El cuerpo es la materia sensible del Yo y a la vez una construcción sociocultural en la que los saberes corporales van a mantener una relación dialéctica con el contexto al que pertenecen. Nuestra identidad, también corporal, se va hilvanando en el tiempo con la historia y la memoria, en una relación vincular con lxs otrxs, por lo que el contexto cultural, histórico, social y político va a incidir en los pensamientos, modos de ser, gestualidades y cuerpos.
Vivimos en un mundo que intenta homogeneizar las diferencias al ritmo del consumo, la mayor productividad, las políticas extractivistas y la optimización del tiempo y el espacio
Como cuerpos del sur, estamos ubicados en un espacio geopolítico periférico que se encuentra en disputa permanente por la distribución de la riqueza del planeta, sea ésta territorial, monetaria o simbólica. En ese sentido, tenemos que reconocer primero que, como latinoamericanos, somos un pueblo colonizado.
La colonización implica una apropiación violenta del otrx que queda sometidx en una relación desigual de dependencia: somos cuerpos colonizados, atravesados por la dominación del conocimiento del colonizador, moldeados por saberes distantes de nuestras realidades sudamericanas.
Deconstruir es desarmar el andamiaje corporal incorporado para reorganizar desde el propio reconocimiento.
Deconstrucción y decolonialismo
Somos la otredad de ese mundo privilegiado que se impone con su “matriz colonial de poder’’, como señala Mignolo (2009), necesitamos una mirada crítica para pensar cómo se deconstruye un cuerpo, tomar conciencia de nuestra corporalidad mestiza y “dejar en evidencia el carácter arbitrario de todas las certezas”, como propone Darío Sztajnszrajber (Pariente, 2020). El recorrido hacia el ejercicio deconstructivo nos pone frente a lo inestable y dudoso, “la deconstrucción es una corriente que propone abrir y cuestionar toda premisa que se presenta como última y absoluta”, al igual que el pensamiento decolonial, nos lleva a ejercer la reflexión crítica permanente, atendiendo a la base de que no somos externos a lo que criticamos, los cuerpos del sur colonial somos bisnietos y tataranietos de los colonizadores, una mixtura en este presente, no podemos deconstruirnos por completo (2020).
El pensamiento decolonial no pretende imponer una única mirada respecto de la realidad, ni la aplicación taxativa de ningún universal, porque no quiere imponer una visión única de mundo. La opción decolonial plantea otra base epistemológica, es una opción de “coexistencia conflictiva” que asume las múltiples perspectivas de mundo que coexisten sin querer unificarlas en un universo, desde una postura crítica que reconoce que el pensamiento decolonial no surge de un afuera sino de una exterioridad, de alguien que fue “clasificado/a afuera (antrhopos, bárbaros, primitivos, inferiores, homosexuales, lesbianas) en el proceso epistémico político de definir el adentro (humanidad, civilización, desarrollado, superior, heterosexual, blanco o blanca.)” (Mignolo, 2009).
¿Cómo deconstuirnos corporalmente?
Eso que sabe el cuerpo, por su aprendizaje en el entorno, por la transmisión de sus ancestros o por su memoria celular, atraviesa el cuerpo social, el cuerpo de las grupalidades. Es aquí donde la deconstrucción puede ser una acción decolonial corporeizada.
Vivimos en un mundo que intenta homogeneizar las diferencias al ritmo del consumo, la mayor productividad, las políticas extractivistas y la optimización del tiempo y el espacio. Vivimos parceladxs y a una velocidad en la que es imposible detenerse a probar modos de existencia alternos desde la materialidad sensible.
Propongo una deconstrucción corporal temporal que permita habitar el propio cuerpo a través del cuerpo colectivo, pensándonos a través de los ritmos de la tierra. Habitar el territorio del cuerpo en red para generar el sentimiento de una corporalidad comunitaria y diversa que nos sostenga desde una pertenencia común, abierta e inclusiva.
La propuesta entonces es volver al cuerpo colectivo. Generar espacios de reunión en el que la diferencia se comparta también desde la sensibilidad del contacto de las pieles marrones, amarillas, rosadas, negras, blancas, y la posibilidad de que este contacto establezca relaciones de afecto.
Que ahí radique nuestra identidad.
Como el cuerpo va más lento, necesitamos otra temporalidad que nos permita habitar los encuentros, sentirnos, reflexionarnos, decolonializarnos, deconstruirnos. Porque queremos que nuestros cuerpos sean “para entender, no para conquistar; para sentir, no para medicar; para expresar, no para reprimir” (Trosman, 2022).
No podemos negar nuestros cuerpos mestizos, pero sí hacernos cargo de ese combate interno, tal como propone Rivera Cusicanqui (Barber, 2019) en relación al concepto de lo ch´ixi como una fuerza descolonizadora del mestizaje: “Lejos de la fusión o de la hibridez, se trata de convivir y habitar las contradicciones. No negar una parte ni la otra, ni buscar una síntesis, sino admitir la permanente lucha en nuestra subjetividad entre lo indio y lo europeo.”
Moverse al ritmo del cuerpo
Pertenecemos a una sociedad hiperacelerada por un sistema de vida que persigue la optimización del tiempo para la acumulación y el consumo. Necesitamos una integración de la vida que contemple a todos los seres que habitamos la tierra, una convivencia planetaria que respete los ciclos naturales.
Es fundamental un detenimiento para percibir, sentir, empatizar y recuperar el ritmo de los ciclos vitales, como una manera de detener el desenfreno extractivista del consumo que reconecte al ser humano con la naturaleza y los demás seres vivos.
La memoria corporal del sur nos habla de los pueblos originarios, de la propia ancestralidad y su relación de armonía con la tierra.
Planteamos una deconstrucción decolonial corporal. Deconstruir el cuerpo del consumo y la temporalidad de la explotación capitalista a través de un mayor contacto corporal afectivo que nos proporcione otro sentir, otra escucha, otro saber, que vaya de la mano de la tierra, de sus ciclos.
Es fundamental un detenimiento para percibir, sentir, empatizar y recuperar el ritmo de los ciclos vitales, como una manera de detener el desenfreno extractivista del consumo que reconecte al ser humano con la naturaleza y los demás seres vivos
Rivera Cusicanqui (2019) propone descolonizar la conciencia propia y retomar el paradigma epistemológico indígena que supone otra relación con los sujetos no humanos, conectando el trabajo manual con el intelectual, lo que constituye una forma de micropolítica, tal como ella lo expresa: “la micropolítica está por debajo del radar de la política y trabaja sobre colectivos pequeños y acciones corporales que permiten que florezcan espacios de libertad. Lo que buscamos es repolitizar la cotidianidad, ya sea desde la cocina, el trabajo o la huerta. (…) La idea es practicar la descolonización a través del cuerpo y eso no se dice, se hace”.
Pretendemos un desenganche epistémico corporal para habitar los cuerpos desde la potencia política del contacto corporal afectivo, en consonancia con el saber de la tierra, materia sensible de la que formamos parte. ◼
Dulcinea Segura
Licenciada en Artes (UBA) - Danza Movimiento Terapeuta
Coordinadora del Área de danza y movimiento del IAE (FFyL-UBA)
neaprod [at] gmail.com
Bibliografía
Barber, Kattalin, “Silvia Rivera Cusicanqui: ‘Tenemos que producir pensamiento a partir de lo cotidiano’”, El Salto. Feminismo poscolonial, España, 2019. Disponible en https://www.elsaltodiario.com/feminismo-poscolonial/silvia-rivera-cusica...
Mignolo, Walter, “La idea de América Latina (la derecha, la izquierda y la opción decolonial)”, Crítica y Emancipación, año 1, núm. 2, Argentina, 2009.
Pariente, Emiliana, “Deconstruir como una manera de conocer”, Revista La tercera, Chile, 2020.
Trosman, Carlos, “Mujeres, maternajes y corporalidades”, Revista Kiné Año 31 Nº155, Edición Digital, Buenos Aires, 2022. Disponible en https://www.revistakine.com.ar/mujeres-maternajes-y-corporalidad/