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Hipocresia y mentira: ocultación y confesion

 

La mentira, como su hermana menor la hipocresía, son fenómenos que viven ocultos, encerrados, ahogados en una conciencia que no quiere ser reflexiva o simplemente en aquel oscuro inconsciente de quién actúa tales actos. La experiencia nos hace creer estar en condiciones de afirmar que esto -por lo general- no es tan así. Tanto el mentiroso como el hipócrita tienen la obligación -o la necesidad- interior de contar, de alguna manera, sus actuaciones que en muchas oportunidades se las concibe hasta como heroicas. Ya se trate de las clásicas culpas con el que se llena nuestro psiquismo –en particular los de la tradición judeocristiana- y que nos hacen confesar las mentiras, en especial de las llamadas mayores; ya se trate del acto he¬roico -o de supuesta viveza- que hace mostrar la actuación hipócrita, o la mentirosa, frente a los Otros. Los niños habitualmente nos mienten y los padres nos creemos -algunas veces- algunos de sus relatos fantásticos o simples mentiras.
Sin embargo, es preciso advertir que el secreto de aquellas mentiras no siempre mueren o terminan en el mentiroso. Harto frecuentemente éste tiene cómplices con quiénes comentar o compartir -y entonces re/miente- su mentira original. De mis hijos biológicos -hoy uno de ellos ya hombre, el otro murió- me sabían contar hasta antes del deceso del menor que cuando eran chicos de 6/7 y más años, solían mentirme y hasta tenían actuaciones hipócritas para conmigo, con el objeto ya conocido de obtener alguna ven¬taja material, pero también me cuentan que esas mentiras las compartían entre ambos con verbalizaciones de este tipo: "Viste Diego (o Gonzalo) como lo jodí (o engañé) al papi esta mañana cuando le dije tal cosa". O bien, "tuve que fingir que estaba contento con el viejo para que no se enojase y me comprara un helado". En estos casos, que se pueden repetir hasta el har¬tazgo y sobre los que cada lector podrá agregar mil y un ejemplos más, estamos frente a la falacia confesada y compartida con otros.
Así, el empleado genuflexo, prosternado, en fin, al que popularmente se lo conoce como el "chupamedias" en cualquier oficina, normalmente no mantiene su actuación en el escondite recóndito de su Yo; es muy común que tenga algún compañero de trabajo con quién expresar en voz baja sus acciones hipócritas, confesándole a este compa¬ñero/amigo/persona de confianza, sus verdaderos sentimientos de bronca hacia el jefe, al cual -según es público y notorio entre los compañeros de tareas- le "chupa las medias" diariamente.
Desde un punto de vista táctico, tanto la mentira como la hipocresía son eficaces a la consecución del objetivo cuando el referente sobre el que se han ejecutado no es descubierto o conocido como mentiroso o hipócrita. Ahora bien, estratégicamente puede ocurrir que le convenga, al ac¬tor de una situación, alterar el sentido táctico de dicha ac¬tuación y, en consecuencia, el sujeto actor del hecho mentiroso o hipócrita puede llegar a dejar intencionalmente pistas de su acto a efectos de producir reacciones esperadas por parte del Otro a quién se le mintió o se le presentó hipócritamente. Esto es lo que en Teorías del Conflicto se llama juegos de simula¬ción (Shelling, 1984) y que fue una de las razones por las que su autor ganó el Premio Nobel de Economía en el 2005. Esto podemos verlo casi con cotidianeidad en aquellos casos de cónyuges que les –oculta, pero visiblemente- dejan rastros a su pareja de su infidelidad, para así despertar en la otra parte supuestas o deseadas pasiones amorosas adormecidas. Obviamente que no es necesario desarrollar en mayor profundidad y amplitud este ejemplo, ya que el mismo puede tomar mil y una variantes en la casuística conocida por cada uno de nosotros.
Aunque parezca redundante, es necesario aclarar que la eficacia del engaño al otro está centrada fundamentalmente en que dicho engaño no sea descubierto como tal, salvo que quién engaña se proponga dejar abierto el camino de su descubrimiento a efectos de lograr un objetivo por elevación, es decir, que caiga de emboquillada sorteando la expectativa de linealidad ingenua esperable en las acciones de conducta de los otros. Sin embargo, pese a esta última advertencia ejemplificada en el párrafo anterior, es altamente improbable que quién engañe no sea capaz de utilice a otros -normalmente ajenos a la trama social en que se desarro¬lla el engaño- como cómplices auditivos u oyentes pasivos de su capacidad para engañar a alguien, Algo así como una `escucha' fuera del ámbito del consultorio.
Resulta ser un lugar común sostener que se es "vivo", o "piola", o "canchero", etc., una persona cuando es capaz de mentir sin ser descubierta y, evidentemente, no se es un "piola" frente al espejo de vidrio azogado, sino que se es realmente "piola" puestos ante al espejo de carne y hueso que son los Otros. Si los Otros no to¬man conocimiento de mis hazañas como un fraudulento o un embustero, en definitiva, como un "piola", entonces es imposible que los Otros califiquen de "viveza" o "piolada" a las acciones engañosas desenvueltas. Con lo cual, sin lugar a dudas, no se ha podido obtener algo importante para el actor de estos episodios, cual es no quedar descolocado, desubicado, frente a sus iguales o sus pares.
En definitiva, tanto la mentira como la hipocresía son accio¬nes a las que se procura mantener ocultas, aunque no por ello se puede perder de vista la necesidad de presentarlas en los espacios reducidos de lo privado/público. De alguna manera podemos intentar definir a este ac¬tuar como lo que se conoce bajo el nombre de los "beneficios secundarios" que puede provocar el engaño a terceros -ya sean conocidos o extraños- a lo que debe sumársele al beneficio primario que es propiamente el de obtener réditos de ese engaño, que a la par trae aparejada la obtención de la patente de "vivo, canchero, gamba o piola" como se les co¬noce en la jerga cotidiana callejera en la Argentina y que también así se los reconoce en los ámbitos de la académica y de los lugares más recoletos o pacatos.
Sin embargo, y pese a esta presentación quizás un tanto dramática acerca de la necesidad de confesar el engaño, ya sea menti¬roso, ya sea hipócrita, debemos hacer notar que existen casos en que no siempre la confesión es un acto hipócrita o de búsqueda de beneficios primarios o secundarios. Esto ocurre cuando al interior del individuo se abre un compromiso con el adentro de la persona. Para ejemplificar sirvan los casos de las confesiones públicas de errores -como es lo que sucede con los saltos hacia atrás no oportunistas- de los cuales podemos poner como muestra en estos momentos con dos fi¬guras que son del patrimonio de la literatura universal. El literato francés André Gide marchó en el camino hacia el comunismo durante la década de los años '20 y huyó del mismo horrorizado por el stalinismo durante los años '30. Otro tanto ocurrió con otro eminente francés, como fue J. P. Sartre, quién renunció a una carrera política meritoria dentro del Partido Comunista de su país luego de la invasión de Hungría por las tropas soviéticas en 1956. En ambos casos, los compromisos consigo mismos -con sus propios Yoes- lo que para ellos significaba la Verdad, hicieron que ambos protagonistas renunciaran al compromiso público que habían asumido con el Partido Comunista. En ninguno de estos casos, así como también está plagada la historia de otros más y menos resonantes que los que hemos traído para ejemplificar, se trata de una confesión egoísta acerca de los errores cometidos en el pasado. Más bien, y siguiendo la tipología elaborada por Durkheim (1948) podemos considerarlas confesiones altruistas. Con ellas se abjuró de un pasado en función de que este no cumple con las pretensiones de Verdad por las que transitaron nuestros protagonistas. De casos como estos podemos traer a montones de la historia antigua y contemporánea; pero siempre de la historia en que aún estaban vigentes las ideologías, en que aún no se había sancionado por decreto imperial el fin de las utopías. Evidentemente que tratar de traer algún ejemplo concreto de nuestra realidad actual, especialmente la de la política argentina, resultaría muy difícil, tan difícil -creemos- que ni siquiera nos tomamos el trabajo de intentarlo. Estos casos pueden suceder en personajes anóni¬mos, pero no en aquellos que están en la marquesina de la publicidad y la propaganda sirviendo a la parafernalia del con¬sumo y del Nuevo Orden Internacional. Para estos últimos, lamentablemente, el fin justifica los medios como única premisa de orden moral y como axioma de vida.
Por último cabe hacer una acotación final respecto de algo que habitualmente en el lenguaje coloquial se le denomina como la hipocresía o la mentira de los políticos. Y es certera la sabiduría popular en esta afirmación. Los políticos de la actualidad argentina -y creo que no hay excepciones- ya sean ellos dirigentes, activistas, punteros, funcionarios, legisladores y hasta incluso miembros del Poder Ejecutivo y del impoluto Poder Judicial -que también son por lo general de extracción partidaria- son mentirosos e hipócritas. No vamos a ser tan ingenuos de negar un hecho que atraviesa en general a todos los miembros de una comunidad. Sin embargo en este caso queremos dejar aclarado que lo que los políticos hacen cuando prometen a su electorado un programa de gobierno y luego -ya instalados en el Gobierno- no lo cumplen, eso no cabe en las categorías de hipocresía ni de mentira. Eso se llama de manera muy simple una estafa al electorado. Lisa y llanamente es una estafa, aún cuando esta forma particular no esté prevista en ninguna figura específica -como tal- de los códigos penales vigentes. Si en la Argentina existiera una figura de esa naturaleza no hubiera llegado al final de su mandato casi ninguno de los presidentes constitucionales que hemos tenido. Por lo menos los cinco últimos -Alfonsín, Menem, de la Rúa, Kirchner y Fernández de Kirchner- hubieran caído claramente bajo la fuerza penal de la figura por nosotros aquí imaginada, aunque muchas veces proclamada a los cuatro vientos como que se va a hacer entrar en vigor; en fin, una estafa más a la ingenuidad de los electores.
Un ejemplo reciente sobre tal estafa es el de las conocidas como “candidaturas testimoniales” (o truchas), por las cuales por ejemplo el Gobernador de Buenos Aires abandonaría el cargo para el cual fue elegido para asumir como diputado nacional, con lo que está estafando a quienes lo eligieron por cuatro años gobernador de la Provincia y, si no asume, entonces estaría estafando a quienes lo votaron como diputado en las elecciones legislativas de 2009.
Lo que sí podemos decir, de una manera taxativa, es que resulta una hipocresía que ante tantos intentos de reforma constitucional y reforma penal que se proponen y menean continuamente -con el objeto de refor¬zar los poderes del Ejecutivo o de castigar de un modo más severo a los delincuentes comunes- nunca haya aparecido un intento serio, que vaya más allá de las meras declamaciones oportunistas previas a una jornada electoral, por crear la figura de la estafa electoral. Todos los partidos de la oposición sistemáticamente critican al oficialismo de no haber cumplido con sus promesas electorales, pero se cuidan muy bien de llevar adelante un proyecto que mañana pueda perjudicarlos a ellos cuando sean gobierno. Esta sí que es una auténtica hipocresía por parte de los cuestionados dirigentes políticos.
Pero no nos llamemos a engaño, no veamos solamente la hipocresía en la dirigencia política, mirémonos al espejo imaginario que puede ser en estos momentos el libro que tenemos ante nosotros y pensemos cuántos de los que nos creemos políticamente adheridos a posiciones progresistas no somos hipócritas a la hora de juzgar a los otros. Esto se ve fácilmente en el llamado relativismo cultural. Al respecto, la escritora Ayan Hirsi Alí (2006) nos ofrece un buen ejemplo de cómo los progresistas que tanto dicen apoyar a la causa del Islam, en realidad han asumido una postura hipócrita ya que un auténtico apoyo es evitar que gobiernos islamitas fundamentalistas continúen teniendo prácticas sociales retrógradas e inhumanas. ¿Y porqué no le prestamos nuestro apoyo al cambio de prácticas sociales y religiosas? Simplemente debido a que es más importante para los intereses sectarios oponerse a las políticas imperialistas del ex presidente G. W. Bush.
Para ya finalizar, una breve reflexión acerca del valor de la mentira. ¿A quién se le puede ocurrir ir a visitar a un enfermo terminal y decirle que hoy está mucho peor que ayer? Que el amigo está más cerca del  arpa que de la guitarra. Eso sería una crueldad mayúscula. En ese momento bien valen palabras que pueden ser mentirosas, pero que se las puede definir como “mentiras piadosas”; no se trata de una hipocresía, simplemente se tiende un manto de piedad sobre alguien que está a punto de despedirse de este mundo. ¡Y no está mal!

BIBLIOGRAFIA:
DURKHEIM, E.: (1897) El suicidio. Ed. Kraft, Buenos Aires, 1948.
HIRSI ALI, A.: 2006) “La palabra liberada”. Debats, Valencia, Nº 91.
LIBERMAN, A.: (1989) La fascinación de la mentira. Ed. Milá, Buenos Aires, 1989.
SCHELLING, T. C.: (1965) La estrategia del conflicto. Editorial Tecnos, Madrid, 1984.

 

Articulo publicado en
Noviembre / 2010

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