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Cyborgs

 
Los nuevos procesos subjetivos y sociales de adaptación

Los sofisticados implantes son un avance extraordinario ante la enfermedad o la limitación orgánica. Desde otra perspectiva –y sobre esto trabajaremos- puede ser tomada la hibridación hombre-máquina como un analizador cultural. Es nuestra intención mostrar cómo nos vamos constituyendo en un híbrido humano - máquina con múltiples consecuencias.

Las categorías de la sensación, de la percepción y de la imaginación han sido trastocadas por las innovaciones tecnológicas y el poderío del aparato industrial que las difunde.

Marc Augé

 

Amor a las máquinas

Neil Harbisson, creador de la Fundación Cyborg, nació con una enfermedad genética de la vista -acromatopsia- que sólo le permitía ver en blanco y negro. La resolvió implantándose un ojo cibernético -colocado en su frente y que por un cableado, se introduce en su nuca- cuyo software hace una traducción de los colores a sonidos. N.H. explicó así su ojo electrónico: “Es un censor de color que tengo delante de la frente, conectado con una antena que va detrás de mi cabeza, con un chip. Detecta la frecuencia de luz que tengo delante y la traduce a sonido. Lo que hace es bajar 40 octavas la frecuencia del color, entonces yo puedo oír el color, literalmente. Cada color tiene una nota diferente”. No le fue sencillo memorizar las relaciones entre sonidos y colores. Una vez que estas articulaciones se automatizaron, pudo plasmar obras de arte con colores que le estaban vedados orgánicamente.

Este extraordinario ejemplo, de los muchos que existen, demuestra claramente que los límites orgánicos son superados por originales máquinas que se integran al cuerpo. Los sofisticados implantes son un avance extraordinario ante la enfermedad o la limitación orgánica. Desde otra perspectiva –y sobre esto trabajaremos- puede ser tomada la hibridación hombre-máquina como un analizador cultural. Es nuestra intención mostrar cómo nos vamos constituyendo en un híbrido humano - máquina con múltiples consecuencias.

Observamos que el cuerpo mediático[1], aquello que definimos como la articulación entre el corpus tecnológico y el cuerpo de los hombres, avanza a gran velocidad. Es un proceso cultural mundial, la sociedad del espectáculo[2] donde toda la vida debe un espectáculo, que conlleva dentro de sí una hegemonía de adaptación social acrítica que se sostiene en la fascinación por las populares máquinas de comunicar (notebooks, smartphones, tablets, gloogle glass, etc.). En la sociedad del espectáculo los miniaturizados artefactos de la comunicación unen todos los aspectos de la actividad humana: sirven para trabajar, el entretenimiento, como antídoto contra la soledad, ofrecen una vía para la excitación constante por la profusa pornografía e incita a adolescentes y adultos a apostar dinero en casinos virtuales las veinticuatro horas del día, además son una vía regia para los contactos amorosos. Para los niños promueve que los juguetes virtuales vayan reemplazando a los concretos. Esto no viene solo: hay ideólogos que invitan a creer en que la sociabilidad pasa por las denominadas redes sociales. Muy suelto de cuerpo Manuel Castells -un apologista de esta hiperconectividad- pregona que la sociabilidad real se da hoy por internet y que la misma decreta la muerte de la lucha de clases.

Para que todo esto ocurra la aldea global ha impuesto el tiempo real, un aquí y ahora instantáneo que se mide en nanosegundos que -por la ocupación que requieren- ha alargado la vigilia de los usuarios.

Esa ilusoria sociabilidad, de la que habla Castells, ha logrado aumentar el tiempo de trabajo del empleado un veinte por ciento por día. Es que la tarea vive con uno (en el smartphone, la notebook  o la Tablet) y mantiene al sujeto atado a la hiperconectividad, la que funciona como un enorme cordón umbilical que no permite desprenderse del trabajo. Un ideal largamente acariciado por quienes son los dueños de los medios de producción.

Para que todo ello ocurra las máquinas de comunicar han conseguido generar una gran fascinación y, desde allí, imponen condiciones de uso y de vida[3]. Los usuarios son cada vez más dependientes de esos aparatos y se presenta un proceso nuevo: la extimidad por la cual todo lo que considerábamos íntimo debe ser exhibido en las denominadas redes sociales que demolió lo que considerábamos el mundo íntimo (aquello que se guardaba para sí, que se compartía con la familia o la pareja) hasta no hace mucho.

Todo lo anterior se sostiene en la producción continua de imágenes, textos y sonidos que contiene la placenta mediática (hoy conocida, en parte, como La Nube) una segunda piel inventada por el hombre que envuelve el globo terráqueo. La placenta mediática abastece a estas pequeñas máquinas y logra que se conviertan en fetiches imprescindibles, soldados al cuerpo, para el individuo de la sociedad del espectáculo.

Esto nos indica que la adaptación social requiere que el cuerpo mediático se consolide en un individuo modelado a su entera necesidad: el cyborg. Botones de muestra: el conductor de un auto que habla por teléfono mientras conduce, el joven que cruza la calle mandando mensajes de texto. Peligros cotidianos que el uso del celular impone al cyborg.

 

¿Pero qué es un cyborg?

Cyborg es concepto que aúna, en inglés, lo cibernético (cyb) a un organismo (org). Lo crearon Manfred E. Clynes y Nathan S. Kline pensando en un ser humano que pudiera vivir en entornos extraterrestres, en los años 60 cuando la disputa por el espacio exterior arreciaba entre EE. UU. y la URSS, como parte de la Guerra Fría y la inminente amenaza de guerra nuclear. Se trataba de producir una síntesis de humano y máquina. Debía vivir en medios inhóspitos fuera del planeta.

La tecnología de la guerra imaginó una conflagración donde la mayoría de la humanidad sería destruida. El que triunfara podría colonizar la luna o vivir en las profundidades de alguna montaña bajo condiciones duras donde la hibridación hombre–máquina sería absolutamente necesaria.

Cuando la URSS se derrumbó salió airosa la globalización neoconservadora con predominio del capital financiero, ésta usó internet para expandir las burbujas financieras exponencialmente. Mientras esto ocurría el mundo social se convertía en un espectáculo permanente.

De esta manera el híbrido de organismo y máquina que rompe los límites orgánicos, cambiando radicalmente los cuerpos y la subjetividad, no fue al espacio exterior a dominar la Luna. Tampoco a producir civilizaciones en otros planetas, luego del arrasamiento de la Tierra por las bombas nucleares.

Esta combinación hombre-máquina, este cyborg, se convirtió en exponente central de la adaptación social al mundo globalizado en que vivimos. Su objetivo fue adueñarse de nuestros cuerpos aquí en el planeta Tierra (el proyecto más acabado de esto es el genoma humano) y nos impone veloces modificaciones que promueven un mayor maridaje hombre-máquina. Esto abre interesantes posibilidades y enormes interrogantes, parafraseando a Spinoza: nadie sabe la cantidad de chips que pueden introducirse y modificar un cuerpo. Lo anterior nos demuestra que las transformaciones son permanentes en los seres humanos y que los procesos culturales y sociales son consecuencia del devenir de la producción económica mundial, K. Marx nos indica que esa producción es la que hay que observar dado que modifica radicalmente la vida de los hombres.

En consecuencia el cyborg es el hombre paradigmático de la cultura actual, una profundización más radical del cuerpo mediático que vino unida a la portabilidad de los celulares. Que, además, busca introducir los chips de comunicar dentro del cuerpo, consumando así el control social absoluto por robots de las personas y sus acciones.

Para que ese maridaje hombre-máquina -constituyendo así un cyborg- se realizara, hizo falta no sólo la miniaturización de los chips, sino su articulación con tejidos orgánicos (wetchips, un compuesto de circuitos electrónicos y tejidos vivos) haciendo cada vez más difuso la separación entre lo orgánico y la máquina[4].

Estos diminutos chips se miden en nanómetros (mil millonésima parte de un metro), es decir, son prácticamente invisibles y, al mismo tiempo, cada vez más poderosos y a más velocidad (nanosegundo) trabajan. Lo esencial tecnológico se va haciendo cada vez más invisible a los ojos.

Harbisson -un ideólogo de la hibridación- promueve los beneficios de ser un cyborg: "En esta década vamos a dejar de usar la tecnología como una herramienta. En este siglo la especie humana experimentará tres "mutaciones" básicas: habrá personas que utilicen elementos mecánicos, electrónicos y cibernéticos como parte de su cuerpo. Desde su perspectiva el ser un híbrido de máquina y hombre es potencia, rompe límites. Para nosotros indica cuáles son las nuevas condiciones que definen al hombre hiperconectado del siglo XXI[5].

Las metáforas de querer alcanzar lo imposible (dios, la inmortalidad, etc.) o de cómo despertar fuerzas tecnológicas ciclópeas y ser superados por ellas es tema recurrente en la historia, en general suele alertar sobre cómo el avance implacable de una tecnología puede gobernar la vida de los hombres mucho más allá de lo que ellos creen[6]. Tomaremos un mito griego y un movimiento histórico consecuencia de la Revolución Industrial para ejemplificar los asuntos que el cuerpo mediático -donde las máquinas ya no son herramientas, sino chips dentro del cuerpo- en su avance hacia la consolidación de los individuos cyborg nos plantea.

 

El vuelo de Ícaro

En el mito de Ícaro se encuentran advertencias sobre la hibridación con las máquinas y las pasiones que la misma puede despertar. Por haber ayudado a Teseo a vencer al Minotauro, Dédalo y su hijo, Ícaro, son encarcelados por el rey Minos. Con astucia logran escapar de la prisión, pero no pueden salir de la isla. Dédalo inventa unas alas con plumas y las une con cera, lo que les permite escapar volando.

Dédalo, antes de partir, hace dos advertencias a Ícaro:

A) que no deben volar cerca de las olas dado que el agua puede abatirlos al mojar las alas

B) Que no deben volar muy alto, el calor del sol puede derretir la cera de las alas.

Ícaro lanzado a volar con ese nuevo cuerpo producto de la incorporación de las alas, fascinado por la ruptura del límite que lo ataba a la tierra, desea llegar hasta el sol. Devorado por la tentación omnipotente que la prótesis le despierta -pese a la oposición del padre- busca ascender hacia el astro. El final es conocido: el calor del sol derrite la cera y todo culmina con su caída y muerte.

 

Los Luditas

El movimiento ludita fue una consecuencia de la Revolución Industrial, una reacción de los obreros ante los telares de vapor que se comenzaban a imponer en las fábricas textiles. En el año 1811 los telares a vapor producían más en menos tiempo, lo que se transformaba en despidos masivos de trabajadores. La reacción de los obreros no se hizo esperar, primero en forma espontánea y luego organizadamente dirigieron su odio contra las máquinas que les quitaban el trabajo. Rompían los telares o incendiaban los talleres.

Estas embrionarias formas de resistencia obrera establecieron un original jefe de ficción que firmaba cartas y proclamas: El Capitán Ned Ludd. De esta manera se intentaba poner a salvo a los verdaderos activistas (nadie puede encerrar un mito). La represión no se hizo esperar, Inglaterra destinó 12.000 soldados para fusilar a sus dirigentes y disolver el movimiento.

Es interesante observar que los luditas primero dirigieron su rebeldía hacia las máquinas, después comprendieron que el problema era la explotación que ejercían los dueños de los telares.

Esta experiencia ha sido rescatada ante el avance de la cibernética por los que hoy se denominan neoluditas, así los define un buscador de internet: “El Neoludismo es una ideología que se opone férreamente a los avances tecnológicos, incluidas la informática, la revolución electrónica, la inteligencia artificial, etc. Sus partidarios sostienen que el ser humano pierde su esencia por culpa de la tecnología”. Para muchos de ellos, el Manifiesto "La sociedad industrial y su futuro" del Unabomber Theodore Kaczynski es el texto a seguir[7].

Por ejemplo, para los economistas norteamericanos Brynjolfsson y McAfee, el veloz proceso de software y máquinas de inteligencia artificial destruye más empleos de los que ayuda a crear. Para ellos produce un incesante aumento de la desigualdad, los hace dudar de que la tecnología conlleve aparejado el aumento de la cantidad de personas trabajando. Como en la época de los luditas el beneficio de este monumental aumento de la producción queda en manos de las grandes empresas concentradas.

 

El nuevo paraíso

Para comprender esta redefinición de la condición humana, por este efecto cibernético que enamora a las multitudes de todo el planeta, debemos recalcar que no es posible romper las máquinas como una salida a la situación actual, fracasaron allí los luditas y fracasarán hoy quienes no dirijan su atención a la globalización capitalista y los nuevos procesos subjetivos y sociales que promueve la adaptación social del cyborg.

Debemos insistir en que las modificaciones sociales y subjetivas del amor a las máquinas de comunicar, que muchos ya llaman mundo 3.0 y que nosotros insistimos en denominar cuerpo mediático, no han cuestionado los ejes centrales de la sociedad capitalista. Por el contrario esa fascinación por ser usuario de diferentes servicios de comunicación reafirma el carácter de consumidor de los ciudadanos.

Que los consumidores -millones de ellos expulsados del trabajo o sometidos a la flexibilización laboral globalizada actual- han recurrido a las relaciones virtuales como soporte de sus frágiles vidas. La virtualidad con sus amores, la enorme capacidad de hacer contactos, se ha convertido en la creencia aliviadora de la soledad y de las diversas amenazas de quedar por fuera del circuito económico[8].

Los centros de poder producen máquinas de comunicar incesantemente para que esa ilusión de sostén se mantenga, existe un proceso que permite que los robots interactúen con los seres humanos imitándolos. Veamos el ejemplo de los Socialbot: “Estos charlatanes automáticos están programados para enviar y reenviar tweets. Tienen historias de vida y (…) ciclos de sueño para que su falsedad sea más convincente (…) esta nueva raza de robots está siendo diseñada (…) con objetivos más ambiciosos: influir en las elecciones, incidir en el mercado de acciones, atacar gobiernos, y hasta flirtear con otras personas y entre ellos”[9]. Estos robots son los que gestan el 35% de los tweets que se envían cotidianamente. Son parte de la gran simulación y seducción que se producen dentro de la web y que, generosamente y sin fatigas, la placenta mediática deposita en los smartphones. Esto demuestra solamente uno de los señuelos, pequeño, por parte del mayor proyecto de control social desarrollado en la historia. Nunca hubo un proyecto panóptico tan avanzado e imperceptible que abarque a todo el planeta como en el que estamos viviendo. Este proyecto propone que cada habitante del mundo tenga dentro de su piel el registro de sus acciones y pensamientos a disposición de oscuros organismos de control.

Estas muestras de la adaptación social, de la relevancia de las máquinas de comunicar en la misma, señalan cómo ha encontrado la cultura hegemónica, construir un soporte imaginario, en la sociedad del espectáculo, para las desventuras que la misma promueve.

Estas máquinas que solícitamente la placenta mediática alimenta en forma instantánea, construyen una serie de relaciones sin cuerpo que funcionan, finalmente, como ilusorio soporte y contención. Disfrazan el vacío vincular y social que la concentración económica produce. Así el camino cyborg que se inició para vivir en terrenos inhóspitos y extraterrestres es hoy el modelo de adaptación social en el capitalismo global.

César Hazaki

Psicoanalista

cesar.hazaki [at] topia.com.ar

 

[1] Hazaki, César: El Cuerpo mediático, editorial Topía, Buenos Aires, 2010.

[2] Debord, Guy: La sociedad del espectáculo, editorial Pre-textos, Barcelona, 2000.

[3] Zabala, Gonzalo: Robots, Siglo veintiuno, editores. Buen os Aires, 2012.

[4] Sibilla, Paula: El hombre postorgánico, editorial Fondo de Cultura Económica, Buenos aires, 2010.

[5] Mumford, Lewis: Técnica y civilización, Alianza editorial, Madrid, 2006

[6] Le Breton, David: Antropología del cuerpo y modernidad. Nueva Visión, Buenos Aries, 1995.

[7] www.taringa.net. Recomiendo al respecto: Piglia, Ricardo: El camino de Ida, Anagrama, Barcelona, 2013. En esta novela es interesante como el autor demuestra que el terrorista solitario es el paradigma de la revuelta en la sociedad del espectáculo y del control total.

[8] Winocur, Rosalía: Robinson Crusoe ya tiene celular, editorial siglo XXI, México, 2010.

[9]  Flirteo y twiteo. Seguime en Socialbot. Artículo en The New York Times Internacional. Con la edición del 17-8-2013 del diario Clarín, Buenos Aires, Argentina.

 

 

Articulo publicado en
Enero / 2014

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