En el verano de 1936 se llevaron a cabo los Juegos Olímpicos mundiales en la ciudad de Berlín, organizados por el régimen nacionalsocialista. Para el evento, Hitler hizo construir un monumental estadio, diseñado por su arquitecto favorito, el técnicamente genial Albert Speer. La intención manifiesta del Führer era que el estadio y los juegos se levantaran como un gigantesco espejo de la Vaterland, para que reflejara ante el mundo entero la grandeza de la Nueva Alemania, esa que iba a durar un milenio de poder imperial indestructible. Para documentar la monumentalidad misma del acontecimiento, se le encargó a la gran cineasta Leni Riefenstahl la filmación de lo que desde entonces -e independientemente del inequívoco contenido ideológico- se sigue estudiando en las escuelas de cine de todo el planeta como ejemplo paradigmático de un extraordinario documental, Olympia.
El narcisismo “hace masa”, como se dice, y disuelve al sujeto en la lengua y la imagen del Poder. Y eso no es patrimonio de un solo formato político del poder