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Cada niño que nace es un semejante

 

“ – No cabe duda de que usted bromea, señor;

lo cierto es que todos los hombres

tienen derecho a nuestra admiración.

Es difícil, señor, muy difícil ser un hombre...

  – Discúlpeme – le digo –   , pero entonces

no estoy muy seguro de ser un hombre:

nunca lo consideré muy difícil.

Me parecía que bastaba con dejarse estar. “

J. P. SARTRE “La náusea”

 

 

 

La llegada de nuevos seres humanos a este mundo, invita a cada uno de los integrantes del género humano, a interrogarse acerca de sí mismo y de su condición. Es por esto, entre otras cosas, que el espacio de la infancia se convierte en el territorio de batalla de los sentimientos más primitivos y de las prácticas y procedimientos mas torpes provenientes del mundo adulto. Si bien es cierto que hace tiempo sabemos que la infancia no es un beatífico idilio – al decir de Freud –, los seres humanos parecieran continuar en el desconocimiento de lo que le es propio. Extraña situación esta, sobre todo cuando se tiene noticias acerca de que para lograr el acceso a las diversas etapas de la   vida, indefectiblemente se debe transitar por los senderos de la infancia.

 

Este “olvido” ha sido explicado de diversos modos y acordamos en su verosimilitud. Sin embargo, traer a la reflexión ciertos pasajes en la actualidad, no resulta ocioso. En este sentido, una inquietud se hace presente en estas líneas: la dificultad de reconocer en las niñas y los niños, la existencia de un par humano, un semejante.

 

Decimos entonces que el recién llegado se anuda a una trama intergeneracional de anhelos y premisas tanto singulares como sociales. Su irrupción en este mundo queda registrada en los corazones de quienes lo albergan y en la comunidad que lo recibe. Y esa lluvia de significaciones que lo baña al llegar, lo inscribe en el orden humano de su época participándolo de los posibles espacios para ser, las formas del hacer y los modos del estar.   Ese humano viviente que desde su fragilidad le recuerda al mundo adulto que una vez atravesó ese momento de infancia, reclama para sí las herramientas disponibles en su tiempo histórico para enfrentar la vida que se despliega ante él.   Ese reclamo se asienta en la noción de semejante que el conjunto social, de modo creciente, ha ido reconociendo en sus pares humanos.

 

Al mismo tiempo, los adultos encargados de las funciones nutrientes y protectoras, habitan el lugar del Otro, transmisor de la ley y la cultura. Este movimiento que quienes lo reciben realizan ante cada niña y niño que nace, muestra la compleja trama   con la que los humanos nos constituimos. Asimetría necesaria para inscribir en el orden humano,   proteger y amparar en su indefensión al nuevo ser; simetría para reconocer (se/los) como pertenecientes a la especie humana. Y en este interjuego de Otro/otro , las significaciones imaginarias sociales circulantes, se derraman sobre y entre los vínculos humanos ocluyendo o permitiendo en las singularidades, nuevas formas de lo pensable para nominar el mundo. Es así que la original articulación de ambos registros habilitará, en mayor o menor medida en cada nuevo ser humano, su particular modo de encarnar el ser, de manifestar el hacer y de ocupar el estar tanto en el ámbito público como en el privado.

 

Advertimos que, la idea de semejante, reúne en su núcleo silente la posibilidad de encuentro entre lo singular y lo plural. “(Yo) Soy humano (como ellos), (ellos) los otros también lo son (como Yo)”. Pero esta noción, no es natural. Más aún, es parte del concierto de logros alcanzados por la cultura. Teniendo en cuenta la definición que Freud nos brinda en sus obras El porvenir de una ilusión y El malestar en la cultura, donde la palabra “cultura” designa toda la suma de operaciones y normas que distancian nuestra vida de la de nuestros antepasados animales, y que sirven a dos fines: la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres, podemos vislumbrar que esa regulación merece recursos propios para ser instaurada, transmitida y reconocida por los seres humanos.

 

Cuando decimos que el recién nacido reclama para sí las herramientas disponibles en su tiempo histórico, hacemos referencia a la importancia de la transmisión intergeneracional como instrumento de progresión de la cultura, en definitiva, como modo de dinamizar la Condición Humana. A través de la reflexión y las luchas, la humanidad ha ido adquiriendo una progresiva ampliación del limitado conocimiento acerca de la misma. En la actualidad, es en el registro ciudadano de la infancia donde se inscriben los instrumentos protectores de la democracia como esperanza de no aniquilación de la especie humana. Allí reclama un lugar la infancia.    

 

Visto así, el derrotero al que nos llevan estas elucidaciones, permite la adición y   articulación de lo singular con lo comunitario en sentido mutuo. Observando el registro de lo social, señalamos la importancia de la premisa que sostiene que no hay nación soberana en el concierto internacional si no lo es en el orden interno, esto es, si no respeta en sus prácticas los derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales del pueblo que la conforma. Pueblo concebido no como un simple número producto de un censo sino como compleja cualidad; no como cantidad de habitantes sino como calidad de ciudadanos. La materialización de ese respeto requiere de un marco legal que le devuelva a la actual mermada noción de soberanía, su sentido político original: la igualdad ante la ley. 

 

Así, la igualdad – como sueño revolucionario –   imposible dentro del orden natural, halla su modo de encarnar gracias a la potencia preformativa de la ley. Ley que debe estar al servicio de la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres y no a disposición de favorecer la ampliación de la desigualdad y la injusticia entre semejantes.

 

Es a través de este recorrido que sustentamos que la democracia es un acto de afirmación de soberanía estatal-nacional. A partir de allí, nos preguntamos ¿en qué territorio se produce la ligazón de estos dos términos? A lo que respondemos: en el escenario simbólico del pacto fundante plasmado a través de la creación de un discurso tal y como es la Constitución. Por ello, la ciudadanía no se encapsula en el derecho al voto.   Más aun, el desarrollo de la democracia tiene que ver con la intensidad con que los principios señalados logran impregnar los distintos campos de la vida social. Por eso es que no nos conforma que la democracia sea reconocida sólo en su dimensión institucional electoral (importante sin duda pero no única). La democracia es también una promesa civilizadora que instala la expectativa de expansión de la libertad, la igualdad y la justicia.

 

Y para que esta promesa sea posible, es imprescindible la consideración como ciudadanos – término habilitante para la construcción de la noción de semejante desde la modernidad a esta parte – hacia los seres humanos en estado de infancia. Porque es en la infancia donde el reconocimiento del otro, como par humano, se inscribe.

Autores de “ No sólo de Pan . Publicación Auspiciada por el Instituto Interamericano del Niño (OEA), República Oriental del Uruguay. Editorial EFU, ISBN 950-605-364-2, Montevideo, 2004.

“El pequeño otro es... simultáneamente el SEMEJANTE y LA IMAGEN ESPECULAR... El Gran Otro designa la alteridad radical... El Otro es entonces otro sujeto, en su alteridad radical y su singularidad inasimilabe y también el Orden Simbólico que media la relación con ese otro sujeto...“ EVANS, D., Diccionario de Psicoanálisis Lacaniano , Ed . Paidós , Buenos Aires, 1997, pág. 143.  

“es una posición primera que inaugura e instituye lo histórico social, procediendo del imaginario social instituyente... Son lo que forman a los individuos sociales... El campo socio-histórico se caracteriza esencialmente por significaciones imaginarias sociales , las que deben encarnarse en las instituciones... ”   ( www.magma-net.com.ar - Glosario – MAGMA, sitio dedicado al pensamiento de Cornelius Castoriadis )

FREUD, S. , El porvenir de una ilusión,   Amorrortu Editores, Buenos Aires, mayo de 1988, 6. / El malestar en la cultura – Amorrortu Editores, Buenos Aires, mayo de 1988,

 

Lic. Viviana Demaría
      Psicoanalista – Escritora
Mg . José Figueroa
      Investigador – Docente, UNSJ

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Articulo publicado en
Septiembre / 2009

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