La hospitalidad en la experiencia de Trieste | Topía

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La hospitalidad en la experiencia de Trieste

 

Las cosas suceden, luego quedan atrásy los relatos ocupan su lugar. [1]

En los últimos diez años una parte significativa de mis prácticas profesionales se ha desarrollado en las casas de las personas[2] -conociendo sus formas de vivir y ocupar esos espacios, recorriendo diversos barrios de la Ciudad de Buenos Aires-. Este hecho configuró una puesta en movimiento concreta, interactuando desde un equipo interdisciplinario, con personas que sufren ciertos padecimientos que les impiden salir de sus casas, y por lo tanto también con sus familias.

Todo esto fue generando otro modo de pensar e interrogar las intervenciones en salud mental, incorporando cada vez más una perspectiva comunitaria, a la vez del deseo de conocer cómo esas prácticas se vienen realizando en otros escenarios.

En 2009 realicé una visita de una semana al Hospital Escuela de Salud Mental de San Luis; y en 2010, una pasantía de tres meses en Trieste, Italia. Ir hasta allá, desplazarse, hacer un recorrido implicó nuevamente ponerse en movimiento, con la convicción de que conocer otras modalidades de trabajo in situ es la mejor manera de palpar los modos en que se desarrollan.

En 2011 participé del “Sottosopra” realizado en Pescara, Italia, experiencia de convivencia durante una semana con usuarios de salud mental, alrededor de un evento primordialmente deportivo. Visité la ciudad de Trento, conviviendo en una residencia terapéutica con operadores, familiares y usuarios, y concurrí allí a la “2º Giornata Ufologica Nazionale”, segundo encuentro nacional organizado por los UFE (“Usuarios y Familiares Expertos”).  Volví a Trieste, y participé en el “Impazzire si può”, segunda jornada nacional también organizada y protagonizada por usuarios y familiares.

En Argentina participé ese año del Primer Encuentro Nacional de la Red FUV (Familiares, Usuarios y Voluntarios), del Primer Encuentro Nacional de Empresas Sociales, realizado en Puerto Madryn; y del Patas Arriba 2011[3].

En 2012 realicé un viaje por Andalucía y por otros sitios de Italia –Latiano, Bologna-, ya con el propósito más concreto y definido de conocer in situ el funcionamiento de empresas sociales, cooperativas, dispositivos de inserción laboral y de salud mental.

Como se ve, fueron años productivos a nivel nacional e internacional, en cuanto a la visibilización de dispositivos que se venían implementando, pero que empiezan a tener un lugar más importante en las políticas públicas.

Todos estos fueron eventos de gran intercambio –tanto con operadores como con usuarios y familiares-, en torno a diversos modos de abordaje de los padecimientos severos de salud mental.

En varios de estos lugares me han preguntado cómo se siente ser partícipe de un movimiento y de un momento tan especial en Argentina, a partir de la sanción de la Ley Nacional de Salud Mental. Me sorprende la pregunta, ¿será que ellos lo aprecian más que nosotros?

Algo en común hallado en todos esos lugares, fue que los que allí se encuentran, trasmiten un entusiasmo, algo que se afirma, a la vez que se mueve; inventando otras maneras de hacer, otras palabras, nuevas formas de nombrar viejas figuras; creyendo y sosteniendo aún hoy, transformaciones que se iniciaron hace tiempo.

Todos estos movimientos en los últimos años de mi recorrido y búsqueda  tanto en lo personal como en lo profesional confluyeron en el Café Basaglia[4], proyecto del que he formado parte desde sus inicios en 2011, y que ha tenido como objetivo la capacitación para la reinserción social y laboral de personas con padecimientos mentales.

Presentaré a continuación algunos retazos de estos recorridos.

 

Lo que se puede ver estando allí.

Granada.

 

Me contacto y me encuentro con Paco Torres, quien fue uno de los artífices de la reforma en Salud Mental en Andalucía. Me comenta que los psiquiatras no van a las cooperativas, son contados con los dedos de la mano los que lo han hecho.

La directora de la Unidad de Gestión Clínica (UGC) de Granada que estoy visitando, se ofrece a acompañarme a Ajardinamientos Nevada, una de las más antiguas empresas de inserción de Andalucía, donde también funciona un taller de costura y un servicio de reparto de muebles ortopédicos. Me dice que de paso que me lleva, la puede conocer, ya que -como había dicho Paco-, ella aún no había estado allí nunca.

Durante la visita nos llama la atención cómo unos usuarios que allí trabajan, estaban limpiando minuciosamente una cama ortopédica antes de cargarla para transportarla. Ella comenta en su asombro, cómo esas cosas sólo se pueden apreciar estando allí. Dicho de otra manera, un psiquiatra, responsable del tratamiento de muchas personas, no siempre puede apreciar cómo esas personas despliegan lo que les sucede, su modo de vincularse, de desempeñar una tarea, si no se acerca al lugar donde la misma se realiza.

Me cuentan que sólo uno de los usuarios pudo pasar a un trabajo afuera: se enteró de que había una selección para trabajar como jardinero nada más y nada menos que en los jardines de la Alhambra; se presentó y obtuvo el lugar.

 

Un regalo.

Puerto de Santa María. Cádiz.

 

Llego al Puerto de Santa María un domingo a la noche. El lunes por la mañana voy a la Unidad de Rehabilitación (URA); como es temprano y aún no llegaron los que me esperan, me voy a tomar un café, a unas cuadras de allí. Me siento en una mesa, en la calle, a disfrutar de la mañana en ese bello puerto. Se sientan unos muchachos en otra mesa, y pienso que deben ser usuarios que están esperando como yo para ir a la URA. Uno de ellos me da charla, se presenta, confirma lo que había pensado; me cuenta que es pintor, autodidacta, y que si me quedo unos días en la URA, el miércoles me trae un cuadro suyo de regalo. Así, apenas nos pusimos a conversar. Le agradecí, le dije que me halagaba pero que no era necesario; y que seguramente nos veríamos esos días por allí.

El miércoles efectivamente me lo encontré, me había traído su hermoso cuadro, lleno de colores, firmado y ya dedicado “para mi amiga Claudia”; me dijo que no estaba seguro si yo vendría y si me acordaría de su promesa -como dando a entender que él había cumplido con su palabra-. Fue muy emocionante recibir este presente.

Lo cargué durante todo el resto de mi viaje.

Lo tengo aquí, y lo estoy mirando mientras escribo.

 

Una psicóloga obsesionada con su trabajo.

Alfacar, Granada.

 

Voy a visitar un centro de rehabilitación. Participo de una reunión de todos los usuarios. Me piden que me presente, digo simplemente que estoy visitando Andalucía para conocer sus servicios de SM; al rato uno de los muchachos que estaba callado, murmura en voz baja, como para sí mismo: “esta psicóloga está obsesionada con su trabajo”; le piden que lo diga más alto, que no se había escuchado. Una operadora intenta suavizar la afirmación, diciendo, “bueno, tal vez está interesada…”

Y yo riendo les digo que seguramente él tenga razón.

.

Otro regalo.

Pescara (Abruzzo).

 

En 2011 participé del “Sottosopra” realizado en Pescara, experiencia de convivencia durante una semana con usuarios de salud mental, alrededor de un evento primordialmente deportivo.

Una noche uno de los operadores de un grupo de usuarios de Bologna, nos invita – a las tres argentinas que estábamos en el encuentro- a ir a tomar algo con todos ellos al centro.

Pasa un vendedor de flores, y uno de los muchachos, que se mantenía muy silencioso, le compra tres flores, para obsequiárnoslas. Al rato, el vendedor vuelve a pasar, intentando aprovechar la situación, y efectivamente el muchacho quiere volver a comprarle otras tres flores para nosotras. Ahí el operador interviene –al estilo italiano, con ternura, pero firmemente, casi discutiendo, poniéndole un freno-, y nosotras también, diciéndole que no hacía falta, que ya nos había obsequiado algo.

Fue muy conmovedora esa escena, el disfrute que se notaba en ese hombre –digámoslo así, no “paciente” ni “usuario”- al tener la oportunidad de compartir una mesa con otros muchachos y mujeres, en una noche de verano, y poder regalar una flor. Y para nosotras, mujeres ¿qué puede haber más lindo que un regalo como ese? Sin otra intención, más que la de compartir un momento así.

Al llegar habíamos visto vemos que el operador se acerca al mozo y le dice algo; luego nos cuenta a nosotras que le había aclarado que cuando los muchachos le pidieran un trago, lo sirvieran con muy poco alcohol, dado que estaban medicados.

¿Cómo es ser o hacerse responsable por lo que le pasa a alguien? Cómo es vérselas con la proximidad y a su vez no querer saber nada con eso que le sucede al otro,como puede suceder a veces?

Recuerdo que al regresar caminando, el operador nos dice: “con el tiempo recordarán que en esta salida habrán aprendido mucho más de lo que se puede leer en varios libros”.

 

Mis museos.

Latiano (Brindisi).

 

Voy a conocer la Cooperativa social  Cittá solidale[5] en Latiano.

“¿Que ospiti, se sono loro chi ci ospedano a noi?” (¿Qué huéspedes, si son ellos los que nos hospedan a nosotros?), me dice dijo una operadora de una casa en la que viven usuarios, que se define -cuando le pregunto qué hace-, como “io sono niente” (yo soy nada).

Me aclara que no hablan de pacientes ni de usuarios. Familiares, se nombran entre todos.

La hospitalidad: eso define este viaje. Mutua, si hiciera falta la aclaración. Es difícil determinar qué se hospeda de cada uno, pero es claro que algunos me agradecen la mía, mi presencia, mi modo de alojar.

Me conmueve lo que se puede generar en lo afectivo, en el contacto con las personas. Un día una usuaria, una mujer mayor, con la que almorzaba todos esos días en la “Casa Lilla”, casa de convivencia en la que vive, me dijo, “oggi ti ho sognata!” (hoy soñé con vos), “qué soñaste?” le pregunto, “ che venevi a trovarci, e dicevi, ciao!” (que venías a encontrarte con nosotros y decías, hola!).

Les llevo una planta en agradecimiento a su hospitalidad. No me dejan sola un momento, lo cual es bueno y un poco agobiante al mismo tiempo. Pero no me quejo. Son todos muy amables. El regalo ya lo has hecho con tu presencia, me dicen.

Me llevan a la Comunità Riabilitative Psichiatriche “Vila del Sole” a participar de una reunión de evaluación interminable. Se trata de un encuentro que realizan todos los operadores junto a cada usuario, dos veces al año, a los fines de realizar una consideración conjunta de su recorrido, en base a indicadores diseñados a tal efecto, en la que todos se explayan en su evaluación.

En un momento me piden opinión: lo sabía. Me hizo acordar cuando en una reunión en un Centro de Salud Mental en Trieste también me hacen participar, preguntándome qué pensaba de lo que estaban discutiendo. Socorro. Es tan difícil poder entender sin juzgar, captar la lógica con la que se trabaja en otros lugares, sin comparar con lo conocido de la propia práctica. Además, en italiano.

Ultima noche en Latiano. Se habían disculpado avisándome que esa noche iba a cenar sola –nos íbamos todos temprano al día siguiente a un congreso en Milán-, pero a último momento aparece una chica –una operadora de la cooperativa- que dice que le han pedido me lleve a visitar un museo y a cenar. Charlamos mucho, me cuenta entusiasta acerca de su trabajo allí, y hacia el final de la cena, me propone ir a conocer el “118” (la central del servicio de emergencias, como el SAME de la Ciudad de Buenos Aires, pero mucho más pequeño en infraestructura dado que se trata de una ciudad pequeña), donde ella trabaja como voluntaria. No era su día de guardia, pero allí fuimos, a las once de la noche, se encontró con sus compañeros, y me mostraba orgullosa, detenidamente, el equipamiento de las ambulancias: su puesto de trabajo.

Cuando le conté al otro día a otra operadora de la cooperadora esta visita que había hecho, me dijo: “cada cual tiene sus museos!"

Mis museos en este viaje: las cooperativas sociales, los dispositivos de salud y salud mental; e inesperadamente, también las ambulancias!  Otro modo de conocer cómo se vive, cómo se trabaja, qué le importa a la gente en otros lugares; y sobre todo qué quiere mostrar de sí misma y de los lugares que habita.

Una veta por donde meterme en otros paisajes,  o por donde seguir metiéndome.

 

La hospitalidad.

El Diccionario de la Real Academia española define:

Huésped, da. (Del lat. hospes, -ĭtis). Persona alojada en casa ajena. Persona que hospeda en su casa a otra”.

Huéspedes somos, entonces; quien llega, y quien recibe. Hay algo en común. Alojamos y somos alojados, por la palabra; y por los muchos otros devenires que se produzcan entre nosotros.

Es bueno tener adonde ir. Estar en un lugar en donde no te conocen, y sin embargo te reconocen. La paradoja entre familiaridad y ajenidad.

Es que en esos días, en estos viajes, algo de la hospitalidad fue el lugar común, el hilo conductor.

Marcelo Percia [6] cita a Massimo Cacciari –filósofo y dos veces alcalde de Venecia-, quien puntualiza que:

 

“En sus comienzos el término hospes designa a quien recibe al extranjero, y hostis, en su primera acepción, no tiene el sentido de alguien con quien mantengo una relación de enemistad. Al contrario, inicialmente el término latino hostis y el griego xénos indican amistad. Con el tiempo, van a servir para nombrar a personas que nos desafían, nos amenazan, nos ponen en peligro. Extranjeros en quienes no confiamos. Extraños de los que hay que cuidarse. Nuestra lengua ya no es capaz de captar el significado original que tenían antes estas palabras, es decir, ese indicar una relación esencial en virtud de la cual ‘hostis’ era un término que se encontraba en el ámbito de la hospitalidad y la acogida”.

 

Esposito[7] plantea que nos “alteramos” relacionándoos no solo con el otro, sino con el otro del otro. Retoma la contigüidad léxica del hospes-hostis de Cacciari, para decir que:

“…lo que se teme en el munus `hospitalario´ y a la vez `hostil´ es la pérdida violenta de los límites, que confiriendo identidad, aseguran subsistencia”.

 

Desde ese punto de vista la comunidad no sólo no se identifica con la res publica, la cosa común, sino que es más bien una falla que circunda y perfora lo social, que fue siempre percibida como el peligro  de y no sólo en nuestra convivencia.

 

La primera vez.

Puerto Madryn, Chubut.

 

Primer Encuentro Nacional de Empresas Sociales, realizado en octubre de 2011 en Puerto Madryn, Argentina. En ese momento estábamos armando el Café Basaglia, al mes siguiente abríamos las puertas. Era nuestra primera presentación en público, pero más que nada la oportunidad de participar de ese encuentro de alrededor de cien emprendedores de varios lugares a lo largo de todo país.

Uno de los muchachos que se incluirían en el Café participaba en ese momento de otro emprendimiento en el Hospital Borda, y fue uno de los que tomaron el micrófono y contó su experiencia. Era la primera vez que hablaba en público y por micrófono, dijo luego entre contento y asombrado. También había contado que era la primera vez que veía el mar, y que viajaba tan lejos –fueron 20 horas de viaje en micro-.  Esa noche se sintió mal, tuvo una crisis, y fue acompañado todo el tiempo por los operadores que viajaban con él; a la mañana siguiente ya estaba bien.

 

Otras veces, otras voces.

Buenos Aires. Café Basaglia.

 

Recordé varias veces ese episodio en los años siguientes, cuando íbamos a presentar nuestro Café en distintos lugares; el mismo muchacho pudo tomar el micrófono y hablar en el Congreso Argentino de Salud Mental, muy suelto y seguro de sí mismo; y no hablar no sólo de él sino también de los compañeros.

Y a la noche no tuvo ninguna crisis.

 

Abbiamo tutti il diritto di un piacere effímero in cui credere fermamente[8].

Todos tenemos el derecho a un placer efímero en el cual creer firmemente.

 

Esta frase me acompaña hace años. La encontré en un relato, en uno de los primeros libros que leí en Trieste. El autor se refiere al placer de parar a tomarse un café; describe los cafés de Trieste, los lugares, y a su vez la variedad infinita de servir allí el café. Como varios escritores triestinos, hace referencia a esta ciudad como lugar de escritores:

“Páginas artísticas concebidas en los Cafés y cafés servidos según otras

invenciones, otros juegos de palabras. Cierto, la impresión es que la elasticidad mental del barman tiene relación con la fortuna literaria del lugar, tanto que al fin queda una pregunta: ¿Trieste es una ciudad de escritores porque se puso a jugar con los nombres de las cosas –incluido el café- o aquí se juega con el nombre de las cosas porque estamos en una ciudad de escritores?”

 

Esta búsqueda, este afán por decir las cosas de otra manera, casi literaria, se percibe también en Trieste, en los modos de decir y pensar las prácticas en salud mental.

Giovanna Gallio[9], psicóloga italiana, al preguntarse cómo es que una ciudad como Trieste dio lugar a una transformación en salud mental que fue más allá de sus fronteras, hace jugar lo que define como la sabiduría que esa ciudad tiene sobre los confines, por ser ella misma una ciudad de frontera, para otorgarle un plus a la psiquiatría -disciplina también de frontera, una minoría  a menudo devaluada dentro de la medicina-, en tanto puede mostrar “la capacidad de conservar cierta distancia en la proximidad, la ductilidad para convertirse en precursora de cambios en lo cotidiano y el dejarse atravesar por lo diverso, sin sentir amenazada en principio la propia identidad”.[10]

Me interesa de acá la idea de que a veces participamos de situaciones que no por poco duraderas, son menos intensas o productivas. También la de jugar con los nombres de las cosas, desafiar los modos habituales de nombrar lo que hacemos. Tal vez en ese juego nos jugamos también a hacer algo nuevo. Y que nuestra elasticidad mental –como hacedores de cafés con nuevos sabores, o para dejarnos atravesar por lo diverso, sin sentir amenazada la propia identidad, o lo que sea- no depende sólo de nosotros, sino de las condiciones del lugar y el tiempo en que vivimos.

 

 

Buenos Aires, marzo de 2014.

 

 

 

[1] MILLER, G. (2008) Citado por Iona Heath en Ayudar a morir, Pág. 28. Katz Editores. Buenos Aires.

[2] Me desempeño como psicóloga desde su creación en octubre de 2003 en el “Programa de Asistencia Domiciliaria Psiquiátrica-Psicológica Programada en Situaciones de Crisis” (AdoP-AdoPi), Ciudad de Buenos Aires.

[3] Tren por los derechos. Por la inclusión. Por la ampliación de los derechos de las personas con padecimiento mental. Contra el estigma y la discriminación. Organizado por ADESAM y otras instituciones.

 

[4] Se trata de un café, y a la vez de un dispositivo de capacitación para la reinserción socio-laboral de personas usuarias de los servicios de salud mental de la Ciudad de Buenos Aires, personas que por su vulnerabilidad psíquica y social presentan dificultades en su inserción laboral, implementado por fuera de las instituciones psiquiátricas, bajo el modelo conceptual de la Empresa Social y de la Salud Mental Comunitaria.

[5] Ellos ofrecen hospedaje a las personas que deciden conocer todos sus dispositivos de inserción. Tienen una lavandería industrial, una cocina industrial, una vidriería artística, y elaboración de productos de chocolate

 

[6]  PERCIA, Marcelo. (2004) Deliberar las psicosis. Pág. 83.Lugar Editorial. Buenos Aires.

[7] ESPÓSITO, Roberto. (2003) Communitas. Origen y destino de la comunidad. Pag.33. Amorrortu Editores.

[8] COVACICH ,Mauro. (2006)Trieste sottosopra. Pag 33.I caffè e il caffè. (Los cafés y el café).  Editori Laterza..

 

[9] GALLIO, Giovanna (1998). Confini, identità, alterità. En Trieste e un manicomio. Edizione LINT. Trieste. Italia.

[10] Estas ideas fueron más ampliamente desarrolladas en otro artículo: “Pensar en las fronteras”, Revista Topia. Noviembre 2012.

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Articulo publicado en
Abril / 2014

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