No cabe hacer una división binaria entre lo que se dice y lo que se calla; habría que intentar determinar las diferentes maneras de callar, cómo se distribuyen los que pueden y los que no pueden hablar, qué tipo de discurso está autorizado o cuál forma de discreción es requerida para los unos y los otros.
Michel Foucault, Historia de la sexualidad I
Conocí a Laura a sus 40 años. Concurre a una primera entrevista muy desbordada, refiere que le costó muchísimo llegar a la consulta, ya que siempre pensó que se las tenía que arreglar sola. Habla muy rápido y como vomitando las palabras. Varias veces debo pedirle que repita lo relatado, porque no entendía lo que decía dada la verborragia con la que hablaba.
- “Mis amigos me vieron tan mal, que me insistieron y al final acepté porque ya no aguantaba más.” “Siempre tuve con mi mamá una relación de amor-odio. Desde chica yo era la preferida porque era la única hija mujer, pero también me exigía mucho, yo tenía que ser la señorita de la casa, me vestía con vestiditos que para ella eran hermosos y que yo odiaba porque no podía jugar a los juegos que me gustaban. Así que cada vez que podía, me ponía pantalones de gimnasia para poder treparme a un árbol que había en el patio de mi casa y también jugar a la pelota.”
Los valores de una cultura determinada se transmiten de generación en generación a través del superyó de los sujetos que la componen
Refiere que tiene dos hermanos mayores que ella, uno de 42 y el otro de 45. “Me encantaba verlos jugar al fútbol, siempre que podía me metía a la cancha a jugar con ellos; pero me sacaban diciendo que no fuera varonera o machona, que no eran cosas para nenas. En la escuela jugaba mejor que algunos varones; se burlaban de mí porque me gustaba usar el pelo corto, hasta hubo una vez que me lo corté yo misma, y me quedó horrible; mi mamá estaba muy enojada; así que de a poco empecé a comportarme como esa señorita que tenía que ser, pero me sentía que no era yo, que interpretaba un papel.”(...) “Yo no sabía qué significaba, pero desde que estaba en la escuela primaria recuerdo que ya tenía atracción por las mujeres, había una compañerita rubia de la que me enamoré que se parecía mucho a la actriz rubia de Señorita Maestra y a la que le escribí una carta de amor a la dirección del canal.” Cuenta también que en esa época disfrutaba mucho de escribir cartas de amor e historias que inventaba; alrededor de los 12 o 13 años descubrió a su madre leyéndolas y que al sentirse invadida las rompió todas y no volvió a escribir.
Refiere además que está en pareja hace dos años con Rosa, una mujer de su misma edad oriunda de una ciudad del norte del país y que las ocasiones en las que Rosa va sola a visitar a su familia siente una “sensación de vacío espantosa”. “No entiendo por qué me siento así, es como si me arrancaran una parte de mi cuerpo.” “Dos años antes de salir con Rosa estuve tres años en pareja con Susana, mi familia no preguntaba nada, pensaban que éramos amigas y que compartíamos gastos.” “Era una tortura tener que fingir todo el tiempo y cuando ellos hablaban de sus parejas, yo tenía que callarme y dejar que dijeran cosas como ‘ella es muy reservada’, ‘¿no te irás a quedar solterona, vos?’ o ‘¿no serás virgen, no?’” Y además que le quisieran presentar “buenos chicos”.
“Un día (hace cinco años) no aguanté más y les conté a mis hermanos que era gay, que me gustaban las mujeres, que no me insistieran más con que saliera con tipos y me puse a llorar. Me dijeron que estaba todo bien, pero que no le dijera nada ni a mis padres, ni a mis sobrinos.”
A los padres porque los afectaría mucho, incluso su hermano mayor fue contundente, afirmó que podría matar a su padre esa noticia y que ella sería la culpable, y los sobrinos porque según ellos eran muy pequeños para entender y les “daría un mal ejemplo”. “Mis hermanos me dijeron que si aceptan públicamente mi ‘tema’ les estarían dando la aprobación a sus hijos para ser homosexuales” (irrumpe en llanto). Laura tiene cuatro sobrinos; Vanina (12) y Román (15) por parte de su hermano mayor y Lila (10) y Luciano (12) por parte de su otro hermano.
“Con mi familia soy como un sapo de otro pozo, ellos son muy católicos y muy conservadores. En las reuniones familiares hacen chistes muy discriminatorios como si yo no estuviera allí, pero yo no digo nada, me quedo paralizada.”
Refiere además que en algún momento militó en un partido de izquierda lo que fue un disgusto para sus padres. Para socializar suele ir a algunos lugares de encuentro como pubs o discos, o a recitales de cantantes lesbianas populares; lugares donde ha conocido a sus parejas a través de presentaciones de amigas o conocidas.
Respecto del motivo de consulta refiere que no quiere estar más así, que sufre mucho ya que se siente atrapada, sin salida. Ante mi pregunta refiere que no tiene ideas de muerte, ni intenciones de quitarse la vida, pero que a veces no tiene ganas de vivir y se queda en la cama muy angustiada. Le propongo tomarnos un tiempo para algunas entrevistas y ver si podemos armar un espacio de confianza donde ella pueda desplegar y trabajar lo que le pasa, y que dejamos como posibilidad la consulta con un psiquiatra en caso de que el monto de angustia no disminuya, lo cual acepta.
Los valores de una cultura determinada se transmiten de generación en generación a través del superyó de los sujetos que la componen,1 funcionando como una guarnición militar de la cultura situada en el interior del individuo.2 Por lo tanto, dada una sociedad/familia con aversión respecto de las relaciones entre personas del mismo sexo, un sujeto criado en dicho contexto, no sólo vivirá en un medio homofóbico/lesbofóbico, sino que además una instancia ubicada en su interior, que determina lo que “es” “bueno” o “malo”, discernirá como “malos” y en consecuencia despreciables y condenables acciones y/o pensamientos homoeróticos. Es lo que históricamente se ha denominado homofobia internalizada.3 Este concepto que no proviene del corpus de la teoría psicoanalítica ha sido un operador conceptual que desde los inicios de mi práctica clínica a finales de los años 90, me ha permitido rebatir ciertas propuestas de tratamiento que más que apuntar al cuestionamiento de los “ideales del yo” (uno de los vasallajes del yo)4 proponían desde un autoproclamado psicoanálisis, intervenciones que disciplinaban y aplastaban toda posibilidad de expresión del deseo del consultante.5
Cuando un sujeto va tomando conciencia de su orientación sexual divergente de la “oficial” esperada, si no encuentra nuevas propuestas identificatorias, suele quedar fijado al negativo del ideal
Tomaré dos citas a modo de ejemplo. Veamos lo que afirmaban algunos psicoanalistas en un Simposium y Congreso de la APA en el año 1980. En aquel entonces se hablaba de homosexualidad egosintónica y egodistónica. Esta última se refería a los sujetos que vivían su homosexualidad con grandes montos de culpa y angustia y es sobre la cual -según esos psicoanalistas afirmaban- podían supuestamente influir -cuando no “curar”-. Al punto que una autora llega a plantear que el ocultamiento y el pudor eran de “buen pronóstico” dado que “la homosexualidad en sí misma, observada microscópicamente, funciona como un delirio” ya que el juicio de realidad en cuanto al mundo masculino se encuentra perturbado y en lo que concierne a la transferencia las “interpretaciones rebotan”.6 Otro grupo de psicoanalistas en el mismo Simposium sostienen que en la “homosexualidad egosintónica” se ha coartado la formación del Ideal del Yo, y distorsionado o atrofiado el Superyó, por lo tanto, el objetivo del tratamiento era que la arrogancia inicial evolucionara a “una egodistonía vergonzante y elusiva”, ya que “el problema no es reducir la severidad del Super Yo sino reorganizar el sistema de valores total del Ideal del Yo - Super Yo.”7
Se trata a las claras de un psicoanálisis heteronormativo que perdió el norte de su poder revolucionario y cuestionador de las normas sociales que aplastan la singularidad de los sujetos. Esa pretensión de “reorganizar el sistema total de valores” no es más que un brazo disciplinador al servicio de una sociedad donde la heterosexualidad se impone como obligatoria más que como una orientación sexual entre otras.8
En la actualidad se apunta a afirmaciones políticamente correctas que disimulan la concepción heteronormativa con frases rimbombantes y enigmáticas. O bien exactamente lo opuesto, como por ejemplo un texto donde el autor se jacta de “políticamente incorrecto” criticando a los “psicoanalistas progres” que por la “confluencia del discurso del capitalismo con el de los derechos” han llevado “a la liquidación, a la dilución de la perversión como categoría nosológica”.9 Lo más curioso es que se refiere a las prácticas perversas retomando la definición de la psiquiatría clásica: toda práctica sexual que se desvíe de la “conducta sexual normal”. De este modo sitúa a la heterosexualidad como “la carretera principal” del goce humano e ironiza acerca de los que denomina “senderos personales”: “como somos muy respetuosos por la diferencia y no discriminamos, ningún goce es mejor -o peor- que otro, ¡adelante pues! ¡Realiza ya tus fantasías muchachito!”10
Laura se presenta planteando un dilema: quiere ser aceptada por su familia de origen y para esto debe forzarse a ser quien no es, “una señorita femenina que haga cosas de nenas”. Cuanto más obediente a los ideales familiares, más angustia siente; por otro lado, cuanto más leal a su deseo, más la aplasta su “conciencia moral” y más culpa experimenta. Según sus palabras solo se siente feliz cuando está junto a Laura en su bunker privado. Esta palabra remite a una popular disco gay de los 90 y como vocablo a “refugio subterráneo para protegerse de los bombardeos”. Que Laura utilice esa palabra nos conecta directamente con lo que implican el encierro, el aislamiento (bautizado como “estar en el closet” por la comunidad lgtbi+ estadounidense) y la simbiosis como estrategia de supervivencia ante un entorno homo-lesbofóbico.11 Laura “sobrevivía”, pero con el consiguiente empobrecimiento y sufrimiento subjetivo. Cuando un sujeto va tomando conciencia de su orientación sexual divergente de la “oficial” esperada, si no encuentra nuevas propuestas identificatorias, suele quedar fijado al negativo del ideal, o más bien a lugares abyectos, despreciables: “carreteras sinuosas, tortuosas, desviadas”.
El acto de escribir se transformó en un acto de creatividad que había quedado coagulado desde la pubertad, cuando su madre había invadido su privacidad y se había sentido humillada y avergonzada
El tratamiento consistió en que Laura pudiera ir ubicando donde estaba parada en la vida, es decir, que pudiera ir encontrando lugares identificatorios (divergentes a los de su familia de origen). Quién era, qué era ser mujer, y qué era ser lesbiana o gay para ella (solía autodenominarse “gay” u homosexual).12
Nunca había intentado hacerse preguntas sobre su vida y sus cosas. Ahora se enfrentaba a ver qué cosas la acercaban o la alejaban de su madre. La dificultad que tenía era hacerse preguntas y tolerar la diferencia. La forma de salir del pegoteo con su madre y su pareja fue trabajar el proceso identificatorio, quién era ella. Estuvo años “escondida” sin cuestionarse, la forma en que intentó afirmar su identidad fue haciendo la contra (no ser de derecha, no ser católica, etc.). Y paradójicamente terminaba plegándose a los deseos y afirmaciones de sus seres significativos.
En algunas oportunidades le hacía a Rosa -su pareja- algunos planteos que eran un calco de los que le habían hecho a ella sus padres y sus hermanos. “A veces le recrimino a Rosa que es muy ‘bombero’, que se cuide un poco de cómo se maneja en la calle... pero cuando me preguntaste qué me gustó de ella, me di cuenta que esa fue una de las cosas que me encantaban: que fuera desprejuiciada y no le importara lo que pensaran de ella, una mujer libre.”
T- “Sí y también es muy parecido a lo que te criticaba tu mamá; ¿cómo era que te decía...?”
L- “¡Que no sea tan machona, que no le quedaba bien a una señorita! ¡Qué horror, siempre odié eso de mi mamá y ahora se lo hago a Rosa que es la persona que más amo.”
En otras ocasiones se plegaba a los decires de su pareja o de alguno de sus amigos (que en rigor de verdad eran amigos de la pareja), quedaba confundida con el otro, lo que “ella” decía/pensaba quedaba opacado. Su modo de vincularse era fusional, no había límite entre ella y su madre; así como no lo había entre ella y su pareja. La diferencia la vivía como una traición a una o a otra; en todo esto, su propio lugar de enunciación quedaba borrado.
El primer paso en su tratamiento fue disponer las condiciones para la creación de un espacio-soporte donde encontrara en la función del tercero un límite: ya que no hay espacio sin un límite.13 Un espacio donde pudiera abrir sus vacilaciones y sus experiencias sin una mirada crítica que la aplastara en su alteridad. En ese camino de exploración e historización comenzó a ubicar cómo en aras de mimetizarse con el deber ser familiar empezó a camuflarse y a traicionarse: efectos de la aversión a toda diversidad sexual por parte de su entorno familiar. Menciona que cuando era niña había visto una novela donde “la lesbiana era la malvada” y al final moría, recuerda sin entender el porqué, haber sentido una gran tristeza.14 Por el contrario, su madre había expresado alivio ante ese final y comentarios de disgusto sistemáticos sobre lo perversa, depravada y pervertida de la protagonista, “las mujeres que hacen ‘eso’ son unas degeneradas”. Si bien su padre mostraba disgusto, no hacía comentarios ni positivos, ni negativos.
Inventar relatos fue un faro para su deseo, comenzó a ser algo que la rescataba de esa deriva identificatoria para anclar en algo propio
Por otro lado, en el aquí y ahora de su vida nada le interesaba a Laura, salvo hacer cosas con su pareja. Incluso si algún amigo las invitaba y Rosa no podía ir, ella se quedaba sola en la casa. Solo traía a su espacio terapéutico cuestiones que la hacían sufrir, sobre todo por parte de su familia. Cuando no había nada de ese orden, no sabía de qué hablar. En un período intentó comenzar varias actividades, pero iba una o dos veces y dejaba. Si bien yo le señalaba sistemáticamente el aspecto identificatorio homo-lesbofóbico con su madre, solo quedaba en el terreno de lo racional: “lo entendía”, pero no lo hacía “carne”. Tenía terror a “traicionar/desilusionar” a su madre, para ella ser una “mujer lesbiana independiente” era romper -según su fantasía- “definitivamente” con su madre y yendo más a fondo “la dejaría de querer” o “podría cometer una locura”. Respecto de su padre según había sentenciado su hermano “podría matarlo”. Unos siete u ocho meses luego de haber comenzado su tratamiento, en una sesión comenzó relatando una escena habitual de menosprecio familiar y continuó hablando de lo “desastrosa” que era ella, que Rosa la dejaría, que se quedaría sola y que ella no serviría para nada. La frené con un tono enérgico (contra-transferencialmente estaba irritado con el destrato de su familia y que ella lo repitiera al modo de la compulsión a la repetición):- ¡Basta Josefina (el nombre de su madre), cortála! ¡No parás de desvalorizar a Laura, sos muy cruel!
Se quedó atónita, luego se enojó. ¿Cómo me vas a decir eso? Sos muy desconsiderado.
- Sí, Josefina es muy desconsiderada... ¿A quién estás defendiendo a Josefina o a Laura?
- ¿Me lo dijiste en serio o fue una interpretación?
No le contesto. Le doy un papel y le transmito que ese día íbamos a hacer algo diferente y le pido que en una hoja escriba una historia que empiece con la escena que me había contado al principio: una mujer rodeada de gente que decía cosas agraviantes hacia ella, supuestamente “sin saberlo”. Escribió un relato de dos páginas sobre una empleada doméstica “negra”, lo leyó y corté la sesión. A la vez siguiente volvió a traerlo, pero con algunos cambios, complejizando la historia. No importa tanto el texto de lo que escribió sino que algo se desbloqueó. El acto de escribir se transformó en un acto de creatividad que había quedado coagulado desde la pubertad, cuando su madre había invadido su privacidad y se había sentido humillada y avergonzada. Inventar relatos fue un faro para su deseo, comenzó a ser algo que la rescataba de esa deriva identificatoria para anclar en algo propio, genuino. Desde allí fue encontrando otras boyas, su inclusión en un taller de escritura le permitió participar de su primer grupo personal, propio, no compartido con su pareja. El trabajo de renuncia al ideal familiar/materno aun está en proceso, con sus avances, resistencias y retrocesos, pero algo de lo coagulado se descongeló.
En la posición de analista no se trata solo de “interpretar” lo superyoico estragante, sino de sostener una posición ética que nunca es neutral. Supone un límite que se dispone en acto y que muchas veces requiere recurrir a diversas herramientas más allá de las palabras. Y antes que nada, se trata de un trabajo analítico en un contexto no disciplinante, por fuera del ideal heteronormativo , que no solo proviene de lo familiar sino también de lo social y como hemos visto incluso de algunos psicoanálisis.
Notas
1. Freud, Sigmund (1932): “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 31ª Conferencia: La descomposición de la personalidad psíquica”, en Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1976, 24 tomos, Tomo 22, p. 62.
2. Freud, Sigmund (1929): “El malestar en la cultura”, en ibídem, Tomo 21, p. 120.
3. Cf Barzani, Carlos: “La homosexualidad a la luz de los mitos sociales”, Buenos Aires, Octubre 2000, disponible en https://www.topia.com.ar/articulos/la-homosexualidad-la-luz-de-los-mitos..., donde realizo un acercamiento a los conceptos de homofobia y homofobia internalizada y sus efectos en la subjetividad.
4. Ver Freud, Sigmund (1923): “El yo y el ello”, en Ibídem, Tomo 19, en especial el Cap. V: “Los vasallajes del yo”.
5. La expresión del self genuino, lo informe y del sentimiento de estar vivo diría Winnicott, en contraposición al sentimiento de futilidad producto del acatamiento.
6. Rappoport de Aisemberg, Elsa: “Notas sobre un caso de homosexualidad femenina”, X Congreso interno y XX Simposium Perversión, Tomo I, APA, Buenos Aires, 1980, p. 56.
7. Marranti, A.; Dorfman Lerner, B.; Andrade, I.; Rojas, S.; Teicher, M.; Telecemian, A.: “Acerca del tratamiento psicoanalítico de pacientes con actividades homosexuales”, Tomo II, X Congreso interno y XX Simposium Perversión, APA, Buenos Aires, 1980, p. 395.
8. Conceptualizar la heterosexualidad ya no como una orientación sexual, sino como algo obligatorio, es decir, como un régimen “político” totalitario, tiene su hito en los artículos de A. Rich y M. Wittig. Rich, Adrienne (1980), “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana”, DUODA Revista d’Estudis Feministes Nº 10, 1996, pp. 15-45; Wittig, Monique, “El pensamiento heterosexual” (1978) y “Acerca del contrato social”, (1989) en El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Madrid, Egales, 2006.
9. Schejtman,Fabián (2005), “La liquidación de las perversiones”, en Ancla -Psicoanálisis y Psicopatología- Revista de la Cátedra II de Psicopatología de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, Nº 1, Buenos Aires, 2007, p. 27.
10. Ídem p. 24.
11. Existen infinidad de investigaciones y artículos en inglés sobre el proceso de salida del placard de gays y lesbianas y sus peculiaridades, no así en español y mucho menos desde una perspectiva psicoanalítica. Cuestiones como el “autodescubrimiento”, el manejo del secreto, la doble vida, la autoidentificación como gay o lesbiana, la culpa, el duelo/renuncia a la heterosexualidad proyectada y atribuida por el entorno social y familiar constituyen temáticas que forman parte del análisis de una persona gay o lesbiana. La crítica que puede hacerse a estos modelos es el intento de tipificación o estandarización (con la consiguiente homogeneización) y por otro lado, a que en general no atienden a las diversidad étnica y socio-cultural. Se puede encontrar un resumen de algunos modelos sobre el proceso de coming out en Eliason, M. J., “Identity formation in lesbian, bisexual, and gay persons: Beyond a ‘minoritizing’ view”, Journal of Homosexuality, Vol. 30 (3), Febrero de 1996, pp. 35–62. Un texto de lectura ineludible es Kosofsky Sedgwick, Eve (1990), Epistemología del armario, Barcelona, Ed. de la Tempestad, 1998.
12. Es condición interrogarse acerca de “quién no soy” para pensar “quién soy”. Ver Barzani, Carlos: “¿Soy o no soy transexual?”, Revista Topía Nº 83, Buenos Aires, Agosto 2018.
13. Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, Buenos Aires, Topía, 2014, p. 133.
14. Beatriz Gimeno señala dos estrategias tradicionales que existen para invisibilizar/visualizar el lesbianismo: el placard (bajo el pretexto del “buen gusto”, ya que se asocia a lo pornográfico) y el monstruo. “La estrategia de invisibilización pretende no sólo ocultar a la lesbiana, sino su misma posibilidad, tiene que ir más allá. En ocasiones, la estrategia de la invisibilidad no es posible o no resulta adecuada... (entonces) se adoptan estrategias de visibilidad perversa que convierten a la lesbiana en monstruosa, es la lesbiana masculinizada, de larguísima tradición en nuestra cultura.” Gimeno, Beatriz, La construcción de la lesbiana perversa, Barcelona, Gedisa, 2008, p. 80.