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Entre el sometimiento y la soledad.

 
Algunas consideraciones sobre el desasimiento de la autoridad parental.

Juan (15 años) llega a consulta por interés propio, pero su madre me solicita tener previamente una entrevista conmigo. En esa entrevista remarca su preocupación por la dislexia de su hijo, la cual, según ella dice, le ocasiona dificultades respecto a su rendimiento en el colegio. (Sin embargo aporta datos que ubican a Juan como un estudiante que transita sin mayores problemas sus estudios secundarios: se ha llevado algunas materias por año, recuperándolas luego en el turno de exámenes de diciembre). Ama de casa ella, su esposo viajante y la mayor parte del tiempo fuera de la casa, debe ocuparse ella sola de sus hijos (Juan y su hermano, dos años menor). Describe a su hijo como un chico “despistado” al que “le cuesta prestar atención”, e insiste en que yo siempre acuerde los días y horarios de las sesiones con ella, “porque él se va a olvidar... por la dislexia, ¿viste?”. Hasta aquí el discurso de la madre. Desde mi primera sesión con Juan me encuentro con un adolescente que, aunque algo desorganizado en cuanto a lo que se refiere a sus horarios y actividades, se me aparece como desenvuelto, inteligente, con intereses y una vida social diversificada y activa, y que tiene que toparse constantemente con interferencias e intromisiones de su madre ante las que se siente incómodo pero no invadido, terminando siempre por resignarse y aceptarlas sin quejas.

El desasimiento de la autoridad de los padres comporta un trabajo psíquico complejo para todo sujeto. Supone la interiorización de las normas a través de la constitución de las instancias ideales, pero ello no puede acontecer sino a partir de un desasimiento respecto del amor de los padres, es decir, de una toma de distancia, de un extrañamiento entre el sujeto y sus primeros objetos de amor. Extrañamiento que, como señalara Freud en La novela familiar de los neuróticos (1909), no deja de ser paradojal en razón de que el niño no degrada y sustituye a sus padres sino para enaltecerlos luego y reencontrarlos doblemente, vía identificación, en otras figuras de autoridad y como parte del ideal del yo.
La pubertad y la adolescencia constituyen momentos vitales con problemáticas y conflictivas que les son propias, pero en los que al mismo tiempo se actualizan y reeditan complejos infantiles que deberán encontrar nuevas formas de resolución en su articulación con aquéllas. Ahora bien, sabemos que el psicoanálisis no es una psicología evolutiva: la constitución del psiquismo se produce en tiempos lógicos, en los que las inscripciones producidas y sus reordenamientos irán posibilitando -o no, y es en este punto en donde estalla lo “evolutivo” entendido como sucesión necesaria de etapas dispuestas en germen desde el comienzo y que sólo deben desplegarse- la instalación de modos de funcionamiento psíquico cada vez más complejos. En este sentido el desasimiento de la autoridad de los padres no puede ser pensado como una problemática exclusiva de la pubertad/adolescencia y que operaría allí de un solo golpe, sino como un proceso en el que se ponen en juego y articulan conflictivas propias de diferentes momentos destinadas a reensamblarse y resignificarse con posterioridad (après-coup) a lo largo de la historia del sujeto. Dicho en otros términos: el desasimiento de la autoridad de los padres se consuma en la pubertad, pero encuentra sus prerrequisitos mucho antes, en la niñez del sujeto. Si consideramos, junto a Silvia Bleichmar, que “lo histórico encuentra su lugar en los tiempos reales -no míticos- de constitución del aparato; tiempos destinados a una historización posterior y cuya modalidad no puede ser tematizada sino por el sujeto que se encadena a su propia identificación”1, debemos entonces plantearnos cuáles son las condiciones necesarias para que tal desasimiento tenga lugar, y ello implicará bucear en la novela familiar, historia-relato del yo, para ir en busca de la historia-conflicto, “acontencial traumático inscripto como metabólico residual de las vicisitudes libidinales del psiquismo”2 .
Desasimiento de los padres: problema que nos indica en su misma formulación su conexión con una instancia previa, a saber, el inicial desvalimiento del infans y su dependencia tanto autoconservativa como psíquica respecto del adulto experimentado al que Freud aludiera tempranamente desde el Proyecto de psicología. En sus Tres ensayos de teoría sexual, Freud pone en correlación esa inicial dependencia del niño y el desasimiento respecto de la autoridad de los padres. Finalizando el tercer ensayo, dedicado a la metamorfosis de la pubertad, señala el modo en que el adulto sexualiza el vínculo con el niño a través de un ejercicio de la ternura en el que inevitablemente deja deslizar un plus sexual a partir de ese momento ya inevacuable e irreductible a la satisfacción de las necesidades autoconservativas. Un exceso de ternura de parte de los padres, dirá Freud, hará incapaz al niño para renunciar temporariamente al amor del otro o contentarse con un grado menor de éste. En otras palabras: la posibilidad de renuncia del niño al amor irrestricto de sus padres tiene como condición la posibilidad de renuncia del adulto a ejercer ese “exceso de ternura” sobre el niño. Propuesta coherente con aquella que años más tarde sostendría en una breve referencia al respecto en Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico, donde Freud sostiene que la educación “fracasa cuando el niño mimado cree poseer ese amor [el amor de sus padres] de todos modos, y que no puede perderlo bajo ninguna circunstancia”3.
La representación de la ausencia del otro significativo se construye a partir de la inicial presencia de aquél: nada falta si anteriormente no estuvo presente. Si en el ámbito de lo intrapsíquico podemos afirmar que hay un yo en la medida que algo se constituye como ello, instancia interior al aparato pero ajena a aquél; en el ámbito de lo intersubjetivo podemos afirmar que para que comience a haber un yo (en tanto sede del sujeto) el otro debe constituirse precisamente como otro. En este sentido, para que el ejercicio de la acción eficaz que lleva a cabo inicialmente el adulto en virtud de la impreparación del niño, pueda en algún momento ser tomada a cargo por éste, el primero debe poder ausentarse, renunciando al ideal parental de presencia absoluta para habilitar el pasaje hacia el “suficientemente bueno” winnicottiano. Si esto no se produce o se produce de manera deficiente, el niño se encontrará con el campo de la acción siempre vicariado, ocupado por el otro.
Estamos aquí frente al ejercicio, por parte de la madre de Juan, de un exceso de presencia: ella ha significado la dislexia de su hijo como desvalimiento, extendiendo las dificultades y efectos ocasionados por aquélla a casi todas las áreas de la vida de Juan. No lo ayuda porque ella quiere, sino porque él lo necesita. Lo que no puede registrar es que justamente ayudándolo, no lo ayuda. Juan queda en gran medida identificado a esta imagen que su madre le devuelve de sí mismo, dando cuenta así de la construcción de un yo a partir de enunciados que lo definen como incapaz, dependiente. Pero sabemos que estos enunciados -que remiten a las identificaciones secundarias- no son inamovibles, pueden ser puestos en cuestión por el sujeto, siendo el análisis un espacio privilegiado para abrir aquellos interrogantes que permitan poner en tela de juicio ciertos atributos y/o carencias que hasta ese momento habían sido parte de una certeza incuestionada e incuestionable.

Juan está de novio hace 3 meses con una chica de su barrio. Dice sentirse diferente con ella, que es la primera vez que le pasa algo así. “Con ella no es calentura nomás”, dice, sino que está enamorado. Meses después de haber iniciado su análisis, Juan me comenta que algunos días atrás se despertó con la siguiente idea respecto a su novia: “no quiero estar más con ella, no quiero saber nada más con ella”. Esto le produce culpa y extrañeza, no pudiendo entender esta sensación cuya aparición abrupta no comprende y para la cual no encuentra motivos. Le digo que esto que sintió respecto a su novia y para lo que no encuentra motivos, es bastante similar a lo que desde hace algún tiempo viene sintiendo en relación a su madre: le molestan cada vez más sus constantes intromisiones, que lo desplace de la toma de decisión sobre sus propios asuntos; no quiere saber nada más con ella, y se siente culpable por eso. A partir de esto Juan comienza a establecer una serie de comparaciones entre su madre y su novia y a notar las grandes diferencias entre una y otra. “Yo no quiero dejar a mi novia, con ella me siento re bien... le pongo límites a ella cuando se los querría poner a mi vieja”. Comenzamos entonces a trabajar sobre cómo esta ausencia de límites en su madre le produce malestar pero al mismo tiempo le aporta una seguridad a la que no puede renunciar: “cuando algo de lo que hace me molesta no le digo nada, porque ella exagera... se pone mal y se va al otro extremo, no me pregunta ni se ocupa de nada mío”.
¿A qué remite esta seguridad a la que Juan no puede renunciar? Él nos ofrece una pista cuando, hablando sobre lo que le produce aquel exceso de presencia de su madre, expresa su angustia cuando aquélla “se va al otro extremo”. Su madre pasa de la omnipresencia al desamparo. Tampoco él encuentra punto intermedio, solución de compromiso: a costa de no quedar librado al desvalimiento de la soledad, acepta un sometimiento que al menos le garantiza la seguridad del amor del otro a partir de su presencia constante.
¿Angustia ante el desvalimiento o angustia ante la pérdida de amor? Las características que asume la angustia en Juan nos muestran que no podemos atribuir su padecimiento a sólo una de estas dos opciones exclusivamente, sino que pareciera haber una articulación entre ambas. ¿Se trata realmente de dos condiciones de la angustia independientes la una de la otra? En la Conferencia 32, Freud señala que la angustia ante la pérdida de amor “puede dilucidarse como una continuación de la angustia del lactante cuando echa de menos a la madre”4. Pareciera haber una suerte de continuidad entre la angustia ante el desvalimiento, angustia arcaica de los primeros tiempos de la vida, y la angustia ante la pérdida de amor de la primera infancia, continuidad que entendemos como la posibilidad de que la primera se reactive y resignifique con posterioridad frente a nuevas vicisitudes y conflictivas en la historia del sujeto. De esta manera la angustia ante el desvalimiento en los primeros tiempos de la vida, y la angustia ante la pérdida de amor en la temprana infancia, quedan desanudadas de la fijeza de sus tiempos de aparición y pueden ser observadas/escuchadas también en su reedición en la actualidad del padecimiento del sujeto.
Algo le ocurre a Juan cuando se cruzan el amor y las mujeres; algo le ocurre con su madre -primera mujer por quien es amado y a la que ama- y con su novia -primera mujer “exogámica” de la que se enamora. En relación a las mujeres que ama siempre queda ubicado en una constante tensión entre el sometimiento y la soledad: no puede encontrar una distancia óptima entre lo asfixiante que le resulta la proximidad amorosa del otro y la angustia que le despierta el distanciamiento de aquél, vivido como abandono. Trabajar sobre esto le permitió a Juan comenzar a reubicarse no sólo respecto a su vínculo actual con su madre, sino también respecto a su propia historia infantil, habilitándose así la posibilidad de seguir transitando, no sin dificultades pero si con mayores recursos simbólicos, la difícil tarea del desasimiento del amor y la autoridad de los padres.

 

Ignacio Chiara
Licenciado en Psicología.
Miembro del “Movimiento Psicoanálisis 3” de la ciudad de Santa Fe
ignaciochiara [at] yahoo.com.ar

Notas

 

1. Bleichmar, S., “Estatuto de lo histórico en psicoanálisis”, en La subjetividad en riesgo, págs. 96-97. Buenos Aires, Topía, 2007.
2.Ibid., pág. 98-99.
3.Freud, S., Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico, O. C., Tomo XII, pág. 229. Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1996. El comentario entre corchetes es nuestro.
4.Freud, S., 32° Conferencia. Angustia y vida pulsional, O. C., Tomo XXII, pág. 81. Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1996.
 

 
Articulo publicado en
Julio / 2009

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