Hace pocos días celebrábamos con alegría el día de Internet. Ese invento que, como solía decir Bill Gates, nos ha acercado cada vez más. Ha llegado el momento en que todos podemos estar conectados, las barreras que la distancia, cruel verdugo, impone a los sujetos ahora pueden ser franqueadas triunfalmente. No debe ser sino motivo de regocijo el que ahora podamos instituir la celebración de la herramienta que redefinió la manera en que vivimos y prácticamente nombra a la era actual. Lo menos que podemos ofrecer es un día de celebración que por supuesto tiene que quedar instituido, es lo mínimo que podemos devolverle a la Internet.
¿Y cómo se ha celebrado este esperanzador día? Paralelo a las charlas, conferencias y actividades culturales aburridas, lo que nos llama la atención es la prevalencia de aquel rito que tradicionalmente en occidente vincula sexualidad y elección de partenaire con la forma ritual que enmarca su acto. El matrimonio. Por supuesto, online.
Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre, y lo que el hombre ha separado, no vuelva a ser unido por Dios. Pues ahora la tecnología brinda la posibilidad de prescindir de ciertos obstáculos, por ejemplo, la necesidad de poner el cuerpo a la hora de “dar el si”, y por supuesto y mas importante, la necesidad de sostener ese si con… ¿el cuerpo? Por suerte para nosotros, el cuerpo siempre puede ser bien reemplazado por la imagen.
En un diario de la capital Argentina podía leerse el caso de un hombre que se había casado online con una mujer a la que nunca había visto, digamos, “de cuerpo presente”. El matrimonio chateó (que es una especie de nuevo verbo) todos los días durante varios meses y al fin había llegado la hora de cumplir su sueño de casarse. Bueno, queda el detalle de la consumación de aquella clase de matrimonio...
Los psicoanalistas hemos salido a confrontar el modelo de existencia sin cuerpo, virtual, que nos propone la modernidad. Cabe aclarar, ¿a quien le importa siquiera criticar los avances de la modernidad y su oferta de comodidades? Hubo un tal Sigmund Freud que escribió algo llamado El malestar en la cultura, donde proponía que esas comodidades se pagaban a altos precios, y le creímos. Pero se ha demostrado, científicamente (¿podrían acaso las demostraciones ser de otra clase?) que las tales comodidades en realidad vienen a precios muy módicos y se pueden pagar en cuotas.
No puede hacerse una crítica allí donde solo cabe la exaltación. El matrimonio virtual elimina la necesidad del cuerpo. Así es, uno ya no tiene que apostar su libra de carne. Ya hay adelantos fascinantes de esta perspectiva, basta echar un vistazo a Surrogates (2009) de Jonathan Mostow. Allí se nos muestra un deseable futuro en el que las personas ya no tienen que salir de casa para nada, no salen a trabajar, ni a la escuela, ni a ninguna parte. Se conectan a una maquina que los “engancha” a su “Surrogate”, que es una especie de aparato, robot o lo que sea, que no es solo una imagen-carcasa mejorada del “usuario”, sino que no necesita alimentarse, bañarse, perfumarse, ir a la peluquería ni al toilette, en fin, libre de todas las cargas y obligaciones que impone el tener un cuerpo, ya bastante pesadas en si y harto conocidas. Ese “representante” llamémoslo, ejecuta todas las funciones de la persona a la que representa, mientras que los usuarios son entes regordetes y deprimidos ocultos en la cuevas que son sus casas, decoradas únicamente con cableados en exceso y gadgets por doquier. Así se nos ofrece una salida a todas las imposiciones del cuerpo. Es una visión de un futuro en el que la técnica ofrece la posibilidad de “desembarazarse”… del cuerpo.
Los tecnófilos replicarían: “pero la herramienta no tiene la culpa, es solo una herramienta. Quien la usa de ese modo es el responsable”. Bueno, es que si uno no lo hace simplemente no encaja, hay que mantenerse al día con la tecnología, so pena de quedar excluido. Es simple, el hombre moderno, si quiere ser moderno, tiene que conectarse. Y quedarse afuera es para los perdedores.
Este hombre moderno frente a la técnica, ha pasado de tener posibilidades a tener imperativos. Sostener un cierto status, un cierto semblante “efectivo” en la actualidad ya no es una elección, es un mandato.
Es que tener un cuerpo implica muchos malestares, por ejemplo, el goce. En estas épocas en las que la cosa aparece cada vez más deslocalizada, no puede decirse que no sea una molestia. Ahí se producen panic attacks, vértigos, desmayos, dolores, contracturas. Se han escrito innumerables textos que muestran como el cuerpo es el campo privilegiado para la expresión de síntomas. Todo el trabajo que hay que tomarse para que las pulsiones parciales lo recorten, lo contorneen y le den sus limites, tantos fracasos posibles para terminar desconociendo casi todo a respecto del cuerpo. Simplemente no es práctico.
Tomemos por ejemplo aquella frase que Lacan pronunciara en su vigésimo tercer seminario:” ¿Quién sabe lo que pasa en su cuerpo?”, después de todo el trabajo que implica llevar un cuerpo, uno queda en el mas desamparado desconocimiento. Es injusto. Aparte Lacan agrega que la relación al cuerpo es de por si imperfecta y además que el saber queda del lado del significante, no del cuerpo, y si en algún punto se tocan saber y cuerpo es únicamente a nivel del inconsciente. No hay salida, esto es un obstáculo para el bienestar. La industria química viene proponiendo desde hace años medicamentos que hacen acallar el cuerpo, allí están para muchos las respuestas anheladas. Reformulando, si sobre el cuerpo no se puede saber, ¿qué hacemos lidiando con él?
Otro ejemplo, un saber que siempre falta, el saber sobre el sexo. ¿Que hacemos? Inventamos algo, generalmente un fantasma. Bueno, la ciencia nos ofrece otra respuesta ahora, quizás no es una respuesta propia, pero tenemos al ideal que nos sostiene en nuestras identificaciones a la masa; así que ya no necesitamos de la singularidad.
Esa cuestión de la sexualidad, siempre tan problemática. Tener que arreglárselas para acceder al otro cuerpo, es un desastre, la imagen es siempre mucho mas amigable. Esa es la gran ventaja del matrimonio virtual, se está bien acompañado por la imagen, no está el cuerpo, pero bueno.
La masturbación era la única gran adicción, según Freud. Para él, todas las demás adicciones, incluso la adicción al chocolate, eran sustituciones de la masturbación. Bueno, la ciencia ha mostrado que la masturbación en realidad es saludable y reduce de manera asombrosa el riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual. En todo caso el exceso de chocolate se combate con ejercicio.
Las personas de la modernidad pueden vivir una sexualidad saludable y plena frente a la pantalla de las computadoras, no más horror a lo femenino, no mas angustia ante la posible aparición de algún real vía el cuerpo del Otro sexo. La sexualidad del lado masculino es mucho más segura y practica.
Será un goce idiota, si. Pero un idiota seguro. Sin riesgo.
Puede ser que se diga adiós a las patologías molestas como el vaginismo, el priapismo y la disfunción eréctil, no más eyaculación precoz, no más frigidez. Cada quien en lo suyo.
Sin la angustia de tener que buscar la vuelta para acceder al cuerpo del otro, no hace falta más fetichismo en los varones ni erotomanía en las mujeres. Ya nadie tiene que poner en riesgo el falo, ¡es un adiós a la castración! Las ventajas de la sexualidad virtual son enormes. Aprovechando la inexistencia del Otro proponemos estas ligeras modificaciones en las prácticas sexuales de la modernidad y creemos que definitivamente es para celebrar. No solo por el pequeño ejemplo del matrimonio virtual, sino por la posibilidad que aparece en el horizonte de existir sin ligaduras, sin ese molesto obstáculo que es el cuerpo. Pero…
¿A nadie se le ocurrió pensar que quizás la modernidad ha propuesto una falacia? ¿Que quizás no es cierto que se puede existir sin cuerpo? Conviene recordar a Lacan cuando dijo parletre, una palabreja rara que hizo falta para dar cuenta de algo que, nada más y nada menos, cubría aquella parte que hacía falta al sujeto para tener consistencia, o mejor, existencia: el cuerpo; pues es allí donde las cosas se anudan. Aunque ese cuerpo no sea más que una cascara que se resquebraja, como el de James Joyce. Algo de ese orden es imprescindible a la existencia.
BIBLIOGRAFIA