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Neoliberalismo y pandemia: la niñez asediada.

 

Se ha dicho tanto sobre el psicoanálisis en tiempos de pandemia en todos estos últimos meses, ¿no? Están quienes no pretendían ver nada nuevo y encajaron el fenómeno en categorías conocidas, se sabía casi todo así que no había más que dar cátedra, y hasta se animaron a predecir escenarios. Yo recordaba una observación freudiana en El porvenir de una ilusión (1927) donde señala que los seres humanos primero deberían tomar distancia respecto del presente, que si han de querer hallar puntos de apoyo para formularse juicios sobre lo venidero el presente tiene que devenir pasado. Y han estado también los que dijeron que este es un tiempo inédito y que, por lo tanto, no había que enchufar ningún saber y dedicarse a pensar, ir desde el fenómeno al pensamiento, de la clínica al concepto, y no al revés. Bueno, con esto quiero decir que todavía, porque la pandemia no ha declinado, resulta ingenua cualquier pretensión de originalidad y deberemos contentarnos con aproximaciones, con ideas provisorias. Lo que sí me parece importante, la primera idea que yo ubicaría es la exigencia de pensar en los contextos, en los territorios, al momento de decir algo sobre la práctica del psicoanálisis en estos tiempos. ¿Por qué? Porque el psicoanálisis no se ha despojado del todo de una tradición poco feliz vinculada a cierta pretensión de universalización que desmiente o neutraliza las localías, las diferencias regionales.

La consigna “Quédate en casa” es muy difícil de cumplir. Primero, porque muchas veces no hay casa y, segundo, porque de salir depende el alimento diario. La emergencia pasa por acá. Las 290 mil personas pobres e indigentes del área metropolitana de la ciudad de Santa Fe

Que la pandemia pone a todes en la misma escena no es cierto, todo lo contrario. Esta circunstancia se atraviesa desde la historia y las fantasías de cada cual a partir de los recursos para simbolizar de cada cual. Esos recursos se han armado en una historia, tienen una historia. Por eso cada uno le teme de forma distinta a esta pandemia. Lo temido es singular, y tiene una historia. Entonces, la situación actual temida por muches se monta sobre otras escenas temidas previas. Y esa historia está marcada, entre otras cosas, por el lugar donde se habita, el trabajo que se tiene o no se tiene, en el caso de les niñes por las pasiones de les adultes que les cuidan (esa idea de Ferenzci de que las pasiones de los adultos son el trauma de los niños) y por las instituciones que se recorre. En este sentido creo que los sectores medios y altos se han visto afectados en otros aspectos que los sectores empobrecidos. La pobreza –diría Ulloa (2011)- pone al sujeto en una máxima emergencia, en situaciones límite. Y las personas en condiciones de pobreza están desafortunadamente habituadas a las restricciones, forman parte de su vida cotidiana, no es dramático el cierre de los bares ni de los aeropuertos. El drama pasa por otro lado. La consigna “Quédate en casa” es muy difícil de cumplir. Primero, porque muchas veces no hay casa y, segundo, porque de salir depende el alimento diario. La emergencia pasa por acá. Las 290 mil personas pobres e indigentes del área metropolitana de la ciudad de Santa Fe en su mayoría no tienen vivienda propia o habita en casas pequeñas y precarias, y, además, pertenecen a la economía informal, es decir, si no salen a trabajar ese día posiblemente no coman. Es muy difícil y casi no fue posible el aislamiento, y no justamente por asumir una posición negacionista de la pandemia (posición que rechaza la cuarentena y se hace portavoz de un aparato político-mediático con fines destituyentes[1]). Es la población del cordón noroeste que trabaja para las 240 mil personas que habitan el resto de la ciudad. De las 530mil personas que viven en el Gran Santa Fe, el 42,6% es pobre y el 11% indigente[2]. El “Quédate en tu barrio”, una alternativa al “Quédate en casa” que se planteó en algunos casos después, tuvo un alcance acotado. Lo que más afectó a estos sectores fue la profundización de la situación de vulnerabilidad histórica que el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia) está muy lejos de mitigar. Los padres y las madres de les niñes que atendemos en el Hospital público: el vendedor ambulante, la empleada doméstica, el trabajador informal de la construcción, el que tiene un auto para trabajarlo por su cuenta como remis, la cuidadora de enfermos, en muchos casos continuaron saliendo a pesar de ganar mucho menos. No sólo en esta ciudad sino en extensos sectores de Latinoamérica se sufre, ante todo, no por el Covid-19, sino por la manipulación sistemática del capitalismo que se ha cobrado más vidas y ha abolido más derechos que este virus y que ningún otro. El progreso ha sellado un pacto con la barbarie, escribía Freud en Moisés y la religión monoteísta (1939). El virus es una causa menor comparada con todo lo que puso de manifiesto: la extrema desigualdad.

No sólo en esta ciudad sino en extensos sectores de Latinoamérica se sufre, ante todo, no por el Covid-19, sino por la manipulación sistemática del capitalismo que se ha cobrado más vidas y ha abolido más derechos que este virus y que ningún otro

Es un hecho cada vez más vasto, la pobreza es una realidad más abarcativa que la locura. Ahora bien, ¿la pobreza –efecto de decisiones políticas, absolutamente evitable- no es un indicador de la locura de esta época? Que la mitad de la población subsista en condiciones de pobreza y se viva como si nada de esto sucediera ¿no es una forma extraordinaria de alucinación? La desmentida y el rechazo masivo de la realidad de la pobreza obligan a repensar los criterios de aquello a lo que llamamos salud y aquello a lo que llamamos locura. Aquí no basta con un psicoanálisis del caso por caso. Es necesario recuperar al psicoanálisis en su potencia política, en lo que hace a la contribución que puede realizar a la disputa por la hegemonía de la construcción del sentido. Y, si desde otro lado, el psicoanálisis no ha retrocedido ante la psicosis (como tampoco lo ha hecho ante las infancias) ¿no tendrá que afrontar también el abordaje no de la pobreza (que se entienda bien: ¿el psicoanálisis no es una práctica samaritana ni estigmatizante), sino el abordaje en la pobreza? (Ulloa, 2011). Ahí donde la falta de recursos es crónica, donde tiene lugar una catástrofe cotidiana invisibilizada, donde no hay promesas de futuro y donde el dolor y la muerte son más accesibles que un derecho: ¿cómo impacta este malestar añadido en el sujeto que emerge aquí? ¿A qué desesperaciones y esperanzas queda librado? ¿Cuáles son los miedos de les niñes que se constituyen psíquicamente en estos contextos?

Una compañera con quien trabajamos juntos me compartía una escena de juego que protagonizaba un niño de 6 años de nombre Braian que ella atiende en el Centro de Salud de un barrio del cordón noroeste. Voy a leerles su registro:

“¡Vamos a jugar a la guerra! –invita a otres de su misma edad. Toma un pizarrón y con tiza garabatea tres monigotes sentados en ronda:

–Nosotros estamos acá –dice. Ellos vendrían por acá, tengamos cuidado de no regalarnos, nos cuidamos entre nosotros.

Interviene el resto:

- ¡Cuidado que ahí vienen!

- Corrannnnnnn.

- ¡Al piso!

- Cuidadoooo –grita Braian.

- ¡Traa, traaa, traaaa!

- ¡Me canse! Paremos –grita Maira.

- Vengan -dice Braian- siéntense. Les voy a hacer una pregunta.

Se hace un pequeño silencio:

- ¿Saben por qué les hice jugar a la guerra?

Cachetes rojos y hombros encogidos de no se prima en el resto de pibes transpirados.

Para que vean cómo se sienten.

- Yo cansada –dice Maira.

- Quiero seguir –agrega Pablo.

- A mí no me gustó –dice More.

¿Vieron que hay inundaciones por todos lados? –sigue Braian.

- Sí, eso es por Macri –contesta Pablo–  por eso hay que votar a Cristina, para que no haya más inundaciones.

- Ni guerras –dice Braian”.

Este niño tenía un abuelo carrero que se dedicaba al cirujeo al que mataron hace unos años y a quien él extraña mucho. También mataron a su tío de 11 años hace poco. Pero no quiere llorar porque si no le dicen maricón. En este registro anterior a la pandemia que hizo Lucía Schnidrig, mi compañera, que generosamente me autorizó a compartirlo aquí, puede apreciarse la notable inteligencia de Braian. Este niño de 6 años logra delimitar perfectamente aquello a lo que le teme: el asedio… de un ello(s)… los del otro barrio, el asedio de las balas, las inundaciones, la muerte. El asedio que ocasionan sus pérdidas, la tristeza, el recuerdo de sus familiares asesinados. Logra poner en juego aquello que lo asedia desde el entorno, pero sobre todo de lo que lo asedia desde el interior de su cabeza, desde la historia -que rebasa los límites de la suya propia. Lo que lo acosa, lo que lo acorrala es también la historia de su barrio y de las generaciones anteriores que también fueron asediadas, inundadas.

El contexto actual no es el contexto que tuvieron las primeras experiencias del psicoanálisis en instituciones gratuitas abiertas a la comunidad proletaria del período entre guerras (1918 a 1939), en el Ambulatorium de Viena o el Poliklinik de Berlín, o en Budapest y Londres. No es el mismo en un punto clave: el neoliberalismo globalizado no existía. Sí estaban los traumas de la guerra, los problemas graves de vivienda, la escasez de agua, gas y electricidad, la caída de los salarios reales, pero había una visión activista del mundo. El “revolucionarismo” –término acuñado por Helene Deutsch- que impregnaba el espíritu de la llamada Viena Roja (Ann Danto, 2013) proporcionaba un cierto marco al sufrimiento y también un sentimiento de comunidad… hasta el ascenso del nazismo, claro. Lo que quiero decir es que cada vez que en la historia de las sociedades se logra articular la idea de un proyecto compartido con la noción de un futuro habitable entre semejantes existe una razón para las renuncias y el esfuerzo propio, y de este modo, el padecimiento subjetivo cuenta con representaciones sociales que lo mitigan. Y el neoliberalismo hizo estallar ese horizonte atomizando a los sujetos, desmantelando todo rastro de la idea de comunidad que impone algún tipo de obligación hacia el otro[3]… aunque con Braian y sus compañeres de juego, el neoliberalismo ha fracasado en esto. Braian deshace el ideal social que impone el neoliberalismo: la ruptura de los lazos. Pone a jugar el asedio, lo comparte con sus pares que tampoco son ajenos a la amenaza porque habitan el mismo barrio y se inscriben también en la historia de este barrio. La propuesta de juego, pensada psicoanalíticamente, en transferencia, que se le ofrece desde el Centro de Salud lo habilita a nombrar lo traumático, que abarca tanto a sí mismo como a les otres niñes. Esta escena de juego grupal es un intento de metabolización que se interrumpe en un punto: Maira apela al expediente del cansancio como quien reconoce la señal de angustia. Sin embargo, Braian les invita a pensar en lo que sintieron. Es un psicoanalista (un pequeño Tato Pavlovsky, ¿no?). Es un niño extraordinario. Plantea preguntas, crea las condiciones para teorizar, interpela al resto para lograr una teorización compartida que calme el dolor y el miedo.  Y ahí Pablo aporta el enganche al contexto político, ubica la causa de las amenazas en el presidente Macri y abre una chance, una esperanza de cese de guerra: votar por Cristina. Es una teorización que mitiga la angustia y les introduce en una temporalidad que conjuga el tiempo futuro, es decir, les arranca de la inmediatez de la existencia. Es fenomenal esta escena porque también instala la posibilidad de trabajar su condición de ciudadanos, y ahí entra la cuestión de sus derechos y de aquello a lo que está obligada la clase política.

Me viene a la mente la experiencia de J. C. Volnovich con niñes en Cuba a fines de la década del 70. Las guarderías para niños argentinos (pero también chilenos y uruguayos) exiliados, cuyos padres participaron de la contraofensiva montonera. Dejaban en Cuba a sus hijes y venían a luchar a su país contra la dictadura y aquí eran asesinados. Eran niñes de todas las edades huérfanos de guerra, algunes de elles muy traumatizades a les cuales se atendía individualmente o en grupos. Y estes niñes iban a la escuela cubana. Y Volnovich (2002) dice: “Y la escuela en Cuba es la vida, y lo primero que veían, cuando llegaban a Cuba, era la imagen del Che, en la Plaza de la Revolución. Y el Che era argentino. Sus padres morían o habían muerto por ser como el Che. Y como eran hijos e hijas de revolucionarios, estos pibes eran muy reconocidos. Era sorprendente lo rápido que mejoraban”. A diferencia de les niñes exiliades en otros países como Francia o España. En realidad –dice Volnovich (2002)- para estos chiques, Cuba ofrecía un espacio que facilitaba la elaboración del trauma individual: “la valorización ética y política de la vida y de la lucha de los padres era muy importante y en nada ajena a la mejoría que tuvieron los chicos. El contexto revolucionario estimulaba la identificación positiva de esos chicos con los padres perdidos, la revalorización de la figura de los padres”.

¿A dónde quiero llegar con esto? A dos cosas. Por un lado, a la importancia de los contextos histórico-políticos que pueden generar mejores condiciones para sobrellevar el sufrimiento, o, por el contrario, incrementarlo. Y por otro, a la exigencia histórica del psicoanálisis por contribuir a la captura simbólica del trauma colectivo, a la obligación de pensar cómo interactúa el contexto social con el síntoma individual para determinar el pronóstico del padecimiento subjetivo.

Y en este tiempo, les niñes de estos barrios sin acceso a conectividad (otra de las tantas desigualdades que puso un poco más de manifiesto esta pandemia) se vieron privados de las instituciones extra-familiares que contribuyen, algunas más, otras menos, a capturar simbólicamente el trauma social: el Centro de Salud, la Ludoteca del Hospital y el barrio, los espacios de juego compartido, la escuela, la escuelita de fútbol, el polideportivo. Les niñes dejaron de poder circular y encontrarse en estos espacios, restringieron los intercambios con pares y quedaron librades, como decía antes, a las pasiones de les adultes. Claro que nosotres continuamos trabajando, pero la pandemia modificó algunas prácticas porque el distanciamiento obligatorio proscribe las actividades grupales.

En este tiempo hemos descubierto el papel fundamental de la escuela, el carácter estructurante del espacio de la escuela como otro lugar. La escuela tiene la particularidad de situarse entre la filiación y la separación. La escuela se elige por los padres y está en el marco de un acuerdo entre la familia y el Estado. La escuela permite cuestionar e interpelar las marcas familiares, tanto en la relación con les docentes como con les compañeres: tiene lugar el diálogo, hay un sujeto que interpela, que se dirige al niñe, que le habla. Y de este modo posibilita separarse de esas marcas familiares liberando a les hijes de los padres, pero también a los padres de les hijes. Hoy, sin escuela, no hay dialectización de los enunciados familiares. El eje de esta dialectización está en el trabajo al que obliga el semejante humano en relación. Y eso no lo sustituyen las pantallas, el instrumento técnico, ni la web, a los que queda confrontado el niño o la niña muchas veces sin la mediación del otre. A les chiques sin escuela les falta la oportunidad de hacer ese trabajo y les falta el entre, eso que sucede en los recreos y que tiene que ver con el juego. En el juego entre pares uno observa que hay una tensión constante entre dominar y ceder, entre hacer lo que quiere uno y lo que quiere el otro. Para poder seguir sosteniendo el lazo y el juego es preciso un equilibrio entre imponerse o renunciar: “Te presto, me prestás”. Es algo así como ir estableciendo una suerte de contrato social a partir de acuerdos entre niñes, sin la intervención directa del adulte. Lo vemos mucho en las formas de organización espontánea que tiene el juego grupal. Quiero decir, en el lazo con otres niñes se consolida la renuncia pulsional. Hay cosas que los pares no dejan pasar, en cambio, muchos padres sí. Los pares no aman a cualquier precio, por eso “tiene una potencia estructurante el lazo exogámico con pares, y al mismo tiempo es pacificante” -diría Jaime Fernández Miranda (2020). Porque “el amor incondicional es sofocante para el niño, genera una deuda impagable y una reciprocidad imposible” -dice él. El lazo entre padres e hijes no es recíproco. Y, por otra parte, diría yo, ese amor incondicional se puede tornar violento. Sabemos muy bien que las familias endogámicas se tornan violentas. ¿Recuerdan esa idea de Freud de que el organismo cerrado sobre sí mismo llega un punto en que empieza a tragarse sus propios desechos? Bueno, el encierro, la privación de lugares extra-familiares produce un espacio en el que se juegan no sólo las pulsiones eróticas sino también las hostiles. El semejante es vital para hacer jugar el erotismo, pero además para depositarle los desechos propios. Como efecto de estas privaciones hemos visto, por un lado, algunas regresiones, algunos fracasos en la renuncia pulsional de algunes niñes. Y por otro, vimos un aumento de situaciones de violencia sobre todo en familias con hijes adolescentes, que terminaron con daños auto-infligidos y hospitalizados.

Pero en relación a lo que decía sobre que los pares no aman incondicionalmente y del riesgo que comporta el amor endogámico a cualquier precio, no quiero dejar de destacar la importancia de la figura del amigue para la subjetivación, porque la amistad en les niñes y en les adolescentes forma parte de lo que Winnicott (2005) llamara la experiencia cultural. Hay un ensayo de Ricardo Rodulfo (2017) en el que trabaja esta cuestión, bastante poco teorizada por el psicoanálisis.  Y él señala que el amigue pertenece a la categoría de lo transicional, que funciona al modo del objeto transicional winnicottiano: es una posesión no-yo, algo que pertenece y no pertenece ni al mundo interno ni externo. Una alteridad que no se reduce a la actividad imaginaria, de allí proviene la figura del amigue. Se trataría de la creación de una intimidad sin apoyo en lo familiar, y que muchas veces va en contra de lo familiar, una suerte de puente entre lo endogámico y lo exogámico. Y les pibes durante este tiempo de pandemia se vieron bastante privados de este puente, de eso de lo que un amigue protege: de las pasiones internas familiares.  Ese amigue que no siendo familiar se convierte en una figura intermedia entre lo familiar y lo extra-familiar, y ayuda a desarrollar el tránsito. Y al mismo tiempo un amigue pone a resguardo de lo ajeno total que puede resultar el ámbito exogámico. Lo que vemos mucho es esto, que les púberes no van a lugares nuevos sin llevarse un amigue.

Entonces, creo que nuestras intervenciones tienen que pasar en este tiempo de pandemia por habilitar una zona transicional y eventualmente un afuera para les niñes y adolescentes (y también para algunos padres). Empecé a atender a un niño de 7 años por enuresis y encopresis secundaria. Había nacido un hermanito el año pasado y mientras podía pasársela de sus primos y vecinos e ir a la escuela esa coyuntura no lo afectó. Como ahora está casi todo el tiempo adentro su casa empiezan las regresiones. Un adolescente al que sigo atendiendo por teléfono cambió el día por la noche para evitar cruzarse con sus padres. Otro adolescente que veo en lo privado está 24/7 en “modo play”. Jugar en red y dormir, en estos casos, funcionan como ventanas al exterior. Aunque también, hay que decirlo, se han dado situaciones inesperadas. Por ejemplo, un paciente de 9 años con fallas severas en la constitución psíquica, como ahora pasa mucho tiempo junto a su madre, logró niveles de estabilización notables y arrancó a leer. La madre me envía videos de su hijo leyendo cuentos cortos.

Creo que hay numerosas situaciones, todas singulares. Pero también he visto incrementada la dificultad con las matemáticas, a algunes niñes les empezó a costar más las matemáticas en este momento más que en otros. Y hay que estar advertidos de que lo que pasa hoy es que todo el tiempo hay un bombardeo de cuentas y, sobre todo, de contar muertos, y esto puede ser terrible para un niño. También esto de la muerte hiper-presente se juega en muchos casos de hiperkinesis: niñes que no paran de moverse porque de este modo se defienden de la muerte. Para une niñe la muerte suele ser equiparada a la quietud. Y cuando les adultes les piden estar quietos pueden suponer que les quieren eliminar. Claro, esto entra en relación con angustias previas de muerte, entonces se defienden del terror que les provoca.

Hay que tener mucho cuidado con medicalizar las conductas que aparecen en esta situación porque algunas son esperables. No hay que psicopatologizar la cuarentena, más bien, tenemos que acompañar un proceso de elaboración propia de cada niñe

Hay que tener mucho cuidado con medicalizar las conductas que aparecen en esta situación porque algunas son esperables. No hay que psicopatologizar la cuarentena, más bien, tenemos que acompañar un proceso de elaboración propia de cada niñe. Por eso pienso que no debemos dejar de atender para esperar a ver cuáles son los efectos después. Hay que continuar los tratamientos igual, por medio de la forma que sea, porque estos tiempos pueden devenir en acontecimientos con idoneidad traumática.

En el arranque de la pandemia, y cierro con esto, yo dije que este tiempo era también un tiempo para poner a prueba las transferencias. Y creo que la posibilidad de sostener la transferencia tiene que ver con la propia experiencia transferencial, con la propia transferencia con el psicoanálisis, con la propia experiencia del inconsciente. Si uno no ha hecho o no hace esa experiencia que lo descoloca, que lo sorprende y al mismo tiempo conmueve profundamente, eso que –diría Volnovich (2002)- es fugaz como un rayo pero que impulsa la curiosidad, si uno no tiene una transferencia con el psicoanálisis que trascienda lo académico, lo puramente intelectual, es muy difícil que pueda sostener la transferencia de un paciente y de las instituciones donde trabaja. Si uno no se analiza, dice Volnovich, no puede analizar, por más que tenga mucho grupo de estudio.

Juan Pablo Hetzer
Psicoanalista. Hospital Dr. E. Mira y López. Santa Fe.
Lic. en psicología, Especialista en Psicología Clínica, Institucional y Comunitaria, Maestrando en Clínica psicoanalítica con niños (UNR). Docente de la Escuela de posgrado en clínica psicoanalítica de la infancia y la adolescencia (ASAPPIA-APSFL). Tutor de prácticas hospitalarias.
juanpablohetz [at] gmail.com (Santa Fe, Argentina).

 

Referencias.

Ann Danto, E. (2013). Psicoanálisis y justicia social. España: Madrid. Ed. Gredos.

Fernández Miranda, J. Conferencia: “La transmisión de legalidades y el jugar con otros”. Yoica. Facebook Live. 22 de abril de 2020.

Ferrari, N., Pietra, G. y Sauval, M. “Reportaje a Juan Carlos Volnovich”. Acheronta Revista de Psicoanálisis y Cultura. www.acheronta.org. Número 15 - Julio 2002.

Rodulfo, R. (2017). Ensayos sobre el amor en tiempos digitales. Argentina: Buenos Aires. Ed. Paidós.

Ulloa, F. (2011). Novela clínica psicoanalítica. Argentina: Buenos Aires. Ed. Libros del Zorzal.

Winnicott, D. (2005). Realidad y Juego. España: Barcelona. Ed. Gedisa.

 

[1] Es preciso aclarar que esta posición negacionista no es adoptada por la sociedad civil solamente. Es posible advertir su operatoria en la clase política también, tanto en la oposición como en el oficialismo. En la provincia de Santa Fe, quienes tienen la responsabilidad política de tomar decisiones que cuiden a sus ciudadanes levantan restricciones a la circulación al mismo tiempo que reconocen que el sistema de salud está colapsado.

[3] El neoliberalismo globalizado ha propiciado la constitución en el siglo XXI de lo que podría llamarse neo-fascismo. Esta suerte de etapa superior del fascismo se distingue del fascismo del siglo XX que aún conservaba la idea de comunidad pero estableciendo que una parte de esa comunidad debía ser excluida y eliminada. El neo-fascismo ya no plantea la idea de comunidad sino que aboga por su desmantelamiento. La identidad que predomina es la del sujeto del mercado, libre de las implicancias o ataduras que implica vivir en comunidad.

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Articulo publicado en
Enero / 2021

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