Que los humanos siempre hemos sido crueles para con nosotros, para con los otros y para con otras especies, es una verdad de Perogrullo. Basta recorrer cualquier tratado de historia universal para encontrar múltiples episodios de crueldad sórdida y lúgubre. Sin embargo, más difícil es encontrar referencias a la crueldad en libros o diccionarios técnicos de psicoanálisis, psicología y humanidades o ciencias sociales en general. Kraft-Ebing (1886) se refiere explícitamente a la crueldad, colocándola en el espacio del sadismo o del masoquismo, esto es, a partir de las obras de Sade en general y, en particular con la de 1795, en la que destaca el placer no sólo por producir dolor al otro, sino por el goce de provocar el sometimiento y la humillación de aquél otro que se ubica en una posición inferior al del protagonista. Asimismo, Freud dedica atención al fenómeno en 1905, siguiendo la tradición de Kraft-Ebing, aunque ampliándola con consideraciones personales acerca de la evolución de la libido y, obviamente, ubicándola entre las perversiones sexuales. Interesa hacer notar que pone tal perversión en los varones, dado que observa que en la sexualidad de éstos existe un componente altamente agresivo; llegando a plantear una "pulsión a la crueldad" (pág. 182).
Más adelante en el tiempo, al introducir Freud la segunda tópica pulsional, realiza mayores precisiones, las cuales están presentes en el artículo que sobre el tema desarrolla en este número de Topía, Enrique Carpintero y que es conveniente consultarlas en dicho texto.
Apartándonos de estas breves referencias de orden psicológico en la obra freudiana, no se encuentran antecedentes con esa entrada en -ni siquiera- la Enciclopedia Británica, que se supone es el non plus ultra del conocimiento, aunque sí aparecen en el Diccionario de María Moliner, las cuales son tomadas también en el texto de Carpintero. De modo que sin pretender ser exquisitos nos remitiremos a lo que se señala desde el saber popular que -extrañamente- coincide con el Diccionario de la (Real) Academia Española. Vale decir, la crueldad se testimonia en hacer sufrir a otro/s por el placer de verlo sufrir. Con lo se retorna al Marqués de Sade con su juego dialéctico explícito de sadismo vs. masoquismo y la presencia implícita de un sistema moral en su época expresado paradójicamente, como una demostración matemática hecha por el absurdo (Alvarez, 1995).
Pese a esas dificultades es posible encontrar en el arte escénico una interesante descripción del concepto que nos ocupa. Artaud (1938) -desde el surrealismo- nos lleva de la mano al "teatro de la crueldad" enseñándonos -a partir de su óptica para sentir la realidad- que "... mientras el teatro se limite a mostrarnos escenas íntimas de las vidas de unos pocos fantoches, transformando al público en voyeur, no será raro que las mayorías se aparten del teatro y que el público común busque en el cine, en el music-hall o en circo satisfacciones violentas, de claras intenciones". Añadiendo que "Nuestra afición a los espectáculos divertidos nos ha hecho olvidar la idea de un teatro serio que trastorne todos nuestros preconceptos, que nos inspire con el magnetismo ardiente de sus imágenes, y actúe en nosotros como una terapéutica espiritual de imborrable efecto. Todo cuanto actúa es una crueldad". En síntesis, para Artaud la realidad es siempre cruel y no se esquiva para mantener una supuesta salud mental que, lo más que se logra, es alejarnos de la realidad.
Retomando el hilo psicológico, debe anotarse que sin embargo los términos crueldad y sadomasoquismo no son ni conceptos ni acciones idénticas, en la descripción clínica del segundo se encuentra explícitamente el placer, el goce por infligir dolor; mientras que en la crueldad ni siquiera está presente tal dimensión de lo subjetivo e intersubjetivo. En la crueldad el otro es reducido a su mínima expresión como sujeto y se lo reifica hasta convertirlo en algo semejante a un cero, tal como lo relata con precisión Levi (1958). Es decir, es algo inexistente como valor humano a considerar por otro humano que, paradójicamente, también cayó en la categoría de cero. En este juego perverso la persona se ha cosificado (Luckács, 1923) a un extremo tal que se perdió como sujeto sujetado a posibilidades sensibles de comprender y respetar al otro en algo más que en su consideración como "cosa", lo ha desvirtuado en lo que realmente es: un sujeto histórico, social, individual e indivisible. Pero es notorio que el nivel de sufrimiento que atraviesa el sujeto cosificado, foco de crueldad, es doble y hasta triplemente proporcional en relación al placer y al goce de producir sometimiento y humillación.
Al respecto es imposible dejar de recordar las palabras del tristemente célebre genocida Adolf Eichmann, cuando dijo que cien muertos son una catástrofe, pero un millón de muertos son solamente una estadística (citado por Arendt, 1962). Es relevante tal consideración, ya que saca a la luz una noción de crueldad que estuvo soterrada en el pensamiento histórico contemporáneo.
Una lectura sociohistórica de los hechos políticos, sociales, económicos y militares que no nos remonte mucho más allá de un siglo (Rodriguez Kauth, 2003) muestran que lo cruel ha estado presente a lo largo del siglo vigesimonónico de un modo insoslayable. Recordemos que las guerras (1), masacres, atentados, invasiones, y demás formas de agresión dejaron más de 200 millones de muertos y cifras superiores en heridos, lisiados y desplazados en busca de "un lugar en el mundo" que los cobije. Si esto no fue un testimonio de crueldad desopilante que hizo imperar al miedo, al terror (Rodriguez Kauth, 2003b), como Quinto Jinete Apocalíptico, entonces no se comprenderá que es lo cruel como acto humano.
Todo esto no fue visualizado por las grandes mayorías populares y muchos de los exquisitos dirigentes políticos de cada momento y lugar histórico (2), en oportunidad de tales hechos, con lo cual la crueldad implícita en ellos de algún modo se perdió entre las nebulosas siniestras de los que no quisieron ver más allá de sus cortas narices (Goldhagen 1997).
Pero en los estertores del siglo XX y en los comienzo del XXI, con sus notables avances tecnológicos en diversas materias, de las que aquí nos interesan destacar la de las comunicación masiva por sus implicancias sociales y subjetivas. Ellas levantaron la puesta de un nuevo escenario contemplativo, en el que la crueldad de las guerras se observó cómodamente sentados ante la TV en el domicilio de cada uno de nosotros (3). Se trató de lo que puede definirse como la globalización -el concepto hoy convertido en antiguo de "Aldea Global" acuñado por McLuhan (1964), en el que hemos "moldeado a nuestras herramientas y ellas nos moldean a nosotros" y donde "todo nuestro sistema nervioso [está] fuera de nosotros"- de los mass media y, no solamente en los textos televisivos, también en la prensa oral y gráfica, los que pusieron su grano de arena en el espectáculo mediático de la muerte, el horror, los inválidos, huérfanos, desplazados, humillados y, simultáneamente, el de los asesinos, los vándalos robotizados que produjeron aquellas escenas ultrajantes con que nos solazamos a nuestro interior, mientras que en el café de la esquina expresábamos nuestra indignación por lo sucedido.
En fin, la humillación de la condición humana en una doble vertiente, es decir, a manos de hombres-autómatas que operan cual máquinas y de hombres-máquinas que ante las máquinas mortíferas veían un espectáculo como Hollywood aún no concretó ... pero que ya lo hará sobre la invasión a Irak (4). Pareciera que se necesitó tanta parafernalia criminal para que lo que fue un cero, retornara a ser la categoría de un "uno" entre la multitud anónima (Gálvez, 1955), y así se perdiera la condición de la soledad abandónica en que lo dejan los otros (Camus, 1947).
Al respecto, recordemos unas palabras del literato G. Grass en una entrevista concedida en el 2001 a la TV alemana, diciendo que "Para mí, la política es una parte sumamente importante de la realidad, ignorarla es también un acto político". Se plantea la necesidad de lograr un recorte de la acción humillante, del sometimiento, y también del placer y del goce en el actor cruel, una anticipación al "no soportar más", no permitir más. Así, el psiquismo puede atravesar a la crueldad, otorgándole una nueva realidad. Actitud política imparcial a tomar en este tipo de dialéctica social. Correrse del cero a menos uno en sentido temporal y al uno en sentido óntico.
Asimismo, desde una lectura psicológica, "la decisión de la acción cruel es del sujeto del inconsciente" (Manzi, 2003), aunque a nivel social sea una decisión colectiva en que se diluyen las responsabilidades de la misma, no quedando mucho espacio para la elaboración de la culpa (Aguinis, 1983 y 1987), que no es reconocida como tal debido a que es compartida por tantos otros.
En consecuencia, no podemos dejar de sospechar que la crueldad está en cada uno de nosotros cuando sabemos que infligimos daño, que perjudicamos al otro, lo cual no solamente se manifiesta en los episodios bélicos recientes que suscintamente relatamos, sino que también se expresa a nivel "económico, social y hasta cultural en el momento de su ejecución verbal o física, ya sea momentánea o perpetuada" (Manzi, op. cit.). Y, de estos últimos aspectos los argentinos tenemos un largo rosario de episodios de tal naturaleza durante la historia reciente -en especial de la época menemista- en que pareció que quienes se convirtieron en los artífices del poder absoluto sentían una suerte de satisfacción en arrastrar al pueblo llano a someterse a su voluntad exhibicionista de riquezas y poderío impune, mientras ese pueblo era conducido hacia la miseria material, moral y psíquica (Falcón y Rodriguez Kauth, 2000). La perversión cruel de los personajes de "la fiesta menemista", que condujo al país a la grave crisis que atravesamos, fue fácilmente sublimada por aquellos merced no sólo a la impunidad que los protegía, sino también por el alto número de participantes de la fiesta que hizo que la responsabilidad individual se redujera a su mínima expresión y, a la vez, por una amplia mayoría del pueblo que gozaba vicariamente los "éxitos" de los poderosos como propios. Y cuando se dio cuenta de lo que ocurría ya era tarde, no sólo les habían restregado por la cara la fuerza de su poder, sino que lo que es peor -objetivamente- pusieron al país de rodillas destruyendo su aparato productivo.
Aunque ingenuamente parezca que la historia no ofrece revancha por aquello de su irreversibilidad, sin embargo en las elecciones de abril de 2003 sumados a los pronósticos demoscópicos para la segunda vuelta, demostraron que existe tal oportunidad. Menem y su corte tuvieron que hacer un cobarde mutis por el foro y retirarse con la cola entre las piernas de participar en el ballottage (5) en la cual sabían que sufrirían una aplastante derrota, pero no porque las propuestas de Kirchner fueran mejor que las de ellos, sino porque recién ahí tomaron conocimiento del repudio generalizado de que eran objeto.
Es decir, los pueblos también le ponen un límite a la crueldad de los poderosos. La historia está plagada de ejemplos desde el Imperio Romano a la fecha y no tenemos más espacio aquí para comentarlos. Pero que existieron, que no quepan dudas.
Dr. Angel Rodriguez Kauth
Profesor de Psicología Social y Director del Proyecto de Investigación "Psicología Política", en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Luis, Argentina.
Adrián Manzi
Alumno de quinto año de la Licenciatura en Psicología, en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Luis y colaborador en el Proyecto "Psicología Política".
Notas
(1) Cualquiera sean, mundiales o las eufemísticamente llamadas civiles.
(2) Solamente algunos grupúsculos de esclarecidos intelectuales advirtieron y denunciaron las dimensiones de las maniobras que se tramaban a la luz pública.
(3) Algo así como la guerra a domicilio, pero sin que los tiros y bombardeos caigan en ella para mantenerla en paz.
(4) Valga una acotación. Gracias a la puesta en escena del espectáculo buena parte de la población mundial no permaneció aletargada ni subyugada por la crueldad, sino que tuvo el valor de movilizarse en repudio ante los hechos en todo el mundo, como que de ellas no existen noticias semejantes en cuanto a magnitud en rechazo a la invasión de tropas británicas y yanquis. Curiosamente, y a contrapelo de lo sostenido por McLuhan, la cruel invasión a Irak involucró a algunos televidentes vicariamente con los invasores pero, a la vez, permitió que una amplia mayoría se involucrase directa y activamente con la tragedia que vivían los agredidos.
(5) Unico caso en el mundo político en que el triunfador en primera vuelta se "baja" para la segunda.
BIBLIOGRAFIA.
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