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El desamparo no se medica

 

“Nadie consigue atrapar el trueno, y nadie consiguió apropiarse de los cielos del otro en el momento del abandono”
Luis Sepúlveda

 

Gladys pidió tratamiento psicológico. Tiene 34 años, estatura baja, gordita, ojos brillantes y sonrisa atractiva. Habla con fluidez y sin pausas, ansiosamente describe situaciones y vivencias detalladas, generando un clima de mucha demanda. Refirió angustia, sensaciones de ahogo, dificultades para dormir con ideas de muerte inminente. Planteó deseos de pareja y de una segunda maternidad. Convive con su hijo de 12 años, inteligente pero con problemas de aprendizaje y una malformación cardíaca, lo refirió con fastidio. Dijo “tengo una vida sufrida” y “en tratamiento psicológico toda la vida”.
Tiene un hermano drogadicto. Gladys consumió drogas, enfatizó que hasta embarazarse. A su hijo lo quiso cuidar bien. Con 34 años, sin pareja, y teniendo un fibroma uterino de gran tamaño, no renunció al deseo de otro hijo.
Me sentí convocada a un desafío, que este tratamiento le posibilite otra alternativa que la de vivir sufriendo, “transformar las miserias... en un malestar tolerable”.
Por el cuadro de angustia consultó en una guardia hace tres meses y fue medicada con clonazepán que mantuvo a baja dosis.
En la segunda entrevista refirió haber iniciado una relación con Horacio de 28 años, lo conoció en su trabajo, simpatizaban, le había prometido enseñarle Internet. Gladys le reclamó y fue invitada a salir, declaración amorosa implícita. Dos inicios simultáneos: el tratamiento y esta relación. Se decidió a luchar por sus deseos.
En dicho encuentro estuvo muy ansiosa, insegura con su imagen corporal y temiendo ser rechazada por tener un hijo. Sin embargo se entregó rápidamente, al llevarlo a su casa donde hay fotografías de su hijo, y dispuesta al contacto sexual. Su sorpresa fue que H. mostró admiración por su condición de madre. Gladys discurre entre satisfacción y desconfianza “porque nunca me salen bien las cosas”. Como interpretación de prueba le dije que estaba buscando la huída de algo deseado y posible. Reconoció haberse ido aliviada.
Me encontré con una paciente con manifestaciones de tipo neurótico y estableciéndose un clima transferencial de gran demanda y confiabilidad desde la primera entrevista.
Le propuse como dispositivo terapéutico dos sesiones por semana que aceptó; y evaluaría la medicación ansiolítica, desde mi rol de psiquiatra. Al mes suspendí el clonazepán, con síntomas atenuados y Gladys contenta de prescindir de medicación.
Y empezó a hablar de su historia:
Nació en Paraguay, padres muy jóvenes, al año nació su hermano. A sus dos años, la madre descubrió que su esposo tenía otra familia oculta, decidió separarse y peleó por la autorización del padre para migrar a Argentina. Vivieron muy precariamente, Gladys sufrió desnutrición. No vieron más al padre. Llegaron a Lomas de Zamora para convivir con tías maternas, ya establecidas aquí. Cada hermanito con una tía, la madre trabajaba en servicio doméstico. Entre los tres y doce años ambos niños estuvieron pupilos en diferentes sedes del Patronato de la Infancia, con encuentros familiares en domingo. Guarda recuerdos amargos, castigos corporales inclusive. Nació otra hermana, de otro padre que tampoco se involucró. A los 12 años de Gladys, su madre como mucama, pasó a vivir en un barrio céntrico y lujoso, con ambas hijas. Gladys cursó el secundario en escuela pública y con complicidad de la patrona (que la tomó como nieta) simulaba una identidad aristocrática, usando uniformes de escuela privada y ropas lujosas. Avergonzada de ser hija de doméstica, buscaba amigos de mejor nivel. En tanto en los fines de semana, en Lomas de Zamora transitaba por desbordes, conductas rebeldes, alcoholizándose, sufrió intentos de abuso sexual por un tío, madre y tías la calificaban de puta.
Terminado el secundario, trabajó, quería salir del ámbito familiar. Con el primer sueldo viajó a Paraguay con su hermano, a ver a su padre, decepcionándose, no encontró una figura protectora, si no seductora. Reniega de su parecido físico con el padre y de lo “paraguayo”. Trabajando en un comercio, se enamoró del dueño de 32 años. Desarrollaron una relación vertiginosa, consumiendo drogas. Se embarazó, en medio de la violencia que no cesaba, pero Gladys no consumió más ningún tóxico. Cuando nació su hijo, se escapó refugiándose en la casa de la madre. Ella fue logrando recursos propios, trabaja en la misma empresa hace años, obtiene ascensos, hace cinco años alquiló un departamento que habita con su hijo. Obtuvo el divorcio y alimentos. La relación con la madre siempre fue conflictiva, la define fría y criticando todo intento suyo de pareja, pese a ayudarla a cuidar a su hijo. El hermano sigue drogándose. Con ambos, el vínculo está caracterizado por reproches mutuos. Se distanció de su hermano defendiéndose de conductas delictivas, después de intentar ayudarlo. La madre lo protege, a Gladys la enoja. Celosa y desconfiada, admite que le resultan casi inmanejables estos sentimientos. Gladys no reincidió en consumo, salvo tabaquismo, y tendencia a la obesidad.
Eficiente en su trabajo, mantiene relaciones tensas con mucha crítica y autoexigencia. Tuvo pocas parejas esporádicas, y ninguna amiga significativa.
Gladys trae dolor y resentimiento por los abandonos, rechazos y engaños sufridos, y al mismo tiempo un fuerte deseo de vivir otra oportunidad, otra vida.
Al tiempo de desplegar su historia, en la transferencia aparecieron actitudes hostiles y de abandono, ausencias sin aviso ni explicación posterior, falta de respuesta a algunas llamadas telefónicas mías; y siempre clima de alta demanda en todas las sesiones.
Consideré que por debajo de su presentación neurótica subyace una constitución psíquica frágil, con marcas de desamparo temprano y vivencias traumáticas. Sus actitudes hostiles las entendí como formas de reclamo de amparo, búsqueda de pruebas de no ser olvidada. Como terapeuta asumí la posición de estar presente y no claudicar ante sus actitudes hostiles, si no trabajarlas en el sentido descripto. Paulatinamente empezó a tolerar intervenciones mías que le planteaban el límite de considerar al otro; con concurrencia más constante, y mayor tolerancia a la frustración.
Traía dudas y sufrimientos en el armado de esta nueva pareja. “¿Me quiere? ¿Qué oculta: dejó a la novia o me engaña?”, ejerciendo controles obsesivos de horarios y mensajes sobre Horacio, quien toleraba, calmándola.
Durante las relaciones sexuales se le imponían fantasías en las que él estaba con otra más linda que ella. Repetía “a mí no me puede salir nada bien”. Le interpretaba que pese a estar viviendo una nueva historia amorosa, con momentos felices, no podía dejar de tomarla como repetición de engaños y abandonos vividos anteriormente. Al cabo de algunos meses logró tener buenos orgasmos. Al año de pareja quedó embarazada, desafiando pronósticos médicos inciertos y los planteos de Horacio de esperar; no obstante produjo alegría en ambos. Gladys adoptó actitudes cuidadosas, dejó de fumar. Al segundo mes aparecieron pérdidas por hematoma en la implantación de la placenta. Comenzaron meses de reposo e incertidumbre. Permaneció en su casa, angustiada pero cumpliendo las indicaciones médicas. Las sesiones continuaron en su domicilio, generándose un clima de ser cuidada, con buena respuesta de Horacio y colaborando su madre y su hijo, a Gladys no le alcanzaba. Las vivencias de desamparo se reactivaron, con gran demanda. Yo trabajaba sobre la incertidumbre actual, pero diferenciando sus recursos actuales personales y familiares del desamparo infantil sufrido. El embarazo progresó bien, saliendo de zona de riesgo. Su abdomen alcanzó gran volumen con sensaciones de ahogo y angustia. Pero el fuerte deseo triunfó frente al estorbo del fibroma. En tanto cuidó del embarazo logró para sí satisfacer el deseo de ser cuidada.
Después del sexto mes volvió al consultorio, atravesando una etapa placentera y de mayor tranquilidad.
Al noveno mes y por cesárea, nació Lucas, bebé sano y vigoroso. Gladys no mostró querer acercamiento conmigo, hasta los diez días en que reclamó atención urgente. Había transcurrido bien el nacimiento y comienzo del puerperio, en su estado anímico y en la conexión con su bebé amamantándolo sin dificultades, con sensaciones de extrañeza fugaces referidas al hijo, además de su propio cuerpo. Plenamente acompañada por Horacio, pero se acercaba su vuelta al trabajo, y esto la desestabilizó. Apareció un cuadro florido de pensamientos dramáticos: clavarle un tenedor al nene; tirarlo por la ventana; caída del bebe desde sus brazos; lastimarse ella misma con cuchillo. A estas ideaciones que se le imponían, le seguían intensa angustia, culpa y medidas de seguridad, manteniendo cerradas las ventanas, ocultando cuchillos. Al mismo tiempo proveía buenos cuidados al bebé y empezaba a empatizar con su mirada. Mucha dificultad para dormir, con miedos a que le pasara algo grave al bebé, a ella misma, su pareja o su hijo mayor.
El obstetra y el pediatra informaban buena salud de madre e hijo. El pediatra sugirió que de necesitar medicación psiquiátrica, fuese la de menor riesgo para el lactante o eventualmente suspender la lactancia.
Mi evaluación psiquiátrica: La semiología correspondía a una compulsión obsesiva, ideación de intensa hostilidad y rituales de control, conservando criterio de realidad, con intensos sentimientos de culpa. Pero sin descartar que se tratase de una defensa que al fracasar aflorase la desorganización psicótica o melancólica en toda su gravedad.
Gladys siguió fiel a su propósito de no perjudicar con ningún tóxico a su criatura, defendiendo con todo vigor mantener la lactancia. Ella apostaba en medio de su angustia a desarrollar una experiencia maternal diferente a la primera. Teniendo en cuenta el cuadro sintomático; no era para dudar la indicación de psicofármacos: pero medicar implica evaluar un conjunto de condiciones clínicas, las necesidades múltiples del paciente y los recursos ambientales.
En mi condición de psiquiatra y terapeuta de Gladys en la que el proceso terapéutico se desplegaba en un clima transferencial de búsqueda y provisión de amparo mantuve la alianza con su deseo de dar “buena leche” a su bebé. No existe psicofármaco que no pase por leche materna sin producir algún efecto “tóxico”.
La estrategia elegida fue una amplia y constante contención amparadora, permitiendo que Gladys sostuviera la lactancia favoreciendo la simbiosis. Con cuatro sesiones por semana, una de ellas de pareja y comunicaciones telefónicas diarias mantuvimos un intenso contacto terapéutico. Se pudo trabajar la hostilidad relacionándolo con experiencias previas. Contó con la contención familiar de Horacio, madre y hermana, acompañándola y ayudándola en su tarea maternal que no abandonó en ningún momento.
Fue vital que su madre no sólo cuidara a sus nietos sino también a ella. Atravesó así una experiencia reparadora.
Las ideas hostiles, lentamente fueron tomadas como no peligrosas “yo me hago cada película”, desapareciendo en dos meses, persistiendo algunos miedos. Mantuve el alerta constante con la participación de su familia en esa etapa.
Recuperó autonomía dentro de su casa, costándole aún salir sola. La lactancia se sostuvo ocho meses. Continuó con dos sesiones semanales, con buen trabajo simbolizante.
Ya festejaron el primer cumpleaños de Lucas, Gladys tiene mayor confianza en sí misma, su vida de pareja y de madre resulta bastante satisfactoria y mejoraron sus relaciones laborales y sociales.
No haber medicado la severa crisis puerperal fue una decisión estratégica, teniendo en cuenta todas las variables actuales e históricas de esta paciente. No es que considere que la lactancia materna no pueda reemplazarse adecuadamente o que una puérpera nunca deba ser medicada.
Sí, reafirmo la importancia de la consideración del caso por caso tanto en los abordajes psicoterapéuticos como en la implementación de recursos psiquiátricos en cada paciente y en cada situación vital.

Susana Ragatke
Psiquiatra-Psicoanalista
susana.ragatke [at] topia.com.ar
 

 
Articulo publicado en
Julio / 2007

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