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Probablemente nunca pueda probarse que Kevin, el muchachito de 15 años que se hizo famoso e hicieron asesino por haber matado hace un año a palazos a una perra junto a tres amigos, haberlo filmado y haber subido la matanza a Internet, haya muerto de ciberbullying. Kevin era trasplantado, y la semana pasada el corazón le falló.

Fue y murió, no sufrió como él hizo sufrir a la perra que mató hace un año, qué más podía pedir”, se leía en uno de los tantísimos y tantísimos mensajes que circularon por las redes sociales cuando comenzó a saberse que “el asesino de la perra” ya no estaba, que “se había hecho justicia” y que “por fin, uno menos”. Más o menos en el mismo sentido fueron muchos de los comentarios de algunos de los programas radiales que abren su micrófono a “la audiencia”.

Festejaban especialmente los defensores de los derechos de los animales.

Desde noviembre de hace un año, la vida de Kevin se había vuelto un infierno: no podía salir de su casa, había dejado de ir al liceo, lo amenazaban por teléfono, lo esperaban en la calle, lo insultaban y corrían. En el verano de 2012, alguien lo vio una noche en Tres Cruces y comunicó en un grupo de Facebook que Kevin embarcaría en el andén tal y cual. “Todo suyo”, “hacer justicia”, escribió. El acoso, virtual y “real”, se hizo transitivo: un hermano del adolescente no sabe si seguirá yendo a la utu, porque, él también, “está marcado”.

A medida que se fue acercando el 12 de noviembre, día del aniversario de “la masacre” de la perra, los mensajes se fueron multiplicando, y comenzaron a circular en las redes fotos de Kevin “como que le están volando la cabeza”, según dijo su tío.* Y fotos de “la banda” al completo, con pelos y señas de los cuatro, con una leyenda: “no olvidamos ni perdonamos”. En otra, también con los cuatro, se leía: “escrache para siempre”. Parientes de los adolescentes, pagaron por serlo: “familiares de los psicópatas”. Y se hicieron referencias a la sangre derramada (de la perra), o amenazas directas, dirigidas al muchacho: “¿Sabés por qué no te hemos dado tu merecido? Porque estamos esperando que ya no seas menor”. Y también, dirigiéndose a los pares conjurados: “Esperaremos pacientemente, si la enfermedad no lo mata antes”.*

Kevin murió en la mañana del jueves 15. Se había empezado a sentir mal pocos días antes, el 12 o el 13. Sólo una coincidencia. Nadie podrá nunca probar que Kevin murió por ciberbullying.

***

(No deja de ser llamativa esa vuelta de tuerca por la que algunos psicópatas anónimos terminan retomando consignas de organizaciones de defensa de los derechos humanos para reivindicar “la memoria” de la perra, “no olvidar ni perdonar” a sus “asesinos”, y “escracharlos”.

No deja de ser paradójica esa vuelta de tuerca en un país en el que costó casi treinta años llevar a un puñadito de reales asesinos a la cárcel, en el que jamás se les tocó un pelo y un mero huevazo a la cara de uno de ellos fue denunciado como un acto de barbarie.

No deja de ser aleccionante que entre quienes se alegraran por la muerte de Kevin hayan estado algunos de aquellos que incendiaron la pradera hace un tiempito denunciando el maltrato que de los caballos harían los niños que tiran de los carritos, y comentaran: que lleven sus carros en motos.

No deja de impactar, especialmente en el contexto actual, una de las amenazas lanzadas a Kevin: “esperaremos pacientemente a que dejes de ser menor para darte tu merecido”).

***

Hace un par de semanas, María José Santacreu se ocupaba en Brecha de los foros de Internet como “laboratorio privilegiado donde puede observarse el comportamiento humano en todo su esplendor y miseria”.*** Se ocupaba básicamente de las miserias: del andar, a la vez dinosáurico y sigiloso, por la red de trolls y ciberbullers, de la dificultad para identificarlos, de cómo para asegurar su impunidad invocan un día sí y otro también la defensa de la “libertad de expresión”.

Mencionaba dos casos: el de un troll –alguien especializado en agitar la red, en foros y blogs, con comentarios ofensivos (xenófobos, homófobos, sexistas, pedófilos, hiperviolentos, lo que sea) y asumiendo falsas identidades– que había sido descubierto y a su vez acosado, y el de una adolescente canadiense que se suicidó en octubre luego de una larga trama de acoso y de pedidos de ayuda desesperados. Las historias se tocaban en más de un punto. Los más evidentes: el de las bajezas tramitadas a través del anonimato; el de los tótems modernos convertidos en un conventillo expuesto al voyeurismo, a la sobreexposición y al acoso. En un loop interminable que termina comiéndose la cola.

El caso de Kevin, en toda su dimensión.

* Portal 180, 17-XI-12.

* Ibid.

*** Brecha, 9-XI-12, págs 22-23.

 

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Articulo publicado en
Abril / 2013

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