Un tal Don Juan Ledesma Silvia Sajaroff
Bajaba lentamente la colina con un bastón hecho de rama de algún árbol duro de la zona, meticulosamente tallado con el facón del abuelo, ese blasón indiscutido de la familia Ledesma.
Eran las seis y pico de la tarde. Esa hora en la que el sol apenas lame la superficie de los sembrados. La misma hora en que los girasoles rotan sus frágiles e imponentes cabezas hacia la tierra.