Una creencia generalizada y sin fundamento alguno que pueda sustentarla de manera sensata, ha hecho mantener la suposición romántica que en el amor, ese amor que se tiene hacia los otros y, en especial, hacia la pareja con la que se está seguro que se comparte, repito que en ese amor no aparecería cosa alguna de contenido egoísta. Vale decir, ingenuamente se cree que todo lo que sucede en las relaciones amorosas es de un altruismo puro, tan puro como el amor que se profesa hacia el otro.
Sin embargo, todo esto es de una falsedad absoluta, como intentaré comprobar de aquí en adelante con ejemplos que el lector bien puede reconocer en su experiencia, de haber existido en su vida y, a la par que las hallará en las de aquellos con quienes ha compartido experiencias amorosas plenas, no solamente las de las experiencias circunstanciales o pasajeras, como son las de los hoteles transitorios, eso poco importa.
Ingenuamente se cree que todo lo que sucede en las relaciones amorosas es de un altruismo puro
En primer lugar nos dedicaremos a observar -con mirada psicosocial- que es lo que ocurre en las relaciones amorosas en la pareja, cualquiera sea, homo o heterosexual, para el caso no importa la diferencia.1 Así podremos ver que en aquéllas no existe una relación de equipotencia entre las partes, vale decir, ambas partes de la pareja amorosa no le ofrecen la misma cantidad y calidad de amor y cariño a la otra parte, como se podría medir con una balanza o un metro o cualquier otro instrumento para medir.
Afortunada, o desgraciadamente, todavía no se inventó el “amorómetro”, caso contrario más de una pareja amorosa rompería inmediatamente sus lazos luego de ver la magnitud diferencial de los pesajes que tal aparato ha tenido la mala ocurrencia de haber medido.
Aquella diferencia de “pesos” es el resultado de que no es posible dar y recibir amor en la misma cantidad y calidad por parte del otro. Esto ocurre por la sencilla razón de que cada uno de los miembros de la pareja tiene un psiquismo que funciona independientemente del psiquismo del otro, cada uno tiene sus tiempos y sus momentos para expresar el amor, los cuales deben ser respetados por el otro si es que desea ser respetado en sus tiempos y ocasiones.
Hay espacios en que una de las partes recibe más amor, afecto y cariño que el que está en condiciones de ofrecer a la otra parte de la pareja; como por ejemplo, sucede cuando uno de los miembros de la pareja está pasando por una situación grave o crítica, como puede ser la muerte de un ser querido para uno de los dos, o cuando se trata de una enfermedad que aqueja a alguno ellos. Esta es una ejemplificación entre las tantas vicisitudes que se atraviesan en la vida de relación compartida. Entonces es uno de los miembros de la pareja el que más amor otorga en la medida de sus posibilidades y el otro el que más recibe, pero que es sabedor que -de algún modo- esa es la obligación del otro para con él y que, en alguna oportunidad, él ha de retribuirla, aunque no haya obligación de hacer tal cosa.
Pues bien, en tales circunstancias aparece ante la mirada ingenua -o en una perspectiva hipócritamente piadosa (Rodriguez Kauth, 2012)- como que el miembro de la pareja que da, u ofrece al otro, es el miembro altruista y el que recibe es el individuo egoísta de la pareja. Pero a no engañarse, no hay algo más equivocado que tal juicio. Los dos tienen su cuota de egoísmo, ya se explicitó para el segundo caso mencionado y como implícito para el primero de ellos.
No es posible dar y recibir amor en la misma cantidad y calidad por parte del otro
Veamos qué es lo que sucede con el que ofrece su amor, su cariño de manera “desinteresada”. No voy a decir que no sea así, no existe necesidad alguna que entre ambos miembros de la pareja se hagan trampas, que simulen o disimulen lo que no se siente. Por el contrario, el cariño, el afecto brindado al otro que lo recibe es sincero.
Pero también es cierto que el egoísmo está en la base del mismo, ya que quien ofrece su afecto siente dentro de él una profunda satisfacción por haber hecho tal acto de entrega. Eso es el egoísmo -que se mantiene oculto- aunque la acción se revista de una pintura cosmética de altruismo, el cual por cierto no está ausente, es verdad, pero que en sí mismo encuentra una caja de resonancia que hace sentir satisfecho al que lo ofrenda.
Simultáneamente esto le permite -a nuestro actor- obtener un beneficio secundario, ya que compromete a su pareja a hacer algo semejante cuando la situación se invierta en detrimento del que está brindando afecto. Es decir, es algo así -salvando las distancias afectivas de nuestro ejemplo- como una inversión monetaria a futuro que en algún momento deberá pagar sus réditos y que si de tal manera no ocurriera en las relaciones amorosas, entonces, la pareja se destruye. Y cuando esto ocurre, nada mejor que recordar las palabras que Alfredo Le Pera escribió en el tango “Volvió una noche” (1935) al decir:
“Volvió una noche, no la esperaba,
había en su rostro tanta ansiedad
que tuve pena de recordarle
lo que he sufrido con su impiedad.
Me dijo humilde: “Si me perdonas,
el tiempo viejo otra vez vendrá.
La primavera es nuestra vida,
verás que todo nos sonreirá”.
Sin embargo, el protagonista sólo atinará a decirle que son todas mentiras. Haber sido víctima de abandono ha herido su ego y el egoísmo le impide perdonar, pese a los ruegos de la muchacha que desesperada le afirma que ahora todo mejorará.
Lo que afirmado enfáticamente puede llegar a ser leído como algo demasiado materialista para algo tan “ideal” como ha sido definido el amor. Pero, a despecho de las convicciones ingenuamente idealistas de algunos, esto se aparece de esa manera cuando lo miramos al sacarnos las “anteojeras mentales” -semejantes a aquellas que se le ponen a los caballos que tiran carros para que no se salgan de la huella- y que solamente les permite ver el camino que tienen delante de ellos.
Esa ingenuidad romántica no está mal que así sea, debido a que en cualquier tipo de relación, hasta en aquella que sea la más platónica de imaginar, existe una base material de sustentación, cual es la de los cuerpos -que son los que transmiten el afecto con sus caricias y mimos, o la simple contención del otro a través de las palabras- esos cuerpos son de carne y hueso, es decir, son materiales, aunque la expresión del cariño entre ambos aparezca solo ideal o espiritual.
Asimismo, durante el acto sexual de una pareja enamorada puede darse algo semejante a lo presentado. No siempre ambas partes tienen ganas de mantener relaciones sexuales -por más enamoradas que estén o que digan que están- y, sin embargo, atienden a los insistentes requiebros sexuales del otro, con la intención egoísta de hacerlo feliz, de verlo dichoso, de no negarse a sus demandas. Para eso se simula el placer que no se siente o se disimula el disgusto que se vive en esos instantes (Ingenieros, 1900). Esto se lo hace nada más que con el propósito egoísta de ser feliz a través de la felicidad de la pareja. Y, por favor, que cada lector recuerde si no le ha ocurrido algo semejante a lo descrito en alguna oportunidad en su relación con la pareja con quien se ama o se amó.
No siempre ambas partes de la pareja están dispuestas a mantener relaciones sexuales, esto puede ser a causa de diferentes motivos. Ya sean biológicos, psicológicos o sociales. Cada uno arrastra una historia -más o menos inmediata o mediata- que es la que le impide hacer “el amor”, sin embargo, no ofrece muchas resistencias cuando se da cuenta que la otra parte está pasando por un fuerte deseo físico de compartir relaciones sexuales. En ese momento de entrega, no con un placer sexual pleno -inclusive que puede llegar a ser a disgusto de la contraparte- sino con el placer psicológico que se siente de ver al otro contento, feliz y que él -o ella- es el responsable de lograr el objetivo que se propuso la otra parte de la pareja.
Sin embargo, esto no siempre puede darse de ese modo, biológicamente pueden existir trastornos hormonales -sobre todo en el varón- y psicológicamente también pueden surgir impedimentos –nuevamente en el hombre- los que no permiten que haya erección plena del pene; y -socialmente- puede surgir la falta de deseo sexual sobre todo cuando se está en presencia de problemas laborales, fundamentalmente la desocupación o una intensa jornada laboral con escasa paga, lo que afecta seriamente la capacidad sexual de los varones (Reich, 1945).
En cualquier tipo de relación, hasta en aquella que sea la más platónica de imaginar, existe una base material de sustentación, la de los cuerpos
Poco diremos de cuando uno -o los dos miembros de la pareja- le son infieles al otro. La infidelidad es una muestra de egoísmo en una elevada expresión ya que quien la lleva adelante solo tiene en cuenta su placer -o goce- ignorando el de su pareja original y, lo que es peor aún, no ha tenido en consideración el daño que se le podría estar haciendo a la otra mitad. Únicamente importa el placer propio de uno o varios actos sexuales, los que por lo general van asociados con la necesidad de contarle a otros su aventura (Rodriguez Kauth, 2002), lo cual permite sacar patente de tener capacidad de “levante”.
Valga una nota sobre el machismo, que se escapa de un tango romántico, como es “Volvamos a empezar” con letra de E. Maradei (1953) cuando el hombre le dice a la mujer:
“Vení, poné la mesa y escondé ese lagrimón,
No llores, volvamos a empezar”.
Estos versos se dan de patadas con los anteriores de Le Pera, ya que en este caso es el hombre el que pide, aunque lo haga a través de una imposición.
Por otra parte, es necesario recordar que en las parejas no todo es “cuestión de cama”. Con el paso del tiempo amengua el vigor físico y con ello, consecuentemente, baja en picada el deseo sexual por ambas partes de los que viven en mutua compañía. Simultáneamente a ambos les sobrevienen los achaques, las ñañas de los viejos -sí, llamémosles así, sin eufemismos, ya que eso es lo que somos- que requieren la atención de uno para con el otro y viceversa.
En este punto de la vida tampoco existen equivalencias entre lo que uno y otro pueden recibir y ofrecer. Las enfermedades aquejan a ambos, aunque la de alguno de ellos puede ser más grave y ahí está el otro para dar su mano fraterna y amorosa... pero no por eso menos egoísta.
Dar aquél apoyo significa muchas retribuciones por parte del que las recibió, entre otras tener a la persona amada junto a sí -lo cual no es poca cosa- a lo que deben añadirse algunas muestras de cariño como pueden ser los roces con las manos y alguna mirada que por unos instantes deje de mirar hacia la nada y tengan un chispazo de luz reflejando el amor que en otro momento se pudo manifestar sexualmente. Cabe tener en cuenta que aún aquella persona que padece Alzheimer -como forma de la demencia- es capaz de mostrar agradecimientos por la devoción que su compañero/a le expresa. Normalmente en las parejas -donde uno de los miembros padece esa maldita enfermedad mental- que cohabitan bajo el mismo techo no lo hacen en el mismo lecho. Y esto lo digo por experiencia personal (Rodriguez Kauth, 2015). Es decir, no todo se trata de una relación de “cama”.
Para finalizar voy a referirme a la ingenuidad de aquellos que van a las librerías a comprar el libro de Fromm (1956) creyendo que a amar se aprende leyendo. Cualquier librero puede confirmar que aquél es uno de los libros más requeridos.
Bibliografía
Ingenieros, J.: (1900) La simulación en la lucha por la vida. Obras Completas, Vol. 1, Ediciones Mar Océano, Bs. Aires, 1962.
Fromm, E.: (1956) El arte de amar. Paidós, Buenos. Aires, 2007.
Marín, G.: (1975) Psicología social Latinoamericana. Trillas, México.
Reich, W.: (1945) La revolución sexual. Diable Erotique, Buenos. Aires, 1984.
Rodriguez Kauth, A.: (1975) “La teoría de Heider y aportes experimentales a su teoría del equilibrio cognitivo”. En Marín op. cit.
Rodriguez Kauth, A.: (2002) “La Gran Oreja y las quejas cotidianas de los Argentinos”. Revista Globalización, México, mayo 2002.
Rodriguez Kauth, A.: (2012) Psicosociología de la hipocresía. Koyatun, Buenos. Aires.
Rodriguez Kauth, A.: (2015) “Vivir con Alzheimer”. Buenos Aires, www.topia.com.ar
Nota
1. Como tampoco aquella diferencia sirve utilizarla para ningún otro caso, solamente un perverso homofóbico puede recurrir a su utilización.