Vengo de cerrar “mi sala” de Zoom, ese lugar virtual que habito parcialmente de lunes a viernes y, a veces, más porque también el tiempo ha recibido el impacto deformante de la pandemia. Acaba de terminar la sesión de Gabi, que con sus 12 años es el último niño al que atenderé esta semana. Antes de despedirnos, conversamos largamente -él medio dormido en su cucheta y yo rodeada por algunos de los objetos que hasta el 2020 constituían el mundo de lo privado- sobre este “nuevo colegio de mierda”, uno con horarios, clases y deberes, pero sin recreos ni la proximidad excitante de otros cuerpos.
En marzo de 2020, en los albores del confinamiento, muchos analistas salimos colectivamente a revisar las prácticas en función de poder sostener el trabajo analítico con nuestros y nuestras pacientes