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Curar a los caballos con palabras

 

Siempre que comentamos un ateneo clínico, hay que agradecer al analista por permitirnos entrar a su consultorio y mostrarnos su práctica. El estuvo allí y nos acerca su relato de como estuvo allí. Nuestra tarea es más fácil, es a distancia, no empapados en la turbulencia del estar allí.

Voy a acordar con él y voy a disentir. Es decir, voy a pensar. Para ello, comienzo por el final. A Carlos “el nene” ya le funciona, pero ha tenido un episodio de violencia con su pareja. No termina de quedar claro, ni las razones, ni el volumen del episodio. El relato asusta. Casi la mato. Me enoje y le empecé a pegar y no podía parar. ¿Como le voy a pegar si la quiero tanto? Recordemos aquel verso borgiano que decía... no nos une el amor sino el espanto... ¿será por eso que la quiero tanto?

El analista nos comenta que es su primera experiencia de amor. Su matrimonio fue sexo. Esto es amor. Un amor del que ya no es merecedor. Le pedí que se fuera.

Pero dos meses después la culpa ya no estaba. Volvió a sentirse merecedor. La citó en una iglesia de Pompeya, su lugar de crianza y le prometió que no volvería a pegarle. Será solo amor, nada de espanto.

Dejó el análisis.

Final ¿...feliz...?

El ateneo se nos enuncia como “un caso de impotencia masculina”, haciendo título del síntoma de consulta. De un nene que no funciona a un señor que pega, aparentemente, bastante fuerte.

¿Hay alguna relación entre un síntoma de impotencia y un giro a la prepotencia? El analista nos habla de un paciente que casi no habla y él se propone hacerlo hablar. Elige –el analista- hablar del síntoma. Suena coherente: viene por eso, hablemos de eso.

El relato -siempre ficcional- del analista, nos va llevando a una diferencia entre las condiciones de elección de las dos mujeres de Carlos. Una por calentura rápida. La otra por amor lento.

En la calentura rápida el nene funcionaba. En el amor lento la gran flauta no puede.

Carlos dice que todo iba bien en la calentura rápida...hasta que paso lo que pasó...

Lo que pasó es un conjunto multilineal. Carlos se quedó sin trabajo. Digamos, además, que su trabajo lo hilaba identificatoriamente con Luis, el marido de la madre, el padre de su hermana que lo había asesorado en poner la panadería. No es un dato menor.

Luis hace pie en un padre luego de la muerte prematura del suyo y de su madre. Luis lo cría junto a su hermana Florencia y algo anida allí, en esa familia que queda armada a partir de sus 12 años.

La crisis volteó su ligazón al mundo del trabajo. Y como bien dice, el no tenía la culpa. Pero María se recompone y le empieza a tirar significantes duros. Vago. Inútil. ¿Impotente?

Finalmente María se va con otro. Me la comí, dice en una frase que lo ubica como poco viril. ¿Los hombres de Pompeya se la comen?

Pasó lo que pasó. Sin trabajo, vago, inútil, impotente, abandonado por la mujer que se va con otro. Un antes y un después. Un quiebre.

El dice que la impotencia empieza con Estela. Yo creo que la impotencia empezó antes, cuando se la comió, cuando otro hombre le ganó la mina para la que ahora es vago, inútil.

No veo en Carlos una tajante división entre amor y sexo. Ni pareciera que con María fuera solo calentura rápida ni con Estela solo amor lento. Me parece que ese es el camino ficcional que nos propone el analista.

Carlos no se queda impotente porque ama, sino porque pierde esos enclaves, esos enunciados identificatorios que lo constituyen y que le arman un lugar en la vida y en el mundo. Lo que pierde Carlos es un proyecto que había ido construyendo y que la crisis se llevó cual alud de barro.

Luego parece recuperarse. Vuelve a trabajar, a tener una casa, a vincularse placenteramente con sus hijos.

En un momento Carlos dice “en el campo curan a los caballos con palabras”. El analista dice: “Usted no es un caballo, hablamos el mismo idioma”. Me parece que después del final, (así siempre es mas fácil) nos damos cuenta que en el mismo idioma que el analista, Carlos le estaba diciendo que a veces, el puede ser un caballo. Un animal. En nuestros términos, un sujeto de la pura pulsión.

Quizás haya allí algo que el analista no ha podido escuchar. Y elige otra línea: trabajar el amor como inhibición. Estamos ante un paciente en el que la articulación entre pulsión, deseo y amor no parece muy lograda. El analista nos propone pensar que el amor le inhibe la erección. Lo piensa más neuróticamente, a la manera de un síntoma histérico. Podría ser esa una corriente de su vida psíquica.

Sin embargo, me parece entrever otra corriente, menos neurótica, mas narcisista, funcionando en paralelo. Podría decir que Carlos le pega a Estela porque hay en él algo de caballo, algo de una animalidad no sujetada y sabemos que cuando hay amor y la pulsión no se entrama bien, aparece aquello del “sujeto acéfalo de la pulsión”, un sujeto sin cabeza que pulsa desde la imposibilidad de perder a quien se tiene.

En ese sentido deberíamos preguntarnos si en los casos de violencia de género, estamos pensando en alguien que ama, porque el amor supone el reconocimiento de la alteridad radical del semejante, el amor es la experiencia de la diferencia y de la ajenidad más brutal del otro. Amar supone un reconocimiento del otro como diferente, es la experiencia máxima de la desposesión absoluta del semejante.

Si no me la puedo coger ni con el Viagra, si tengo miedo que me deje...el camino puede ser desde la pulsión sin cabeza al golpe certero. Mía, o de nadie.

El analista cuenta del intento historizante vano. No alcanzó, no ayudó. El intento de recuperar ese momento del golpe. Carlos no podía creer que le pegara a Estela por algo del pasado. Tiene razón. Carlos le pegó a Estela por algo del presente que pulsa en él. Algo ligado a su imposibilidad de desear, amar, quizás perder.

Digamos también que aquí entra Estela, aunque no es parte de este análisis. Estela entra en este vínculo y vuelve después del golpe.

Suponer en una pareja un entramado de pactos y alianzas inconcientes no implica en modo alguno eludir la responsabilidad del victimario ni poner en entredicho la condición de víctima del que ha sido pasible de la violencia. Muy por el contrario, muchas veces la violencia se desata cuando se rompe algo de esa alianza.

Algo de la alianza de Carlos con María se rompe cuando él es significado como vago, inútil, impotente. Carlos se metaforiza con esa posición en la que es significado.

Quizás podríamos pensar que no quiere que esta vez le pase lo mismo. Que Estela lo deje, otra vez por impotente. Algo estalla -algo inhallable, perdido en la secuencia de ese día, dado que él queda descabezado- algo estalla, decía y Carlos toma posesión de Estela para no perderla como a María. Y Estela se queda. El final es incierto. Temible.

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Articulo publicado en
Noviembre / 2014

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