico y social.

 

El doblepensar

 

En 1948 Orwell (1903 -1950) publica su novela 1984. En ella describe los manejos del poder que instrumenta el Partido del Gran Hermano (Ingsoc) con la población de Oceanía. Oceanía es un superestado cuya capital es Londres (escenario de las acciones del relato).

El pilar de los principios que guían la política del Partido es el llamado doblepensar (doublethink). Sobre él asientan todos los otros principios (neolengua, borramiento del pasado y degeneración de la realidad exterior).

El doblepensar es un mecanismo psíquico cuya práctica es exigida por el Partido a la población. Todo habitante de Oceanía, y muy especialmente si integra el Partido, debe ejercitarse desde niño en esta suerte de gimnasia psíquica.

El contexto es más o menos el siguiente. Si alguien piensa algo (o lo realiza, lo cual para el Partido es idéntico) que se opone a lo que el Ingsoc espera de él, se convierte en un criminal político y en consecuencia será vaporizado (lo que nosotros en Argentina llamamos desaparecido).

Ahora bien, en Oceanía no existen leyes… ¿Cómo sabe entonces un sujeto qué es aquello que contraría las posiciones, por otra parte cambiantes, del Partido?

La respuesta provisoria a este interrogante es: lo sabe y no lo sabe, pero visto desde el lado del Partido, simplemente “debe saberlo”. El miembro del Partido debe saber sin pensar cuál es la creencia o la emoción correcta para cada caso. De esta forma contribuirá a consolidar la creencia de que el Partido es infalible.

Orwell aclara explícitamente que la técnica del doblepensar no debe confundirse con la mentira ni con la hipocresía. Se trata de un mecanismo más complejo que puede sintetizarse como “la facultad de sostener dos creencias contrarias simultáneamente”. Esta coexistencia no debe hacernos perder de vista que si bien ocupan un mismo espacio psíquico (el espacio que en la teoría psicoanalítica se denomina: el yo), se hallan mutuamente escindidas.

Por medio de esta técnica el sujeto alcanza a “no comprender los razonamientos más sencillos si son contrarios a los principios del Ingsoc” y a “sentirse fastidiado e inclusoasqueado por todo pensamiento orientado en una dirección herética”.

El doblepensante sabe en qué dirección ha de modificar sus percepciones y recuerdos, y por esto mismo sabe que esta alterando la realidad, “pero al mismo tiempo se satisface a sí mismo por medio del ejercicio del doblepensar en el sentido de que la realidad no queda violada”.En otros términos, para comprender el doblepensar debe usarse la técnica del doblepensar.

Uno de los efectos que esta práctica produce en el psiquismo de los oceánicos es la división de la mente en capas o estratos (que como luego veremos pueden asimilarse a una suerte de “separadores” que ilustran la escisión del yo, producto de la desmentida).

Lo interesante es que los que imponen el doblepensar a la población, es decir quienes detentan el poder, son sus principales cultivadores, “…aquellos que saben mejor lo que está ocurriendo son a la vez los que están más lejos de ver al mundo como realmente es. En general, a mayor comprensión, mayor autoengaño: los más inteligentes son en esto los menos cuerdos”.

Aquí debemos hacer un paréntesis y preguntarnos si aquel tipo de doble discurso que hemos categorizado en primer lugar (mentira e hipocresía) y el segundo (doblepensar y desmentida), no pueden converger perfectamente. Tiende a pensarse, abusando de posturas moralistas y conspirativas, que el discurso del poder es puro engaño conciente, artero y planificado, olvidando la parte que le toca al doblepensar. Si quienes ejercen el poder se condujeran del modo que se les atribuye, solo podríamos calificarlos de “monstruos”, pero como escribía Primo Levi en La tregua: “Los monstruos existen, pero son demasiado poco numerosos para ser verdaderamente peligrosos; los que son realmente peligrosos son los hombres comunes”. 

En cuanto a los efectos sociales y políticos, la imposición del doblepensar genera una detención del tiempo, de la historia (una eterna repetición de lo mismo con la perpetuación del Partido en el poder). Si se desea conservar el poder, afirma sabiamente Orwell “es imprescindible que (se) desquicie el sentido de la realidad”.

 

Lo expuesto sobre el doblepensar puede resumirse en las siguientes proposiciones:

A) En cuanto a su mecanismo:

1.El doblepensar consiste en el sostenimiento de dos ideas contradictorias en forma simultánea y creyendo en ambas.

2. Es un “trabajo mental” de des – conocimiento de una percepción, pensamiento o significación otorgada a un hecho real que colisiona con una postura del Partido. Se trata de un acto de protección con respecto a un peligro real (vaporización).

3. El doblepensar es un concepto más complejo que la mentira o la “hipocresía”.

 

B) En cuanto a sus consecuencias:

4. La consecuencia del empleo sistemático del doblepensar es una fragmentación (escisión) del yo con el consiguiente “desquicie” del sentido de la realidad.

 

C) En cuanto a su dinámica intersubjetiva:              

5. La población de Oceanía (en particular los miembros del Partido) es inducida al doblepensar por el Partido mismo.

 

Nos queda, y nos quedará pendiente, la referencia a otros principios del Partido. Por ejemplo el de la neolengua, el punto más alto y sutil en la novela con relación al “idioma” creado para impedir el “crimen mental” (es decir la disidencia con el poder) que es profusamente utilizado por la prensa y la propaganda del sistema. Tema actual, como se ve. O el del borramiento del pasado, que reconstruye constantemente una historia “a la carta” para el poder. Será para otra oportunidad.

 

El concepto de desmentida

 

La descripción más clara y detallada que Freud hizo del concepto de desmentida se halla al comienzo de un artículo de 1938 (“La escisión del yo en el proceso defensivo”).

Allí señala que frente al dilema de satisfacer una exigencia pulsional que conlleva la emergencia de un peligro proveniente de la realidad exterior (Freud lo piensa sobre el modelo de la amenaza de castración), el sujeto tendría dos opciones:

a) Reconocer el peligro real y renunciar a la satisfacción pulsional.

b) Desmentir la realidad objetiva y adoptar la creencia de que no hay razón para temer, con el objetivo de continuar satisfaciendo la pulsión.

Lo llamativo es que toma simultáneamente las dos opciones: por un lado reconoce el peligro de la realidad (que activa la represiónde la expresión pulsional); y por otro, desconoce esta realidad y desmiente su percepción (que en el caso del complejo de castración se trata de la diferencia sexual anatómica) y sus consecuencias (la “realidad” de la castración).

El resultado de esta doble operación es una escisión del yo. El yo ha quedado desgarrado, una parte de él aloja la representación del reconocimiento de la realidad y otra la de su desmentida.

Debemos aclarar que el campo de aplicación de la desmentida no se restringe al complejo de castración sino que abarca a toda amenaza de la realidad objetiva con su potencial efecto traumático.

Obsérvese que la desmentida actúa sobre la instancia psíquica que se halla en contacto con la realidad exterior, el yo, y no sobre el mundo interno pulsional, como la represión. Esto determina que el modo de funcionamiento de una y otra defensa también sea distinto. La represión se aplica sobre la carga pulsional de la representación (el afecto), en cambio la desmentida, al maniobrar sobre la creencia en la realidad objetiva de una representación, remite su acción al aspecto ideativo de tal representación y queda directamente involucrada con la prueba de realidad. Como puede inferirse fácilmente en la represión lo más relevante es la realidad psíquica mientras que en la desmentida lo decisivo es la realidad exterior.

Por otra parte la represión separa sistemas psíquicos [el sistema conciente – preconciente del sistema inconsciente (reprimido)]. La desmentida en cambio escinde a uno de esos sistemas, el sistema del yo.

¿Qué consecuencias supone una defensa que actúa sobre la percepción y/o el reconocimiento de la realidad exterior? La desmentida acarrea una pérdida de realidad (sectores enteros de la realidad pueden caer bajo el influjo de la desmentida).

Recapitulando lo expuesto podemos ensayar una delimitación del concepto.

A) En cuanto a su mecanismo:

1. La desmentida supone la coexistencia de dos ideas contradictorias (reconocimiento y desmentida) en forma simultánea y creyendo en ambas.

2. Es un “trabajo mental” de des – conocimiento de una percepción, pensamiento o significación otorgada a un hecho real vivido como traumático. Defensa contra un trauma proveniente de la realidad exterior.

3. La desmentida es un concepto más complejo que la mentira o la “hipocresía

B) En cuanto a sus consecuencias:

4. La consecuencia del empleo sistemático de la desmentida es una escisión del yo con la consiguiente perdida de realidad.

 

Como puede observarse la delimitación de la desmentida coincide casi punto por punto con el doblepensar, con excepción del punto “C” del doblepensar (en el que establecimos que esta técnica mental es impuesta por el Partido del Gran Hermano).

¿Qué ocurre en ese aspecto con la desmentida? ¿Podemos también considerarla una imposición? Y en todo caso… ¿Impuesta por quién?

Para responder a esta pregunta orientaremos nuestra mirada hacia un punto de vista intersubjetivo del problema de la desmentida, es decir privilegiando, más que los dinamismos psíquicos de un sujeto, la intervención de los diversos sujetos involucrados en el drama. Continuaremos utilizando, por comodidad, el ejemplo del complejo de castración.

Cabe recordar un párrafo de Freud que corresponde a “Introducción del narcisismo” (1914), donde afirma que: (El niño/a)“Debe cumplir los sueños, los irrealizados deseos de sus padres; el varón será un gran hombre y un héroe en lugar del padre; y la niña se casará con un príncipe como tardía recompensa para la madre. El punto más espinoso del sistema narcisista, esa inmortalidad del yo que la fuerza de la realidad asedia duramente, ha ganado su seguridad refugiándose en el niño”.

¿Qué puede hacer el niño con estos deseos de los padres que, en definitiva, contribuyen a la formación de su yo?

Estos deseos irrealizados de los padres, que sin lugar a dudas se inscriben en el inconsciente del niño, no forman ni formaron parte de las pulsiones del niño, lo cual significa que no pudieron ser reprimidos por él. Pero si no fueron reprimidos, tienen que haberse tornado inconscientes por otro proceso. Frente a aquello que nunca formó parte de las pulsiones del sujeto (pues proviene de “afuera”, de otro) la principal defensa que el yo articula es la desmentida.

Ahora bien, surge aquí otro interrogante… ¿Qué narcisismo pretende mantener indemne el niño al desmentir el trauma que implica la castración?

El niño se ve empujado a desmentir la castración para proteger un narcisismo que no es el propio, es “esa inmortalidad del yo (del yo de los padres) que la fuerza de la realidad asedia duramente y que ha ganado su seguridad refugiándose en el niño”.

Dicho en otros términos: el sujeto, ante el trauma de esa violenta intrusión del deseo de otro (para el caso: de los padres), se ve compelido a desmentir, pues su desmentida de la castración preserva el narcisismo de sus padres, que lo han erigido en un mítico “niño maravilloso”, funcionando para ellos como una “desmentida viviente” de su propia castración. 

En tanto el niño se identifica (o, más bien, es identificado) a los anhelos de los padres, éstos anhelos se entronizan en su psiquismo a título de yo ideal (una suerte de territorio extranjero, escindido por desmentida, en los dominios del psiquismo propio).

Este yo ideal, desde el lado del niño, es el homenaje tributado al “niño maravilloso” que creyó ser. Un “niño maravilloso” que nunca existió y que era solo la pantalla sobre la que se proyectaron los “deseos irrealizados de los padres”.  

Para él el yo ideal funciona como una especie de pacto inconsciente: si sostiene su “lealtad” a estos anhelos parentales, es decir si no los denuncia en su irrealidad, podrá sostener la convicción de que será “protegido” y será “premiado” por esos “semidioses infalibles”. Pero, para reforzar la imposición, apenas el niño cuestione aquella “invasión” de deseos ajenos (o dicho de otra forma: apenas amague con autoafirmarse en sus propios deseos) sabrá que ese “amor” narcisista de sus padres encubre, si es inquirido, un odio que nada bueno augura. Un odio que, puede suponerse, se origina en el hecho de que en el mismo momento en que el niño reconoce su castración, está denunciando la de los padres.  

Los anhelos enajenantes de los padres tienden entonces a instalarse como deseos ajenos en el psiquismo infantil. Deseos que por ajenos y por desmentidos, el niño no puede elaborar y se verá condenado a repetir.

Con posterioridad (lógica), operará, o no, la función paterna. Es decir aquello que en el psiquismo de los padres se corresponde con el reconocimiento de la castración. Esta función actúa como factor de cuestionamiento de la identificación que sostiene al yo ideal (en los padres y en el niño) despejando el camino de salida de esta trampa narcisista.

La lucha entre el narcisismo alienante del yo ideal, con sus efectos de sometimiento y de servidumbre al objeto; y el narcisismo de autoafirmación (el “sano egoísmo”) que propicia el investimiento amoroso de objetos contingentes, es, con diversas intensidades coyunturales, para toda la cosecha.

En vista de todo esto, no sorprende que aquello que sucede con el niño cuando cuestiona los ideales, anhelos y/o deseos parentales, le ocurra también a todo sujeto que cuestione los ideales culturales y sociales. En ambos casos se es “invitado” a desmentir. En el caso de los padres con el objetivo de preservar su narcisismo, en el caso del poder para preservar su infalibilidad.

También el poder promete “protecciones” y “premios”, el precio para acceder a ellos es oneroso: la propia subjetividad.

 

Hugo Abate

Psicólogo, Psicoanalista.
huabate [at] live.com.ar
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Articulo publicado en
Noviembre / 2010

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