Este es un adelanto exclusivo de un capítulo del libro La construcción de los varones. Contra el patriarcado y otras desigualdades que será publicado por la Editorial Topía próximamente.
La deconstrucción ha devenido parte del lenguaje cotidiano de las luchas dentro de las cuestiones de género. Alejada de sus orígenes derridianos, es una moneda de corrección política que circula. Se vuelve un mandato superyoico con límites indefinidos. Su proliferación borra la memoria de luchas contra el patriarcado.1 Y también banaliza los complejos procesos de transformación necesarios. Porque si hablamos de deconstrucción, primero tenemos que hablar de la construcción de los varones como tales en el seno de una familia, un grupo social, un momento histórico. De lo contrario, caemos en juegos de palabras, eslóganes que no sólo no dicen mucho, sino que dejan huérfanos de herramientas a quienes luchamos. En las siguientes líneas describiremos cómo se construye un varón y por qué la deconstrucción es una ilusión.
Si hablamos de deconstrucción, primero tenemos que hablar de la construcción de los varones como tales en el seno de una familia, un grupo social, un momento histórico
La singularidad y peculiaridad de cada ser humano están determinadas por múltiples factores. Desde nuestro “sistema operativo”2, una persona y en particular un varón, va construyendo su corposubjetividad3 a partir de su propia “materia prima” derivada de las disposiciones pulsionales (que dependen tanto de lo constitucional, el particular desarrollo libidinal y de las primeras vivencias infantiles) y de ciertos mecanismos e inscripciones inconscientes singulares. Esta “materia prima” está entramada, a su vez, con factores históricos, culturales, étnicos, religiosos, ideológicos, económicos, sociales, laborales, etc. (lo que en nuestro esquema corresponde al “aparato cultural”).4 No es lo mismo si crecimos en el siglo XIX, en la década del ’70 del siglo XX o en el 2001; en una gran ciudad (tampoco es lo mismo si se trata de Buenos Aires, México o Madrid), una ciudad más pequeña o en un pueblo rural. Y dentro de la misma ciudad en un barrio de clase media alta, media baja o con necesidades básicas insatisfechas (sin cloacas y/o agua potable). Pero además si nos desarrollamos en una cultura atravesada por cierta racionalidad científica a que si nuestra comunidad y, por ende, nuestra familia, tiene creencias derivadas de culturas originarias.
A modo de ejemplo, hace unos años, un paciente que se había criado en una pequeña ciudad del interior de un país limítrofe con Argentina, lo que había sido considerado como “alucinaciones” en realidad tenía que ver con ciertas prácticas chamánicas que eran parte de su entorno primario. Otro ejemplo que podemos mencionar es la cantidad de actividades que eran consideradas características de uno y otro género y adjudicadas a factores biológicos en un pasado no tan lejano. Ciertas actividades que requirieran de la fuerza, la agresividad y/o la capacidad de liderazgo eran casi exclusivamente ejercidas por varones, y otras que demandaran cierta sensibilidad, permitidas a las mujeres. Así, actividades como el boxeo, las artes marciales, puestos de gerencia, ingeniería, mecánica, etc. eran “naturalmente de varones”. Y otras como la danza, la peluquería, el cuidado de niñxs, etc. eran oficios “femeninos” y de ser ejercidos por varones se presumía que se trataba de homosexuales, en otras palabras, de “varones fallados”, “mariquitas” 5 (aun hoy algunas de estas actividades siguen teniendo esa pregnancia de género).
En síntesis, no existe un Inconsciente sin estar atravesado por lo cultural. No hay una esencia del deseo. El Inconsciente es histórico social. Como planteaba León Rozitchner, el Ello que al decir de Freud es el “dominio extranjero interior” para el Yo, también está determinado por la cultura, “es lo externo cultural que está adentro”, pero que el Yo lo percibe como si fuera ajeno tanto a la cultura como a sí mismo.6 Lo que deseamos, lo que nos calienta no tiene nada de “natural”, también está atravesado por la cultura.7
La noción de identidad tiene varias complejidades. Por un lado, se utiliza coloquialmente y otras veces conceptualmente. En muchos casos, se mezclan dichos niveles. Si alguien simplemente habla de su identidad se lo toma como si fuera válido como concepto. Y como si fuera poco, no todos entendemos lo mismo cuando conceptualizamos la identidad.
Según una de las acepciones, “conciencia que una persona o colectividad tiene de ser ella misma y distinta a las demás”. O sea, uno se puede definir como varón, argentino, psicoanalista, etc. Es parte de la conciencia y va modificándose en diferentes épocas históricas y de la vida de cada uno. Si tomamos conceptualmente la noción de identidad, tendremos que definir qué entendemos por ella y qué mecanismos la constituyen. Desde ya, desde nuestra perspectiva, hay factores inconscientes que son los pilares de aquello que definimos como identidad y termina siendo consciente. La noción de identidad tiene un aspecto polisémico ya que connota a la vez lo idéntico y lo diferente. Implica sentirse y reconocerse con determinadas marcas o características singulares que a su vez nos diferencian de los otros, incluso, cuando vayamos cambiando a lo largo de nuestra vida.
No existe un Inconsciente sin estar atravesado
por lo cultural. No hay una esencia del deseo. El Inconsciente es histórico social
Podemos reconocernos como varones profesionales de la ciudad de Buenos Aires, psicólogos egresados de la Universidad de Buenos Aires, etc. Pero también si nos pensamos a lo largo del tiempo no somos los mismos -pero a la vez lo somos- en los distintos momentos del transcurso de nuestras vidas, los diversos momentos de la adolescencia, la juventud y la adultez. Porque dependerá de la singularidad de nuestra conformación corposubjetiva y a la vez de los diferentes grupos a los que hemos ido perteneciendo y nos han dejado marcas identificatorias que se van entramando con nuestra corposubjetividad: las reacciones de la familia ante las peculiares elecciones y decisiones de vida, el paso por las diferentes escuelas, los grupos de pares de los que hemos formado parte, si participamos o no de alguna agrupación o tribu, etc.
La identidad refiere al sentido de continuidad temporal y espacial -que construimos reflexivamente- de nosotros mismos, a partir de las formas en que reaccionan los demás a nuestras características singulares, a distinguirnos de los otros y decir qué es lo que somos y lo que no somos.
No hay posibilidad de identidad que no postule, al mismo tiempo, una alteridad: no sería posible una mismidad sin la existencia de esa otredad.8
Desde una perspectiva psicoanalítica la identidad es efecto de la identificación. Es un mecanismo inconsciente fundante y estructurante de nuestro psiquismo. En concreto, todos los ejemplos que describíamos, en su mayor parte, no son ni conscientes, ni voluntarios. El modelo de las identificaciones se asemeja al del iceberg, vemos solo una pequeña parte de lo que existe como identificaciones.
Freud discrimina entre identificaciones primarias y secundarias. Las primarias tienen lugar en las tempranas relaciones que se establecen entre el/la bebé y sus primeros otros. Estas primeras identificaciones se inscriben en el registro pulsional oral, donde no hay una clara diferenciación sujeto-objeto, ni yo-no yo. Las identificaciones primarias, entonces, son directas, inmediatas y anteriores a toda carga de objeto.
Allí tenemos varias cuestiones para la prehistoria de las identificaciones de los varones en relación a la identidad de género, que se va transformando con los demás tipos de identificación (secundaria) con otros varones, y también con los diversos modelos culturales sobre lo que implica ser varón encarnados en los otros que nos rodean (de acuerdo a los valores en cada familia y en cada clase y grupo social).
Esta identificación primaria es inconsciente. También la mayor parte de las identificaciones secundarias lo son. Sólo pensemos: si desde el vamos los cuidados y el trabajo doméstico son compartidos, probablemente algo se modifique en los hijos varones y mujeres. Aunque no sabemos sus consecuencias. Los efectos se verán a lo largo de generaciones, ya que los ideales y valores no solo se transmiten a través de la palabra y la educación, sino a través de fenómenos inconscientes como la transmisión de superyó a superyó que es el modo a través del cual se transmiten los valores de una sociedad determinada. De hecho, este cambio podría ser solo “cosmético” ya que un varón puede realizar esas tareas domésticas y, sin embargo, sostener íntimamente una visión machista y/o misógina respecto de las mujeres y otros varones que no cumplen con ciertas características.
La complejidad de la identidad de género (de varones y mujeres) se sitúa en que no solamente se debe a la “socialización”, sino a una trama inconsciente de identificaciones
Resaltemos dos aspectos: la tendencia del/la bebé a identificarse y, por otro lado, la capacidad identificante de esos objetos primarios en un marco de desvalimiento (hilflosigkeit) originario de esa cría humana y la consecuente dependencia de quienes ejercen las funciones de cuidado primarias ya que su cuerpo lo siente fragmentado y vacío. Por ello necesita de un Primer otro que conforma lo que Carpintero llama “un espacio-soporte afectivo, libidinal, imaginario y simbólico” que le permite soportar sus fantasías de muerte y destrucción, Tánatos y encontrarse con sus pulsiones vida, Eros. Ese Primer otro crea ese espacio a través de la atención de las necesidades de este/a infante para posibilitar el proceso de investidura libidinal que liga a las pulsiones de muerte y lo inscribe en una cadena simbólica. Estas primeras identificaciones sitúan determinados puntos de certeza en la subjetividad de este sujeto en proceso de constitución.
Este espacio soporte, en el inicio del conflicto edípico (que desde ya no es en los términos que proponía Freud, desde nuestra perspectiva), encuentra con el lugar de un tercero, un límite -ya que no hay espacio sin límite-, en el que se va constituyendo el drama edípico en relación a la alteridad. Al pasar de una relación especular de dos a la interdicción de un tercero, que opera con una doble castración -entendida como límite para ambos- al Primer otro y al infante.9
Desde los cantos infantiles, la forma de acunar, calmar las angustias, más adelante los cuentos y además los ideales de ese conjunto parental para esta persona que está siendo criada.
Freud lo dice “crudamente” en Introducción del Narcisismo: Ese proyecto de ser humano: “Debe cumplir los sueños, los irrealizados deseos de sus padres; el varón será un grande hombre y un héroe en lugar del padre, y la niña se casará con un príncipe como tardía recompensa para la madre.”10
Ese era el ideal patriarcal de la época de Freud. Hoy podemos afirmar que los ideales se han multiplicado exponencialmente: el éxito profesional, el dinero, la protección, ser buenos padres, estar presentes con los hijos, ser seductores, ser siempre jóvenes, un cuerpo sano y atlético, etc. Este coctel incompleto organiza las marcas de nuestra época que se anudan en nuestras identidades.
De esta forma, el sujeto va adquiriendo su identidad a través de la incorporación selectiva de pequeños rasgos. “La combinación de tales migajas da forma a la identidad, a la manera de una constelación o de un caleidoscopio; es decir, por composición de partículas. Por eso, todas las identidades, incluso las bien logradas, serán siempre fluctuantes, vacilantes, inestables, móviles.”11 El sujeto no es un ente pasivo, de modo que dependerá del anudamiento corporal de una variedad compleja de factores singulares -biológicos, psicológicos, históricos- qué rasgos incorpora y de qué forma los metaboliza.
Cuando hablamos de identidad de género estamos hablando de una parte muy importante de nuestra identidad en nuestras sociedades, nos referimos a la vivencia -corposubjetiva- del género como cada persona la siente. Si uno se siente varón, mujer, no binarie, trans, etc.
La identidad de género no está atada ni al sexo asignado al nacer (macho-hembra), ni a una orientación sexual específica, ni a la expresión de género. La expresión de género se refiere a los atributos externos ligados al género (vestimenta, modales, apariencia, etc.); la forma en la que las personas interpretan el género de una persona, más allá de como ella misma se identifique. De acuerdo a cada sociedad, algunos atributos se consideran masculinos y otros femeninos. En cambio, como mencionamos, la identidad de género se refiere a la manera en que una persona se asume a sí misma, independientemente de cómo la perciban o cataloguen los demás.
La crisis del patriarcado implica una crisis en el aparato cultural, esto derivará necesariamente en una crisis de los varones ya que esto mueve toda la corposubjetividad
La base de lo que se denomina “identidad de género” toma forma a partir del conjunto de identificaciones tempranas. Y se transforma (o no) a lo largo de la vida en el seno de una cultura determinada que va modificándose. Si los valores e ideales de lo que es ser varón se transforman en los grupos y sociedades, se producirá una disonancia a resolver por los sujetos. Si bien hay muchos cambios que están sucediéndose en cuanto a la aceptación de la diversidad y una masculinidad más sensible y menos rígida, esta cuestión tampoco es tan lineal.
Veamos brevemente el proceso de constitución de la identidad en cuanto al género.
Tomaremos muy esquemáticamente el modelo que plantea Dio Bleichmar12 (con algunas modificaciones a partir del concepto de yo-soporte de Enrique Carpintero). Para esta autora el Yo es desde su origen una representación del sí-mismo (self en inglés) genérico, no hay feminidad, ni masculinidad ni anterior ni posterior al Yo, ya que el Yo se constituye en las identificaciones primarias del infante con y por las personas cuidadoras primarias, que implantarán tanto los significados culturales de lo masculino y lo femenino y al mismo tiempo los provenientes de sus propias historias individuales.
1) atribución, asignación o rotulación del sexo al nacer; 2) la identidad del género, que a su vez se subdivide en el núcleo de la identidad (que es previa) y la identidad propiamente dicha, y 3) el rol del género.
En primer lugar, está la rotulación y asignación de sexo que el equipo médico y los familiares realizan del ser que recién nace (que no es única, sino que es un conjunto de mensajes que asignan a través de una trama reticular).
Tengamos en cuenta que apenas se rotula a quien recién nació como “macho” o “hembra”, se disparan una serie de expectativas, sentencias y conductas por parte del entorno primario que impactarán de modo consciente e inconsciente en su constitución subjetiva.
Entonces, nacemos en el seno de un desvalimiento originario, donde nuestras Primeras otredades constituyen el espacio-soporte de la muerte-como-pulsión. Estas Primeras personas, insertas en una cultura, son quienes nos preservan y nos ofrecen los instrumentos necesarios para nuestro desarrollo. A la vez, estas otredades son modelos de identificaciones que conforman nuestra identidad.
La primera certeza en la estructuración de nuestra corposubjetividad implica el sentimiento de mismidad en contraposición con la otredad parental (de los primeros cuidados) [la discriminación yo-no yo]. Mariam Alizade postula una identificación al género humano: “La identidad primordial se enraíza en lo arcaico y acepta el imprinting de la especie. Tiene la apertura a la humanidad del ser. El otro reflejante conforma un espacio psíquico primario arcaico, ni masculino, ni femenino, simplemente humano.”13 Este imprinting se trata de un supuesto teórico, ya que en nuestras sociedades la identificación como “humanos” es simultánea a la asignación de un género. No decimos, ni preguntamos si alguien que va a nacer es un humano, sino que la pregunta suele ser ¿es nena o nene? La asignación de género suele ser incluso anterior al nombre.
La propuesta de la “deconstrucción” suena como mínimo ingenua. Y en muchos casos, esta ilusión sólo deja abierto el campo a la contrarreforma machista.
Entonces, antes que ese/a infans tenga noción de la diferencia anatómica de los sexos, se va conformando el núcleo de la identidad de género, es decir, ya se identifica como varón o mujer (“soy nene”, o “soy nena”) efecto de un proceso complejo de identificaciones primarias y secundarias. Este precipitado de identificaciones, implica sedimentos de nuestras diferentes capas identificatorias a lo largo de nuestra vida.
Si me identifico como varón, en nuestras sociedades en particular, el dispositivo de masculinidad hegemónica implica, además, el rechazo de todo lo que tiene que ver con lo considerado “femenino”.
La complejidad de la identidad de género (de varones y mujeres) se sitúa en que no solamente se debe a la “socialización”, sino a una trama inconsciente de identificaciones. Volviendo al modelo de la corposubjetividad, si hablamos de socialización solo implica el aparato cultural y nosotros hablamos de un entramado donde se anudan de forma compleja los aparatos psíquico, biológico y cultural.
El investigador Ariel Sánchez entrevistó a varones de entre 30 y 35 años. Uno de éstos, al hablar de su grupo de amigos de la adolescencia y de la importancia que tuvieron en su vida, cuenta: “Son tipos con los que te vas marcando la cancha para cómo ser hombre, digamos, eso es muy importante...” “La palabra ‘marcar’ en el lenguaje de las prácticas deportivas, sobre todo en el fútbol, alude a seguir a alguien, controlarlo, no perderlo de vista. Los ‘tipos con los que te vas marcando’, al tiempo que son amigos, devienen pares de género que encarnan el rol de controladores-controlados de lo que se debe y lo que no dentro del espacio de la normativa de género.”14
En un estudio estadounidense se preguntó a mujeres y hombres qué era lo que más temían. Mientras las mujeres respondieron que, a ser violadas y asesinadas, los varones contestaron que lo que más les asustaba era ser motivo de risa15, nosotros agregamos: por no ser lo suficientemente masculinos o, dicho en otras palabras, ser ridiculizados por ser “afeminados” o “maricas”; y eso está marcado en carne viva.
A modo de ilustración: en una serie francesa -La vida en risa (Drôle), 2022- una de las protagonistas consigue tener éxito en un stand-up comentando el placer de su pareja varón mediante la estimulación anal. El problema empieza cuando su pareja varón pasa a ser objeto de bromas por ello y la crisis que implica para él.
Algunos imaginarios sociales van cambiando y al mismo tiempo conviven con otros más arcaicos al modo de las capas geológicas. Algo que parecía superado, de otra época, permanece agazapado y, repentinamente, brota.
Pueden ser varios los desenlaces en cada sujeto: desde la regresión a una masculinidad tradicional, es decir, una suerte de contrareforma machista como sucede con uno de los protagonistas de la serie española Machos Alfa. Luego de asistir a un taller de “deconstrucción de la masculinidad” promueve la contrarreforma machista: el varón tiene que “recuperar la virilidad que le han quitado” (sic) -; un conflicto entre diferentes modos de ser varón, que dará una serie posible de sintomatologías -verbigracia, quedar perplejos al querer encarar un vínculo sexoafectivo con una mujer-; hasta una transformación de estas identificaciones a partir de los nuevos grupos y contextos de los que formamos parte. Y este proceso no es sin marchas y contra marchas.
Una situación de estos tiempos: las adolescentes criadas en una familia de cosmética progresista, pero patriarcal en los hechos, se encuentran con la “marea verde”, grupos de identificación diferentes. Cuestionan al padre por no hacerse cargo de tareas domésticas, demandan el consentimiento en parejas y la igualdad en el trato. Esto puede producir varios caminos en estos varones cis-heterosexuales. Pero es imposible que no entren en crisis.
Para estos varones y estas mujeres, la idea de yo-soporte de Enrique Carpintero, también tiene otro ángulo, que es la cultura como espacio-soporte. La identidad de varones, mujeres, no binaries, tiene una cultura que permite soportar diferencias. No es lo mismo para la propia identidad, los efectos del matrimonio igualitario, la ley de identidad de género, la condena social y jurídica de los abusos de varones a menores y a mujeres, etc. Esto modifica qué entendemos por varón y por mujer y brinda nuevas referencias identificatorias.
En los ’50 una mujer que estaba en la esfera pública era tildada pseudopsicoanalíticamente como fálica, o bien como que no asumía su femineidad, ligada a cuidar a su familia. Hoy nadie siquiera se atrevería a formularlo.
La crisis del patriarcado implica una crisis en el aparato cultural, esto derivará necesariamente en una crisis de los varones ya que esto mueve toda la corposubjetividad. Entró en crisis el modelo de varón en el que fuimos construidos muchos de nosotrxs. Pero estas crisis no afectan a todos los varones por igual. La construcción de la identidad de género es fruto de esta compleja gama de identificaciones solidaria con la generación, el grupo social, la familia y la clase de pertenencia. Estas huellas se inscriben en una historia singular de precipitados de identificaciones primarias y secundarias con diversos varones (padres, abuelos, hermanos, tíos, pares, ídolos juveniles, etc.). Pero también con diversos afluentes que van desde lo que el propio grupo social de pertenencia considera ser “un varón” hasta lo que las mujeres de la familia y los grupos secundarios consideran (consciente e inconscientemente) qué es ser “un varón” y qué es lo masculino y lo femenino. Todas estas huellas corporales inter y transubjetivas construyen el propio modo de ser varón, que se va tallando a lo largo de la vida, de acuerdo a los momentos sociales e históricos y la propia singularidad.
Es decir, qué es ser varón para nuestros diversos grupos de referencia, por tomar solo dos ejemplos, si soy adolescente y mi grupo de amigos valora “cuantas minas me arranco en una noche” no tendrá el mismo efecto que si mi grupo está atravesado por la “marea verde” y considera que ese proceder es de “machirulo”. O si soy gay y mi entorno manifiesta aversión hacia lo femenino en un varón o, por lo contrario, está consustanciado con las luchas lgttbi y reconoce esas actitudes como homofóbicas o “plumofóbicas”. Estos grupos de referencia nos van “marcando”.
A partir de este recorrido, la propuesta de la “deconstrucción” suena como mínimo ingenua. Y en muchos casos, esta ilusión sólo deja abierto el campo a la contrarreforma machista.
A lo largo de este texto recorrimos el largo camino de cómo se construye un varón. Transformar identidades implican crisis que llevan a desidentificaciones y nuevas identificaciones con otras formas de ser varón, recuperando historias de otros varones. Experiencias corposubjetivas compartidas que permiten construir otras historias. ◼
Notas
1. Vainer, Alejandro, “La ilusión de la deconstrucción de los varones. Recuperando las huellas de los que lucharon contra el patriarcado”, en Revista Topía Nº87, Bs. As., noviembre 2019.
2. Nosotros partimos de la conceptualización original de Enrique Carpintero sobre una corposubjetividad fruto del anudamiento de los aparatos orgánico, psíquico y cultural. Nuestra perspectiva no es “bio-psico-social”, sino tres perspectivas articuladas en diferentes cuerpos que son la sede de la corposubjetividad. Un psicoanálisis freudiano, donde el inconsciente se postula energético y pulsional. Un abordaje de lo orgánico teniendo en cuenta diversos avances en neurociencias y las novedosas concepciones sobre la plasticidad neuronal. Y sobre el aparato cultural una perspectiva marxista crítica de lo social.
3. La corposubjetividad es un concepto creado por Enrique Carpintero y da cuenta de un sujeto que constituye su subjetividad desde diferentes cuerpos: “el cuerpo orgánico; el cuerpo erógeno; el cuerpo pulsional; el cuerpo social y político; el cuerpo imaginario; el cuerpo simbólico. Cuerpos que a lo largo de la vida componen espacios cuyos anudamientos dan cuenta de los procesos de subjetivación.” Ver Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, Buenos Aires, Ed. Topía, p. 36.
4. Ver Carpintero, Enrique, op. cit., Cap. 2: “La corposubjetividad”.
5. Incluso confundiendo identidad y/o expresión de género con orientación sexual. Lo femenino en el varón era altamente denostado y repudiado.
6. León Rozitchner, Freud y los límites del individualismo burgués, ediciones de la Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 2013, p. 54.
7. Barzani, Carlos A., “Sexo ‘natural’ y barebacking. Riesgo, transgresión y disidencia”, Revista Topía Nº 93, Buenos Aires, Noviembre 2021.
8. Ver Navarrete-Cazales, Zaira, “¿Otra vez la identidad? Un concepto necesario pero imposible”, Revista Mexicana de Investigación Educativa, vol. 20, núm. 65, abril-junio, Consejo Mexicano de Investigación Educativa, México D. F., 2015, p. 468. También el filósofo Bajtín, para quien identidad y alteridad se entienden como conceptos interdependientes, complementarios, de una naturaleza relacional y relativa. “Porque el hombre no puede ver ni comprender en su totalidad, ni siquiera su propia apariencia, y no pueden ayudarle en ello la fotografía ni los espejos. La verdadera apariencia de uno puede ser vista tan sólo por otras personas, gracias a su extopía espacial y gracias a que son otros.” (Bajtín, Mijaíl, Yo también soy. Fragmentos sobre el otro, México, Editorial Taurus, 2000, pp. 158-159.)
9. Ver Carpintero, Enrique, “El Complejo de Edipo como continuidad entre el campo del deseo y el campo de lo socio-histórico-político”, Revista Topía Nº 96, Bs. As., Noviembre 2022.
10. Freud, Sigmund (1914), “Introducción del narcisismo”, Obras completas, Tomo XIV, Amorrortu, Buenos Aires, 1976, p. 88.
11. Korman, Víctor, “Identidad, exilio y salud mental”, Revista Topía Nº 81, Noviembre 2017, p. 8.
12. Dio Bleichmar, Emilce (1985), El feminismo espontáneo de la histeria, México, Fontamara, 1997, Cap. 1.
13. Alizade, Mariam (2005), “Pensando la homoparentalidad” en Rotenberg, Eva y Agrest Wainer, Beatriz (comp.), Homoparentalidades. Nuevas familias, Buenos Aires, Lugar, 2007, p. 80.
14. Sánchez, Ariel, “Marcar la cancha. Reiteraciones, desvíos y tensiones en el arduo proceso de hacerse varón” en Chaneton, July (comp), Modos de vida, resistencias e invención, Buenos Aires, La Parte Maldita, 2017, p. 65.
15. Noble, V. 1992. A. Helping Hand from the Guys. En K.L. Hagan (ed), Women Respond to the Men’s Movement. San Francisco: HarperCollins, pp. 105-6. Mencionado también por Kimmel, Michael (1994), “Homofobia, temor, vergüenza y silencio en la identidad masculina” en Valdes, Teresa y Olavarría, José (eds.), Masculinidad/es: poder y crisis, ISIS-FLACSO, Ediciones De las Mujeres N°24, junio 1997, pp. 49-62.