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No hay peor tuerto que el que no quiere ver

 

El Nº 2-3, Primavera/Verano de “El Ojo Mocho Otra vez” incluye en su parte medular un dossier que lleva por título “El sujeto, los sujetos (Política, lenguaje y conocimiento)” que entre otros temas, “aborda el problema de la subjetividad política de nuestro presente y sus formas posibles de su relación con lo instituido y el Estado…”

Allí podremos leer, entre otros, a Gisela Catanzaro en “Críticas de la estatalidad” afirmando que si bien “la reconfiguración de los Estados latinoamericanos es deudora de los procesos sociales insurgentes. Fue desde/en el Estado (y no la sociedad) donde surgió la ruptura acontecimental”. O citando a García Linera: “que los teóricos han estudiado al Estado en su dimensión de estabilidad, pero poco se han referido al Estado en su momento de transición: cuando se pasa de una forma estatal a otra”. (Negritas mías).

En otro de los artículos, “¿Hay una nueva Forma-Estado? Apuntes latinoamericanos” de Verónica Gago, Sandro Mezzadra, Sebastián Scolnik y Diego Sztulwark se sostiene que: “En América Latina en general, y en Argentina en particular, presenciamos una renovación del papel del Estado tras una década de impugnaciones desde abajo al neoliberalismo.”

También: “Lo que puede corroborarse es la multiplicación de contradicciones al interior de las estructuras mismas del estado, imponiendo nuevos temas en la agenda política, restableciendo jerarquías y prefigurando pautas diferentes en las políticas sociales, cada vez más centrales en el dinamismo económico y en los dispositivos de gobierno”.

Y como prueba de ello: “… muchas veces el Estado se sirve de iniciativas autónomas para suplir la imposibilidad de resolución institucional. Pongamos un ejemplo: el aumento en la matrícula escolar, luego de que ésta sea un requisito del beneficio de la AUH (Asignación Universal por Hijo), obligó al Estado a recurrir a la experiencia autogestiva de los “bachilleratos populares”, que hacen educación popular en las fábricas recuperadas desde el 2001, y en simultáneo reconocerles su existencia a partir del financiamiento de los salarios docentes, por afuera de los convenios colectivos del gremio docente.”

“Para que esto sea posible, insistimos, resulta igualmente necesario abandonar cierto modo “metafísico” de entender el Estado como si fuese una esencia eterna e inmutable, muy notorio en particular en el debate en torno a la ´vuelta del Estado´”. (Negritas mías).

Más allá de las inexactitudes respecto del ejemplo de los bachilleratos populares que se estuvieron movilizando en el segundo semestre del año por: “Reconocimiento inmediato de todos los bachilleratos populares de la Capital Federal y la Provincia de Buenos Aires. Salarios para lxs docentes. Becas para lxs estudiantes y Financiamiento integral”. También cabe destacar lo planteado por Emerenciano Sena del Movimiento de Trabajadores y Desocupados (MTD) del Chaco: “Es cierto que se ha modificado el escenario y que la Asignación Universal por Hijo (AUH) es muy buena y las jubilaciones que se dieron también, pero necesitamos que la AUH no sea una resolución sino una Ley, que los logros de hoy, que están pegados con plasticola, estén sellados por una Ley del Congreso para que cualquier otro gobierno, como fueron los de Menem, Duhalde o De la Rúa, no puedan con una simple resolución borrar las conquistas…”(negritas mías).

Este “croto”, como gusta llamarse Emerenciano, entiende más de la diferencia entre Estado y gobierno que los columnistas del dossier.

No existe una diferencia categórica entre Estado y capital, ya que ambos constituyen una relación social. El rol del Estado es estar al servicio del capital tanto en tiempos liberales como de fuerte intervención en la economía. De todos modos, tiene un margen de autonomía relativa respecto del capital ya que condensa la lucha de clases y por tanto la política estatal no resulta monolítica. En la actual crisis la relación entre Estado y capital es fundamental para entender el reordenamiento del sistema mundial.

El capital necesita contar con la colaboración de los Estados nacionales que aseguran la valorización de aquél y la dominación y continuidad del orden capitalista. El disciplinamiento del movimiento de trabajadores no puede entenderse sin el Estado y sus medios represivos, a pesar de las conquistas parciales en alguna parte del planeta.

Por eso en la actualidad no hay menos Estado sino que transitamos un cambio en las funciones de los Estados nacionales. Oponer mercado y Estado, otorgando a este último un supuesto “progresismo”, es olvidar que ambos implican relaciones sociales. En el mercado se define la contradicción entre capital y trabajo. Es el ámbito de disputa de la apropiación de la renta y es el Estado quien conduce la mercantilización de la sociedad para canalizar con éxito la ofensiva global del capital.

Son los Estados hegemónicos los que están dando nueva forma al orden mundial ayudando a las corrientes comerciales a circular con la máxima libertad posible como lo propone la Organización Mundial del Comercio (OMC), que se ocupa de garantizar y defender la apertura y liberalización de la economía en nombre de los capitalistas. Si el Estado nación fue fundamental para consolidar la acumulación primitiva, hoy es necesario para asegurar la expansión internacional del capital.

Al Estado argentino le cabe las generales de la ley. Así como Menem y De La Rúa lo utilizaron para aplicar una política neoliberal, Duhalde y los Kirchner han tratado de recomponerlo a partir de la crisis de hegemonía planteada en diciembre del 2001. Donde Duhalde fracasó, los Kirchner tuvieron éxito planteando concesiones al movimiento popular como la política de Derechos Humanos, las “nacionalizaciones” de YPF, Aerolíneas y las AFJP, la Ley del Matrimonio Igualitario, etc. Al mismo tiempo que hacían concesiones a las patronales nacionales e internacionales a través de la política de subsidios y más recientemente con la nueva Ley de Riesgo de Trabajo, la reapertura del megacanje y el acuerdo con Chevron, para dar solo algunos ejemplos.

El Estado sirvió para ambas cosas. Cambiaron los gobiernos y el régimen político, pero nada hace pensar en un Estado en transición como sugieren los autores del dossier.

El 11 de setiembre se conmemoraron 40 años del golpe en Chile y parece mentira que todavía los autores del dossier  desconozcan la diferencia entre Estado y gobierno/régimen político. Salvador Allende cayó porque como él mismo le manifestara a Fidel Castro en la entrevista que fue profusamente difundida en los canales oficiales era un desafío para su partido y para Chile construir el socialismo en el cuadro del respeto a las instituciones del Estado burgués. Si no pensemos qué puede ocurrir en el 2015 con un gobierno de Massa, el FAP o Scioli. Tendremos un Estado en transición al neoliberalismo, a menos que el movimiento popular lo impida.

Mario Hernandez

Licenciado y Profesor en Sociología

revistalamaza [at] hotmail.com

 

Bibliografía

Gambina, Julio, Crisis del Capital (2007-2013), Fisyp, Buenos Aires, 2013.

Hernandez, Mario, El movimiento de autogestión obrera en Argentina, Editorial Topía, Buenos Aires, 2013.

El Ojo Mocho Otra vez, Año II, Número 2-3, Buenos Aires, Primavera-Verano 2012-2013.

 

Articulo publicado en
Noviembre / 2013

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