Destruyo porque, para mí, todo lo que viene de la razón
no importa.
Antonin Artaud
Dos citas sabias, debidas a dos grandes del Psicoanálisis: Sigmund Freud, su fundador, y uno de sus discípulos, el polémico Gustav Jung, deben encabezar nuestro artículo sobre el proceso creativo y, en especial, sobre la problemática arte y locura en el poeta Antonin Artaud.
Tanto Freud como Jung concuerdan en que la creatividad, es un misterio. En El interés del Psicoanálisis para la Estética de 1913, Freud nos dice: ..la mayoría de los problemas de la creación y el goce artísticos esperan aún ser objeto de una labor que arroje sobre ellos la luz de los descubrimientos analíticos, y les señale su puesto en el complicado edificio de las compensaciones de los humanos deseos.
Y Jung en su texto Psicología y Poesía de 1930, afirma: el misterio de lo creador es un problema trascendental que la psicología no puede explicar, sino simplemente describir. Lo mismo ocurre con el hombre creador: es un enigma cuya solución puede intentarse por muchos caminos, pero siempre se intentará en vano.
Tanto Freud como Jung concuerdan en que la creatividad, es un misterio
Sin embargo, por muy misteriosa e inefable que sea la genialidad creativa de artistas como Artaud, numerosos autores han emitido sus hipótesis sobre el tema.
Para nosotros, amantes de la poesía y del pensamiento de Artaud, la forma de invalidar o confirmar estas hipótesis es recurrir a las introspecciones del artista plasmadas en su escritura, y en la variedad de la experiencia poética de Artaud (pensador, poeta, actor, dramaturgo, crítico de arte).
El problema del “genio-loco” siempre ha atraído, pero no es sólo atracción lo que un artista como Artaud suscita, sino también angustia, y ambas están motivadas por un mismo hecho: “la diferencia” con respecto al resto de los mortales.
Frente a la personalidad de Artaud, como objeto de la angustia, se ha adoptado la actitud de, o bien sobrevalorarlo, o bien devaluarlo a la categoría de degeneración patológica, según criterios de época.
Conviene tener en cuenta también, a propósito de la “creatividad y/o locura” de Artaud, un dato sobre el que nos hace reflexionar Ernst Kris: ...el momento histórico desde el cual estamos analizando el problema.
En ciertos períodos el “artista genio-loco” aparece como el líder artístico que raya en la patología y la domina con su trabajo, el artista cuyas dotes personales están determinadas por lo que Freud llamó la flexibilidad de la represión, mientras que en otros períodos no.
El culto y la adoración al genio Artaud, llegó a su punto máximo en la década del 60 y, en especial, en el ámbito del teatro, a partir de la línea irracionalista de la que Artaud es el eje capital. Ideas registradas en sus libros El teatro y su doble, publicado en París en 1938, y antes en 1932 con el primer manifiesto de El teatro de la crueldad.
También fue muy significativo, el impacto que produjeron sus libros de poemas: El pesa-nervios (1927), y El ombligo de los limbos (1925), en la música de Alberto Spinetta (su ya legendario disco Artaud), y en parte del rock argentino, que tomó a la figura de Artaud como una especie de “gurú”, que se había expuesto a una exigencia de derrocamiento, que ponía en peligro los fundamentos de la cultura del mundo occidental contemporáneo.
A propósito, recordemos su ensayo Los tarahumaras, a partir de la experiencia vivida con los indios de México, y la ingesta del peyote, que casi lo lleva al borde de la muerte.
En nuestro país ya es un clásico el libro Conversaciones con Enrique Pichón Riviere (sobre el arte y la locura) de Vicente Zito Lema, donde en el capítulo VIII se aborda la problemática de la amplitud creativa, los mecanismos internos, el arte y la locura, y el “caso” específico de Antonin Artaud. Al respecto, reproducimos algunos pasajes muy ilustrativos del mismo:
“- ¿Dependía Artaud de su crisis espiritual?
- Artaud no es poeta por su demencia. Él es poeta pese a su demencia, luchando, a su manera contra ella. La alienación deteriora, imposibilita la verdadera creación. La poesía, en Artaud, es su unión con los hombres. La enfermedad es lo que lo aleja, y lo destruye.
- Reconozco que Artaud es una figura muy especial, pero aun así, ¿no pone en duda ese precepto general de que las obras de los artistas “enfermos” carecen de unidad; que estos artistas no completan el paso de la fragmentación a la unión?
-Artaud, a pesar de su estado de “psicosis”, al igual que el poeta argentino Jacobo Fijman, también catalogado por los médicos como “demente” e internado treinta años en un hospicio, hasta su muerte, ¿no nos enseñan, con su bellísima, desgarradora poesía, que el grado de unidad de un poema lo da el propio poema y no la estética o la ciencia?
- Usted vuelve a llevarme al centro de la poesía y aquí no puedo hacer otra cosa que insistir en un concepto que ya le he señalado: amo profundamente la poesía y sé que nada en el mundo representa como ella la tenue línea que separa el cielo del infierno, la vida de la muerte, la locura de la salud. Por ello es tan difícil distinguir, precisar, establecer categorías, lo que sí es posible en otras disciplinas artísticas.
Casos como el de Artaud o Fijman tienen la maravilla de lo sorprendente. Y Artaud, ya que estaba hablando de él, me ha enseñado mucho. Fue para mí una gran lección...
- ¿Qué‚ le enseñó Artaud?
- La posibilidad de que un enfermo psicótico sea curado mediante el psicoanálisis, cosa que hasta ese momento no se había intentado; más aun, explícitamente la había negado el propio Freud. Artaud era la más clara demostración de que un psicótico puede tener momentos de lucidez - en su caso, extrema lucidez-...
-¿De la vida, de la obra de Artaud, hay algo que lo impresione en particular?
- Siempre me ha impresionado, paradójicamente, su coherencia revestida de incoherencia...Toda su obra me estremece, tiene sentido, sus desvaríos no son totales, siguen siendo poesía.
-¿Teniendo presente la total continuidad y coherencia de la obra de Artaud, es posible imaginarlo fuera de lo que fue su estado real (o sea, privado de parte de su espíritu), de lo que eran sus conflictos? ¿No había entre su poesía y sus crisis una extraña y válida (también desgarradora) conjunción de causa y efecto?
- Sí, yo tampoco puedo concebirlo a Artaud fuera de su enfermedad. Hay mucho material en su obra tomado de ella, pero siempre administrado de una forma integrada y exasperadamente bella, que conmueve y sorprende.
Frente a la personalidad de Artaud, como objeto de la angustia, se ha adoptado la actitud de, o bien sobrevalorarlo, o bien devaluarlo a la categoría de degeneración patológica, según criterios de época
Por ello mismo, nunca consideraría su obra como expresión de “arte patológico”. Él había reservado para la poesía un lugar secreto. Y ese lugar secreto no estaba contaminado por la enfermedad...
-¿Dónde está ese lugar? ¿Cómo lo había preservado?
- He ahí el misterio, que ha sido mi preocupación de tantos años a través de Lautréamont y de Artaud, y que nunca podré estar seguro de haber descifrado; por eso callo. De lo que no cabe duda es que ellos lograron la unidad, algo que es casi imposible de alcanzar para los enfermos mentales que se expresan artísticamente...”
Como podemos observar, la problemática en torno a Artaud es compleja. Y la pereza de algunos críticos los lleva a mezclar todo. En realidad, Artaud es una coartada poética hecha hombre.
Sin embargo, la ambición artística de Artaud, lejos de la diversión, o del “ejercicio cochino del arte” -al decir de Baudelaire-, que él rechaza, es la de hacer ver a través de los muros que nos circundan.
Lo que es del dominio de la imagen es irreductible a la razón y debe permanecer en la imagen bajo pena de aniquilarse. ...Hay una mente en la carne, una mente rápida como el rayo, expresa Artaud.
Por lo tanto, es preciso creer en un sentido de la vida renovado constantemente por la poesía, en el cual el hombre, impávidamente, se haga dueño de lo que todavía no es, y lo haga nacer. Todo es ceremonial y “mágico” en Artaud, donde el poeta es oficiante que se ofrece en holocausto; el actor víctima y verdugo, que no está ahí para aplacar a los dioses sino para abrir las puertas con candado de nuestras cárceles. Este esfuerzo será en Artaud físico, o no será esfuerzo. Es necesario arrancarse del suelo como se arranca un peso. Hay quienes se quiebran en el intento, y muchos otros renuncian.
A menudo se olvida que ese heroísmo es la primera virtud de Artaud, y se antepone a la locura (lo pintoresco) que ha servido de etiqueta. Curiosamente tiene la idea de que la poesía, debe llenarse de todo, como el caos original: esa inmensa confusión que exigirá luego un orden, y cuyas disonancias son las premisas de una futura armonía. El poeta cumple la tarea como un mago, como un médium, que debe convocar estas fuerzas contradictorias y enlazarlas. Inventar un espectáculo total en que todo, en fin, concuerda. Utopía de una poesía a la vez dispersa y unitaria. Lo que equivale a lograr una grandeza sin mezcla, y que conduce a la dilatación del corazón y del alma.
Discurso poético que se realiza y des-realiza, creando un nuevo espacio semántico tal, que viene a unirse a una reflexión sobre el carácter agónico (en el sentido griego) del poeta. Y donde los límites entre la desolación y la aceptación de lo inevitable de su destino trágico, y lo inefable de su obra se funden. Sus poemas son, en este sentido, un intento desesperado por arrebatar a la energía propia de su ser, una convulsiva “luz de sabiduría insensata”, alcanzando una significación, dentro de este encuadre, solo comparable a la de aquellos otros poetas que, para el propio Artaud, al final de su vida fueron los únicos interlocutores válidos. Creadores desterrados y marginados -pero demasiado lúcidos- para una sociedad que sistemáticamente intentó silenciar sus voces. Poetas como Rimbaud, Poe, Lautréamont. Verdaderos “deicidas” o asesinos simbólicos de la realidad circundante, que al igual que Artaud, crearon mundos aparentemente caóticos, pero al mismo tiempo, deslumbrantes y conmovedores.
Mundos infinitamente abiertos a partir de sí mismos. Poesía-límite entre la destrucción de un mundo inocente y la orfandad del presente.
El bastón de Próspero quema los dedos, y cuando Antonin Artaud se introduce bruscamente en el campo literario, se sabe que es en tanto que aquél que experimenta rupturas en el campo físico. “La vida es quemar las preguntas”. Y es así como volvemos a ver a Artaud, aquél del cual los films en los que actuó, nos han conservado su imagen: el rostro de un ángel ardiente de entusiasmo.
En todos los escritos, desde el principio hasta el fin del recorrido estriado de su vida, no hay otra palabra que Artaud haya pronunciado con más obstinación que la palabra pensamiento, confirmando él mismo al escribir, que él era ese problema. Artaud introduce en lo que él llama pensamiento, la presencia abrupta del cuerpo. El pensamiento, el cuerpo, el inconsciente: las tres figuras ordenadoras del lenguaje entrecortado de Artaud. Escritura de los límites, -la del poeta- que pareciera preguntarnos: ¿Cómo hablaríamos, si fuéramos exactamente nuestra palabra, en lugar de estar sometidos a ella y sus convenciones sociales?
Sin embargo, su núcleo central no será el tema de la ambigüedad del doble, sino su condición de absoluto desamparo y orfandad. La encarnación misma de la angustia humana. Su escritura brota de ese preciso lugar, como un “aullido semántico” ante el intento de una pretendida reducción hipócrita, ante ese supuesto “principio de realidad” que a pesar de todo no ha logrado silenciar su fuerza creadora. Pareciera ser que los textos de Artaud, se encontrarán siempre al borde de la disolución, y que una extraña atmósfera rodeará la existencia del poeta en los límites del arte y la locura: ni un paso atrás ni uno adelante. Esa postura fronteriza le permite permanecer en un estado de asombro continuo, de sospecha, de liquidación. Y al mismo tiempo, de lucidez crítica, de permanente inocencia ante cualquier estímulo externo.
Lo más curioso, en lo que conocemos formalmente acerca de Artaud, es que los caminos que trazó se precisan, no “abiertamente”, sino de una manera subterránea, pero con mayor firmeza.
El libro de Michel Foucault acerca de la Historia de la locura sirve de testimonio: el hombre, en nuestros días, no tiene otra verdad sino la del enigma del loco que él es y no es.
Ocurre que ese enigma es ahora el de una impugnación de una región presente y ausente al mismo tiempo, con relación a la cual le corresponde al mundo comprobar sus límites, al sujeto volverse hacia una cara de sí mismo que ya no es la cara inquietante del espejo. Supongamos un espacio sólo de sujetos, sin espectadores, y todos comprometidos con el mismo lado, sin exclusión posible. Es este espacio del pensamiento, que anula toda dualidad, lo que el lenguaje nos impone, y es el sentido de este espacio lo que Artaud vivió y sufrió. Allí es desde donde pudo escribir: Digo por encima del tiempo.
Artaud introduce en lo que él llama pensamiento, la presencia abrupta del cuerpo. El pensamiento, el cuerpo, el inconsciente: las tres figuras ordenadoras del lenguaje entrecortado de Artaud
Los límites que operan en su obra son caracterizados por los nombres que la sociedad, al decir de Foucault, a lo largo de la historia, les ha dado: mística, desviación, erotismo, locura, inconsciente. Pero hay un rasgo distintivo: la multiplicidad, que obliga a cambiar el sistema de lectura lineal -el mismo que percibe a este discurso poético como delirio, fantasma, hermetismo, locura y desviación- por otro donde el lector se des-cubre y re-genera.
Como en un teatro de la crueldad, Artaud nos dice que su esencia es “afirmativa”, y es el movimiento mismo del origen como muerte. Nació de su propia desaparición y el descendiente de este movimiento es el hombre. Su necesidad opera como una fuerza permanente. La crueldad está siempre a punto. Pero este teatro no es una representación. Es la vida misma en lo que ésta tiene de irrepresentable: “La vida es el origen no representable de la representación”.
Lo orgiástico como sentimiento desbordante de vida y de fuerza, en cuyo interior, incluso el propio sufrimiento opera como un estimulante. No se trata de librarse del terror y de la piedad, como pensaba Aristóteles en su “teatro catártico”, sino de, atravesando el terror y la piedad, “ser uno mismo” la alegría del devenir, esa alegría que encierra también en sí misma la alegría de destruir. El arte en Artaud, que nada tiene que ver con la locura, no sería la imitación de la vida, sino que la vida es la imitación de un principio trascendente con el que el arte nos pone en comunicación.
Este teatro expulsa a Dios de la escena. Pero no escenifica un nuevo discurso ateo, no concede la palabra ni entrega el espacio a una lógica logocéntrica. Es acción poética y teatral que habita, o mejor dicho “produce” un espacio no-teológico.
Debido a la unidad de la palabra con el cuerpo, y al influjo teológico del “VERBO”, que indica en realidad la medida de nuestra impotencia, y de nuestro miedo. En este sentido la escena en la tradición occidental se ha encontrado siempre amenazada. La energía de su esencia, no ha trabajado más que con la intención de desvalorizar la escena y la poesía como acción. Pues una escena, un poema, que se limita simplemente a ilustrar un discurso ya no es una escena o un poema. Su relación con la palabra despojada de un cuerpo, es su enfermedad. Desde esta perspectiva, y siguiendo el pensamiento de Artaud, remarcamos que su época como la actual, siguen estando enfermas.
Mientras que la violencia animal se cumple sin demora, franca en su crimen, la violencia contra el hombre va a ser “sabiamente” hipócrita. En la violencia, Artaud va a integrar la mentira. Y la mentira es el signo humano por excelencia. Como dice Wells, “el animal carece de gestos mentirosos”.
El arte en Artaud, que nada tiene que ver con la locura, no sería la imitación de la vida, sino que la vida es la imitación de un principio trascendente con el que el arte nos pone en comunicación
En otras palabras, “la locura” de Artaud, a través de su obra, pretende no repetir la leyenda del castor, que es cazado por sus órganos sexuales, y que cuando es perseguido, se los arranca con los dientes para que lo “dejen tranquilo”. No transformarse, como el resto de los “cuerdos” en una sociedad de castores castrados por persuasión.
Finalmente lo que Artaud, dentro de su “supuesta locura”, quiere aprehender, es la fuerza de la vida, “la corriente de las cosas”, eso que él llama también la “vitalidad” o “el espíritu en la carne”, pero un espíritu pronto como el rayo.
La vida y el verbo reales deben ser rebeliones elocuentes, ya que el sufrimiento padecido no puede ser borrado más que por el sufrimiento proyectado.
Como ocurre con Kafka, es difícil, si no imposible, juzgar las obras de Artaud sin referirse también al hombre que fue. Cuando Artaud evoca a los atormentados del lenguaje (Villon, Baudelaire, Poe, de Nerval), sabe que pertenece a esa misma raza: la de los poetas que sufren sus obras; malditos, réprobos que más que escribir, viven con intensidad la poesía. Hombre-teatro, ha dicho de él Barrault. “Yo es otro”, decía Rimbaud. Yo es actor, responde Artaud.
Su vida y su obra es una figuración extrema. En medio de sí mismo, se juzga y se aplaude en una sala vacía en la que tiembla.
Artaud se sorprende, “enloquece de lucidez”. Se mata y vuelve a vivir.
NOCHE
Los mostradores del cinc pasan por las cloacas,
la lluvia vuelve a ascender hasta la luna;
en la avenida una ventana
nos revela una mujer desnuda.
En los odres de las sábanas hinchadas
en los que respira la noche entera
el poeta siente que sus cabellos
crecen y se multiplican.
El rostro obtuso de los techos
contempla los cuerpos extendidos.
Entre el suelo y los pavimentos
la vida es una pitanza profunda.
Poeta, lo que te preocupa
nada tiene que ver con la luna;
la lluvia es fresca,
el vientre está bien.
Mira como se llenan los vasos
en los mostradores de la tierra
la vida está vacía,
la cabeza está lejos.
En alguna parte un poeta piensa.
No tenemos necesidad de la luna,
la cabeza es grande,
el mundo está atestado.
En cada aposento
el mundo tiembla,
la vida engendra algo
que asciende hacia los techos.
Un mazo de cartas flota en el aire
alrededor de los vasos;
humo de vinos, humo de vasos
y de las pipas de la tarde.
En el ángulo oblicuo de los techos
de todos los aposentos que tiemblan
se acumulan los humos marinos
de los sueños mal construidos.
Porque aquí se cuestiona la Vida
y el vientre del pensamiento;
las botellas chocan los cráneos
de la asamblea aérea.
El Verbo brota del sueño
como una flor o como un vaso
lleno de formas y de humos.
El vaso y el vientre chocan:
la vida es clara
en los cráneos vitrificados.
El areópago ardiente de los poetas
se congrega alrededor del tapete verde,
gira el vacío.
La vida pasa por el pensamiento
del poeta melenudo.
(De Oeuvres Completes. Tome I. Versión de Aldo Pellegrini)