Una querida paciente cuyo análisis se desarrolla de manera virtual por la distancia geográfica que nos separa, trae un sueño.
En el mismo, conversamos, lo hacemos a través de una pequeña ventana. Yo estoy ubicada afuera, y ella, adentro… El espacio en el que la charla discurre seguirá demostrando su significatividad con el paso de los meses, pero hoy no viene al caso. En esta ocasión en particular, ella habla mientras yo la escucho con atención. Se trata de algo importante y estamos ubicadas cada una de su lado, cara a cara.
En 2020 también nos dirigimos a los clásicos para revisar cómo se habían ido sorteando los cambios acaecidos en el pasaje del consultorio vienés del siglo XIX a espacios tan diversos como hospitales generales, gabinetes, campos de refugiados, ludotecas…
De repente, toma conciencia de su cuerpo desnudo y la invade la preocupación de que yo pueda notarlo. Hasta ese momento el restringidísimo campo visual de la pequeña ventana parecía tranquilizarla.
Es más, su desnudez ni siquiera la había interpelado como para tener que tomarla en consideración; sin embargo, ante la idea de verse expuesta más allá de los límites de la abertura mínima que nos separa y comunica a la vez, aparecen tanto el pudor como la angustia.
Otra paciente, también muy querida, sueña que camina por un bosque verde y maravilloso al que asocia con su propia infancia.
En el paseo vislumbra una pequeña casa a cierta altura y entiende que debe subir una escalera con pasamanos para poder acceder a la puerta. Comienza el ascenso. Se percibe tan expectante como entusiasmada.
Cuando llega a la cima, escudriña el interior de la construcción y por la ventana -nuevamente la ventana- me ve; a la vez, yo estoy mirándola, le sonrío con calidez, ella lo entiende como una invitación a pasar y lo hace confiada.
Dos fragmentos del trabajo con mujeres inteligentes, sensibles, curiosas… Cuyas asociaciones permitieron ampliar el campo de lo pensable con el trabajo del sueño como punto de partida y no de llegada.
Ambas, es evidente, claras pacientes de análisis.
Se trata, además, de dos momentos preciosos, no solo por su belleza poética y por su carácter amoroso en términos transferenciales, sino también porque invocan la riqueza de estas nuevas ventanas que emergen en los análisis con carácter, por lo menos para mí, novedoso y enigmático.
El trabajo con traumatismos severos nos permitía renunciar al diván y sostener el cara a cara con una racionalidad metapsicológica, sabiendo que la mirada podía resultar un anclaje necesario y que las palabras y las intervenciones simbolizantes propuestas podían capturar aquello que incrementaba sufrimientos psíquicos intensos por vía de inéditos procesos de neogénesis
Si como dice el refrán, “donde se cierra una puerta, se abre una ventana”, estas últimas, abiertas o cerradas, que dejan ver o que esconden, que unen o separan, parecen ratificar su central y problemática importancia en nuestra labor cotidiana y conservan cierto espesor propio que agita algunas ideas…
Entiendo que el esfuerzo por definirlas no lograría emparentarlas sin más con la categoría de resto diurno1 y así pensarlas como efecto directo de las variaciones técnicas planteadas en la práctica analítica a partir de la pandemia de covid-19 que nos confinó durante casi todo el año 2020.
Esta ventana de los sueños relatados en análisis podría asociarse de manera acotada a dichos cambios, pero nuestro intento de explicación se empobrecería si nos limitáramos a considerarlas como un fragmento de lo real.
Tal vez plantearlas como elementos desprendidos de “lo vivido” en un análisis virtualizado, sería equiparable a suponer que si en el sueño de pacientes que han sostenido la presencialidad de manera exclusiva, aparece algo que remite al registro perceptivo del consultorio -la textura del diván, la luz del lugar, el estampado del floreado vestido de la analista-, estamos frente a una decantación de lo visto, de lo tocado o de cualquier otro “resto” más o menos metabólico de lo percibido a través de los sentidos, y no que en este registro sensorial yace además la marca del encuentro con la otredad del analista o del inconsciente, en una articulación siempre fantasmática y nunca meramente descriptiva.2
Cuatro años atrás, nos reuníamos para poder pensar en conjunto las mutaciones a las que asistíamos en la clínica por las exigencias de virtualización del trabajo analítico.
Los muros firmes y sólidos del consultorio son también reasegurantes, y quien haya tenido, como paciente o como analista, la experiencia inquietante de los sonidos que ingresan desde el exterior, temiendo a la vez que este mismo sonido realice el recorrido opuesto, no puede desconocerlo
Le dábamos vueltas al encuadre, a la modificación de las reglas técnicas que el aislamiento nos imponía, nos sosteníamos en lo que pensábamos esencial del método -asociación libre, atención parejamente flotante- para diferenciarlo de las marcas de época que habían ido variando, incluso en los orígenes del psicoanálisis (el salto del método catártico al analítico propiamente dicho o el pasaje de la hipnosis al diván, por ejemplo), cuyas razones habían sido, además, intrateóricas, y se planteaban respecto a los obstáculos y resistencias que iban definiendo el sentido de los descubrimientos freudianos.
En 2020 también nos dirigimos a los clásicos para revisar cómo se habían ido sorteando los cambios acaecidos en el pasaje del consultorio vienés del siglo XIX a espacios tan diversos como hospitales generales, gabinetes, campos de refugiados, ludotecas…
No nos inquietaba la frecuencia; ya sabíamos que podíamos sostener análisis muy fecundos prescindiendo de cuatro o tres, incluso dos, sesiones semanales.
El trabajo con traumatismos severos nos permitía renunciar al diván y sostener el cara a cara con una racionalidad metapsicológica, sabiendo que la mirada podía resultar un anclaje necesario y que las palabras y las intervenciones simbolizantes propuestas podían capturar aquello que incrementaba sufrimientos psíquicos intensos por vía de inéditos procesos de neogénesis…
Pensábamos que “psicoanálisis versus psicoterapia” era una discusión ya zanjada o, por lo menos, que no nos resultaba en términos generacionales ni tan convocante ni tan esencial… Quizá también por haber atravesado, además, una cierta deconstrucción ligada a la posmodernidad que no nos exigía una definición identitaria en esos términos (aunque aún lo hiciera en muchos otros).
Creíamos también que la ortodoxia no podía ser equiparada ni a la abstinencia ni al genuino rigor teorético y que, en ocasiones, podía parecerse mucho a una cierta impostura o, en el mejor de los casos, a una defensa frente a esa angustia incrementada en tiempos donde mucho parece apuntar a serios procesos de desmantelamiento de la subjetividad.
Sin embargo, poco sabíamos de la virtualidad y del impacto que ésta podía tener no solo en las prácticas sino también en vectores centrales de nuestro trabajo como la transferencia.
Nos olvidamos de las ventanas.
La cubeta analítica, en términos de Laplanche, marca un adentro y un afuera, una puesta en suspenso de lo autoconservativo, una activación de lo sexual, un lugar protegido -para que, como en el sueño- lo inconsciente se despliegue a sus anchas mientras que, tanto el analista, como el espacio-tiempo acotado de la sesión, resulten garantía suficiente frente al incremento excitante que la indagación que allí se realiza produce.
Los muros firmes y sólidos del consultorio son también reasegurantes, y quien haya tenido, como paciente o como analista, la experiencia inquietante de los sonidos que ingresan desde el exterior, temiendo a la vez que este mismo sonido realice el recorrido opuesto, no puede desconocerlo. El temor a que otros puedan acceder a lo que allí se dice, lo que allí se piensa o lo que allí ocurre, es en parte mitigado cuando la censura no es solo rebajada sino también desplazada a los límites físicos del ámbito en el que la sesión se realiza.
El incremento del suicido entre los más jóvenes, y no solo frente a un futuro cada vez menos prometedor sino también frente a un presente insoportable, así como nuevos e inquietantes fenómenos como las apuestas online, nos tomaron por sorpresa
Las ventanas, como punto de contacto y encuentro a través de los cuales la virtualidad es posible, tienen características muy distintas. Si bien construyen ese “tercer espacio” que quizá, con un exceso de optimismo, definimos en su momento como transicional, suman a la cualidad de rehusable e inaprensible de lo reprimido de manera directa (allí donde se llevan adelante procesos analíticos con neuróticos bien avenidos), un marco también variable que puede ponerse al servicio de lo resistencial por un lado o colorearse también transferencialmente por el otro.
La dificultad práctica para conectarse a Internet, las variaciones tercermundistas de la calidad de la señal, la ausencia de privacidad, la falta de ese tiempo muchas veces necesario para entrar o salir de la sesión y más, formaban parte de nuestras preocupaciones hace solo cuatro años. Frente a esto, cambiamos el hardware, aprendimos a usar nuevas plataformas, mejoramos nuestros proveedores de cable, armamos consultorios virtuales, justificamos el cara a cara en todos los casos y, cuando no, sostuvimos videollamadas con la cámara apagada.
Creímos haber resuelto así parte de los desafíos que se nos planteaban… Y de hecho lo hicimos, pero además nos conformamos con la ilusión compartida de que podíamos lograr que algo cambiara conservando incólume todo lo demás.
Pobre resolución frente a los múltiples vectores de lo traumático que nos embargaba.
A la par, el trabajo se globalizó, se intensificó, se alargó en horas y planteó dificultades y sobreesfuerzos para los que no estábamos del todo preparados…
Muchos de los que se dedicaban a la clínica con niños, niñas y adolescentes fueron abandonando el terreno, sin prisa y sin pausa, en parte desconcertados frente a los modos de socialización actuales y las nuevas presentaciones de la subjetividad a las que asistíamos.
El incremento del suicido entre los más jóvenes, y no solo frente a un futuro cada vez menos prometedor sino también frente a un presente insoportable, así como nuevos e inquietantes fenómenos como las apuestas online, nos tomaron por sorpresa.
Y mientras asistíamos a una especie de amnesia global respecto a la pandemia, no podíamos evitar pensar que tanto malestar, tanto sufrimiento colectivo, tanta crueldad y arremetida antiderechos en los discursos y en las prácticas venían a mostrarnos que el incrementado y dramático desgarramiento del tejido social redundaba en formas más o menos paranoides de resolver esta degradación de nuestros espacios de constitución como seres humanos.
Pero quiero volver a las ventanas.
Hemos pensado cómo incidía la virtualidad en nuestras prácticas, hemos apuntado a sostener la clínica en contextos adversos, y nos hemos preguntado por el método y el encuadre.
Tal vez no le atribuimos al diafragma -en el sentido fotográfico de gadget técnico cuya apertura regula la cantidad de luz en condiciones de llegar al sensor de la cámara en un tiempo limitado- la importancia que hoy podemos darle. Los fragmentos de sueño que narré al comienzo del texto me inclinaron a revisar mi percepción de la virtualidad…
Entiendo que es preciso que nos interroguemos aún más acerca de esa variabilidad que puede ocultar una desnudez -sin que esto quede en evidencia- o impedir un encuentro necesario que requiere una invitación explícita como gesto suplementario, para acortar las distancias. ◼
Notas
1. Transcribo parte de la conceptualización de “resto diurno” presente en el Vocabulario de Laplanche y Pontalis. “Puede tratarse de deseos o de preocupaciones diversas que ha experimentado el sujeto durante la vigilia y que vuelven a surgir en el sueño; la mayoría de las veces estos problemas de la vigilia están presentes en el sueño en una forma desplazada y simbólica. Los restos diurnos son sometidos a los mecanismos del trabajo del sueño al igual que todos los pensamientos del sueño. Según una célebre metáfora de Freud, los restos diurnos son entonces el ‘empresario’ del sueño, funcionan como incitación (un papel análogo puede desempeñar las impresiones corporales durante el sueño). Pero, incluso en este caso, el sueño sólo puede ser plenamente explicado por la intervención del deseo inconsciente que aporta la fuerza de las pulsiones (Triebkraft), el ‘capital’.” Laplanche J-Pontalis JB, Diccionario de psicoanálisis. Buenos Aires, 2014, pp. 386-387.
2. “El sueño no es el inconsciente aun si funciona cerca de él. Lo que Freud muestra es que su funcionamiento está lo más cerca del funcionamiento del inconsciente, lo más cerca que podemos imaginar de un proceso llamado primario; de un proceso que no estuviera lastrado, ni refrenado, ni inhibido, en que los pensamientos no se organizaran en torno de una meta, de un término, de una perspectiva pragmática; pero, a diferencia de lo que se puede imaginar acerca del inconsciente, el sueño funciona sobre contenidos que no son específicos, que son los que llamamos ‘restos diurnos’, fragmentos de la vida cotidiana perfectamente asequibles a la conciencia. El sueño. es en consecuencia algo preconsciente sometido al proceso inconsciente, a las leyes del proceso primario”. Laplanche, J. (1987) La cubeta. Trascendencia de la trasferencia. Problemáticas V, Amorrortu Editores, Buenos Aires, pp. 88-89.
Marina Calvo, Psicoanalista
marinacalvo [at] gmail.com