Comentario de Ricardo Silva | Topía

Top Menu

Comentario de Ricardo Silva

Comentario de Ricardo Silva

Una manera posible de comenzar a presentar este trabajo, es adelantar que se trata del primero de dos tomos, que consta de algo más cuatrocientas páginas (de las cuales solo veinte abarcan las referencias bibliográficas), que tiene once capítulos, que se circunscribe a doce años de la historia (el período comprendido entre 1957 y 1969), que se centra en los cambios producidos en el psicoanálisis y la salud mental durante ese lapso, pero describe también las transformaciones registradas en la cotidianeidad y el contexto sociopolítico en Argentina y el resto del mundo. Podría agregarse que es un trabajo que, por espacio de siete años, llevó a los autores no sólo a recorrer la extensísima bibliografía consultada, y a revisar incontables documentos de época. Porque además hay más de cien horas de entrevistas realizadas a muchos de los protagonistas sobrevivientes de esa época, como Fernando Ulloa (prologuista), Armando Bauleo, Hernán Kesselman, Eduardo Pavlovsky, Horacio Etchegoyen, Juan Carlos Volnovich, Gilou García Reinoso, Ángel Fiasché, Vicente Zito Lema, Eva Giberti, Jorge García Badaracco, Sally Shneider, Roberto Harari o Miguel Vayo. Muchos de estos, aportaron material de sus archivos particulares, como Emilio Rodrigué o Emiliano Galende, incluso hay aportes de una investigadora marplatense como Patricia Weissman.

Otra manera de presentación es empezar adjetivándolo. Pero en base a lo antedicho, ya puedo fundamentar mis primeras impresiones sobre esta investigación, a la que considero contundente y rigurosa. Ante todo, estamos ante un trabajo en extremo serio. Y que merece ser leído por todo aquel interesado en temas vinculados a la salud en general (no sólo a la salud mental). Sobre todo por quienes consideran a la salud como un derecho, y por tanto como una realidad de carácter social. Aunque de seguro lo leerán, para sobreponerse a sus efectos, aquellos que aunque nunca lo reconocerán públicamente, no les interesa de ningún modo que se respeten los derechos humanos básicos para las mayorías. Es por eso, que entiendo que quienes creemos en la igualdad de oportunidades y en la lucha por el derecho a vivir dignamente, podemos encontrar en este libro un arma poderosa para enfrentar ideológicamente, y con conocimiento de causa, a los infaltables mercaderes de la mentira y la hipocresía. Sobre todo cuando vuelvan a intentar promover la confusión.

La articulación de este texto -más político que académico, según las propias palabras de los autores- guarda un ordenamiento más lógico que cronológico ( tranquilamente podría comenzar en el capítulo VIII, inciso uno, con la descripción del panorama mundial de los gloriosos años ’60) . Pero, lo cierto es que más allá de ciertas idas y venidas en el tiempo, predomina una narración sostenida en una coherencia cronológica, que habilita, entusiasma e invita a sumergirnos en la aventura de ir tras las huellas de los sueños aparentemente extraviados o extinguidos.

Siguiendo con la tesitura de la presentación más subjetivista, o desde la propia implicación con las resonancias que el trabajo moviliza en mí como lector; diré que en 1983 (justamente el año en que terminará el segundo tomo de esta investigación), un ex maestro rural y músico inglés llamado Gordon Mathew Summer, luego conocido mundialmente como Sting, escribía una canción llamada “Walking in your footsteeps”. La traducción al castellano es “Caminando sobre tus huellas”. Transcribo parte de la letra:

“Hace cincuenta millones de años caminabas sobre el planeta. Y eras Señor de todo lo que veías, un poco parecido a mí...// Caminando sobre tus huellas, estoy caminando sobre tus huellas // Eh! Señor Dinosaurio... Qué más podías pedir ??? Eras la criatura favorita de Dios...pero no tenías futuro // Eh! Poderoso Brontosaurio...No tienes nada para enseñarnos??? Creíste que tu reinado sería eterno. No hay lecciones en tu pasado // Decían que no molestabas ni a una mosca. Nosotros hacemos explotar bombas atómicas... en el futuro dirán que éramos unos idiotas ???// Caminando sobre tus huellas, estoy caminando sobre tus huellas”(“Sincronicidad”;The Police, 1983).

Si tomamos a los dinosaurios como símbolo, o analizador tal vez, de la institución de la extinción, de lo que desaparece o deja de existir. Y que vamos tras sus pasos (más allá de nuestra posibilidad de escribir las lecciones y dejar la pre-historia). Podamos acaso advertir que más allá del determinismo geológico, biológico o histórico hay secuencias que se repiten. Y para evitar que esto suceda es necesario recordar, estar atento, robarle lecciones a nuestro pasado...para no terminar como los otrora dueños del planeta a los que les cantaba Sting. El asunto pasaría por discriminar si vamos tras sus huellas camino a la extinción, o si vamos tras sus huellas para aprender las lecciones del pasado... y preservar la especie.

Ya nos decía esto mismo Carpintero en el prólogo del primer libro de la Editorial Topía (casualmente el primer libro de Alfredo Grande y de Psicoanálisis Implicado). “En los tiempos del sálvese quien pueda... el recuerdo está exiliado. En los tiempos de disolución del tejido social y ecológico...cómo reinventamos lo que nos mantenía unidos...???” Reflexiones e interrogantes que se hacía por entonces, y que hoy (ocho años después) demuestra seguirse haciendo junto a Vainer. Aunque hubo un salto. El de los hechos que ocurrieron en el medio (que no son sólo nuevos libros). Nos decía Carpintero por entonces, que intentar algunas respuestas a esto de como reinventar lo que alguna vez tuvimos, o nos unía, era uno de los objetivos del “El Edipo después de el Edipo”. Hoy podemos decir que tanto una como otra empresa, la de Grande y la de Carpintero, que parecen ser casi las mismas, han sido mucho más que un intento. Son terrenos o espacios recuperados...para volver a creer en heroísmos colectivos capaces de hacer realidad los sueños más imposibles. Y salvar a los sueños de la extinción, desaparición o inexistencia. Ya sea desde el análisis de la implicación, ya sea desde el valiente tránsito por las huellas de la memoria.

Otro modo de intentar esta presentación es desandar sus capítulos. Este libro fue prologado por alguien que estuvo hace poco menos de un mes en nuestra Facultad de Psicología de Mar del Plata: Fernando Ulloa. En su extenso comentario, organizado fundamentalmente sobre sus propias resonancias, plantea que estamos ante una obra, en verdad importante. Y señala la necesidad de “historizar y resignificar un tiempo al que se le pueda quitar su valor de peso muerto, y poder afirmar la posibilidad de salvar el futuro”.

El primer capítulo ilustra aspectos generales acerca de costumbres, rituales y criterios estéticos propios de la cotidianeidad de fines de los años ’50. Refiere al golpe militar que en 1955 derrocó al gobierno de Perón, la proscripción posterior, y el llamado a elecciones que gana Frondizi en 1958. Sobre la base del contexto sociopolítico de entonces, los autores describen el momento previo a que la salud mental se establezca como organización. En un tiempo en que la psiquiatría monopolizaba el área, y en que una encuesta, realizada por Milcíades Peña y Floreal Ferrara, hacía visible el impresionante nivel de desconocimiento que había por entonces en nuestro país acerca de las enfermedades mentales. Destacan un suceso clave: LA CREACIÓN DEL INSTITUTO NACIONAL DE SALUD MENTAL (1957). A partir de este momento el Estado comenzaba a tener un papel activo en los problemas de la salud mental, se reformulaban y amplificaban las teorías hacia posturas socio-antropológicas y se multiplicaban las respuestas preventivo-asistenciales. Aclaran que esto que se inicia en período dictatorial, responde a los dictados de la OMS (con la reorganización de la salud mental luego de la Segunda Guerra Mundial), sin omitir la positiva influencia de quien fuera ministro de salud entre 1946 y 1952: el célebre Ramón Carrillo.

El segundo capítulo describe detalles del gobierno de Frondizi (1958-1962) y de los factores que fueron desgastando su poder hasta ser suplantado por Guido, títere cuasi-explícito de las fuerzas armadas. Menciona sobre las primeras residencias en salud mental, pero pone el acento en la persona de Mauricio Goldenberg[1] , de quien hacen un interesante análisis, sobre todo marcando los aspectos más contradictorios de esta figura, sin lugar a dudas, relevante dentro de la historia de la salud mental en la Argentina. Pero, lo más rico de este capítulo, refiere al Policlínico de Lanús[2], institución donde Goldenberg dirigió uno de los primeros servicios de Psicopatología en un Hospital General, dando lugar a una especie de mito reconocido en toda América Latina. Algunas características de este servicio es que se implementó un sistema descentralizado, basado en salas de internación y consultorios externos, incorporación de jóvenes profesionales[3] plenos de deseo de romper con las viejas estructuras manicomiales, constitución de departamentos de clínica, docencia e investigación diferenciados, empleo de abordajes grupales e interdisciplinarios (con enfermeros, psicólogos y asistentes sociales), se desarrollaron las primeras terapias de apoyo y esclarecimiento, etc. Goldenberg pretendía que se visibilizara el servicio, para lo cual se invitaba a expertos del extranjero. Su idea principal era que el enfermo se reintegrara rápidamente al trabajo y la sociedad, y no se cronificara.

El tercer capítulo gira alrededor de LA APERTURA DE LAS CARRERAS DE PSICOLOGÍA. Comienza con un punteo sobre la importancia de la intelectualidad de izquierda, y sobre las distintas posturas que fueron conformándose en un tiempo en que el imaginario social se veía dominado por la convicción de que inevitablemente sobrevendría una revolución socialista. La cuestión era la forma en que la misma íba a concretarse. Las distintas líneas se agrupaban en: político-sindicales, insurreccionales y foquistas. Es en ese contexto que se abren las primeras carreras de Psicología. En Rosario en 1956, y en Buenos Aires en 1957. En esta última se destaca un activo papel del estudiantado. Finalmente mencionan la difusión de la cultura “psi” a través de los medios de comunicación, más que todo por las escuelas de padres conducidas por Eva Giberti.

El cuarto capítulo hace hincapié en la APA. Comienza con la institucionalización del psicoanálisis (cuando Freud forma la IPA en 1910). Prosigue con la fundación de la APA[4] en 1942. Comentan como en principio se podía ingresar sin título médico, hasta que en 1952 se modifican los estatutos y se exige, o la carrera de medicina, o alguna otra disciplina ligada al hombre. Se introduce a las diferencias de criterio (psicoanalistas clásicos versus preocupados por cuestiones sociales), como así también el surgimiento del Psicoanálisis de Niños y el crecimiento de la figura de Arminda Aberasturi.

El quinto capítulo abre con los enfrentamientos internos del ejército que dieron en llamarse azules y colorados. Continúa con las elecciones que llevan a Illía a la Presidencia de la Nación en 1963, las importantes medidas que éste tomó en relación a anular los contratos petroleros hechos por Frondizi , y a regular los precios de los medicamentos (cuestión que molestó a los monopolios medicinales). Pero el trabajo de la oposición para retrasar decisiones, el envío de tropas a Santo Domingo, y nuevos procesos de desgaste, culminaron con un nuevo golpe militar conducido por Ongania en 1966. Luego se hace referencia al papel de la izquierda en el contexto de la salud mental. Las pugnas entre psicoanalistas y reflexólogos (que tuvieron un rol importante en la UBA hasta 1966). Posteriormente se detallan aspectos de los arduos debates que se dieron en las Primeras Jornadas de Psicoterapia (Córdoba, 1962), organizadas por Gregorio Berman. En las mismas, se habría concluido que el psicólogo solo puede practicar la psicoterapia bajo control médico. Finalmente, se dedica un apartado especial a una de las figuras más emblemáticas de la historia de la salud mental en la Argentina, como lo fue José Bleger. Se examinan las conflictivas situaciones que marcaron a este excelente catedrático, que realizó un monumental esfuerzo por rescatar las ideas de Georges Politzer, e integrar el materialismo dialéctico y el psicoanálisis (valiéndole esto no pocas dificultades en el seno del partido comunista); como así también por estar en el medio del psicoanálisis y la psicología. Los autores hacen un interesantísimo análisis de los aspectos más controvertidos de Bleger (al que califican de ambiguo), sobre todo por su actitud en la Facultad de Psicología. Allí se encontraba se encontraba enseñando psicoanálisis, y a la vez dando a entender a sus estudiantes que no podían ser analistas. Sin embargo su esfuerzo, más allá de este aspecto contradictorio, contribuyó a que los psicólogos comenzaran encontraran una identidad. Mayormente orientada a la psicohigiene, la salud pública, el estudio de la conducta, el psicoanálisis aplicado (que permitía poder pensarse como psicólogos de base u orientación psicoanalítica). Su rigurosidad y respeto por el pensamiento abierto (tomado de su maestro Pichon Riviére), lo ubican como una personalidad excluyente que siempre se encontró, como marcan Carpintero y Vainer, entre dos fuegos. No obstante, su legado no fue olvidado ni pierde influencia a través de generaciones.

El sexto capítulo trata sobre el auge del trabajo en grupos, que surge también en nuestro país en los ’50. Se señala que en 1954 se forma la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupos, que en 1957 aparece el primer libro sobre el tema[5]; pero se le da un lugar de privilegio a los detalles de la Experiencia Rosario, conducida en 1958 por Pichon Riviére[6] desde el IADES, dando lugar al surgimiento de los grupos operativos y el análisis institucional, e incluso algunos consideran de la psicología comunitaria en la Argentina. También se hace referencia a como se comienzan a multiplicar (vía Pichon una vez más) los abordajes de pareja y de familia. Se recuerda la realización del Primer Coloquio Internacional sobre Familia y Enfermedad Mental[7] , donde se puede verificar como las escuelas sistémicas norteamericanas no trajeron nada nuevo bajo el sol, por el contrario, se nutrieron en gran medida de aportes argentinos. El final de capítulo refiere al origen del Psicodrama, que de la mano de Pavlovsky y Rojas Bermúdez en 1960, genera un impacto inusitado a nivel público.

El séptimo capítulo contextúa a partir del golpe de Onganía en 1966, a la intervención de las universidades en lo que se conoce como “La noche de los bastones largos”. Pero lo central es que esto no logró frenar las impresionantes transformaciones subjetivas que ya se venían gestando en los sectores medios. Se detalla sobre la formación de nuevas instituciones como la aguerrida Asociación de Psicólogos de Buenos Aires en 1962, que se erigió en una potente entidad gremial que no dejó de luchar por el reconocimiento profesional (sobre a partir del la ley 17.132 en que el gobierno de Onganía limitó el trabajo del psicólogo al de un auxiliar de psiquiatría, de la que recién se salió en 1985 con la Ley de Ejercicio Profesional). Sin olvidar la formación de la Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados (1963), el CIAP (1967), y el particular recorrido de las Escuelas de Pichon Riviére desde 1953 con el IADES, que luego mutó en Escuela de Psiquiatría Dinámica (1958), Psiquiatría Social (1963), y finalmente Psicología Social en 1967.

El octavo capítulo introduce a generalidades de lo que fue el mundo de los años ’60, principalmente en todo lo que tenía que ver con las ideas, fantasías y deseos de la época. Se traza un recorrido que empieza con la formación de la Federación Argentina de Psiquiatras (1959), el impacto de la psicofarmacología, y el uso de sustancias alucinógenas (luego prohibidas) dentro de la APA para facilitar los procesos analíticos. Se cierra el capítulo con un importante relato acerca del auge que por entonces tuvieron las comunidades terapéuticas.

El noveno capítulo habla de los ’60 específicamente en la Argentina tanto en el plano político, como el cultural y científico. Se recuerda la aparición de la revista Primera Plana, y el papel que tuvo como órgano difusor del Psicoanálisis. Como así también el predominio del pensamiento de Melanie Klein en nuestro país, pasando por las distintas corrientes que cobraron fuerza en la IPA luego de la muerte de Freud.

El décimo capítulo, acaso sea uno de los más trabajados e interesantes (al menos para quien les habla). Se denomina “De Freud a Lacan, pasando por Marx”, y es el único que cuenta con seis apartados. Comienza con una afirmación polémica donde dice que “el freudomarxismo nunca existió”. Lo fundamentan diciendo que fue el término que utilizó el poder para desautorizar a los psicoanalistas de orientación marxista. Hacen un recorrido histórico desde sus primeros referentes, como Reich, Fenichel o Bernfeld. Prosiguen con menciones de los aportes de Politzer y Wallon, y con un muy lúcido comentario sobre los aportes de la Escuela de Frankfurt, deteniéndose en la obra de sus máximos exponentes: Herbert Marcuse y Eric Fromm[8]. Más adelante rescatan del olvido una serie imperdible de mesas redondas realizadas en 1965, acerca del intento de construir una Psicología Concreta en la Argentina. En las mismas se dan elevadísimos niveles de debate entre Pichon Riviére, Bleger, Caparrós y Rozitchner, acerca de las correlaciones entre ciencia e ideología. La síntesis de Carpintero y Vainer merece ser transcripta:

“Estas diferentes posturas reflejaban que el proyecto de la supuesta Psicología Concreta era un intento con autores y proyectos heterogéneos, con la intención de elaborar una nueva cientificidad para la psicología, escindida del compromiso(Bleger y Bauleo); un compromiso político como proyecto excluyente (Caparrós); y un análisis crítico de la ideología y el trabajo del psicólogo (Rozitchner)”

El resto del capítulo refiere al auge que comenzó a cobrar el estructuralismo, al encuentro de Oscar Massotta con Lacan , por un lado a través de Pichon Riviére, pero también por su propio y profundo proceso intelectual. Y muchos son los que saben que el psicoanálisis lacaniano se propaga en la Argentina a través de Massotta. Lo curioso es el proceso que se narra que hace, en el cual reemplazando el intento de Politzer de unir Psicoanálisis y Marxismo llega a Althusser. Y través de éste -que intentando el mismo encuentro- halla en Lacan la posibilidad de retornar a Freud. El periplo intelectual de Massotta tendría importantes efectos posteriores en el tipo de psicoanálisis predominante en los años ’70 y ’80. Paradójicamente, dicen Carpintero y Vainer, el resultado posterior fue terminar con la posibilidad del encuentro entre Freud y Marx, ya que se concluía en que eran dos lugares epistemológicos diferentes, y de allí su desencuentro final.

El undécimo capítulo marca el fin de esta época con el Cordobazo (1969). Se describen las condiciones[9] que llevaron a que se concrete esta movilización obrera-estudiantil sin precedentes contra la dictadura de Onganía, marcando el principio del fin de este mandato. Luego de afirmar que el mito del héroe colectivo estaba muy cerca de hacerse realidad, los autores agregan que: “Las formas en que se metaforiza “el Cordobazo” dependen de la interpretación política que se realice: rebelión obrera y popular, protesta social, guerra civil, insurrección, huelga política, etc. Los protagonistas fueron los obreros y los estudiantes que contaron con el apoyo masivo de los sectores medios. La conciencia política fue básicamente antidictatorial...las corrientes políticas jugaron un rol marginal, los lemas fueron escasos, el lenguaje de la movilización fueron los hechos mismos...”

Finalizan con un apartado donde se relatan las repercusiones que este suceso tuvo en el plano de la salud mental. Particularmente con la creciente implicación de los ahora autodenominados trabajadores de la salud mental (que ya no privilegiaban su lugar de profesionales). La FAP tomó protagonismo como una verdadera gremial, la APA por primera vez adhirió a un paro, se incrementó la lucha de la APBA. Las polémicas entre psiquiatras, psicoanalistas y psicólogos ya no volvieron a ser las mismas. Continúan diciendo que el compromiso político se convirtió en eje de discusión. Ya no se podía seguir solamente encerrados en la práctica profesional, dado que se consideraba que había que aportar al cambio social no sólo desde renovaciones conceptuales. El libro culmina, al modo de una película épica, rememorando la constitución de la Coordinadora de Trabajadores de la Salud Mental, y pre-anunciando los tenebrosos tiempos por venir (registrados en el segundo tomo que va de 1969 a 1983).

Para ir cerrando, quiero comenzar poniendo el acento en la importancia que este libro tiene para quienes estudiamos o trabajamos en ciencias sociales, vinculadas a la salud en general, y a la salud mental en particular. Para elegir una corriente o marco teórico con la que trabajaremos, no siempre tenemos al ser estudiantes la oportunidad de hacer una elección basada en criterios objetivos. Lo dicen los autores en la página 304 al afirmar que la elección depende del medio histórico social en que nos formamos y realizamos nuestras prácticas, como así también de la ideología y las posturas filosóficas predominantes en cada región geográfica. También refieren a factores afectivos como las transferencias personales e institucionales. Muchas veces no sabemos como fue el recorrido que los contenidos que nos enseñaron como verdad tuvieron. Cuando fueron hipótesis, cuando teoría, cuando verdad, y cuando dogma o creencia indiscutible. Este trabajo, con un impecable correlato entre texto y contexto, entiendo que abre unas cuantas puertas que permanecieron cerradas durante años acerca de muchas de estas cuestiones.

Si volvemos a trazar paralelos entre “El Edipo después del Edipo” y el planteo de Ulloa en el prólogo. Viene a mi memoria el capítulo “ Matar el futuro: las máquinas de matar como organizadoras de la institución del genocidio” (Alfredo Grande,1992). Y agregaría, que para salvar ese futuro, hay que identificar que es lo que lo mata, lo puede matar o lo mató (dando lugar a lo más siniestro de nuestro presente, que tiene mucho que ver con las nuevas formas de morir en vida). Identificar las nuevas armas que el modelo exterminador de cuerpos y de mentes va empleando. Incluso valiéndose de viajes en el tiempo. Porque atacar a los niños con planes de desnutrición y analfabetismo funcional es una manera de evitar rebeliones futuras. Sobre todo pensando en que difícilmente los que sobrevivan al hambre, el desamor y la marginalidad, podrán comprender de que se tratan los derechos económicos, sociales y culturales.

La metáfora del viaje en el tiempo, que aparece a través de Terminator[10] o de Matrix en Grande. Y de alguna manera insiste en el texto de Carpintero y Vainer con el héroe grupal consagrado por Oesterheld en “El Eternauta”, resulta llamativo que permanezca presente. Aunque no tanto, si de lo que se trata es de cambiar la historia.

Alguna vez escuché decir a un psicoanalista que los viajes en el tiempo solo pueden darse en los grupos humanos y en la experiencia analítica. Volver al pasado para cambiar el futuro, resignificando el presente. El desafío sería la construcción de maquinarias para resucitar. Sobre todo resucitar deseos. Y la única manera de que esto sea posible es rescatando lo olvidado.

Zito Lema decía en la despedida demorada a Pichon Riviére que la verdadera muerte es el olvido.

A partir de estos parámetros se me ocurre que “Las huellas de la memoria” abren una excelente oportunidad para la creación de tales máquinas. Al menos ponen el espacio, el lugar, la región, la tópica.

Mientras escribía este análisis, quise escuchar a Giecco y dejarme llevar por lo que me decía su canción sobre la memoria. Lo hice y encontré letra para el cierre de este trabajo. Cuando escuché que todo está guardado en la memoria, me dio por buscar sinónimos del vocablo “guardar”. Los primeros que encontré fueron cuidar, poner a salvo, custodiar, asegurar, proteger. El viejo diccionario Salvat me dijo que era preservar a una persona o cosa de daño.

Uniendo a Giecco con este excelente trabajo de Carpintero y Vainer, me animo a decir que si guardar es poner a salvo algo valioso para que no se pierda, para volverlo a encontrar. Y si ciertos hechos que ocurrieron alguna vez - en que los sueños más nobles de la humanidad estuvieron cerca de concretarse- han estado guardados en algunas memorias sobrevivientes al espanto; puedo afirmar que estos autores han dado un salto cualitativo en su orgullosa marcha. Porque al guardar en este libro lo que estaba guardado en las endebles y efímeras memorias individuales, han cumplido una misión que lleva a que aquello que requirió hasta no hace mucho ser cuidado... pase a cuidarnos. En un libro se multiplica la protección de aquellos tesoros ideológicos. Y a la vez se produce un cambio. Porque insisto, ese tesoro pasa a protegernos, nos devuelve algo que estábamos perdiendo. Y que necesitamos para vivir. El libro “Las huellas de la memoria” constituye un nuevo y original aporte para recuperar la memoria colectiva. De nosotros depende que hacer con esta oportunidad. Mientras tanto la memoria seguirá despertando e hiriendo a los pueblos dormidos que no la dejan ir...libre como el viento. Carpintero y Vainer, son brillantes emisarios en este caso.

· Psicólogo Clínico (UNMDP). Miembro fundador del Centro Cooperativo de Salud Mental ALETHIA (Mar del Plata).

[1] Psiquiatra dinámico, influido por diversas corrientes que le permitieron, desde una perspectiva ecléctica, tomar elementos de la psiquiatría clásica, el psicoanálisis y la psiquiatría comunitaria americana. El hecho de que, asimismo, haya hecho alianzas con diferentes líneamientos políticos (tanto de derecha como de izquierda) han dado lugar a que sea criticado duramente, más allá de su elevadísima capacidad, formación y trayectoria.

[2] Hoy Hospital Eva Peron.

[3] De aquí salieron figuras calificadas como Hernán Kesselman, Lía Ricon, Carlos Sluzky, Valentín Varemblit, Octavio Fernández Mouján, Rafael Paz. Más adelante Juan David Nasio y Héctor Fiorini.

[4] Ángel Garma, Antonio Céles Cárcamo Arnaldo Rascovsky y Enrique Pichon Riviére fueron sus fundadores. Si bien los primeros introductores de la obra de Freud habían sido Jorge Thenon y Gregorio Berman.

[5] Marie Langer, Emilio Rodrigué y León Grinberg, “Psicoterapia de Grupo. Su enfoque psicoanalítico”, Ed Paidos, 1957.

[6] Cabe destacar que fue acompañado por algunos de sus discípulos más brillantes como Bleger, Liberman, Ulloa, Rolla y Fiasché.

[7]Participaron y discutieron activamente Ackerman y Beavin con autores argentinos como Bleger, Sluzky (que luego emigraría a EEUU) y Berenstein (que presidió dicha jornada).

[8] En la nota N° 37 al pie de la página 338 hay una reflexión de los autores, que estimo que mereciera un tratamiento especial, o tal vez a un nuevo trabajo acerca de los caminos en que se derivaron las investigaciones de Reich, Marcuse y Fromm.

[9] Llama la atención la omisión del desempeño del dirigente René Salamanca.

[10] Escrito en un tiempo en que era impensable que el actor que encarnó al “Exterminador” llegará a ser el gobernador más fiel al presidente a la vez más fascista que haya tenido Estados Unidos en toda su historia.