Por una memoria crítica (A 40 años del golpe cívico-militar en la Argentina) | Topía

Top Menu

Titulo

Por una memoria crítica (A 40 años del golpe cívico-militar en la Argentina)

 
Editorial de Revista Topía n°76 Abril/2016

Quisiera hacer un breve comentario sobre la memoria. Actualmente hay un cuestionamiento de la memoria en tanto ésta se encuentra atrapada por la subjetividad de quien la emite. Como si la historia se pudiera hacer sin la memoria. O, lo que es peor aún, como si en la historia y en la memoria no se jugara una lucha de poder.

Para rescatar la importancia de la memoria Paolo Montesperelli señala que en uno de los relatos de Voltaire, éste imagina una controversia entre Descartes y Locke. Para el primero la memoria es insignificante en el plano metafísico, porque todas las ideas se encuentran en el alma desde el nacimiento. Para Locke, por el contrario, la memoria es importante porque almacena las impresiones de los sentidos (Sociología de la memoria, editorial Claves, Buenos aires, 2003). Alrededor de estos dos protagonistas se dividen las opiniones hasta el presente. Sin embargo, para dirimir esta controversia intervienen las hijas de Mnemósine, diosa de la memoria; éstas deciden cancelar por unos días toda forma de memoria en los seres humanos. De esta manera arrojan a la humanidad a un caos donde la gente olvida las cosas más elementales y se pierde toda forma de inhibición. En definitiva, la propia supervivencia de la sociedad se ve en peligro. Una vez hecha la demostración restauran la memoria y todos -excepto, quizás Descartes- reconocen la importancia de la memoria.

La necesidad de autenticación de la memoria debe permitir el compromiso con la más crítica subjetividad en cuyo nombre opera

La historia se hace con hombres y mujeres de carne y hueso; con sus pasiones, sus sueños, sus creencias y sus necesidades cotidianas. Por ello no hay historia sin memoria. Aunque la primera implica una toma de distancia para reflexionar objetivamente, ésta no se puede hacer sin la memoria.

La historia es interpretación y toma de distancia crítica del pasado. La memoria, en cambio, implica una participación pasional con ese pasado, es imaginaria y, en alguna medida, no es objetiva. La memoria pone los datos dentro de esquemas conceptuales y configura el pasado sobre la base de las exigencias del presente.

Sin embargo, la memoria como un modo propio de autenticación, ya sea individual o colectiva, puede caer fácilmente en la melancolía o la conmemoración. Por lo tanto, la necesidad de autenticación de la memoria debe permitir el compromiso con la más crítica subjetividad en cuyo nombre opera. Para ello la memoria debe atenerse a los mismos principios del razonamiento histórico que funda las bases de los modelos psicoanalíticos, es decir, el reconocimiento y el análisis de la multiplicidad, la alteridad e historicidad del sujeto recordado y del sujeto recordante. De esta manera la autoridad de la memoria se encuentra en el reemplazo de la afirmación “yo se” por la afirmación “yo recuerdo”. Este es el reemplazo de una relación sujeto-objeto o de una relación de un sujeto con otro sujeto por una relación de un sujeto consigo mismo. Al posibilitar la autocrítica, la memoria separa el agente recordante de la experiencia recordada. Su resultado va a ser que una memoria crítica puede ser capaz de erigirse como el mejor tipo de análisis histórico. Por ello como dice Régine Robin “La memoria crítica transforma, por tanto, la conmemoración en rememoración, lo ‘fijado’ de una vez por todas en la piedra en construcción fluctuante, efímera, sujeta a la evolución, a las transformaciones, a los avatares de la memoria, a su movimiento. Ella transforma el carácter impuesto de un relato en diálogo interactivo con los riesgos que ese diálogo implica. Lejos estamos de la ilusión de un memorial intangible, y del deseo, igualmente ilusorio a través del pasaje de las generaciones, de un traumatismo que debe mantenerse eternamente presente y vivo. Lejos estamos también de la memoria prótesis que puede desembocar en el simulacro de la trasmisión del trauma. La memoria crítica tiene una conciencia aguda de las aporías del memorial y de su fragilidad.” (La memoria saturada, Waldhuter editores, Buenos Aires, 2012). Los regímenes totalitarios son aquellos que quieren instalar una memoria del poder de una vez para siempre. Una memoria que legitime un autoritarismo que debe ser inmodificable. Un ejemplo lo encontramos en el régimen estalinista. Durante la segunda Guerra Mundial, cuando la URSS fue atacada por los nazis, el miedo a la invasión de Moscú lo llevó a Stalin a retirar el mausoleo de Lenin para llevarlo a un lugar seguro en Siberia. Se lo transportó en un tren acondicionado con reactivos químicos y todo tipo de equipamientos. Cuando llegó se había acondicionado una casa con los instrumentos necesarios para evitar su descomposición.

Una memoria crítica puede ser capaz de erigirse como el mejor tipo de análisis histórico

Durante toda la guerra fueron enviados especialistas para mantener el cuerpo momificado. Sin embargo, se había olvidado que Lenin había defendido un arte del pueblo, un arte cotidiano, un arte con un objetivo pedagógico. En definitiva, un arte tallado con materiales ordinarios, fáciles de obtener y de trabajar como el estuco o el yeso; obras hechas en el momento que respondieran a la actualidad, ya que la consigna de Lenin era “Qué sean temporarias.” Los monumentos del estalinismo son todos monumentales, símbolos del poder y la intimidación. Fueron concebidos para durar eternamente. Cuando murió Lenin, Stalin propuso una comisión para inmortalizar la memoria de Lenin planteando que fuera embalsamado. A esto se opusieron Trotski, Bujarin y la esposa de Lenin que manifestó en una carta pública: “Camaradas, obreros y obreras, campesinos y campesinas. Tengo que hacerles llegar una gran súplica. No dejen que su pena se transforme en adoración exterior a la personalidad de Vladimir Ilich. No construyan palacios o monumentos en su nombre. A todas esas cosas él les concedió poca importancia en el curso de su vida. Hasta le eran penosas. Saben ustedes la miseria, la desorganización que reina en este país. Si quieren honrar la memoria de Vladimir Ilich, construyan guarderías, jardines de infantes, casas, escuelas, hospitales, y mejor aún, vivan de acuerdo a sus principios.” No es casualidad que, casi cien años después, luego de instalar un capitalismo feroz, el gobierno de Putin sigue manteniendo el mausoleo como una forma de afirmar su autoritarismo y seguir negando el legado de Lenin.

Los campos de concentración-exterminio en la Argentina

En la filosofía, pero también en el sentido común, la memoria hace referencia a una realidad en cierto modo intacta y continua, en cambio, la rememoración remite a la capacidad de recuperar algo que en un tiempo se poseía y que se ha olvidado. La memoria es una capacidad del ser humano y de los animales. La rememoración es solamente del ser humano. En este sentido, la memoria como rememoración está ligada a la identidad no solo individual, sino colectiva y la posibilidad de futuro.

La historia del Siglo XX estuvo llena de “asesinos de la memoria” como los denomina Yosef Yerushalmi (Zajor: la historia judía y la memoria judía, editorial Antrophos, Barcelona, 2002). De esta manera nos encontramos con censuras, condenas, desapariciones, falsas declaraciones de culpabilidad, asesinatos y podríamos seguir en una larga lista. El objetivo del poder es siempre el mismo: impedir la reconstrucción de los acontecimientos. Es decir, privar la posibilidad del recuerdo de los sectores dominados. Por ello la cuestión de la memoria y el olvido no pueden analizarse sin tener en cuenta el terror impuesto por la dictadura cívico-militar de 1976 para instalar un proyecto político, económico y social.

El objetivo del golpe militar fue institucionalizar el poder de la gran burguesía y el capital financiero para incorporar a la Argentina en el proceso de mundialización capitalista. Es decir, su objetivo era político y no militar, ya que durante el gobierno de Perón y luego de Isabel Martínez de Perón las Fuerzas Armadas, con el accionar de bandas paramilitares como la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), habían logrado el control de la represión contra las organizaciones guerrilleras, las cuales se encontraban derrotadas políticamente y fuertemente debilitadas. Para llevar adelante esta política era necesario lograr el disciplinamiento del movimiento social a través del terror. Especialmente disciplinar económicamente a la clase obrera por el retroceso del empleo y el salario quitando la base de sustentación a las organizaciones sindicales. De allí que las víctimas de la dictadura fueron fundamentalmente los trabajadores. La represión fue padecida por intelectuales, artistas, sacerdotes, políticos e incluso, amas de casa, pero fueron los delegados de fábrica, dirigentes sindicales de base, estudiantiles y barriales los que constituyeron el porcentaje mayoritario de personas desaparecidas.

El objetivo del golpe militar fue institucionalizar el poder de la gran burguesía y el capital financiero para incorporar a la Argentina en el proceso de mundialización capitalista. Es decir, su objetivo era político y no militar

Su metodología central se basó en los campos de concentración-exterminio cuyos efectos todavía están en nuestros cuerpos a través de diferentes manifestaciones en la subjetividad. Aún hoy se sigue utilizando el eufemismo de Centros de Detención Clandestinos. Entre 1976 y 1982 funcionaron 340 campos de concentración-exterminio en 11 de las 23 provincias argentinas, negados por las Fuerzas Armadas que los denominaba Lugar de Reunión de Detenidos (LRD). Algunos campos estaban instalados en bases militares especialmente equipadas para darles cabida. Sin embargo, eran los sitios en que nada se relacionaba con el Ejército los que mostraban la impunidad con la que operaba el régimen militar. Había campos que se encontraban en viejas escuelas rurales (La escuelita de Famaillá), en hospitales (Hospital Posadas), viejos galpones de tranvías (Olimpo), oficinas del Estado (Hidráulica de Córdoba, Club Atlético, Escuela de formación Física de Tucumán), viejas estaciones de radio provinciales (La Cacha), moteles en construcción (El Motel de Tucumán).

Cinco grandes campos de concentración conformaban el centro del sistema represivo de los militares: El Vesubio y Campo de Mayo en las afueras de Buenos Aires, la ESMA y Club Atlético en la Ciudad de Buenos Aires y la Perla en Córdoba. El Vesubio había sido creado durante el gobierno de Isabel Perón. El general Suárez Mason controlaba sus actividades. En sus paredes había esvásticas pintadas y las peores brutalidades se reservaban a los prisioneros judíos. El campo de concentración de Campo de Mayo funcionó en la base del ejército del mismo nombre; era la unidad militar más importante del país conducida por el general Omar Riveros, sucedido por los generales Reynaldo Bignone y Cristino Nicolaides. Más de 3.500 prisioneros pasaron por este campo donde muy pocos sobrevivieron. La ESMA funcionó en el casino de oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada donde fueron detenidas y desaparecidas más de 5.000 personas y sirvió a los intereses políticos del Almirante Massera. El Club Atlético funcionó en la Ciudad de Buenos Aires y formaba parte de la Superintendencia de la Policía Federal que dependía del primer cuerpo del ejército. El viejo depósito de suministros de la policía albergó más de 2.000 prisioneros. En Córdoba estaba La Perla, que pertenecía al poderoso Tercer Cuerpo de Ejército que supervisaba tres provincias y más de la mitad del territorio de la Nación, bajo el mando del General Luciano Benjamín Menéndez.

El objetivo del golpe militar fue institucionalizar el poder de la gran burguesía y el capital financiero para incorporar a la Argentina en el proceso de mundialización capitalista. Es decir, su objetivo era político y no militar

En estas instituciones totales se encerraba a los detenidos para iniciar un proceso de destrucción de su condición humana en la lógica característica de los campos de concentración-exterminio. Es decir, se los transformaba en una cosa, un número para luego eliminarlos. Cuando entraban, como método, se los torturaba durante varios días, luego se los ataba, se los mantenía con una venda y se les asignaba un número. En estas condiciones podían estar semanas o meses sin hablar con nadie. Cualquier infracción era castigada con nuevas torturas. En algún momento -dependía de la arbitrariedad del poder- eran llevados a la enfermería donde se les inyectaba un calmante para ser “trasladados”. Este eufemismo se utilizaba para sacarlos del campo de concentración y trasladarlos a algún lugar donde eran fusilados o se los subía a un avión desde el cual eran tirados al mar. Los cadáveres eran enterrados en fosas comunes, incinerados o quedaban perdidos en el mar. Podemos estimar que en los campos de concentración-exterminio pasaron entre 15.000 y 20.000 personas, de las cuales el 90% fueron asesinadas. La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) recibió 8.960 denuncias. Como el número exacto todavía no se sabe, las organizaciones de Derechos Humanos, suponen la cantidad de 30.000 desapariciones. Algunos sectores sociales y políticos cuestionan que se siga manteniendo esa cifra; su objetivo es cerrar una historia con la supuesta precisión de un dato. Por el contrario, seguir manteniendo la consigna de 30.000 desaparecidos da cuenta simbólicamente de una trayectoria de lucha de las organizaciones de Derechos Humanos a la vez que nos presentifica una historia que sigue abierta. Una historia que sigue abierta no solo en los juicios a los represores, sino en la necesidad de un recuerdo para que no se banalice la memoria.

Si bien en otras épocas habían desaparecido personas -durante el gobierno de Perón-Isabel se creo la organización paraestatal “La Triple A”-, la dictadura militar definió una nueva arquitectura de la muerte al realizarla en forma sistemática como política de Estado. El término “desaparecido” implicaba la voluntad de encubrir el destino del secuestrado y la identidad de sus asesinos. Para la “historia oficial” estas personas estaban vivas y para las autoridades “prófugas” de la justicia. Esta práctica producía una situación torturante para los familiares y amigos ya que sin la muerte, sin una tumba, se construye un trauma imposible de ser elaborado. Pero la desaparición no fue solamente de sus cuerpos, sino también de sus ideas, pues había que asesinar la memoria. En este sentido, si los desaparecidos quedan despojados de sus diferentes identidades políticas previas a la dictadura militar, se dejan de lado los intereses materiales y políticos que desencadenaron el exterminio.

La esperanza: una forma de la memoria

En la actualidad no son necesarias las dictaduras para asesinar la memoria ya que el postmodernismo vacía de sentido la subjetividad. El presente al no ser resignificado por el pasado determina una cultura de la resignación donde nada puede ser cambiado y el futuro es vivido como catastrófico.

Seguir manteniendo la consigna de 30.000 desaparecidos da cuenta simbólicamente de una trayectoria de lucha de las organizaciones de Derechos Humanos a la vez que nos presentifica una historia que sigue abierta

Reconstruir el imaginario colectivo es un objetivo en la lucha contra el poder del silencio, ya que una sociedad sin historia es más fácil de controlar. Bien sabemos como psicoanalistas, que sin una elaboración de la propia historia, es imposible un futuro. Y la posibilidad de un futuro tiene sus raíces en el pasado que nos determina.

Esto nos lleva a mencionar lo que se preguntaba un personaje de la película “La otra mujer” de Woody Allen “¿Un recuerdo es algo que se tiene o se pierde?

En esta pregunta se resume la problemática de la memoria, ya que nos plantea que un olvido es algo que se tuvo, pero al recordarlo se lo tiene para asumir esa pérdida. La forma de recuperarlo es llenarlo con el “tiempo actual” como dice Benjamin.

Llegados hasta aquí debemos decir que las clases dominantes tienen memoria. Allí esta el diario La Nación para recordarnos, una semana después que asumió el gobierno de Mauricio Macri, la necesidad de establecer lo que ellos llaman “una memoria completa”. En realidad, su teoría “de los dos demonios” es una memoria que niega la responsabilidad de un Estado cívico-militar que organizó y planificó el asesinato de miles de personas a través de los campos de concentración-exterminio.

Por ello es importante que no se vacíen de contenido los espacios que recuerdan el genocidio; que no se banalice la memoria sostenida en todos estos años por las organizaciones de Derechos Humanos. Como venimos sosteniendo en otros artículos, la memoria es importante ya que la esperanza es una forma de la memoria, pues nos recuerda nuestros logros y fracasos, nuestros límites y posibilidades, nuestros sueños y realidades, nuestros deseos y fantasías. Es que cuando se acepta la posibilidad de olvidar deviene no sólo la repetición, sino el acto de resignar valores que hacen a nuestra condición humana. Recordar no es una actividad que nos lleve meramente al recuerdo fáctico, sino al recuerdo de las razones por la cuales esos valores no forman parte de nuestra cultura.

De allí la importancia de sostener una memoria crítica donde la huella en nosotros permite la rememoración que nos hace humanos.

*Este texto está basado en Carpintero, Enrique “La institucionalización de los campos de concentración-exterminio en la Argentina”, revista Topía Nº 45, noviembre de 2005 en www.topia.com.ar;Modelos socioculturales del poder. La memoria: un espacio de lucha del poder” La Tecla Ñ en lateclaene.com

 

Temas: 
 
Articulo publicado en
Abril / 2016

Ultimas Revistas

Revista Topia #99 - El derrumbe del Yo - Noviembre 2023
Noviembre / 2023