Cada uno se asegura como puede:
Están los que logran tener su casa propia “el techo propio”, como máxima protección para sí mimos, su vejez y dejar algo seguro para sus hijos. Anhelo fundamental de gente trabajadora y fieles a enseñanzas transmitidas desde varias generaciones entre nuestros pueblos latinoamericanos mestizados, habitando en las grandes urbes o en los pequeños conglomerados dispersos por campos y montañas.
Están los que construyen las casas para los otros, los trabajadores de la construcción, que les toca andar por alturas peligrosas, techos, frentes, pozos, y que en el mejor de los casos cuentan con una cobertura médica y un seguro por accidentes de trabajo. No son la mayoría.
Y están los otros, los trabajadores informales “en negro”, a quienes no les queda otra que aceptar estos trabajos para mitigar la desocupación, sin ninguna cobertura social. Y aquí vienen algunos de los recursos en uso.
Quitarse el miedo con unos tragos de alcohol antes de iniciar la temeraria tarea buscando así no padecer angustias ni vértigo, si no la fugaz alegría etílica...
La fe religiosa es otro método “socializado”, así construir una simple cruz con dos varillas de madera y fijarla en algún lugar de la obra en construcción es el seguro al que apelan otros. – Diosito nos cuidará- se dicen.
En unos pueblitos mexicanos todas las casas conservan esta precaria cruz de obra en su frente. Es un verdadero testimonio de cómo se construyeron, entre las alegrías de la esperanza del hacer y las penurias de los que arriesgaron su integridad en ello.