El importante incremento de la desocupación y la precarización laboral son productores de efectos en la subjetividad colectiva: moldean y remodelan a las personas y sus vínculos.
Desde el poder se ponen en marcha políticas destinadas a producir cambios drásticos en el tejido social que apuntan a la fragmentación de la red social.
Como decía el torturador en el Sr. Galíndez de E. Pavlosky “Para cada uno que tocamos, mil paralizados de miedo. Nosotros actuamos por irradiación...” Por cada desocupado... ¿cuánto terreno fértil para aterrorizar, según esta lógica?. El “terror a la desocupación” es una coacción física y simbólica para reorganizar a la población en beneficio de los centros de poder.
La institucionalización de la desocupación promueve la pasividad, el derrotismo, la inmovilización de los estratos sociales y la aceptación de condiciones de trabajo y de vida no dignas. Hoy en día la ausencia de seguro de desempleo coacciona al desempleado y disciplina a los trabajadores.
Desocupación y trauma
La desocupación y la amenaza constante de perder el trabajo son violencias que se ejercen contra los sujetos y que producen una angustia que conceptualizo como traumática.
La amenaza de perder el trabajo encuentra relación con lo que en 1893 decía Freud con respecto a las experiencias traumáticas: “lo que es eficaz para el síntoma es el efecto de terror”. Esto es lo que hace de un acontecimiento un trauma. Freud recalca que el trauma de origen social produce “estupor inicial, paulatino embotamiento, anestesia afectiva, narcotización de la sensibilidad... abandono de toda expectativa... y alejamiento de los demás (Freud, S. 1930, “El Malestar en la Cultura”).
La primera forma de angustia traumática es asociada a inermidad y desamparo; la desocupación y la “flexibilidad laboral” exponen a las personas y las dejan indefensas ante el deseo de muerte de un otro que las considera “masa sobrante” y las excluye del sistema laboral en aras de un supuesto bien superior: la globalización, leyes del mercado.
Así, la desocupación y la amenaza constante de perder el trabajo son violencias que se ejercen contra los sujetos y producen angustia traumática. Quizás esta violencia puede reformularse en la siguiente pregunta: qué quiere el otro (social) de mí. Como señala G. García Reinoso (1994): “Si tiene deseos de muerte (real o simbólica) nuestra constitución subjetiva se ve amenazada”.
Según la OMS (1986) la amenaza de quedar sin trabajo mantenida a lo largo del tiempo genera tensiones equivalentes a las de no tener trabajo. Señalaba a la desocupación como una de las principales catástrofes epidemiológicas contemporáneas.
Pero dado que hay víctimas y victimarios se trata no de una catástrofe natural, sino de una violencia social.
Estas amenazas, estas pequeñas dosis de terror tienden a desarmar progresivamente la trama social.
Estas violencias vienen a agregarse a las ya sufridas por la sociedad, “traumatismo acumulativo social” que hace que por miedo lleguemos a aprobar lo que desaprobamos.
La desocupación funciona así como chantaje social: en la ilusoria creencia de permanecer en el trabajo se van aceptando cualquier tipo de condiciones laborales. Como señaló recientemente H. Recalde la llamada “flexibilidad laboral” creada con la excusa de generar empleo: incrementó la desocupación, aumentó la desigualdad social y por ende la fragmentación social.
Desocupación, desamparo y trauma social
La desocupación y la amenaza constante de perder el trabajo son violencias que se ejercen contra las personas y sus familias. Producen una angustia que conceptualizo como traumática.
Como señalé, la primera forma de angustia traumática es asociada a inermidad y desamparo; la desocupación y la flexibilidad laboral exponen a las personas y las dejan indefensas ante un otro que no los considera.
Mom y Baranger (1987) señalan que toda situación traumática produce cuatro efectos:
1.- Se activa la compulsión a la repetición. (Por ejemplo, el desocupado es marginado, se automargina y esto aumenta su marginación, es culpabilizado, se autor reprocha y esto incrementa su culpabilización). ¨Privatiza¨ la culpa social. Esta “privatización de culpa social” es una de las inducciones provenientes de los estamentos del poder que pueden reproducirse en la familia. Se lo acusa de su falta de trabajo, se lo acusa de su falta de capacitación y viven como fracaso en su desempeño laboral. En los jóvenes, en su elección vocacional: “Me equivoqué”, ”No sirvo para esto”.
2.- En una situación traumática, al quedar libres las catexias se buscan nuevas investiduras libidinales. Estas investiduras serán frágiles y precarias (pensamiento mágico, alineación en un otro, depositando en él soluciones mágicas). Ante los recortes de sus ingresos, ante la inestabilidad laboral, se buscan soluciones rápidas, recetas que mágicamente traigan bienestar: alcoholismo, adicciones: ... ante la falta de esperanza, de proyectos la droga y el alcohol son buscados como medios para anestesiarse (39% son adicciones entre 15 y 25).
Ya señalaba Freud en 1930 (Malestar en la cultura): “la narcotización de la sensibilidad frente a los estímulos desagradables”... ante violencias de origen social... las del hombre contra el hombre.
3.- El no significar a la desocupación como situación traumática favorece medidas defensivas para promover la desmentida. Por ejemplo el porcentaje “oficial” de desocupación es falso: no entran los “desalentados” (que ya no buscan trabajo hace más de un mes), los que trabajan 1 hora a la semana, los trabajadores rurales... Esta desmentida repercute en la instalación de la vergüenza, la culpa, el aislamiento. (Niños del Avellaneda, se niegan al vaso de leche en la escuela para ocultar la desocupación de sus padres). La familia se siente avergonzada y oculta la desocupación del padre o de los hijos. Se aíslan, se esconden.
4.- Hay en el trauma un cierto monto de agresión libre, lo que produciría una predisposición a la violencia contra sí mismo o contra los demás, del orden de la alineación, anestesia afectiva, paralización, la suspensión del pensamiento, como señalaba H. Arendt.
Vulnerabilidad-exclusión y vaciado de lugares
1.- El desocupado es desconocido como persona, por ello sobreexige a quienes le rodean para que le compensen esa falta de reconocimiento, generando, como señalé, conflictos que lo dejan aún más aislado, no sabiendo quién es para el otro social y el otro familiar.
2.- El desocupado es así desconfirmado en lo social, “desafiliado” (Castel, 1991). Siente que su pertenencia al conjunto social es nula. “Desaparecido social”. “Estoy sin trabajo, y sin la dignidad de un jubilado que va a la plaza los miércoles... ni joven... ni viejo..., nada”, “Ante mis hijos siento que no soy nadie... que no tengo derecho ni razones para exigirles que se formen, que estudien”.
3.- Al sacarle el trabajo, lo despojaron de sus vínculos sociales-laborales, es así desvinculado de sus redes. Está en “estado de vulnerabilidad social” (al decir de Castel, 1991), en una trama de labilidad “vincular”, en una situación de riesgo (“Población en riesgo”, Dasberg). Es esta labilidad la que recae en los vínculos de pareja y familia.
El vaciado de los distintos lugares que ocuparon como trabajador/a hace que emerja una vivencia de vacío, que se liga a ansiedades primitivas de desamparo y abandono que se reactualizan en los vínculos familiares y que es importante detectar clínicamente.
El vaciado de los distintos lugares que ocuparon como trabajador/a hace que emerja una vivencia de vacío, que se liga a ansiedades primitivas de desamparo y abandono que se reactualizan en los vínculos familiares y que es importante detectar clínicamente.
Desocupación y “Obediencia debida”
Desde la ley de “obediencia debida” hasta la aceptación de la “flexibilidad laboral” han venido sucediéndose situaciones de desamparo social donde se intenta abolir todo vínculo con el otro que no pase por el sometimiento al poder. ¿Entonces obedecer, colaborar sin darnos cuenta, o asumir nuestra parte de responsabilidad colectiva? (G. García Reinoso, 1992).
Freud señala que el hombre nace a la cultura a partir de una desobediencia. Hoy los cortes de ruta, los “piqueteros” convalidados por la mayoría de la población han vuelto visible que la desobediencia al padre de la horda es una nueva oportunidad de no permanecer pasivos ante el terror.
Naturalización y banalización del desamparo que acarrea la amenaza de la desocupación
Con la ilusoria pretensión de sentirse pertenecientes al espacio laboral, las personas llegan a no cuestionarse, naturalizando y banalizando la injusticia social, desmintiendo el sufrimiento ajeno y el propio.
El terror a la exclusión promueve la indiferencia hacia el entorno social próximo y la colaboración e identificación con el victimario, “ley del gallinero”.
“Colaboracionistas” por traumatismo acumulativo, aducen racionalizaciones espurias, acríticas, para no pensar.
Por pánico se alienan y como señala H. Arendt (y ya Freud al pensar sobre la guerra) “la maldad puede ser causada por la ausencia de pensamiento” (1969). Se trata de procesos de alineación silenciosos que forman parte de una “normopatía defensiva” (C. Dejours, 1998)
El sufrimiento de los que sí trabajan y amenazados de exclusión produce quiebres silenciosos que oradan y fragmentan los vínculos laborales y familiares. Freud recalca que el trauma de origen social produce... “abandono de toda expectativa y alejamiento de los demás” (1930).
Otra estrategia ante la amenaza de desocupación consiste en ver en la víctima al culpable. Como en la última dictadura desde el poder se afirma “Por algo será” dando a entender que es por falta de capacitación, habilidades personales, etc., que el desocupado está sin trabajo. Dado que la desocupación es un fenómeno social estructural hoy en día ante la victimización secundaria el desocupado se auto reprocha, se hace cargo de la culpa social, “privatiza la culpa social”. La desocupación es un hecho social pero es vivido como crisis individual.
La victimización secundaria, la criminalización de la pobreza y de los desocupados hace que las personas se distancien, se aíslen tras rejas reales y simbólicas ante un semejante presentado como chivo expiatorio.
Se piensa en la seguridad individual en detrimento de la seguridad colectiva. Aumentando así la fragmentación social y el riesgo colectivo de seguir siendo alocados en nuestra pertenencia social.
En efecto al estigmatizar a los excluidos se ocultan y se vuelven acrítica las situaciones de riesgo social.
Reflexiones finales
Ante la desocupación y su amenaza es imperativo emprender una lucha contra la enajenación –un proceso de desalienación-. Por ello es necesario cuestionarnos y posicionarnos sobre las articulaciones intersubjetivas que se ponen en juego con la desocupación y buscar los focos resistenciales a la alineación que operan en los intersticios más inesperados de cada uno, de cada familia y del entramado social. Estamos ante un nuevo desafío: o sucumbir a la alineación o rescatarnos como sujetos actores en el escenario social.
Elina Aguiar
Psicóloga clínica
elinag [at] fibertel.com.ar
BIBLIOGRAFÍA
AGUIAR, E. “La desocupación: algunas reflexiones sobre sus
repercusiones psicosociales”. Rev. De Ps. Y Ps. De Grupo, T. XX, Nº 1, 1997. Buenos Aires.
DEJOURS, C. “Souffrance en France”. Ed., Senil-enero, 1988. París
FREUD, S. “El Malestar en la Cultura” (1930). Madrid, Ed. Bibl. Nueva, 1968
GARCÍA REINOSO, G. “Comentarios al trabajo sobre Trauma Psíquico de D. Anzieu”, Revista Topía, Buenos Aires, 1995.
“Acerca de la Ética y del psicoanálisis”. A propósito de la ley de “Obediencia debida”, Revista Topía, Buenos Aires, 1992.