Y por primera vez se preguntó, con un miedo que casi podría quebrarla, si estaba de pie sobre un mundo del que realmente se pudiera escapar.
Samanta Schweblin
Lo humano está animado por una pasión perturbadora:
engendrar dobles artificiales de sí mismos.
Eric Sadin
Primera ley robótica: Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño.1
Es imposible no pensar qué negocios encontrarán nuevos caminos al son de la pandemia. Pondremos la mirada en los androides dotados con inteligencia artificial, cuya producción está tomando fuerte envión bajo estas nuevas condiciones mundiales.
Durante la pandemia los servicios de salud, hospitales y farmacias han aumentado los pedidos de androides con inteligencia artificial en un 72% pensando los mismos, entre otras actividades, como compañía de enfermos y de personas mayores
Ya sabemos que el reemplazo de los humanos por robots en el trabajo se basa en que estos últimos no se enferman, no se contagian y no se cansan, ergo no son la parte frágil de las cadenas de producción, en especial en un mundo que se vislumbra a merced de nuevas y arrasadoras pandemias. Un ejemplo es lo que viene ocurriendo en la industria hotelera japonesa: “…pregunto por la evolución que ha tenido ese hotel de 144 habitaciones en su planta laboral desde que abrió en 2015: (…) somos un total de veintidós personas. Los robots son 233.”2
Durante la pandemia los servicios de salud, hospitales y farmacias han aumentado los pedidos de androides con inteligencia artificial en un 72% pensando los mismos, entre otras actividades, como compañía de enfermos y de personas mayores. Estos datos los entrega la Federación internacional Robótica desde su sede en Frankfurt. En la misma línea, según Andrés Oppenheimer3, la industria de la alimentación aumentó un 60% su demanda de robots.
¿Podrá la pandemia, que asoma como una inesperada y gran aliada de la producción de androides, lograr acelerar la aceptación de los androides por los humanos?
Los asociados a la Federación Internacional Robótica están muy interesados en aprovechar el coronavirus para seguir estimulando los acercamientos entre los hombres y los androides. Se imponen varias preguntas: ¿Podrá la pandemia, que asoma como una inesperada y gran aliada de la producción de androides, lograr acelerar la aceptación de los androides por los humanos? ¿Disminuirá las conocidas situaciones de extrañamiento, vinculadas a lo siniestro, que históricamente les han generado las máquinas a los seres humanos?
Juega a favor de la aceptación el que la humanidad en su conjunto está en una etapa de hibridación con las máquinas de comunicar, proceso que denominamos Modo Cyborg4, se trata de hacer del celular una parte de su cuerpo y de colocarse en el cuerpo dispositivos tecnológicos. No solo esto, sino que el celular formatea la vida de los cyborg. Pero esta relación de amor con las máquinas no habilita a concluir que un otro semejante, un replicante no humano, sea fácil de admitir dado lo siniestro -en la dirección que lo plantea Freud- que la presencia de ese semejante tecnológico todavía hoy puede evocar.
Segunda ley robótica: Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la primera Ley.
El tema de crear y replicar seres viene de antigua data, está atado a la pregunta por el origen del universo y del hombre. Mitos y religiones han intentado dar cuenta del origen del hombre, por ejemplo, en el relato del Génesis, Dios creó al hombre desde el barro, luego a pedido de Adán, quizás el único ser angustiado de la creación, gestó como un escultor una mujer desde una costilla del hombre triste que deambulaba solo por el Paraíso Terrenal. Mujer que hizo -a no dudarlo dado que nadie como Él conocía la armonía y la belleza- de la manera más excelsa posible. Eva y Adán, Adán y Eva surgieron, según el Génesis, a imagen y semejanza de su creador. Precisamente por eso Adán y Eva tuvieron prohibido el acceso al árbol de la sabiduría, Dios temía que esto los volviera inmortales, es decir, dioses (esto demuestra que el temor a lo creado aparece desde el momento que el hombre empezó a preguntarse de dónde vino. La criatura teme a dios y éste aparece, una y otra vez, temiendo a que los humanos ocupen su lugar).
Este relato, como tantos otros de culturas lejanas a Occidente, da cuenta del anhelo de parecerse, imitar o suplantar a Dios. Y del peligro para los dioses de que el hombre ascendiera a su universo de inmortales. La historia de la Torre de Babel es más que elocuente. Como se comprenderá, detrás de los relatos hay una puja por el poder, quien poseyera “la verdad original” de dios tendría el poder terrenal y le daría el derecho divino (¿?) para el dominio de las tierras, las riquezas y los hombres. La historia nos demuestra que el mundo de los dioses es muy inestable, van cayendo mitos y religiones y otros ocupan su lugar. El vencedor de esa lucha por el cielo será el poder terrenal que se apropiará de la vida y las riquezas de la gente.
En la lucha por el poder, en el temor a la muerte y en la omnipotencia de los humanos es donde hallamos las fantasías de intentar ser el remedo de Dios. Mary Shelley cuenta cómo su Doctor Frankenstein trata de construir personas para propio beneficio: “La vida y la muerte me parecían límites ficticios, que yo sería el primero en atravesar derramando en nuestro mundo oscuro un torrente de luz. Una nueva especie bendeciría en mí a su creador y origen... Ningún padre tendría tanto derecho a la gratitud como yo a la de ellos.” El doctor Frankenstein trata de crear seres con el objetivo de que su sed de amor y omnipotencia fuese colmada: “Una nueva especie bendeciría en mí a su creador y origen; muchas criaturas felices y excelentes me deberían su ser.”
Mientras el doctor Frankenstein busca desechos humanos de gran tamaño, en cementerios y morgues, mucho tiempo atrás, en la Praga del 1500, el rabí Low, preocupado por los recurrentes ataques a la comunidad judía, reprodujo a su manera una parte del Génesis creando un ser con el barro del río Moldava: El Golem.
A diferencia del personaje creado por Mary Shelley, cuenta la leyenda que el rabí debió introducir en la boca del Golem un pergamino con el nombre secreto de Dios, es decir, el rabí no quiere ser Dios, más bien trabaja en la creación del Golem como representante de Yahvé. “De entre todas las leyendas, el mito del Golem se impone como el más fértil y prodigioso por cuanto se trata de una criatura semejante al hombre que, como hombre, suscitaba la desconfianza del resto de los animales. Adquirió vida cuando el rabino introdujo en su boca un pergamino con el nombre secreto y sagrado de Dios, cuya potencia es proverbial. Corría entonces el año 1580.”5 El objetivo de la creación del Golem es cuidar a los judíos, el del doctor Frankenstein crear una nueva especie que lo amara. El Golem es erigido para proteger a los judíos de los peligros y amenazas de los gentiles antisemitas.
Esa defensa no está exenta de problemas, por ejemplo, el Golem no hablaba, solo obedecía órdenes, cuenta una de las tantas leyendas que cierta vez se le dio la orden de sacar agua del río con baldes, el aprendiz de brujo no paró en su accionar dado que nadie lo detuvo y casi seca el río. Pero el Golem presenta otros problemas: “Al misterio del peregrinaje hay que agregarle el horror de la duplicación que pareciera estar en los cimientos de la misma Praga. Siempre hay un doble de un doble, un simulacro, como lo llamó Borges a ese aprendiz de hombre bautizado el Golem.”6 Pone Gusmán el acento en algo que intentamos trabajar acá: el otro duplicado, ese que está en el inconsciente y que hoy más perfecto, más evolucionado se llama androide. El androide como copia a imagen y semejanza del hombre. Ese que hoy viene desarrollando el laboratorio tecnocientífico, lo que hace que miles de androides dotados de inteligencia artificial vayan saliendo de, según Asimov, “la más extraña y gigantesca industria en la historia del hombre.”7
Debemos marcar diferencias entre el Golem y Frankenstein. El doctor Frankenstein va por rescatar de la muerte y hacer que ésta desaparezca de la vida de los hombres, un individualista que aspira a tener súbditos. Por su parte el rabí Low genera un poderoso guardián, hoy diríamos un superhéroe, un arma defensiva al servicio de los judíos, quizás el rabí creó el Golem basado en la historia de Sansón. Frankenstein iba por la inmortalidad, el rabí Low por un ser que defendiera a su grey, tenía presente lo peligrosos que eran los gentiles que rodeaban a los judíos.
Debemos preguntarnos como lo vienen haciendo la literatura, el teatro y el cine qué lugar ocupan hoy los androides que se incorporan al mundo humano, recordemos que están provistos de inteligencia artificial preparados para producir bienes y realizar servicios en múltiples áreas, siendo uno de sus usos en la salud el de acompañar personas solas.
Tercera Ley robótica: Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la primera o segunda Ley.
Karel Capek fue un autor de teatro que conmocionó al mundo en el año 1921 al poner en el Teatro Nacional de Praga una obra donde los autómatas, como marineros de un barco en altamar, se amotinan contra los humanos a los que superan en habilidades, potencias e inteligencia. La obra R.U.R. -Rossum´s Universal Robots- es un éxito mundial rápidamente traducida a más de 30 idiomas y siendo representada en muchos países. El eje de la obra es que los robots (recordar que la palabra robots deriva de robota que en checo significa esclavo) destinados a reemplazar a los obreros, a los soldados, etc., se sublevan y matan a todos los humanos, solo dejan vivo al ingeniero jefe de la empresa que los creó.
La Segunda Guerra Mundial trajo un enorme desarrollo al servicio de la tecnología de la muerte, las detonaciones de Hiroshima y Nagasaki fueron de alguna manera su manifestación más clara y brutal. Demostraban conjuntamente con Auschwitz, los genocidios realizados por Japón en la ocupación de Manchuria y los bombardeos a la ciudad alemana de Dresde que las proporciones y escalas de los dispositivos de matar habían cambiado radicalmente, el matar se convirtió en una acción tecnológica y su blanco principal fue la población civil. Algo que ya había comenzado en la Primera Guerra Mundial.
En el año 1942, el mundo estaba enfrascado en la Segunda Guerra Mundial, hasta poco antes la maquinaria guerrera de Alemania se consideraba invencible y sus soldados, los habitantes de los países invadidos no los veían como humanos sino como autómatas imposibles de derrotar. Mientras esto ocurría un escritor, de una producción variada e impresionante, trata de poner en caja la ardua cuestión de cómo sería la relación entre la humanidad y los robots. Hablamos de Isaac Asimov y de su perdurable obra Yo, Robot. En ella establece las leyes de la robótica, trata con ellas de dar un orden legal a la relación entre hombres y robots, aspira a resolver las dificultades que se avecinan en ese mundo, que está convencido, será una convivencia entre androides y humanos.
En el mismo momento Alan Turing descifraba el código Enigma de las comunicaciones del nazismo, cosa que logra y les da una potente arma a los ejércitos aliados. Esta máquina estaba definida como una bomba criptográfica. Ya terminada la guerra plantea el Teorema y el Test de Turing, año 1951, donde señala cómo caracterizar los procesos llevados adelante por las máquinas, de allí surge su pregunta sobre si las máquinas pueden pensar. Su trabajo abre el camino de la inteligencia artificial, da pie a todas las revoluciones de la informática que vendrán en los años sesenta. Tampoco debemos olvidar que para la misma época surge la definición de la cibernética por Warren McCulloch y Walter Pitts en 1943.
Tanto Asimov como Turing visualizan que advendrá un mundo poblado de androides. Es decir que estaban interesados en sentar las bases para las relaciones entre hombres y robots. Asimov buscaba fundar leyes que permitieran mantener la supremacía del humano sobre los androides, también darles un reconocimiento en la vida de la comunidad en la que estuvieran insertos. Por su parte Turing se interesó en la inteligencia artificial, trató de avizorar las posibles relaciones entre humanos y máquinas, llegado el caso en que la inteligencia de unos y otros fueran indistinguibles. En síntesis, en estos planteos se inician las consecuencias del mundo tecnológico futuro, y cómo serán considerados los androides, quizás ¿personas no humanas? Es posible que Turing y Asimov estuviesen de acuerdo con esta definición. Desde aquél entonces la evolución de los robots ha sido imparable.
Muchas preguntas se suscitan ante la producción en serie de androides. Una de las observaciones que se tienen presentes ante ese arrollador avance es: ¿por qué históricamente los humanos sin razones aparentes, espontáneamente diríamos, rompen máquinas que están a su servicio? En especial cuando la maquina se asemeja a un ser humano. La respuesta no se ha hecho esperar: el androide se presenta a los ojos humanos como algo siniestro. Valle inquietante ha llamado a esta situación David Hanson, el creador de Shopie entre otros androides.
La pandemia, con tanta presencia de la muerte, aparece como un excelente momento para abrir camino a ese otro duplicado del humano
Ese valle inquietante, otra manera de describir lo siniestro que nos hace suponer que Hanson conoce el artículo de Freud al respecto, es aquello familiar y, al mismo tiempo terrorífico, que está presente en este proceso de crear replicantes a imagen y semejanza de los hombres.
La pandemia, con tanta presencia de la muerte, aparece como un excelente momento para abrir camino a ese otro duplicado del humano. Un factor de repetición de lo igual, al decir de Freud, que deja el camino de las artes y se avizora acompañará los servicios de salud y de la producción. La avanzada de este proceso es Japón donde cada vez más robots están muy expandidos e interactúan con los humanos cumpliendo funciones laborales: “Pero llega el momento de la verdad: el check-in interactuando con tres recepcionistas detrás del mostrador. Hay dos velocirrápidos a escala humana y una bella androide vestida de blanco con un realismo pasmoso… El hecho de que la recepcionista es casi humana me causa sobresalto.”8 Varsavsky explica así ese miedo atávico, ese recuerdo tanto de los autómatas mecánicos que está en la genealogía de los androides, como de esos personajes de terror que habitan en el inconsciente. Siente, como muchos humanos afectados por ese otro siniestro, que no tiene mucho interés en cruzar ese valle de miedos. Esta es la razón de la destrucción de máquinas que tienen semejanza con el hombre. Otra razón apunta a la clara percepción que donde atiende un robot existen muchos hombres sin trabajo y reemplazados por ellas.
Vivimos en una cultura que no cesa de producir, proveer y estimular que los seres humanos hagan maridaje con prótesis que ilusionan con el agrandamiento sin límites de la condición humana, Freud nos advertía que estas prótesis llevaban a que el hombre fuese una especie de dios-prótesis. Hablaba de las mismas como órganos auxiliares. Esto, aseguraba, le generaba no pocas dificultades al ser humano. Desde aquél entonces la evolución tecnológica no ha cesado, lo que devino en un largo proceso de enamoramiento con las máquinas de comunicar. La extensión de la vida virtual generalizada se extendió con la prótesis-celular incorporada como una parte de nuestra mano. La portabilidad de estas pequeñas y poderosas computadoras ha soldado este proceso de maridaje entre el individuo y las prótesis. Esta fascinación no ha cesado, solo la pandemia estableció ciertas fisuras en esta hibridación, es que las cuarentenas nos arrojaron a la vida virtual, fue la única alternativa y la saturación con las pantallas llevó hacia una cierta ambivalencia a los usuarios.
Producto de este proceso tecnológico que ha convertido en feligreses tecnofílicos a los humanos, llevándolos a convertirse en cyborgs tiene su avanzada en las propuestas poshumanistas de derrotar la muerte, muy especialmente en que la vida puede continuar almacenando al hombre dentro de una máquina, transferir lo que el hombre es al interior de una computadora. Es decir, la eternidad vuelve a cobrar esplendor y genera expectativas producidas en las poderosas empresas dueñas del desarrollo tecnológico. Es dentro de esta expectativa que surge con fuerza la producción de androides, el propio laboratorio tecnocientífico pone al cyborg frente a un avance que trae contenidos siniestros, correctamente definido por David Hanson como valle de miedos.
Ese semejante cada vez con mayor inteligencia autónoma, la que se expande hacia aprendizajes que desconocemos, vuelve a poner lo humano en estado de fragilidad. No escapa esto a las empresas que los crean, saben de las dificultades para evitar esa conexión con lo siniestro, por eso su enorme estrategia de marketing cuyo objetivo es mostrar sus beneficios y el tono amigable de esa no muy lejana convivencia. No hay mucho que andar para observar que el androide está presentado como un objeto entrañable que beneficia siempre la vida de los cyborgs. El desarrollo de mascotas artificiales está siendo la punta de lanza para generar empatía y confianza para la aceptación de los humanos, por ejemplo, un perro artificial que no tiene ninguna de las dificultades de un perro de carne y hueso: da menos trabajo, no trae los inconvenientes de deposiciones, no orinan y no muerden los muebles.
El más famoso androide es Sophie, la que ha sido reconocida como ciudadana ilustre por Arabia Saudita. Extraordinaria demostración del poder que maneja la empresa que la construyó y de las contradicciones que aparecen en dicha reunión a las que las mujeres no pueden asistir. Sophie camina por las mismas calles donde las saudíes no pueden hacerlo solas. En Arabia Saudita se le otorga la máxima libertad a un androide con aspecto femenino, mientras que las mujeres del reino hasta hace muy poco no podían manejar, ni andar solas manejando un auto, son las mismas mujeres que deben salir a la calle siempre acompañadas de un hombre y donde las mujeres que luchan por la igualdad de derechos son condenadas a largas temporadas de cárcel.
El objetivo empresarial es muy claro: cada androide debe ser cada vez más semejante al hombre, que ese semejante, como Sophie, tenga derechos en su existencia y, en definitiva, que pierda su condición de cosa
Mientras en su condición de cyborg adaptado al consumismo e ideología capitalista acepta día a día que un grupo de algoritmos desde su Smartphone le vaya ordenando la vida, a lo que obedece por comodidad y amor, van apareciendo en escena máquinas mayores, semejantes a nosotros que toman espacios y, sobre todo, poder de decisión autónomo. El objetivo empresarial es muy claro: cada androide debe ser cada vez más semejante al hombre, que ese semejante, como Sophie, tenga derechos en su existencia y, en definitiva, que pierda su condición de cosa. Un claro ejemplo de esto son los millones de cyborgs que interrogan en el celular la temperatura del día, cuánto caminaron hoy, la cantidad de calorías ingeridas, etc. y demostrando a cada minuto que son indispensables para nuestras vidas y al dirigirlas ya hace tiempo que perdieron su condición de cosa y son reconocidos como ser de la verdad y la razón, deviniendo en prótesis de nuestro cuerpo que deciden a cada momento nuestras vidas. Esto va mostrando la inversión de dominio entre la prótesis y cyborg. La autonomía humana va perdiendo terreno y lo ganan los algoritmos. Cuando “las cosas desempeñan el rol de los hombres y los hombres desempeñan el rol de las cosas; es la raíz del mal.”9
Notas
1. Las tres leyes planteadas en el artículo pertenecen al libro Yo, robot de Isaac Asimov.
2. Varsavsky, Julián, Japón desde una cápsula, virtualidad y robótica, Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 2019.
3. Andrés Oppenheimer, “Un mundo poblado de robots”, diario La Nación, edición en papel, Buenos Aires, 17 de abril de 2021.
4. Hazaki, César, Modo Cyborg, Buenos Aires, Editorial Topía, 2019.
5. Anónimo, Relatos de Praga, Buenos Aires, Editorial Cántaro, julio de 2007.
6. Gusmán, Luis en Relatos de Praga, op, cit.
7. Isaac Asimov, Yo, Robot, Editorial Sudamericana, 1977.
8. Varsavsky, Julián, op.cit.
9. Weil, Simone, La condición obrera, Buenos Aires, El Cuenco de Plata, 2010.