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DISCULPE, SEÑORA

 

Bety subía la escalera hacia la sección maquillajes de la perfumería; en el rellano hizo un alto en el ascenso porque venía fatigada, era una mañana de compras, se acercaba Navidad.  Giró unos grados apoyándose sobre su pierna derecha y casi sobresaltada le sale un–¡disculpe Señora! -, con voz aguda y temblorosa.    Bety es muy educada y asustadiza, una persona como ella no debe mirar curiosamente a alguien desconocido. 
  Pero quedó anonadada cuando se dió cuenta que le había hablado al espejo que cubría toda la pared. La desconocida, rechoncha, ocupaba mucho espacio, mientras Bety venía imaginándose que en un rato saldría bien maquillada, con toques suaves de color en las mejillas, los ojos delineados con tonos grises y los labios resaltados  con un alilado que combine con su cabello rubio ceniza, obra de su querido peinador.
   La desconocida del espejo la molestó, no quiso que la saque de lo imaginado y ese cuerpo voluminoso le resultó extraño, ajeno,  pero era ella misma.   
   Me lo contó confidencialmente, en una charla de amigas maduras,  en años por supuesto, entre numerosas anécdotas de distracciones y fallas de memoria, de esas que los jóvenes llaman despistes; y nosotras le decimos nos está fallando la memoria.
   Una gorda que no se ve gorda  cuántos chascos se puede llevar ¿no?
   Las casas de modas no tienen talles grandes y ella entra a probarse el atractivo modelo que vió en la vidriera;  las butacas en cines, teatros, medios de transporte no siempre tienen amplitud suficiente y ella se apresta a viajar o disfrutar del espectáculo sin dudarlo; estos son algunos de los  desencuentros vividos por Bety.....

Autores: 
 
Articulo publicado en
Septiembre / 2009

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