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Mujeres trabajadoras: estrategias de cuidado y sororidad en el contexto del 8M

 

Cuando los hombres se callan es nuestro deber

levantar la voz en nombre de nuestros ideales

Clara Zetkin

 

Por un mundo donde seamos socialmente iguales,

humanamente diferentes y totalmente libres

Rosa Luxemburgo.

 

La emergencia del feminismo y del movimiento de mujeres en Argentina y en el mundo, no es un hecho episódico. El 3 de junio de 2015, la denuncia y demanda contra los femicidios bajo el lema de #NiUnaMenos constituyó un acontecimiento que tuvo ecos en todo el mundo, desde Estados Unidos hasta la Patagonia, desde Arabia Saudita, hasta Turquía, Rusia, los países europeos y algunos países de África.

En la actualidad, la participación de las mujeres en la escena política de los diferentes países da cuenta del surgimiento de una nueva oleada de luchas feministas que revoluciona tanto las agendas políticas como la vida cotidiana y recoge la experiencia de otros momentos históricos en donde las mujeres agenciadas en sus reivindicaciones contra la explotación y la opresión, la subordinación y la discriminación de género, lograron grandes conquistas.

Cuando en 1910, en la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en Copenhague, Clara Zetkin y Kate Duncke propusieron celebrar el Día Internacional de las mujeres, lo hicieron en medio de grandes luchas contra la discriminación laboral, por el reclamo de protección de las trabajadoras madres y por el derecho al voto femenino, lo que constituyó la primera gran oleada del movimiento feminista. En Argentina, muchas de sus contemporáneas, tales como Virginia Bolten en las fábricas o Carolina Muzilli y Julieta Lanteri en la universidad, impulsaron los procesos de organización y emancipación de las mujeres. A principios del siglo XX encontramos huelgas importantes de establecimientos de composición obrera femenina como, por ejemplo, la huelga de las fosforeras (Coledesky, 2000). En Buenos Aires y Rosario las mujeres libertarias publicaban los primeros folletos, entre ellos “La Voz de la Mujer”, desde donde se convoca a la mujeres a reflexionar sobre su propia situación y se las llama a organizarse. También en 1910, estas mujeres realizaron el primer congreso femenino internacional que tuvo mucho éxito, reunió a mujeres de diversos países y entre otras cosas plantearon: mejoras en las condiciones de trabajo de mujeres y niños y niñas, igualdad de salario para las trabajadoras, igualdad civil de las mujeres casadas, reforma del sistema educativo y la ley de divorcio.

En octubre de 1917 es destacable la movilización de los trabajadores ferroviarios durante la primera huelga general de ese sector en la historia del país podemos decir que, su eficacia no estribaba sólo en la precocidad y solidez de las organizaciones sindicales masculinas. El éxito en la organización de la protesta debía mucho a la sostenida acción colectiva de las mujeres y las familias ferroviarias en su conjunto. La gran huelga ferroviaria fue una empresa familiar. Las mujeres acudieron a las asambleas en las que se debatía el curso del conflicto y la suerte de la legislación laboral y social de los ferroviarios. Ellas oficiaron como oradoras en mítines y conferencias, asistieron a las manifestaciones públicas y hasta tomaron la iniciativa para realizar demostraciones en apoyo a la huelga. También se organizaron para abogar por la libertad de los detenidos y algunas de ellas agitaron la causa de sus familiares varones escribiendo cartas en la prensa obrera (Aldonate, 2015). En esta historia de participación de las mujeres en la lucha política argentina, entre 1936 y 1943 las costureras tucumanas se organizaron en un sindicato y llevaron adelante una serie de huelgas para defender sus intereses.

En las décadas de 1960 y 1970, mientras se desarrollaba la revolución sexual, la lucha contra la discriminación racial, los procesos de descolonización de Asia y África y la lucha de obreros y estudiantes, las mujeres volvieron a salir a la escena en la mayoría de los países del mundo. Bajo la consigna de que “lo personal es político”, lograron grandes conquistas, especialmente en los países centrales, como el derecho al aborto voluntario, conquista de autonomía aun pendiente en los países más pobres y desiguales del mundo. En Argentina, las mujeres abrieron una brecha que retomarán en una lucha por la vida, por la libertad y por el amor: las Madres de Plaza de Mayo. Las Madres comenzaron a reunirse en la Plaza de Mayo desde el dolor y la rebeldía para no soportar pasivamente la desaparición de sus hijos (Jelin, 1985). Estas mujeres, perdiendo el temor de ocupar el espacio público, tomaron como desafío instaurar una lucha desde el lugar físico de la política que, con el transcurso de los años, tomó carácter colectivo, cuestionando lo instituido con formas simbólicas innovadoras y creativas.

La década de 1980 en América Latina fue el momento crucial para la consolidación del movimiento de mujeres y del feminismo. Muchas mujeres que ya venían luchando, comenzaron a ser protagonistas de espacios de resistencia y denuncia de las dictaduras en la región. Asimismo, es importante destacar una de las instancias más importantes de Argentina promovida por el movimiento de mujeres: los Encuentros Nacionales de Mujeres que se llevan a cabo ininterrumpidamente desde hace treinta y dos años. Miles de Mujeres se dan cita durante tres días cada año en un espacio propio para debatir sobre una multiplicidad de temas, con la dinámica de talleres horizontales -sin disertaciones magistrales o de especialistas- tales como desempleo, sindicalismo, tercera edad, globalización, medio ambiente, sexualidad, aborto, lesbianismo, por mencionar sólo algunos pocos tópicos. Estos Encuentros, que comenzaron por iniciativa de algunas feministas a partir de la experiencia en el III Encuentro Feminista Latinoamericano realizado en Bertioga, Brasil (1985) y de la asistencia a la III Conferencia Internacional de la Mujer organizada por Naciones Unidas en Nairobi (1985), son únicos en el mundo y se caracterizan por ser autónomos, autoconvocados y autofinanciados (Alma y Lorenzo, 2009).

La experiencia de los Encuentros Nacionales de Mujeres, por su continuidad histórica y también por el número importante de mujeres diversas que reúne año tras año, es un acontecimiento destacado. Esta experiencia favorece procesos de encuentro, intercambios, construcción de redes, incorporación en la militancia de mujeres (de manera significativa en los últimos años de mujeres jóvenes), y acuerdos de agendas comunes para el movimiento de mujeres.

Y esta nueva oleada de movilización iniciada en 2015 a escala global, encuentra a las mujeres ante nuevos desafíos. En la declaración sobre el primer paro internacional de mujeres realizado en 2017, las feministas norteamericanas Alcoff, Arruzza, Batthachayra, Fraser et al. señalaron: “El tipo de feminismo que preconizamos ya emerge a escala internacional, en luchas que se libran en todo el mundo: desde la huelga de mujeres en Polonia contra la prohibición del aborto hasta las huelgas y manifestaciones de mujeres en América Latina contra la violencia machista; desde la gran manifestación de mujeres del pasado noviembre en Italia hasta las protestas y la huelga de mujeres en defensa de los derechos reproductivos en Corea del Sur e Irlanda. Lo que llama la atención de estas movilizaciones es que varias de ellas combinaban la lucha contra la violencia machista con la oposición a la precarización del trabajo y la desigualdad salarial, denunciando asimismo la homofobia, la transfobia y las políticas de inmigración xenófobas. En conjunto, anuncian un nuevo movimiento feminista internacional con un programa ampliado: antirracista, antiimperialista, antiheterosexista y antineoliberal al mismo tiempo.”

Ante el segundo paro mundial de mujeres que se desarrollará el próximo 8 de marzo, nos interesa reflexionar acerca de los procesos subjetivos y colectivos de las mujeres trabajadoras en Argentina que hacen parte del movimiento de mujeres.

 

Las mujeres trabajadoras en Argentina: precarizadas y discriminadas

En las últimas décadas, la flexibilización del mercado de trabajo y las condiciones laborales han conducido a la precarización de la vida de las/los trabajadoras/es que sostiene la naturalización del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado a cargo de las mujeres, a pesar de su progresiva participación en el trabajo realizado en el ámbito público, desde la década de 1960.

Las lógicas patriarcales que operan como estructura de poder subordinando las mujeres a los varones a partir de relaciones socialmente instituidas, se expresan en la persistencia de la organización sexual-patriarcal del campo del trabajo. Allí no solo se relega a las mujeres hacia el desarrollo de tareas reproductivas y de cuidado en el ámbito doméstico, sino que plantea una distribución desigual de los trabajos productivos. Según la OIT (2016), tanto en los países de altos ingresos como de bajos ingresos, las mujeres trabajan menos horas en empleos remunerados, mientras que asumen la gran mayoría de las labores de cuidado y las tareas domésticas no remuneradas, que suelen ser invisibilizadas como trabajo. También son mujeres las que ayudan a otras mujeres en el cuidado. Son ellas las que siguen haciéndose cargo tanto del cuidado formal en el ámbito público -donde habitualmente son legitimadas como trabajadoras asalariadas-, como del cuidado informal en el ámbito doméstico, desarrollando allí una tarea que aún no está socialmente puesta en valor (García Calvente, Mateo Rodríguez y Eguiguren, 2004).

Diversos informes (Cepal, 2017; OIT, 2016) sostienen que las mujeres tienen más probabilidades de estar desempleadas que los varones. En 2015, según la OIT, las tasas mundiales de desempleo eran del 5,5 por ciento en el caso de los hombres y del 6,2 por ciento en lo que respecta a las mujeres. A su vez, a escala mundial, la brecha salarial entre hombres y mujeres se estimó en el 23 por ciento para el 2016, lo que implica, en otras palabras, que las mujeres ganen el 77 por ciento de lo que ganan los hombres.

Aun considerando la remuneración horaria (dado que las mujeres trabajan menos horas que los hombres), las mujeres continúan enfrentándose a una desigualdad salarial persistente por motivo de género. Ellas trabajan jornadas más largas que los hombres cuando se toma en consideración tanto el trabajo remunerado como no remunerado. En particular, las mujeres empleadas (ya sea como trabajadoras autónomas o como trabajadoras asalariadas) tienen jornadas de trabajo más largas en promedio que los hombres empleados. Concretamente, para el año 2015, la brecha de género era de 73 minutos y de 33 minutos por día en los países en desarrollo y desarrollados, respectivamente (OIT, 2016).

Según la Cepal (2017), la tasa de participación laboral femenina en América Latina y el Caribe se ha estancado en la última década en torno al 53 por ciento y persisten los sesgos de género en el mercado de trabajo. En América Latina y el Caribe, el 78,1 por ciento de las mujeres que están ocupadas lo hacen en sectores definidos como de baja productividad, lo que implica peores remuneraciones, menor contacto con las tecnologías y la innovación y, en muchos casos, empleos de baja calidad. A su vez, el mismo informe señala que una de cada tres mujeres en la región no tiene ingresos propios y que más de la mitad (55 por ciento) perciben montos inferiores al salario mínimo mensual de su país. Entre las que reciben ingresos, el 23,6 por ciento tiene ingresos personales inferiores a la línea de pobreza.

Frente a este panorama se puede sostener que existe una alta dosis de precariedad laboral femenina que se mantiene y, en algunos aspectos, empeora (teniendo en cuenta el contexto general de precarización del trabajo que afecta más a las mujeres en esta órbita neoliberal) (Lazo, 2009). La habitual rigidez determinada por los tiempos dedicados a trabajo de mercado, junto con las necesidades de tiempos de cuidados, tiene como resultado que, en general, las mujeres intensifiquen notablemente su tiempo de trabajo total (Carrasco, 2003). En este sentido, para Mirta Lobato (2007), se va delineando un discurso desigual sobre los géneros relacionado con la calificación de las habilidades y destrezas, así como los ideales moralistas que guían los modos de organizar la producción y las relaciones de género determinando a los contratos laborales como contratos de género. Estas desigualdades se manifiestan en diferencia salarial, discriminación en la legislación laboral, complementariedad económica, moralidad y valoración del cuerpo y la belleza.

Siguiendo los patrones generales de la mayoría de los países del mundo, en Argentina, el mercado de trabajo también presenta una distribución desigual de los puestos de trabajo entre mujeres y varones. Por ejemplo, la industria manufacturera, el transporte de almacenamiento y comunicaciones, y la construcción, son los sectores con menor tasa de mujeres empleadas que la media (18,6%; 13,8%; 5,9%, respectivamente), en contraposición a lo que ocurre en el sector de la enseñanza y servicios sociales y la salud, donde la presencia de trabajadoras mujeres es mucho mayor (73,6% y 71,2%, respectivamente) (Ministerios de Trabajo de la Nación, 2014). Este tipo de segregación ocupacional está incorporada a la sociedad y se encuentra estrechamente vinculada con los estereotipos de género patriarcales. Dicha discriminación se encuentra reflejada también en remuneraciones desiguales, que se expresan en la brecha salarial de 32,3 por ciento en promedio en favor de los varones, y menores oportunidades laborales para las mujeres.

En este mismo sentido, diferentes autoras (Ministerio de Trabajo de la Nación, 2016; Aspiazu, 2015; Banaccorsi y Carrario, 2012; Rigat-Pflaum, 2008; Rodríguez, 2009, 2006) coinciden en que la participación en espacios sindicales por parte de las mujeres también es escasa, aun cuando en 2002 se sancionara la Ley de Cupo Sindical Femenino Nº 25.674. Incluso en aquellos gremios mayoritariamente femeninos, la representación sindical de las mujeres es inversa a la participación en la base. Un estudio de la CTIO en 2009 señalaba que, de un total de 1.448 cargos sindicales, solo 80 eran ocupados por mujeres. De ellos, 61 correspondían a cargos secundarios (vocalías, revisoras de cuentas). En 25 sindicatos las mujeres no tenían ninguna representación y de un total de 26.304 cargos directivos de los gremios, solo el 16,9% eran ocupados por mujeres.

En este marco surgen algunos interrogantes ¿qué estrategias singulares y colectivas desarrollan las mujeres que acceden a espacios laborales y/o sindicales tradicionalmente ocupados por varones para desarrollarse en esos espacios? ¿Qué continuidades y rupturas se despliegan en cuanto a su construcción identitaria como mujeres trabajadoras? ¿Cómo operan las dinámicas generales de participación social de las mujeres en la organización en el espacio del trabajo?

 

Las mujeres ferroviarias, un ejemplo de organización sorora

a. Contextualización de la participación de las mujeres en el ferrocarril

El gremio ferroviario ha sido considerado históricamente como un sector especialmente masculino. Con la conformación del sistema ferroviario argentino a mediados del siglo XIX como parte de la consolidación del estado-nación y el modelo agroexportador, el ferrocarril fue considerado un medio de transporte privilegiado que permitió conectar económica y socialmente a prácticamente todo el territorio argentino, llegando a alcanzar más de 47.000 km de vías. Luego de diversos momentos que incluyeron su nacionalización durante el peronismo (1946-1952/1952-1955); un siglo después, a partir del gobierno de Frondizi (1958-1962), comenzó un período de reorganización productiva y retroceso ferroviario (Plan Larkin asesorado por el Banco Mundial) que redujo a la mitad la cantidad de vías. El gobierno frondizista les aplicó el código de justicia militar a través del Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado) y muchos ferroviarios que resistieron a los cierres de ramales fueron reprimidos. Durante la última dictadura militar (1976-1983), la resistencia de los trabajadores ferroviarios fue un hito histórico en la defensa de sus fuentes de trabajo y el ferrocarril. Sin embargo, muchos de ellos fueron desaparecidos junto con ramales y talleres.

“Ramal que para, ramal que cierra”, fue la emblemática frase que coronó el proceso de destrucción del ferrocarril y que concluyó el denominado “ferrocidio” en la década de 1990 con la presidencia de Menem (1989-1995/1995-1999). Con la reprivatización del ferrocarril, no solo se cerraron ramales; sino que se clausuraron talleres, se echaron a perder maquinarias y la población ferroviaria disminuyó drásticamente con el despido de más de 135.000 trabajadores a comienzos de los años de 1990 (Díscoli, 2013; Cena, 2009). En las décadas posteriores, la decadencia ferroviaria continuó con nuevas privatizaciones hasta que, en el año 2012, los trenes fueron nuevamente nacionalizados luego de la denominada “masacre de Once”, el accidente que causó la muerte de 53 pasajeros y cientos de heridos producto de las malas condiciones de seguridad que habían sido reiteradamente denunciadas por la Comisión de Reclamos de los trabajadores de la Línea Sarmiento (Zaldúa, Lenta y Leale, 2016).

En el mundo de los trenes el argumento de la fuerza física como un atributo exclusivamente masculino operó no sólo como una reivindicación del trabajo ferroviario, sino también como un elemento de identidad de este colectivo. Frente a esta situación las mujeres ferroviarias impulsan una serie de acciones que tienden a desnaturalizar y revertir estas desigualdades

En el marco de la crisis del 2001, la debacle en la representación política tuvo un impacto en el modelo sindical y dio emergencia al surgimiento de un nuevo sindicalismo combativo cuyo principio es la democracia sindical de base. Dentro de los diferentes procesos de organización que se desarrollaron en esa década, uno de los casos más relevantes fue el de la seccional Gran Buenos Aires Oeste de la Unión Ferroviaria (Ferrocarril Sarmiento). Además de conseguir sustanciales mejoras salariales en esa década, desde el cuerpo de delegados, este sector del sindicalismo logró el armado de una bolsa de trabajo para el ingreso al ferrocarril donde cada uno de los trabajadores podrían proponer el ingreso de familiares (Castillo, 2012). Así fue como, entre los años 2005 y 2006, al calor de una histórica lucha por recuperar el convenio colectivo de trabajo, sobre una planta de casi 2000 trabajadores varones en la línea, se dio el ingreso de las primeras 16 mujeres, actualmente, denominadas las “pioneras”. Posteriormente, fueron ingresando nuevos grupos hasta llegar, en 2016 al número de 300 mujeres y cerca de 3000 varones.

El sindicato, el club ferroviario y la familia ferroviaria, conforman procesos colectivos en los que históricamente se socializaba una identidad común del personal ferroviario. Sin embargo, la presencia de mujeres en el espacio de trabajo, desarrollando tareas “codo a codo” con los varones, puso en jaque ese proceso identitario, la distribución de roles y espacios, y dio lugar a nuevas discusiones al interior del espacio sindical y del trabajo.

Muchos fueron los desafíos que debieron enfrentar las mujeres ferroviarias en la organización y espacios del trabajo. Primero fue la exigencia por el cupo femenino en todas las especialidades y luego, tras desarrollar durante años un proceso de organización colectiva en la agrupación “Mujer bonita es la que lucha” que las llevó a participar en otros espacios del movimiento de mujeres por el reconocimiento de sus derechos, se configuró la necesidad de responder al problema de las violencias de género que vivían las trabajadoras en los diferentes ámbitos de la vida cotidiana. Durante 2016, 65 mujeres ferroviarias fueron parte de un espacio de formación para prevención de las violencias de género, implementado en co-gestión con el Observatorio de Salud Mental Comunitaria de la Facultad de Psicología. En 2017, junto con un equipo de profesionales, construyeron un espacio de encuentro de mujeres: “La casa que abraza”, como lugar de sororidad, es decir, de acompañamiento y empoderamiento de las mujeres, junto con la problematización de las diversas situaciones de violencias vivenciadas en los espacios de trabajo.

 

b. Rupturas de las barreras de género en el ferrocarril

“...no quieren que manejemos trenes. Dicen que la menstruación o el embarazo va a afectar nuestra maternidad al arrollar personas con el tren. Todo muy siglo pasado.”

El acceso de las mujeres a espacios de trabajo históricamente hegemonizados por varones, pone al descubierto una serie de obstáculos, tensiones y desafíos para garantizar su inclusión. Al acceder a espacios de trabajo anteriormente vedados como el ferrocarril, las mujeres no solo se incorporaron en el desafío de organizarse por las demandas comunes a todos los géneros en cuanto parte de un colectivo de trabajadores, como son la oposición y resistencia a la flexibilización laboral, a la precarización de las condiciones de trabajo, a la devaluación salarial, a los riesgos de trabajo, a la desocupación y demás problemáticas derivadas del modelo de acumulación capitalista hegemónico; sino que su participación político-sindical habilita un plus en el espacio del trabajo. La visibilización de demandas de equidad de género en relación a puestos de trabajo y salarios propicia la generación de un movimiento instituyente que permite identificar y deconstruir modos reificados y esencializados de las relaciones sociales, reinterpretados en clave de violencias de género:

“O incluso algo que a mí me parece muy violento es que cuando hay un algún quilombo de tránsito, o lo que sea, algún varón se baja del auto y se pone a hacer nuestro trabajo como si vos no estuvieras ahí parada. O levanta la barrera o hace pasar al resto o avisa si viene el tren y vos decís: ¿flaco qué haces? Porque si hay un accidente porque el tipo levantó la barrera, yo voy en cana. No es que es un problema de protagonismo.” (Leyla, trabajadora ferroviaria, relato de vida).

“(…) a veces como que te dicen ‘estás mintiendo, no debés ser jefe de tren’. Bueno ahora somos doce chicas estamos en todos lados, ya es moneda corriente, pero en esos momentos era como anormal (…) vos vas a una escuela [de tu hijo] con unas mamás que son amas de casa o que trabajan en una oficina, comerciante, o lo que sea. Y te miran raro y es difícil de sobrellevar.” (Ema, trabajadora ferroviaria, relato de vida).

La existencia de patrones androcéntricos de valoración social, invade la cultura laboral y las interacciones cotidianas. A consecuencia de ello, las mujeres sufren formas específicas de subordinación de estatus y discriminación laboral, incluyendo las agresiones sexuales y la violencia doméstica; representaciones estereotipadas trivializadoras, cosificadoras y despreciativas, cargadas de hostilidad y menosprecio en la vida laboral y cotidiana; y negación de los derechos plenos y protecciones equiparables de los ciudadanos (Fraser, 2008).

La invisibilidad del trabajo de las mujeres es parte del orden patriarcal que otorga a las acciones y experiencias femeninas menor relevancia social que a las masculinas, o sencillamente las ignora (Camarero, 2006). Ello se expresa en la tendencia a la feminización del trabajo en las condiciones laborales caracterizadas por: la vulnerabilidad, la invisibilidad, la disponibilidad y la flexibilidad. En el caso de las trabajadoras ferroviarias se expresó en la dificultad de las mujeres de “salir” de los puestos de limpieza que son los peor pagados.

En las relaciones laborales existe lo que se denomina "la otra división del trabajo", que desafía la aparente neutralidad de género con la que históricamente se analizaba la relación entre capital y trabajo. A partir de los aportes de los estudios feministas se afirma que la experiencia del trabajo influye de manera diferente sobre hombres y mujeres, entonces, las relaciones que se establecen en las fábricas o en cualquier ámbito laboral asalariado generan un proceso conflictivo donde las asimetrías se acentúan (Lobato, 2001). La operatoria de representaciones sociales machistas están presente en el ámbito laboral de las ferroviarias y contribuyen a cierta feminización en los cargos que ocupan y las tareas que desempeñan las mujeres. En el mundo de los trenes el argumento de la fuerza física como un atributo exclusivamente masculino operó no sólo como una reivindicación del trabajo ferroviario, sino también como un elemento de identidad de este colectivo (Ballesteros, ‎2003). Frente a esta situación las mujeres ferroviarias impulsan una serie de acciones que tienden a desnaturalizar y revertir estas desigualdades:

“Desde el 2007 las compañeras estaban planteando que querían hacer cursos para ser guardas y recién en el 2014 la primera pudo entrar a la categoría, que fue Elena, y eso como que abrió el horizonte a todas las otras categorías del tren. El guarda es el jefe del tren, o sea, no tiene una categoría jerárquica, pero es muy importante, es el guarda.” (Clara, Trabajadora Ferroviaria, relato de vida).

“Al principio la empresa te proveía talles masculinos. Fue y es una lucha conseguir talles femeninos.” (Lorena, Trabajadora Ferroviaria, relato de vida).

“(…) hace 4 años entró una camada muy grande de banderilleros y banderilleras, ahí entraron muchas mujeres y ahí el sector está lleno de mujeres, por fuera de limpieza (…) después se ganó también boletería. Todo siempre fue una lucha por conquistar nuevos espacios que teníamos vedados. Tuvimos que hacer visible lo que está como prohibido para nosotras.” (Noelia, Trabajadora Ferroviaria, relato de vida).

Las acciones promovidas por las ferroviarias y las iniciativas lideradas por las trabajadoras desde los sindicatos han logrado instalar en la agenda pública muchas de estas problemáticas. En su recorrido han ampliado el horizonte de problematización de la discriminación por género y se han preocupado por la violencia de género en diversos escenarios en el ámbito público, pero también en el ámbito privado.

Desde diversos procesos reflexivos (instancias de capacitación, reflexiones grupales) las mujeres han logrado interpelar su rol tradicional en términos generales, como son definidas para servir y cuidar de los demás mediante una repetición de roles regularizados y obligatorios en los que las mujeres están inmersas diariamente (Butler, 1993). La interpelación de este lugar subordinado que también se repitió en el ferrocarril, pudo ser enunciado colectivamente por la pelea concreta por el cupo femenino en todas las especialidades y la igualdad de derechos en el acceso a recursos y materiales de trabajo:

“Cuando fuimos a Retiro a hacer un pedido formal de las “mujeres a la conducción” de trenes, todavía no se logró. Pero me parece que ese es el día que más recuerdo juntarnos todas e ir, presentar un formulario, como empezar a ver lo que realmente es empezar a movilizarse para conseguir algo (...) Desde la Frate [en referencia al gremio de los conductores de trenes, La Fraternidad], no quieren que manejemos trenes. Dicen que la menstruación o el embarazo va a afectar nuestra maternidad al arrollar personas con el tren. Todo muy siglo pasado.” (Liana, Trabajadora ferroviaria, relato de vida).

“(…) fuimos como creciendo juntas laboralmente. (…) linda experiencia. Participar de los distintos acontecimientos como de marchas o en este caso La Casa que Abraza también nuclea a varias compañeras que arrancaron conmigo (…) tratamos todos de tirar para el mismo lado porque es la única manera de conseguir respuesta, por ejemplo, un reclamo por la ropa… Cuando nosotras ingresamos como no eran muchas las mujeres en ese entonces.” (Felisa, Trabajadora ferroviaria, relato de vida).

En el caso de las trabajadoras ferroviarias, su recorrido y autoorganización como mujeres les ha permitido mejorar cualitativamente su rol dentro de la organización del trabajo, pero también apuntan a generar otras condiciones de autonomía y equidad social y de género. Los espacios de creatividad, de potenciación, de cooperación y en el devenir, dan cuenta de paradojas, tensiones, significaciones y prácticas para achicar las brechas de género que se presentan.

 

c. Los procesos de reflexividad crítica como soporte del re-conocimiento sororo

“Fuimos consiguiendo y ganando camino como mujeres trabajadoras, fuimos ganando derechos en el ferrocarril. Nos ganamos un reconocimiento social. Sabemos que eso no pasa en otras líneas. Acá sí porque estamos juntas.”

Los procesos de reflexión colectivos entre mujeres son un aporte importante que posibilita tomar dimensión de la magnitud del problema de la violencia de género. El feminismo como corriente crítica ha instado, a lo largo de su historia, a la creación de procesos colectivos y empáticos entre mujeres que permitieran problematizar sobre los atravesamientos patriarcales y las experiencias vitales de las mujeres. En este sentido, el ejercicio de reflexividad impulsado por mujeres tiende a quebrantar uno de los mayores recursos del patriarcado de sobrevivencia mantener a las mujeres aisladas, divididas y enemistadas. Por lo cual, la mayor trasgresión política de las mujeres es su alianza, su coalición, la sororidad (Lagarde, 1996).

La problematización colectiva realizada por las trabajadoras ferroviarias en torno a cómo vivencian las violencias de género en el ámbito privado y en el público, contribuyó a modificar prácticas, representaciones sociales y relaciones sociales, laborales y personales.

La identificación colectiva de aspectos comunes en lo que respecta a dinámicas de discriminación y/u hostigamiento laboral por razones de género, facilita procesos de afrontamiento colectivos y la elaboración de estrategias para superación de brechas existentes por género y a romper con estereotipos sobre las capacidades asociadas a lo “masculino” y lo “femenino”. En el mundo del trabajo es un desafío trascendental sostener y construir espacios de sensibilización comunitaria, laboral y de capacitación en prevención de las violencias de género como el que impulsado por las trabajadoras del Ferrocarril Sarmiento en el cual se interpela a la división sexual del trabajo, ya que la misma es jerárquica, en donde los hombres ocupan los niveles superiores, además sostiene que “las raíces del status social actual de las mujeres se encuentran en esa división sexual del trabajo.” (Hartmann, 1994: 255), es decir, en las relaciones patriarcales, caracterizadas por la subordinación de las mujeres.

Algunas de las narrativas develan la experiencia colectiva de afrontamiento que surgieron de los talleres desarrollados:

“Es muy lindo tener ayuda por parte de las compañeras cuando te ves en estas situaciones.” (Claudia, trabajadora ferroviaria, taller).

“Antes nos criticábamos mucho entre nosotras. Nos veíamos más como enemigas que como amigas. No digo que eso no pase a veces de decir o criticar la ropa, la cara o la actitud. Lo que creo es que mejoró mucho la relación entre nosotras desde que empezamos a darnos cuenta que si nos uníamos la pasamos mejor cada día de trabajo. Es duro sino estar acá.” (Naila, trabajadora ferroviaria, taller).

“Estar con mis compañeras nos ayuda a denunciar los atropellos que vivimos en el trabajo por ser mujeres. También nos ayuda a ver lo que nos pasa en la vida personal de violencia. Darnos cuenta que nos pasan violencias que antes no veíamos.” (Miranda, trabajadora ferroviaria, taller).

“Fuimos consiguiendo y ganando camino como mujeres trabajadoras, fuimos ganando derechos en el ferrocarril. Nos ganamos un reconocimiento social. Sabemos que eso no pasa en otras líneas. Acá sí porque estamos juntas.” (Andrea, trabajadora ferroviaria, taller).

La reflexibilidad crítica en torno a la violencia hacia las mujeres supone destacar el fundamento sociocultural de esta violencia, abriendo la posibilidad de cambios e indicando las áreas sobre las que actuar (Ruíz y Pérez, 2007). También permite visibilizar los procesos de naturalización de la exclusión y la violencia, instaurados a través de un andamiaje que legitima y justifica la arbitrariedad de prácticas sociales establecidas como habituales entre los géneros (Zaldúa, Longo, Lenta y Sopransi 2014) y que se expresa cotidianamente en las relaciones y acciones de las micropolíticas.

En el proceso de reflexión y problematización colectivo promovido con las trabajadoras ferroviarias sobre el fenómeno de la violencia contra las mujeres, permitió también crear nuevas significaciones sobre las trayectorias y acontecimientos vitales, al ubicar a la problemática dentro de la esfera de los derechos humanos, en un ámbito que rompe el límite de considerarse como a un asunto meramente personal y privado:

“Un insulto, la discriminación, la pobreza es violencia.” (Lorena, trabajadora ferroviaria, taller).

"Todas en algún momento somos víctimas de la violencia. Chiquitas o grandes. Lo vivimos aunque no lo vemos.” (Patricia, trabajadora ferroviaria, taller).

“Es algo normal, el no te metas, son problemas de parejas, nosotras ya no lo vemos de esa manera.” (Sofía, trabajadora ferroviaria, taller).

“Nosotras tenemos en claro que el domina siempre es masculino (...) En radiología la mayoría son hombres y acá también hay espacios privatizados para nosotras. No solo es en la casa, llega a todos los lugares de la vida que vivimos las mujeres.” (Karina, trabajadora ferroviaria, taller).

Como señalaron las narrativas, las micropolíticas planteadas en la reflexividad crítica, interpelaron diferentes aspectos de las relaciones cotidianas intergéneros y apuntaron a conseguir transformaciones a nivel molecular: instituciones (haciendo visible la exclusión efectiva de las mujeres de ciertos puestos de trabajo), de trabajo (identificando modalidades específicas de violencia o discriminación vividas por las mujeres) e interpersonales (desnaturalizando distintas formas de violencia de la vida cotidiana como el control del tiempo y el dinero por parte de la pareja). El fortalecimiento singular a partir de compromiso participativo a nivel colectivo, permitió generar instituyentes que desdibujan poco a poco las relaciones de poder y obstaculizan el protagonismo de las mujeres.

 

d. Participación de las mujeres, organización sindical y prácticas de cuidado

De manera colectiva, las trabajadoras ferroviarias potencian, sus trayectorias laborales y personales. La dinámica de participación que estas mujeres llevan adelante, propicia sororidades entre pares y, en el proceso, reconfiguran un conjunto de relaciones que incluye al trabajo y a la identidad laboral como a un todo entramado en el universo patriarcal con sus las lógicas androcéntricas.

El proceso que transitan incluye la revisión de su “ser mujer”. El mismo les permite escudriñar las formas de la opresión y de subordinación social de las mujeres, para desentrañar cómo la desautorización femenina que tiene efectos materiales en los ámbitos de la vida: la alfabetización, el empleo, la salud, el poder político y la impartición de la justicia (Gargallo, 2004). En estos procesos, ellas piensan críticamente sobre su rol social como mujeres, especialmente analizando la tensión entre los tiempos laborales y los destinados al cuidado. Sin embargo, un abanico de interpelaciones y reconfiguraciones subjetivas producidas a partir de la participación sindical y como colectivo de mujeres, les facilita resolver y/o sobrellevar esas tensiones con menos “angustias” y “culpas” emergentes al romper con la gestión tradicional de los tiempos y espacios tradicionalmente supuestos para las mujeres:

“Obviamente que la militancia sindical ayuda un montón a llenar esos huecos de un trabajo ultra rutinario que es quema bocho con esa campana todo el día sonando y sí que de verdad a mí me empezó a gustar el ferrocarril.” (Sofía, trabajadora ferroviaria, relato de vida).

“El gremio es algo que es fuerte. Se visibiliza mucho lo que es el tema de la mujeres ferroviarias y en este último tiempo crecimos un montón en cuanto a la cantidad también. Creo que fue un espacio que conquistaron las chicas muy importante teniendo en cuenta que la línea siempre fue masculina y tener un espacio (…) podamos hacer valer, digamos, nuestros derechos.” (Lina, trabajadora ferroviaria, relato de vida).

“Tenemos que reorganizar los cuidados con los hijos, de la familia, para participar. Al principio lo vivía mal pero lo necesitaba para cambiar las cosas. Me costaba. Ahora lo vivo sin culpa. Yo también tengo derecho a hacer otras cosas que trabajar y ocuparme de la casa.” (Teresa, trabajadora ferroviaria, relato de vida).

Los procesos de participación impulsados por la comisión de mujeres ferroviarias, facilitó y propició prácticas instituyentes que permitieron tramitar situaciones de violencia vividas a lo largo de las trayectorias personales, tanto en el ámbito de las relaciones de pareja, como también institucionales y laborales. La elucidación de situaciones vividas y resignificadas como limitantes, de subordinación y hasta violentas, permitió posicionamientos subjetivos más autónomos a partir del trabajo de encuentro colectivo.

La reflexividad sobre la propia vivencia como mujeres junto con el análisis de los procesos históricos de producción de la división sexual del trabajo, del patriarcado y los diferentes ámbitos y tipos de violencia, que se logró en diferentes espacios de discusión; operó en el reconocimiento de sí y cuidado de sí, así como del entorno:

“Violencia es, cuando éramos 30 mujeres, nos anotábamos para ser guardas y nunca quedábamos, hasta que lo logramos. Rompimos barreras del machismo. Vimos que nos merecíamos eso y logramos que se nos reconociera eso aunque no les guste.” (Ana, trabajadora ferroviaria, relato de vida).

“Entre nosotras hay reciprocidad, eso nos ayuda a enfrentar los avatares machistas de los usuarios y hasta de nuestros propios compañeros. Nos cuidamos entre nosotras.” (Cora, trabajadora ferroviaria, relato de vida).

El desarrollo de propuestas innovadoras de exigibilidad de derechos deriva de una espiral dialéctica entre la participación de las mujeres en trabajos “históricamente” masculinos y las resistencias que implicaron la organización de todas ellas para garantizar esa participación. A su vez, la organización y participación sindical de las ferroviarias para garantizar sus demandas las llevó a vincularse con otros sectores de mujeres que reclamaban también por sus derechos, como sucedió en los Encuentro Nacionales de Mujeres, entre otros. La vuelta de esa experiencia sobre las demandas particulares de las mujeres en el ferrocarril promovió la visibilización de otras formas de opresión y violencias naturalizadas, como lo son las violencias de género en las relaciones de pareja y las dificultades para decidir sobre el propio cuerpo, entre otras:

“Para nosotras es emocionante participar de las marchas, de la última asamblea de mujeres que fuimos más de 100 compañeras.” (Tania, trabajadora ferroviaria, relato de vida).

“A mí me encanta participar de la comisión y aportar a los proyectos como La Casa que Abraza. Saber que ayudo a otra mujer.” (Isabel, trabajadora ferroviaria, relato de vida).

“La Casa que Abraza” es un proyecto que comenzó a gestarse en este segundo momento de la organización de las mujeres ferroviarias para garantizar el acompañamiento de las trabajadoras frente a las rutas críticas con las que se encontraban al momento de abordar diferentes situaciones de violencia machista en las parejas y otros vínculos. Este proyecto que se inició en 2017, implica el trabajo sinérgico entre las trabajadoras promotoras contra las violencias, un equipo técnico de salud posicionado desde un enfoque de género, la apuesta al trabajo de sensibilización comunitaria en el ferrocarril y la exigibilidad de derechos para todas las mujeres en situación de violencia. Estas prácticas creativas favorecen también la transformación de las representaciones hegemónicas de género y alientan al desarrollo de redes comunitarias y relaciones sociales de sororidad (Zaldúa, Lenta, Longo; 2017).

 

Consideraciones finales: de la participación sindical a la militancia feminista

El revisar y repensar el proceso participativo permitió dar cuenta del fortalecimiento del propio colectivo de las mujeres trabajadoras. El ejercicio reflexivo también denotó que la libertad sindical, el derecho de sindicalización y la negociación colectiva constituyen una base central para avanzar sobre el derecho a la igualdad y no discriminación de género.

La constitución de espacios autogestivos de género y la implementación de estrategias de prevención de violencias de género, propician procesos instituyentes singulares y colectivos de encuentro y sororidad, que se potencian ante los procesos sociales de participación de las mujeres en la vida política como sujeto colectivo. El proceso social inaugurado con el movimiento #NiUnaMenos conforma un piso de lo enunciable, a partir de lo cual se complejizan y conforman nuevas demandas particulares de diferentes colectivos de mujeres.

La dinámica participativa sindical inscripta en "Mujer bonita es la que lucha" opera con una lógica de afirmación reivindicativa de género y habilita a la producción de sentidos que subvierten los tradicionales estereotipos femeninos centrados en la esencialización de lo femenino en el sintagma mujer-madre y la subalternización del trabajo femenino en lo público. La constitución de “La Casa que Abraza” es otro momento del proceso y un significante convocante al acompañamiento que habilita espacios de prevención de las violencias y atiende las situaciones de vulnerabilidad desde una sensibilidad y responsabilidad ética-política.

Cabe destacar que la visibilidad del campo de las violencias de género y su incorporación en la agenda pública como componente de los derechos humanos, que trasciende el ámbito de los asuntos privados, se relaciona con las demandas de la sociedad civil y en particular del movimiento de mujeres y de un sector de profesionales comprometidos con la salud colectiva. Se trata de un problema estrechamente ligado a la dinámica social y cultural de nuestras sociedades y la existencia de ciertas construcciones sociales, históricas y culturales permiten que se consoliden procesos de invisibilización de la exclusión y la violencia instaurados a través de un andamiaje que legitima y justifica la arbitrariedad de prácticas sociales establecidas como habituales entre los géneros. Las cuestiones de género, en particular las relaciones de subordinación y opresión de las mujeres son obstáculos en la construcción de relaciones más igualitarias entre mujeres y varones. Por su parte, las mujeres son víctimas más frecuentes de la violencia de género en el trabajo instaurada a través de procesos de segregación, hostigamiento y/o discriminación laboral. La violencia de género en el trabajo es un hecho cotidiano que se expresa en las relaciones laborales en tanto organización de jerarquías, capacidades y accesibilidades y en las relaciones intra y entre los géneros en el ambiente laboral.

El revisar y repensar el proceso participativo permitió dar cuenta del fortalecimiento del propio colectivo de las mujeres trabajadoras. El ejercicio reflexivo también denotó que la libertad sindical, el derecho de sindicalización y la negociación colectiva constituyen una base central para avanzar sobre el derecho a la igualdad y no discriminación de género.

La violencia hacia las mujeres es una problemática que exige de experiencias innovadoras, creativas e integrales. A la par de renovar abordajes y prácticas en lo que respecta a la problemática de la violencia de género, resulta necesario sistematizar aquellas experiencias exitosas que son gestadas desde diversos colectivos y contribuyen a abordar un problema trascedente para la vida de las mujeres.

 

 

Roxana Longo
Lic. en Psicología, Mag. En Psicología Social Comunitaria. Doctoranda en Psicología. Docente e investigadora en la UBA.

Malena Lenta
Lic. en Psicología, Prof. de Ens. Media y Superior en Psicología. Mag. En Psicología Social Comunitaria. Doctoranda en Psicología. Docente e investigadora en la UBA

Graciela Zaldúa
Psicóloga UNLP. Especialista en Planificación CENDES. Prof. Titular Consulta en la UBA. Directora de proyectos UBACyT.

 

 

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Articulo publicado en
Marzo / 2018

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