Durante los años de estudiante de psicología, como en mi formación en el campo del psicoanálisis, noté que había una distancia marcada entre el psicoanálisis y la salud mental, como si fueran espacios que no se tocan, ligan o interfieren entre sí, al principio intente comprender cómo era que cada campo tenía su objeto de estudio específico; el psicoanálisis ponderaba sobre la constitución subjetiva y sus malestares, una teoría/práctica que explicaba cómo se conformaba el psiquismo, los efectos de esta conformación y cómo cada sujeto debería aprender a manejar los mismos; y el campo de la salud mental quedaba más vinculado a la posibilidad de promoción y prevención, entendida como una evitación de los posibles conflictos psíquicos, o de un ideal de conformación del psiquismo por medio de ciertos cuidados de la salud, el campo en el que se intervenía remitía más a un espacio de lo social y comunitario, que nada tenía que ver con el sujeto y su individualidad, elemento del que se ocuparía en exclusividad el psicoanalista dentro del consultorio.
Lo que aparecía como especificidad de cada campo, disciplina, teorías o práctica, se volvió una resistencia de los psicoanalistas, más que una diferencia teórica propia del psicoanálisis en relación a la salud mental
De esta forma quedaban delimitados dos terrenos, que en apariencia parecían no tener nada que ver uno con el otro, pero a medida que la formación continuó avanzando y las problemáticas comenzaron a complejizarse, sobre todo con la inmersión en el mundo laboral, lo que parecía tan delimitado y distante comenzó a tener líneas borrosas, el trabajo con otros a partir de la interdisciplina remitía a introducir conceptos y términos de la salud mental indispensables para el trabajo; el terreno de lo social y comunitario se volvieron espacios para trabajar la subjetividad, reconocer nuevos elementos que determinan la constitución subjetiva, que complejizan a la misma o generan nuevos malestares; la inclusión de las crisis económicas y sociales dentro del consultorio llevaron más de una vez a pensar si todo podía ser abordado desde el discurso del inconsciente, cuando la realidad azotaba a los usuarios/as implicando sus vidas cotidianas.
Lo que aparecía como especificidad de cada campo, disciplina, teorías o práctica, se volvió una resistencia de los psicoanalistas, más que una diferencia teórica propia del psicoanálisis en relación a la salud mental; lo que comenzó a vislumbrarse fueron una especie de narcisismos teóricos, donde el psicoanálisis se tornaba una cosmovisión que podía explicarlo todo e intervenir sobre todo, mostrando un monopolio acerca del saber de los malestares subjetivos, como también sobre el funcionamiento de las instituciones de salud mental que parecían prestar servicio al discurso capitalista, que solo buscaría hacer sujetos funcionales al sistema de consumo.
Considero que esto fue lo que género que el psicoanálisis quedara encerrado sobre sí mismo, sin poder dialogar con otras disciplinas, situación muy diferente a la que propuso por ejemplo Lacan con la incorporación de la lingüística, la matemática, la antropología, etc., al interior del psicoanálisis; esto ha conllevado a recibir fuerte crítica de los otros campos disciplinares, que cuestionan la mirada sesgada y centralizada del psicoanálisis en torno a los conceptos fundamentales que sostienen su teoría; tal vez hacer un poco de historia y recordar los orígenes del psicoanálisis nos permita entender por qué los/as psicoanalistas deben ser considerados trabajadores/as de la salud mental, rescatando la fuerte vinculación que tuvieron ambos campos en los inicios del paradigma de la salud mental. Es por esto que el psicoanálisis se encuentra inmerso en el terreno de la salud mental, sin perder lo que puede aportar a la salud, como también ser permeable a la misma.
Hacer un poco de historia y recordar los orígenes del psicoanálisis nos permite entender por qué los/as psicoanalistas deben ser considerados trabajadores/as de la salud mental, rescatando la fuerte vinculación que tuvieron ambos campos en los inicios del paradigma de la salud mental
En torno al presente escrito, me centraré en dos problemáticas que a mi entender se vinculan a la dificultad de la relación entre el psicoanálisis y la salud mental; más específicamente a entender por qué los/as psicoanalistas no se reconocen como trabajadores/as de la salud mental. La primera problemática que me propongo abordar es en torno a la historia del psicoanálisis en relación a la salud mental, y la segunda problemática se focalizará en abordar la identidad del psicoanálisis en torno al profesional de la salud mental.
En relación a la primera cuestión -la historia del surgimiento de la salud mental y la relación del psicoanálisis con ésta- hay que destacar que hay un origen que los psicoanalistas desmienten en torno a la imbricación de ambos campos; la historia del psicoanálisis queda elidida de algunos vínculos históricos, sociales y culturales para ser presentada como un origen espontáneo que solo se desprende de los inicios de Freud como médico y su interés por proponer un método terapéutico diferente al de su época; queda de esta manera borrado el lugar fundamental que tuvo el psicoanálisis a la hora de la aparición de la salud mental en el mundo, estando presentes tanto su teoría como su práctica en la creación de dispositivos de intervención a nivel social y comunitario en el campo de la salud.
Vezzetti en relación a la historia del psicoanálisis plantea una diferencia en torno a la historia de la disciplina con la historia del movimiento psicoanalítico. En torno a este último, se entiende movimiento como un grupo no formal de individuos u organizaciones que tienen como finalidad el cambio social. En este sentido podemos reconocer que el psicoanálisis como movimiento se centra no en la historia de una disciplina sino en la de un conjunto social que tiene fines internos a su propia institución, una intención de sostener la eficacia del psicoanálisis por medio de mostrar los avances del mismo, o los crecimientos de las instituciones psicoanalíticas, destacando los distanciamientos entre psicoanalistas que se desviaron de los preceptos freudianos.
Lo que aparece en la historia del psicoanálisis son los vínculos entre los analistas a nivel de una novela familiar, una historia de los propios orígenes, por medio de las historias generacionales que relatan el crecimiento del psicoanálisis a partir de los vínculos transferenciales y la formación de los psicoanalistas entre sí (Vezzetti, 2000). Tal vez esto tenga que ver con la necesidad imperiosa que los/as psicoanalistas (partiendo del propio Freud) tenían en torno a la validez y veracidad del psicoanálisis, por lo que era importante armar el mito del héroe, es decir, aquel ser idóneo que tiene la capacidad de reconocer el inconsciente, como concepto que traía una respuesta a los malestares que los médicos de la época no podían tratar.
De esta manera la historia del psicoanálisis se encuentra más pegada a la “identificación a un nombre (o una ‘causa’) y en el sostén de una relación de ‘filiación’ que siempre retorna a ese nacimiento originario situado en la figura de Freud” (Vezzetti, 2000, p. 65). La historia queda de este modo alojada en una búsqueda de reconocimiento, validación y legitimación del psicoanálisis, alejándose cada vez más de la complejidad del psicoanálisis como objeto histórico, en la que se presentan múltiples elementos que definirían y determinarían su recorrido a nivel de la historia de la salud, por ejemplo, divorciar el psicoanálisis de su constitución terapéutica que se encuentra enlazada a la historia de la medicina y la psiquiatría junto con el desarrollo de la psicoterapia.
No podemos dejar de reconocer, que el psicoanálisis halla su lugar dentro del campo de la psiquiatría y la medicina1; disciplinas que se han planteado sucesivas modificaciones a lo largo del tiempo, en torno a los avances sobre la concepción y el tratamiento de las enfermedades mentales. En este sentido partimos del alienismo mental de Pinel, donde el alienado comienza a tener un espacio de tratamiento: los asilos, en este modelo se buscaba salir del estigma del loco como criminal, para reconocer el papel que la sociedad tiene en las causas del padecimiento mental.2 Luego con las parálisis generales progresivas y el artículo de Falret titulado, “Sobre la no existencia de la monomanía” (1854), se pasa al siguiente modelo, que tuvo como principal exponente a Kraepelin y las descripciones de cuadros nosológicos (Freud de hecho se basará en este último en sus propias descripciones de los tipos clínicos, ejemplo de ello es el caso del presidente Schreber). Con el modelo de las descripciones nosográficas, comienzan a proliferar las enfermedades mentales, implicando una pluralización y masificación de diferencias diagnósticas y tratamientos, en este momento surge la necesidad a nivel de la clínica de un reordenamiento nosográfico, es por lo mismo que surge el paradigma interpretativo con Jaspers, Freud y Lacan que proponen una nueva organización de la clínica y los modos de abordar la misma.
La historia del psicoanálisis queda elidida de algunos vínculos históricos, sociales y culturales para ser presentada como un origen espontáneo que solo se desprende de los inicios de Freud como médico
Entonces, el psicoanálisis surge dentro de un terreno que ya tenía a la enfermedad mental como objeto a intervenir, por supuesto que después irá virando su concepción hacia la de salud mental; pero destaco, que el psicoanálisis se incluye como una solución más a un campo que estaba siendo estudiado y reconocido previamente a su aparición, de hecho podríamos considerar que el psicoanálisis se aggiorna a lo que se venía pensando y trabajando en torno al alienismo y las enfermedades nerviosas de la época, aportando sus concepciones en relación al inconsciente, la transferencia, la pulsión, etc.
De esta manera el psicoanálisis no puede ser pensado fuera del contexto socio-histórico-cultural de la época; época que comienza a alojar cada vez más el concepto de salud mental (alejándose de la concepción más psiquiátrica tradicional que pensaba la enfermedad mental). Este lugar central que ocupará la salud en un momento histórico de la humanidad, se desprende de las grandes catástrofes humanas como son la segunda guerra mundial, el holocausto, la bomba nuclear en Nagasaki e Hiroshima, sumado a las migraciones masivas del campo a la ciudad, donde comienzan a presentarse pobreza, problemas de vivienda y hacinamiento; aparecen nuevos conflictos obreros desprendidos de reclamos sindicales e ideas socialistas, la falta de respuesta del sistema de salud a las enfermedades comienza a ser un problema grave. El eminente peligro de aniquilamiento de lo humano a falta de ciertos elementos de cuidado y protección ponen en alerta al mundo.
El primer modelo que intenta dar una respuesta a estas problemáticas será el higienismo mental (1930 en el primer congreso en Washington), este paradigma se presenta con un corte evolucionista y con cierta mirada de superioridad de la raza, por lo mismo se proponía realizar una prevención de los problemas sanitarios en la sociedad, como el hecho de trabajar sobre la integridad de las personas desde un modelo que implementaba una política de construcción del Estado y la nacionalidad, basadas en la integridad física y moral de la población por medio de una purificación de la especie (Vainer, 2014).
Es de la mano del humanismo, posterior a 1945, que se planteará una revisión sobre los códigos de convivencia y los lazos sociales, que se habían visto puestos en peligro, debido a las grandes catástrofes humanas, por lo que se propone una nueva forma de estar con los otros, que implica una responsabilidad sobre la vida de los sujetos que habitan en el mundo, dando paso a una concepción sobre la salud y en especial sobre la salud mental a cargo de las disciplinas con tintes sociales que podían brindar una mirada nueva o explicaciones sobre las formas de conductas de las personas.
De modo interesante, los encargados de promover el movimiento higienista como de salud mental en el mundo y en la argentina, fueron psiquiatras formados bajo el psicoanálisis, éstos son los casos de Meyer, Bosch que era discípulo de Pichon-Rivière, Goldenberg con el caso del Hospital de Lanús, todos psicoanalistas que se corrían de considerar al psicoanálisis como una cosmovisión que explica todo lo humano. Por el contrario, entendían que “los cambios debían realizarse desde la necesidad de la comunidad” (Vainer, 2014, p. 4), por lo que se proponen realizar un abordaje psicoanalítico no ortodoxo, de tinte teórico-práctico y no cerrado a técnicas provenientes de otras orientaciones psicológicas (como las dinámicas de grupo). De esta forma se apuntaba a un psicoanálisis permeable, moldeable y adaptable al entorno, a las demandas de las distintas clases sociales y las necesidades de los profesionales de prestar servicios de salud en dispositivos de salud.
En torno al segundo problema planteado en este trabajo, el de la identidad profesional del psicoanalista, aparece en los profesionales una necesidad de mantener una separación tajante entre los/as psicoanalistas y el resto de los/las profesionales de la salud mental, al interior de las instituciones de salud, como de las universidades (y destaco la universidad porque considero que es el primer espacio de formación de los futuros profesionales que se insertan en el campo psi), como si se tratara de dos profesiones diferenciadas, que no comparten herramientas prácticas, concepciones teorías o espacios en común. Un cierto halo de arrogancia baña a los/as psicoanalistas posicionados en esta mirada, ya que muy por el contrario a los principios en los que se sostendría el psicoanálisis, cierran sentidos sobre los otros profesionales del campo psi, como también arman certezas absolutas sobre lo que se entiende por salud mental, remitiéndose a frases fuera de contexto de Freud o Lacan, que pretenden explicar la totalidad del campo de la salud como la enfermedad. De esta manera: “El psicoanálisis se concibe a sí mismo como una práctica extraterritorial, como un saber soberano y sin contexto, se convierte en una cosmovisión totalizadora que, desde su propio púlpito, se autoriza a medir o juzgar otros saberes y prácticas. Por esa vía, el psicoanálisis tiende a sacralizarse, apartándose de la esfera de lo terrenal” (Dagfal, 2020, p 2).
El psicoanálisis no puede ser pensado fuera del contexto socio-histórico-cultural de la época; época que comienza a alojar cada vez más el concepto de salud mental (alejándose de la concepción más psiquiátrica tradicional que pensaba la enfermedad mental)
Si antes dijimos que la historia psicoanalítica remite a la historia del héroe, no es contradictorio pensar cómo dentro de lo que respalda la identidad psicoanalítica estaría la creación de un monstruo, al que hay que derrotar. En el relato de los psicoanalistas lo que se termina escuchando es que la salud mental ha quedado prendada al discurso capitalista y la medicalización, proponiendo sujetos adaptados y eficientes a la lógica del trabajo y el consumo; en esta vía los malestares subjetivos deben ser acallados con el fármaco, de esta manera la salud mental se centra en “producir” un sujeto funcional, que por supuesto no sería el objetivo del psicoanálisis, que aparece donde la cosa no anda, para manifestar el imposible lógico y el no todo de la castración, elementos inherentes a la constitución subjetiva.
Este discurso simplista, por parte de los/as psicoanalistas, ha primado durante años en los pasillos de las facultades; que es el espacio idóneo de contacto de muchos futuros profesionales con el psicoanálisis, de esta manera queda ligada la idea de que la salud mental está del lado del imperativo categórico de normalidad afín al mercado y el psicoanálisis se presenta como un discurso subversivo que propone un sujeto fuera de la norma, aquella disciplina que verdaderamente estaría al servicio de los usuarios, ofreciéndoles otro modo de estar en el mundo. El psicoanálisis erigido como otra mirada sobre la salud responde sin saberlo con la misma lógica en la que intenta catalogar a la salud mental; es decir, se coloca como dueño del saber de lo que debemos considerar como verdadero sujeto y cómo trabajar con él, movimiento anti analítico ya que se parte de un saber que cierra sentido sobre el funcionamiento de la cosa que “no anda”.
De esta manera, los/as psicoanalistas aferrados/as a algunos conceptos lacanianos, emparentan la salud mental con el discurso del amo (Rojas y otros, 2014), centrados en que la idea de la salud pública es generar un ideal de curación, que remite a una idea sesgada de los derechos humanos que propondría un “para todos”, borrando la singularidad de cada sujeto, eslogan con el cual el psicoanálisis se ha promocionado el último tiempo, manifestando que sería la única terapéutica que se centra en el caso por caso, en el deseo de cada sujeto como ética, y podríamos agregar en la concepción pululante del goce, que quedó condensado a ser el placer en el displacer que justifica los padecimientos de los sujetos. En este sentido el psicoanálisis tendría un lugar siempre que aparezca la falta, operando desde la lógica del no-todo, se erige como un discurso idealizado que nos propondría una forma de saber hacer con nuestro síntoma.
A mi entender esta ideología no es propia del psicoanálisis, y si lo fuera estaríamos en un momento idóneo para replantear los conceptos inherentes a la teoría psicoanalítica; de todos modos creo que estas posiciones taxativas sobre el psicoanálisis vs. la salud mental, se desprenden de algunos psicoanalistas (destaco el algunos), que considero están más focalizados en sostener cierta institución del psicoanálisis, cierto lugar de prestigio o distinción en el mundo psi, que determina que lo único que se puede considerar psicoanálisis es lo que se hace al interior de una institución psicoanalítica. Por el contrario, al interior de las instituciones de salud mental, el analista se presenta como alguien que posee una herramienta de lectura y dispositivo de formación clínica (Rojas y otros, 2014), al que hay que escuchar y por el que hay que ser interpelado, ya que sería el único que se presenta con una mirada crítica y ajena a las normas institucionales.
Las instituciones psicoanalíticas se volvieron trincheras donde los/as analistas se protegen de cualquier “ataque” de otros campos psi
Por lo antes dicho, el analista no se considera un trabajador de la salud mental, es más, se presenta orgulloso de alejarse de éste, ya que de lo contrario quedaría al servicio del discurso del Amo, y la función del analista es primar con el reverso de éste, es decir, introducir el discurso psicoanalítico como el único que dice algo de la verdad del sujeto y que podría proponer una verdadera transformación de las instituciones sino se resistieran al mismo. Esta mirada reduccionista de la salud mental y del psicoanálisis, no sólo niega los orígenes del psicoanálisis dentro del movimiento de salud mental, sino que (y considero que esto es lo que más daña al psicoanálisis), lo encierra en cuatro paredes donde no hay posibilidad de producción de nuevos conocimientos, porque ya todo estaría dicho en las obras de Freud y en los seminarios de Lacan, solo con leerlos y tener cierto recorrido clínico podemos ya trabajar como psicoanalistas, ofertando un saber sobre la verdad.
Tomando dos problemáticas centrales, como son: el de la historia del psicoanálisis dentro del campo de la salud mental y la identidad profesional del psicoanalista, se intentó evidenciar cuales serían las causas principales por las que los/as psicoanalistas no se consideran trabajadores/as de la salud mental, muy por el contrario, llegan a considerarse agentes externos a cualquier dispositivo de salud mental. Desde este análisis esto se correspondería (en mi opinión), a la necesidad que deberían presentar los/as psicoanalistas de validar la existencia del psicoanálisis como disciplina científica, junto con su eficacia terapéutica, apoyados en las ideas freudianas que son consideradas por ellos/as mismos/as de un valor insoslayable para la humanidad, debido a que han permitido acceder a un conocimiento de la subjetividad, que antes de Freud o Lacan eran desconocidas; lo que alejó completamente a los analistas de la intervención y la permeabilidad a los dispositivos de salud mental y a los/as profesionales que trabajan dentro de ella, ya que se centraron más en sostener su propia disciplina que interrelacionarse con otros, borrando de los registros históricos la relación íntima del psicoanálisis con la salud mental en los orígenes de la misma, y la función central que tuvo el mismo para la instauración de dispositivos novedosos en la época.
En este sentido, las instituciones psicoanalíticas se volvieron trincheras donde los/as analistas se protegen de cualquier “ataque” de otros campos psi, (ataque entendido como cuestionamiento a la teoría o la práctica), de la cual solo salen cuando arman algún tipo de contraataque, sustentado en frases lacanianas o freudianas arrancadas de contexto, cerradas en sí mismas o hasta en un lenguaje de difícil comprensión que solo puede ser entendido por los/as “conocedores/as” de la teoría o “expertos/as” de la práctica. Poco existe del diálogo con otros/as, de la interpelación de otras disciplinas al psicoanálisis y ni hablar de las innovaciones en el campo psicoanalítico cuando todo ya ha sido dicho, solo podemos leer a los que verdaderamente entendieron los preceptos psicoanalíticos. Desde este lugar, la identidad del psicoanalista queda construida en el marco de la diferencia con otros, necesidad de los/as analistas de mantener su particularidad frente a otros discursos que hay que desprestigiar.
En ese camino el psicoanálisis apunta a quedar como una práctica obsoleta, ya que cerrada sobre sí misma, no podría desarrollarse frente a las nuevas demandas que enfrenta una sociedad, que hoy más que nunca necesita de lo comunitario y lo social para soportar los malestares vigentes
Considero que todo esto genera una extra-territorialidad del psicoanálisis en el campo de la salud mental, que deberíamos cuestionarnos como analistas trabajadoras/es de la salud mental, ya que nos lleva a mantenernos ajenos al territorio de la salud, nos convoca a pensar que lo que habitamos en los espacios de salud no es pertinente para la intervención analítica y por ende nos aleja del terreno de lo público para solo trabajar desde lo privado o nos expulsa por medio de una mirada de superioridad donde las intervenciones nuestras serían las verdaderamente eficaces en los dispositivos.
Considero que en ese camino el psicoanálisis apunta a quedar como una práctica obsoleta, ya que cerrada sobre sí misma, no podría desarrollarse frente a las nuevas demandas que enfrenta una sociedad, que hoy más que nunca necesita de lo comunitario y lo social para soportar los malestares vigentes, en una época donde hay una necesidad imperiosa de que las disciplinas psi intervengan en beneficio de una humanidad que atraviesa crisis ambientales, guerras, problemas económicos y exigencias de éxito; se hace necesario un psicoanálisis que dialogue con otros/as, que se nutra de la práctica con otros/as, que trabaje en pos de los derechos humanos y que permeabilice su dispositivo a las nuevas necesidades; se necesita un psicoanalista trabajador de la salud mental. ◼
Bibliografía
Dagfal, A., “¿Hay que ‘profanar’ a Jacques Lacan? Por un psicoanálisis irreverente.” Página/12, 3 de diciembre de 2020. Disponible en www.pagina12.com.ar/309595-hay-queprofanar-a-jacques-lacan.
Dagfal, A., “La identidad profesional como problema: el caso del “psicólogo psicoanalista” en la Argentina (1959-1966)”, Psicología em Pesquisa, 8 (1), 2014, 97-114.
Dagfal, A., “El ingreso del psicoanálisis en el sistema de salud. El caso del ‘Lanús’”, Actas de las XIV Jornadas de Investigación de la Facultad de Psicología de la UBA, Buenos Aires, Fac. Psico. UBA, 2007, pp. 320-323.
Rojas, M. A.; Miari, A.; Paturlanne, E.L. & Rodríguez, L., “Psicoanálisis y salud mental: un lugar extraterritorial” en Actas VI Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología, Buenos Aires, Fac. Psico, UBA, 2015, pp. 506-509.
Soler, C., “Hacia la identidad” en Curso 2014-2015 en el Collège Clinique de Paris (clase I, pp. 1-6), Versión para circulación interna del FPLT, 2015.
Vainer, A. “Psicoanálisis y Salud Mental. Definiciones, experiencias y perspectivas”. Revista Topía, Noviembre 2014. Disponible en www.topia.com.ar/articulos/psicoan%C3%A1lisis-y-salud-mental.
Vezzetti, H. Psiquiatría, psicoanálisis y cultura comunista. Batallas ideológicas en la guerra fría. Buenos Aires, Siglo XXI, 2016, pp. 100-126.
Notas
1. Este recorte histórico de la psiquiatría es a fines de marcar el lugar de la salud mental en el campo de la psiquiatría y cómo el psicoanálisis se incluye en el mismo, no es intención dejar de lado otros terrenos que nutren al psicoanálisis como la neurología clínica con una nueva familia mórbida (las neurosis) y ciertos problemas en torno a hipnosis, sugestión, masa y simulación.
2. A los fines del presente trabajo se rescatan los elementos pertinentes para pensar el pasaje de la enfermedad mental a la salud mental y la inclusión del psicoanálisis dentro de este movimiento, no es intención del autor rescatar elementos positivos de ningún paradigma, como tampoco desestimar los elementos nocivos de cada uno de ellos a los fines de la salud y el tratamiento de los padecimientos mentales.
Ariadna Eckerdt, Lic. en psicología, esp. en psicología clínica. Universidad Nacional de Córdoba
licariadnaeckerdt [at] gmail.com