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Horribles Miedos en el Tratamiento Psicoanalítico

 
Una niña testigo de tortura: un caso de ceguera psicosomática

“Yo tuve un hermano
no nos vimos nunca
pero no importaba.”

Julio Cortazar ,
“Ché”.

Pedro Grosz es el nombre de un hermano que hace muchos años -mucho antes que los militares del “proceso” me obligaran a exiliarme- partió de la Argentina para cumplir con un destino que el se encargó de transformar en destino no pasteurizado a pesar de ser Suiza la meta final y la sede de su práctica.
Pedro Grosz es el nombre de un hermano a quién nunca antes había visto y con quién, sin embargo, compartí más de una batalla en la década del ’70. Integrante de Plataforma Internacional, Director durante muchos años del Seminario Psicoanalítico de Zürich, Miembro del Comité Organizador Internacional de los Encuentros Latinoamericanos de Psicoanálisis y Psicología Cubana, Pedro es de esas personas que uno no conoce sino que reconoce, como si hubiera pasado toda la vida junto a él o como si lo vivido hasta el momento no fuera otra cosa que preparación para un encuentro que es, reencuentro.
Encarnación de esa mezcla tan difícil de lograr entre inteligencia, saber psicoanalítico, sinceridad e integridad de buena persona, el texto que presentamos a continuación refleja apenas algo de la infinita sensibilidad que lo caracteriza. Es, además, el testimonio de la práctica solidaria con las víctimas del terrorismo de estado que desde el exilio han sostenido algunos, lamentablemente solo algunos, psicoanalistas argentinos.

Juan Carlos Volnovich

 

Introducción

¡Quiero ! ¡Debo contar esta historia! ¡Semejantes sucesos deben ser comunicados, dichos y denunciados! El gran esfuerzo, el desafío ante el que me encuentro es el de contar este tratamiento como un caso clínico.
No obstante, espero que se perciba, a través del relato, lo que ha significado para mi trabajar con Mabel.
"Trauma" es la expresión griega que significa herida, lastimadura causada con violencia. Hay una rama de la cirugía que se ocupa especialmente de la "traumatología". En psicoanálisis “trauma” alude al impacto que produce un suceso exterior al sujeto que provoca, a su vez, una irritación superior a la capacidad del yo a poner en función los mecanismos de defensa adecuados para poder soportarlo o adaptarse. Bettelheim habla de la "situación extrema", que irrumpe en la situación habitual de las personas, por lo general destruyendo nexos o relaciones imprescindibles, e influye sobre la coherencia de la relación hacia sí mismo y hacia los demás. Semejante trauma tiene como consecuencia un deterioro psicológico que afecta la “natural” evolución del individuo.
Tortura es un trauma que producen, conscientemente, unos a otros. Gente que produce sufrimiento, humillación, dolores, lastimaduras. Seres ¿humanos? que usan su fuerza, su potencia y la violencia para dañar. No sólo saben que cometen un acto de violencia, sino que al mismo tiempo el verdugo goza del derecho de causar semejantes atrocidades, muchas veces obedeciendo a la “ley”. Y las víctimas sufren, tienen síntomas que a menudo parecen irreversibles. Han sido "dañadas y patologizadas" por otra gente. No por un microbio ; no por un virus o por un accidente sino por un semejante, por un prójimo.
En estos casos el tratamiento psicoanalítico se vuelve extremadamente difícil, ya que estos pacientes -los que han sido torturados- parecen carecer de confianza. Más aún, quien los quiere ayudar, produce en el intento de acercarse, miedo y pánico a que todo se vuelva a repetir.
En su mundo interno el paciente parece preguntarse ¿Quién se acerca? ¿Verdugo o amigo? Las mejores intenciones del analista se confunden y se vuelven vagas. El análisis mismo se pone en duda. Toda la relación aparece como una herida sangrante que puede volver a abrirse.
Así, el recuerdo de la situación traumática produce en el paciente sentimientos de vergüenza, miedo, debilidad, desconcierto, odio, luto...y todo esto solamente puede ser soportado y elaborado en una relación que le de cabida a una cuota imprescindible de confianza.

 

Mabel

En un comienzo, de Mabel solo sabía la crueldad de los episodios por los que había atravesado.
Buenos Aires, Argentina, 1975.
Vecinos y testigos lo cuentan así : "Se oyeron gritos, se oía como lloraba y luego, de repente, nada más. Después de un rato se volvieron a llenar los estrechos corredores de la casa de departamentos con gritos y, por fin, los tiros. Luego, se los escuchó salir corriendo. Nadie se atrevía a salir. Hasta que alguien vio a la niña en el patio. Era Mabel, trastornada, asustada y confundida. No contestó cuando alguien le habló. Con el vestido roto se apoyaba sobre un muro". Una vecina, que era amiga de la familia, junto con otras mujeres, se atrevieron a acercarse. Vieron como Mabel sangraba de una herida en la cara. Se quisieron ocupar de ella. Alguien sugirió que la llevaran a un baño para lavarla, cambiarle la ropa y curar la herida. En la bañera Mabel comenzó a gritar y a patalear. No aguantaba que nadie la tocase. Se tiraba de los pelos desesperada. Gritaba el nombre de sus padres. Tiene que haber tardado mucho en quedarse agotada. Cuando las vecinas ya no poduieron más, llamaron a un enfermero que vivía cerca. Con el remedio que éste le dio, se durmió en los brazos de la vecina amiga. Mientras tanto se habían encontrado los cadáveres de los padres desfigurados y torturados.
Los vecinos quisieron quedarse con ella, querían ocuparse de ella, pero la amiga de los padres sabía que, con lo que había sucedido, tenían que huir. Todo era demasiado incierto.
Mabel tuvo fiebre y un eczema por todo el cuerpo. Una mañana gritó fuera de sí que no veía más. Estaba ciega. Fueron a ver a un oculista. Por su consejo (y a través de conocidos), llevaron a la niña a una organización que se ocupaba de fugitivos políticos. Así llegó a Suiza.

Cuando me contaron de Mabel, ya vivía en un hogar para niños ciegos. La habían visto diferentes oculistas. El médico amigo que aconsejó el tratamiento psicoanalítico hablaba en su informe de una Amaurosis funcional producida por una interrupción, a causa de un trastorno psiconeurológico. Como soy argentino y hablo el mismo idioma me propuse tratarla.

En el hogar donde residía trabajaba Eva, una maestra chilena. Fue una persona de mucha importancia en el contacto de la niña con su medio ambiente. Para la psicoterapia fue una ayudante imprescindible. La acompañaba a sus tres sesiones semanales. Solamente con ella Mabel parecía un poco más abierta que con el resto de la gente.
La niña de ocho años y medio que tenía ante mi se presentaba muy retraída, apática, sin contacto. Para los empleados del hogar aparentaba autista, y usaban ese término para explicarme como la veían. La ceguera no era lo único impresionante, sino también cierta pérdida del idioma. Tampoco estaba en condiciones de vestirse sola.
Mucho más tarde, durante la terapia nos informaron de parte del Ministerio de Educación que, en Buenos Aires, Mabel había alcanzado el tercer grado y que no sólo había sido una de las mejores alumnas sino que la querían mucho por ser muy buena compañera.

A continuación quisiera informar sobre las diversas etapas del tratamiento. Encontré tres tipos de miedos que aparecieron relacionados:
1.-Los traumáticos. Son aquellos que por su intensidad producen una conmoción de la organización psíquica con efecto una enfermedad. Para decirlo en otros términos, más profesionales: desde el punto de vista de la economía psíquica, el trauma se caracteriza por una sobrecarga de estímulos que superan la capacidad del niño de soportarlos y elaborarlos.
2.-Aquellos miedos que atribuimos a una solución patológica del conflicto edípico. El miedo como señal, que se presenta en situaciones difíciles, tanto psíquicas como del mundo exterior.
3.-Aquellos miedos que tienen que ver con la psicología del desarrollo y que de alguna forma el psicoanálisis lo relaciona con soluciones patológicas de la infancia.

Mabel llegó en compañía de Eva. Desde el primer momento, la relación fue muy difícil. Yo la veía con su piel mestiza, con sus cabellos oscuros. En alguna forma la admiraba, y así empecé hablándole ya desde la sala de espera:
G: "Yo te puedo ver y he oído hablar mucho de vos, sobre todo lo que le ha ocurrido a tu familia. Quisiera con otros profesionales ver si te podemos ayudar. El problema que existe es que vos no me ves, por lo tanto no vas a saber con quien hablás, con quién tratás".
Mabel no responde.
Yo sigo "Eva seguramente habló cont vos sobre la terapia y sobre mí"
M: "Sí..."
G: "Vení, vamos con Eva a mi cuarto, ahí podés tocar todo, sentir todo lo que hay, así lo vas conociendo."

Juntos dimos una vuelta por el cuarto. Después de un rato continué hablando.

G: "Me pregunto cómo es y me lo trato de imaginar : si algo no se ve queda desconocido, extraño. Y lo extraño da miedo. La terapia también es nueva y es otro miedo más. Por otra parte admiro la fuerza que tenés: dejaste de mirar cuando ya no podías ver más. Todos los que oyen lo que te ha pasado lo consideran terrible, cruel y comprenden que no se pueda mirar. Entonces allí era mejor así. Pero ahora aquí...
Mabel se enfurece y me dice "¡¡¡GORILA!!!"
G: "¡No! Tenés miedo, y es cierto que yo podría ser uno de esos. Y vos tenés que cuidarte sin ver...También viendo...tendrías que conocer, saber..."
M: "¡Ustedes son todos Gorilas!"
G: "No"
M: "¡¿Por qué no te moriste?!
G: "No sólo los Gorilas viven"
Eva -que estaba en el cuarto- dice: "Yo vivo también todavía".
M: "¡Puta, Puta!
G: "¡No! ¡No somos eso, de todo esto tenemos que seguir hablando. Lo haremos la vez que viene!
Interrumpo la sesión. Ella se volvió cada vez más agresiva en el hogar, sobre todo se peleaba con su educadora. Después, en una sesión a la que no quería venir, al buscarla en la sala de espera, dice:
M: "Podes probar, podes intentar sacarme lo que quieras, pero a mí no me vas a sacar nada. ¡Si no quiero, no hablo!
G: Yo no torturo, y no quiero saber nada de lo que no me quieras contar. Pero si estás aquí, entonces te puedo decir lo que pienso: vos crees que todos somos tus enemigos...
M: ¡Quiero que te mueras, que revientes!
G: Sí, pero no me podés cambiar, no me podés cambiar a mí por tus padres.
M: ¡Yo quiero estar muerta!
G: El dolor es muy grande dentro de ti, y es difícil vivir con ese dolor. Morir sería como juntarse con tu papá y tu mamá...
Mabel sigue enojada y me grita: ¡Gorila, Gorila de mierda!
G: ¡No! Querrás que yo te haga algo, como le hicieron a tus padres. Que te maltrate y castigue como a ellos. Y me estás provocando en cada sesión. Lo que te ocurrió fue tan terrible que así querés terminar con la situación.
M: Si....
Se levanta de la silla y quiere caminar. Después de muchas sesiones de esta índole yo estaba cansado, no podía más. Muchas veces lloré cuando Mabel ya se había ido...siempre tenía la imagen que la única salida que se presentaba parecía ser repetir el horror. Ella buscaba ser dañada, maltratada. En ese período decidimos con Eva, y el equipo que trabajaba en el hogar, que ellos necesitaban una supervisión especial, con otro colega, pues la atención de Mabel se había vuelto extremadamente complicada: no solamente se provocaba castigos, sino que desarrollaba fuertes tendencias suicidas. Las sesiones conmigo, con el tiempo, se volvieron más tranquilas y menos dramáticas, ambos sabíamos cual era el tema. En una sesión me contó del hogar y me dijo:
M: Allí hay niños que son ciegos...tienen...padres, hermanos y que se yo.
G: Eso será difícil para vos.
M: Me gustaría que estuvieran todos muertos, entonces sabrían por qué no mirar...y dejarían de tener visitas. ¡Las visitas me joden!
G: No te entiendo bien, pero creo que me querés decir algo así como que todos estarían igual que vos. Que todos estos ciegos deberían tener tu mismo dolor.
M: (todavía confusa) ¡No! Vos debes saber porqué todos están ciegos.
G: ¡Oh, no! Hay muchas razones para que los niños pueden quedar ciegos, no son todos como vos, y no han pasado cosas como las tuyas.
M: Pero entonces tendríamos todos la misma razón...
G: Así te parece que tendrías amigos. Eva me contó que estás aprendiendo alemán...con los chicos tal vez es más fácil hablar que con los adultos...te podría ayudar, pero no va a ser posible si estás esperando que tengan el mismo dolor que vos o si vos querer hacércelo. Este dolor es tu dolor, aquí en Suiza, en el hogar, es el de muy pocos...en Argentina, en cambio, es el de muchos...
M: Si todos estuvieran muertos, si sus padres estuvieran muertos yo les podría explicar.
G: Lo terrible que viviste y todo lo que viste cuando torturaron y maltrataron a tus padres, ¿eso podrías explicarles ?
M: ¡Yo no vi nada, nada, nada! ¡NO VI NADA!
(Se puso muy furiosa otra vez)
G: En un primer momento me imagino que viste algo. Me imagino que sí, pero después no pudiste más, no querías ver más.
M: Mamá me gritó: "¡No mires Mabel, no mires!"
G: Te lo dijo para protegerte, no quería que vieras cosas tan horribles.
M: Papá lo dijo también.
G: También para...
M: ¡No! ELLOS me lo dijeron y a ellos les obedezco, ellos son mis padres, vos no tenés nada que decirme.

Siguieron otras sesiones en las que hablamos cómo ella tenía miedo de hacerse amigos. La mayor dificultad era su incapacidad de tener en cuenta su medio ambiente. Preguntaba : "¿Es simpático ese chico? ¿Cómo es aquella otra niña?" Juntos buscábamos como podía incorporar ciertas pautas y darse cuenta ella sola. Podía confiarle a esa niña, Lisa. Ella hablaba con voz muy bajita. Y eso a Mabel le interesaba. Sí, las voces, la forma cómo escuchaba a la gente le permitía acercarse y pensar en voz alta lo que los sonidos podrían significar. Lisa le interesaba porque hablaba muy despacio, pero no le gustaba que usara un jabón con un perfume que ella odiaba. Mabel se preguntaba si podrían ser amigas. En una hora de terapia decidió hablarle sobre el jabón. Hablamos juntos cómo lo podría decir, tratando de no ofender a la otra pequeña. Así, lentamente, abordando ese tipo de problemas se fue afianzando nuestra relación y pudimos tratar problemas a los que, gradualmente, pudimos encontarle soluciones.

Una vez vino a la sesión y no sabía qué contar. Aproveché la oportunidad y dije:
G: Nos han salido muchas cosas bien. Ahora tenés amigos, estás aprendiendo otra vez a leer y a escribir el alemán con el sistema Braille. También aquí nos va mucho mejor. Tu miedo a que yo pudiera ser un Gorila, parece que se ha ido...
M: Sí, nunca creí de verdad que eras un torturador. Tu voz también es muy buena...
G: Sí, pero no me ves, y en tu relato te dijeron que no mires, que no mires...
M: Sí, y no solamente allí...entonces...
G: ¿No solamente allí? Cuando vinieron los asesinos. ¿Ya antes te habían dicho que no mires?
Después de esta sesión quedé muy impresionado y contento, pero después en el transcurso del tratamiento aparecieron obstáculos difíciles, que a veces parecían imposibles de superar. Se deprimió, no quería venir a las sesiones hasta que por fin logramos entender que pasaba. Una vez salió todo como una explosión:
M: (llorando y gritando) ¡Vos querés que hablemos de Ofelia (nombre de la madre que usó por primera vez), y yo no sé más nada, no me acuerdo que cara tenía, no sé como era, me quiero acordar y no me acuerdo de su cara!
G: Eso te hacía falta, porque te dolió lo que le hicieron a ella; para que pudiera curarse la herida, tapaste su imagen. Eso fue cariñoso y necesario.
M: ¡Si no tengo un cuadro, no tengo una imagen, tengo que morir!
G: Eso no fue un acto de maldad por parte tuya, fue algo que hizo falta en ese momento.
Discutiendo así, por primer vez, Mabel lloró, lloró mucho.
G: (Insistí): Tal vez ella te dijo que no mires, y quedaste ciega, no sólo con los ojos que miran para afuera, sino también con los ojos que miran para adentro. Nunca hablamos de los recuerdos, de las imágenes que te quedaron de Argentina ¿Dónde vivías?
Mabel se queda sorprendida y no sabía que responder. Luego, lentamente, primero se acordó de su dirección, después del número de teléfono, más tarde se acordó del nombre de un gato, del nombre de algunos vecinos, amigos y un chiste.
Me fue contando las cosas que hacía en la escuela, una travesura que le hicieron a la maestra.
De repente, miedo, un miedo terrible porque surgió en ella la pregunta si su maestra sabía donde estaba, y porque estaba faltando a clase. Preguntó si alguien había informado a la maestra dónde estaba. Y se preguntaba si aquellos niños, si aquella maestra sabía de ella, y si se acordaba de ella. En otra oportunidad, como si lo hubiéramos buscado, llegó una carta de los compañeros de clase. Eso la hizo muy feliz. Y en esa situación me atreví a dar un paso más. Se le pasó el miedo de estar faltando:
G: Las imágenes de Ofelia no las ves, pero me podría imaginar que las imágenes de tu papá aún podrían estar presentes...
M: (enojada y gritando): ¡Gorila, gorila de mierda!
Sorprendido porque no me lo esperaba, le respondí: ¿Yo, o tu papá?
M: ¡El. El, José es un hijo de puta!
G: ¿Cómo, quién dijo eso?
M: Ofelia
G: Yo creí que era un compañero...
M: Sí, pero el compañero le hacía mal. ¡Siempre le hacía doler!

Así se inició en la terapia un período en el que hablábamos de imaginaciones, recuerdos sobre hombres maltratando mujeres. Hombres maltratan, lastiman, torturan mujeres...y producen un terrible miedo.

G: Me estás contando tantas historias, tantas cosas con hombres que no debías ver. Yo creo que Ofelia no quería que vieras semejantes cosas.
M: Sí, podría ser, pero tampoco sé bien.
G: Pues sí, pero siempre como víctima, y como víctima no tendrías que verlas. Pensás que las mujeres son débiles y los hombres siempre les hacen mal.
M: ¡Mierda! ¡Decís eso porque no sabes lo que pasa con mis ojos, no sabés nada! El doctor dijo que se mueven un poquito, que están mejor y me dio gotas. Vos, vos querés saber cosas, saber, saber más y te imaginás cosas, y sabés cuadros. ¡Todo lo tenés que saber! ¡Y ayudar, ayudá de veras, no sabés hacer nada! ¡Para mí que esto de la psicoterapia no es más que una fanfarronería que no sirve para nada!
Me defiendo y digo: Yo te pude ayudar a tener menos miedo y esperaba que de esa manera puedas volver a ver.
Mabel me imita y se burla de mí: Mierda, no sabes nada. Sigue burlándose siempre que quiero decir algo diciéndome "Bla, bla, bla..."

A esto siguió una época en la cual no quería venir a terapia. Sólo la insistencia de Eva lograba traerla. Eva también me contó que con los otros chicos y con ella siempre trataba de hablar mal de mí. A los chicos del hogar les decía que estas terapias no servían para nada, y que eran inútiles. A veces, en las sesiones, apenas encontraba palabras para decirle algo. Me daba la impresión que todas mis interpretaciones chocaban contra una pared. Otras veces la imaginé al mismo tiempo sorda, y pensando en todo esto comencé a hablar, antes que ella pudiera empezar a pelearse otra vez.

G: En las últimas sesiones me estás haciendo cada vez más débil, me siento tarado, tonto. Nada de lo que digo tiene sentido. Todo es mierda o bla,bla,bla. Algo en ti quiere que yo me sienta así, y así me siento, como una mujer o como un niño, y tal vez como una niña que no puede hacer nada contra los gorilas. Creo que lo que estás haciendo es hacerme sentir un poquito como te sentiste vos.
M: (en silencio)...un poquito...
G: Claro, tan mal como lo que viviste no es, sólo un poquito, para que yo sienta también algo de eso.
Hablando así, Mabel tuvo que ir al baño. Cuando volvió retomé la conversación:
G: Me imagino que te dió un poquito de miedo lo que te dije.
M: (con un poco de temblor): También te puedo atacar. ¿A veces te puedo dar miedo? Sabés que me gustaría ser un elefante que pudiera pisar a un hombre. Si yo fuera tán grandota como un elefante, pobre de ellos.
G: Bueno, un elefante no sos, pero fuerte sí.

Después de algunas sesiones en las que se imaginaba a sí misma como un elefante o alguna otra fiera gozaba de la idea de cuan fuerte era. Jugábamos con esa idea y admiraba su fuerza. Hasta que, en una oportunidad, mientras estaba atendiendo a otro paciente, sonó el teléfono. Eran Mabel y Eva al mismo tiempo y otras voces por detrás. Mabel ¡veía !. Le había preguntado a Eva si el pañuelo que llevaba puesto era rojo. Lloraron juntas, se rieron, se abrazaron, bailaron y después llamaron....La sesión con el otro paciente quedó un poco interrumpida...

Esa tarde Mabel vio sus cosas: la maleta que le habían dado, y entre sus pertenencias un álbum de fotografías. Alguien se lo había empaquetado. Vio las fotos y con ellas vinieron los recuerdos. Lógicamente, también los de su madre. Mabel volvió a llorar mucho. Pero no solamente recordaba los sucesos referidos al asesinato de sus padres, sino cómo ellos habían sido antes. Así entendimos y elaboramos aquel "no mires, Mabel". Había sido una niña muy curiosa, que a veces despertaba de noche y oía a sus padres en el cuarto contiguo. Iba a mirar y le decían que se fuera. Algunas veces se reunía gente en su casa. Entonces la mandaban a dormir. Esas visitas tampoco las debía ver. A veces la madre nerviosa le decía que tenía que irse. Junto con los sucesos traumáticos el "no Ver" se había establecido en ella como una protección , pero al mismo tiempo como un Super-Mandamiento. Y nosotros explicamos esta reacción de la madre para que Mabel no fuera testigo de lo que sus padres estaban realizando. Pensamos que se trataban de reuniones de un grupo que se sabía en peligro, pero que estaba decidido a seguir conspirando contra el terrorismo militar y las organizaciones de derecha.

El "no mires, Mabel" se había establecido en ella, en primer lugar como protección. Unida a los sucesos posteriores, crueles y dramáticos, se había reforzado la orden Superyoica, volviéndola violenta, categórica e intransigente. El miedo a la desobediencia sumado a la carga de los hechos de tortura y asesinato obligaron a su Yo a capitular bajo presión. Así no pudo retomar ciertas funciones como la coordinación de movimientos, habla, vista, comunicación, etc.
La recuperación de la vista tuvo inmediatamente una repercusión institucional. Debía dejar libre ese, su lugar, en el Hogar para niños no videntes. ¡Otra vez estaba por suceder un acto de violencia contra Mabel! Sin consultarla, sin preguntarle. Apenas pasó el momento de la primera alegría ya estaba decidido que se tendría que ir a vivir con otra gente...
Eva y yo discutimos e insistimos que debíamos elaborar la situación con prudencia... Estábamos en eso, cuando se nos informó que la organización internacional que la había traído a Suiza, había logrado ponerse en contacto con parientes que la recibirían en Buenos Aires.
Y así Mabel volvió a la Argentina.
¿Seguirá viendo?
¿Qué se ve en la Argentina...Mabel?

Pedro Grosz

 
Articulo publicado en
Junio / 1998

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