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Duelo y Manía (No sin representaciones sociales)

 

1- Las representaciones sociales, en el nivel de la apropiación individual-singular, constituyen buena parte de aquello que Freud nombraba como representantes representativos de la pulsión. Y esto por el simple motivo de que, en principio, no hay otra clase de representaciones que las socialmente construidas y singularmente apropiadas. Éstas van modelando las posibilidades de articulación de los conflictos arcaicos del sujeto, aun cuando esos conflictos, en su forma elemental, se modifiquen más lentamente que dichas representaciones. Los conflictos infantiles, luego inconscientes reprimidos, están, desde un principio, modelados a través de apropiaciones infantiles de las representaciones circulantes en lo socio-histórico, interpretadas y actuadas según su entorno. (Dicho sea de paso, el psicoanálisis como teoría elabora sus conjeturas según apropiaciones del mismo material).

Entendemos que esto no conduce a una sociologización del psicoanálisis, sino a la necesaria pérdida de candidez sobre el significado posible de la individualidad. Vuelve a plantearnos el problema del materialismo o idealismo de nuestros modelos teórico-clínicos. Y vemos hasta qué punto se trata de un materialismo complejo, no mecanicista, que tiene dos núcleos: la determinación histórica de los trazos, de toda su arquitectura, y el aspecto magnitudinal o económico que mueve al psiquismo y busca tomar formas organizadas.

Tomemos una observación obvia, un ejemplo distante a nuestro tema, pero que ayudará a visualizar rápidamente el argumento:

Hoy no es imposible, pero tampoco frecuente, encontrarnos ante situaciones de embarazo psicológico (relativamente comunes en otro tiempo). Y esto por razones que están a la vista. Desde la invención y el perfeccionamiento de métodos químicos anticonceptivos para acá (por situar un producto concreto de mutaciones culturales amplias), las posiciones frente a la maternidad vienen cambiando y, en particular, el sentido de lo que una mujer puede esperar del vínculo con un varón como enlace a la socialización, la potencia, el poder civilizador, etc. Está más o menos claro que para la identidad masculina esto no viene con menos desplazamientos y, seguramente, con más crisis.

¿Para comprender este ejemplo deberemos seguir la indicación freudiana de que la histeria habla la lengua popular? Tal vez, en el sentido de que la formación de síntomas más característica de la histeria posee cierta movilidad y capacidad mutativa de lo corporal. Pero en verdad, el cambio en las representaciones sociales de cualquier índole afecta y modela con profundidad a toda posición subjetiva que se vincule a ellas.

2- Desde ahí nos preguntamos qué viene pasando con los duelos, que tampoco parecen darse como antes y cuyo trueque por estados maníacos resulta llamativo.

El repliegue propio del duelo está cada vez más vetado socialmente, puede llegar a ser visto incluso como señal de discapacidad. Las sociedades contemporáneas brindan pocos espacios para la tramitación de los duelos, prestan escasas representaciones (casi se diría que las escamotean y retacean), dejan exiguas posibilidades para conectar la turbulencia interior con alguna ritualidad social que la simbolice en calidad de tristeza ante la pérdida y no como pura distorsión del sentimiento de sí y del mundo. (Dicho sea de paso, en el ensayo clásico de Freud sobre el duelo, se indica como diferencia, entre éste y la melancolía, la afectación negativa del sentimiento de sí, que no formaría parte del duelo normal. La persona en duelo no se sentiría mala y reprochable, sino simplemente mal y replegada. La verdad es que esto no siempre coincide con nuestras observaciones).

Por otra parte, la opción a la defensa maníaca parece existir desde antaño, pero no se veía facilitada cuando las sociedades occidentales prescribían como normal el luto y el estremecimiento ante la muerte o pérdida.

Sintéticamente, podemos definir la manía al estilo de Winnicott: se trata de un intento de dominar la realidad exterior mediante la fantasía omnipotente (sensación de poderío), como huida de la realidad interior penosa, ruinosa, empobrecida por la pérdida. En la manía el examen de realidad constata lo perdido, pero la fantasía omnipotente o la actividad compulsiva se ocupan de negar los efectos de la pérdida sobre la realidad interior.

Como este aturdimiento y menosprecio de las cavilaciones interiores resulta continuamente incitado por la cultura, es en ese sentido lo normal. Sin embargo, podemos ver también sus efectos imposibilitantes para una vida más comprensiva, sustentable y feliz; y, a veces, nos proponemos hacer algo con eso. Como en época de Freud el muteado del goce sexual femenino era la norma para mujeres y varones y, por eso mismo, no dejaba de constituir un propósito analítico el darle posibilidades de articulación consciente. Así hoy nos vemos ante la tarea a veces discordante de iluminar el dolor.

El fantaseo maníaco proyecta al sujeto en formas contrapuestas a su realidad interior, conformando pares antagónicos cuya dialéctica queda oculta. Tomo algunos de los términos que plantea Winnicott y agrego otros: Debilitado-Potente / Padeciente-Gozante / Desmembrado-Reintegrado / Perdiente-Derrochante / Depresivo-Ascensivo.

Este tipo de defensa produce desconocimiento del propio dolor, así y todo, es un recurso de actividad contra la angustia. Como tal, es preferible a la carencia de recursos y no se debe pretender, sin más, que alguien la abandone. Es necesario, en transferencia, con cuidado, ofrecer algo a cambio, construir y hacer perceptibles los términos de una negociación superadora. Y esperar.

También, en ciertos casos, contemplamos lo que puede haber de certero en la defensa maníaca como asunción de atributos positivos y capacidades de disfrute, que aunque se exacerben en oposición a una realidad interna sufriente, son recursos genuinos a disposición. En tal proceso se apela a un orden más sublimatorio que impulsivo. No es esa la clase de situación que nos preocupa.

Nos preocupa cuando el vuelco maníaco sobre la oposición padeciente-gozante se apoya sobre un vacío de recursos, que implica un rechazo más importante de la historia de la persona. Entonces su valor elaborativo es nulo. Con lo cual, conduce hacia un empobrecimiento mayor y a crisis graves.

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Articulo publicado en
Agosto / 2017

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