Podemos sostener que el cuerpo constituye la propiedad última del ser humano, o al menos así lo experimentamos en la cultura occidental. Desde sus clásicos desarrollos, el psicoanálisis ha dado cuenta de que es a partir del cuerpo que el sujeto se reconoce a sí mismo; en la representación que los seres humanos tenemos de nosotros mismos el límite del propio yo está asociado a la superficie de la piel. Sin embargo, y por esta misma centralidad, el cuerpo también constituye un territorio donde se plasman múltiples tensiones y disputas -económicas, políticas, religiosas, científicas, tecnológicas, epistémicas y éticas-.
Asistimos al embate de discursos que en un retorno al innatismo/biologicismo proponen explicaciones monocausales que reducen toda adquisición de cultura a sus fundamentos biológicos, haciendo derivar de allí múltiples prácticas parcializantes